CafePoetas es un Blog sin animo de lucro donde se rinde homenaje a poetas de ayer, hoy y siempre.

31 de julio de 2011

EL MUÑECO


¡Madre!, clama en voz queda mi ferviente mensaje;
¡madre, mi madre, acude porque te necesito!
La voz, primero tierna, va haciéndose salvaje:
si al comenzar fue ruego, termina siendo grito.

Todo ansias de amor el son de mi lenguaje,
salvando las alturas en pos del infinito,
desesperante, alcanza, tras impetuoso viaje,
acento de mandato para aquel ser bendito.

Sólo que a su momento la voz se pierde en eco;
el sonido se expande con angustia de ausencia,
y recuerdo, de pronto, el ¡mamá! del muñeco.

Yo también lo repito, como él lo repetía,
y me siento el muñeco de trágica presencia
ya que nadie responde, mi dulce madre mía.

Marilina Rebora

30 de julio de 2011

HAMBRE AZUL


Ensueño que estoy cenando
y que tu espalda es mi mesa,
acostada su blancura,
como en la playa te viera
nadando sobre la ola
o echada sobre la arena.

Mesa desnuda, sin nada
de mantel ni servilletas;
azucarada, olorosa,
pintada de miel de abeja
libada en los azahares
de la luna y las estrellas.

Mesa que en silencio siente,
y en silencio canta y reza,
y no dice una palabra,
y dice toda la ciencia;
abeja que pica el cielo;
luna que escarba la tierra.

Ave que raya el enigma
y con las alas abiertas,
por los siglos de los siglos,
de la nada al todo vuela,
y nada sabe de nada,
y todo lo sacramenta
con el óleo de los huevos
que en sus curvas cacarea
en las ondas de los nidos.

Mesa doctora en belleza,
en la ciencia de la gracia
y en la gracia de la ciencia;
y mesa, en fin, que en sus vuelos
sabe repechar la cuesta
que va de Newton al Dante,
del número a la quimera,
el infinito camino que hay
entre el cielo y la tierra.

Chorro de café que hirviendo
brinca de la cafetera,
se ve caer el rizado
chorro negro de tu trenza
sobre la espumosa leche
de la taza que se vuelca
y se derrama en tu nuca
y por tus hombros se riega.

¿Que la plata de tus nalgas
me brindará en sus bandejas?
En una, que rumbe y raje
el ronco ron de la tierra;
mientras la otra se me finge
digna de ser la bandeja
de la petenera copa
de Jerez de la Frontera.

Y en la planicie del talle,
que es el centro de la mesa,
el pan de Dios se me ofrece
al hambre azul que me incendia.
Al comerlo, así le grito
a la multitud de afuera:

No soy yo quien mata el hambre
esta noche en esta mesa;
no, hermanos; es nuestra especie
la que se cena esta cena;
toda nuestra especie humana
en su hambre de ser eterna.

Luis Llorens Torres

29 de julio de 2011

AL CORAZON


¿Qué corazón es el mío?
¡Oh Dios que riges los mundos!
con la ley de tu albedrío,
cuyos designios profundos
¡no me es dado penetrar!
¿Qué misterio, arcano, abismo
es éste que ni yo mismo
me atrevo; ¡oh Dios! a sondar?

¿Cuándo su volcán se apaga?
¿Cuándo su hondura se llena?
¿Cuándo la tormenta aciaga
de sus pasiones serena
podré ver y no sufrir?
¿Cómo es que nada le sacia,
si ha perdido la eficacia
para gozar y sentir?

¿Cómo al cúmulo de males
que con porfía violenta
como furias infernales
le acosan, no se revienta
ni exhala un solo clamor?
¿Cómo no vierte siquiera
una lágrima ligera
para amortiguar su ardor?

¿Cómo cabe entre mi pecho,
cuando su vuelo atrevido
halla el universo estrecho,
desprecia lo conseguido,
y sin cesar pide más?
¿Cómo sufre, calla, anhela
se roe a sí mismo, y vela
sin fatigarse jamás?

Vuelvo la vista azorado
como náufrago en el puerto
al borrascoso pasado,
y encuentro todo desierto,
todo triste y funeral;
miro atónito delante,
y ni la luz vacilante
veo de astro divinal.

¿Qué quiere pues, ¡oh Dios mío!
mi corazón insaciable,
en su loco desvarío;
si en la sirte miserable
todo su caudal perdió?
¿Qué quiere si ya la tierra
nada en su extensión encierra
semejante a lo que vio?

¿Acaso en región luciente
guardas ¡oh Dios poderoso!
algo que el alma presiente,
algún tesoro precioso
que deba en vano desear;
y que la mía ambiciona,
como la excelsa corona
de su incansable afanar?

Parece que el hombre errante,
como triste peregrino,
marcha con pie vacilante,
sin saber por qué camino,
en pos de alguna visión;
de paso echa una mirada,
sin arraigar aquí a nada
su voluble corazón.

Pero ¡infeliz! marcha en vano,
tropieza, cae, se fatiga,
maldice su error insano,
y a veces su sed mitiga
con lágrimas de dolor;
hasta que una mano yerta
viene, lo toca, y despierta
despechado del sopor.

Mas yo continuo luchando
con un genio incontrastable,
con mi corazón, sudando,
al destino irrevocable
obedezco a mi pesar;
y no puedo en mi ansia fiera
ni una lágrima siquiera
para alivio derramar.

¿Qué es esto? ¡Oh Dios! ¿Por qué ha sido
para mí tu ley más dura?
¿Por qué hacerme habéis querido
blanco de la desventura
formándome un corazón
tan indómito y sediento,
que batallando violento
siempre está con mi razón?

Pero nada me respondes
Dios clemente y soberano:
¿por qué tu auxilio me escondes
y me dejas en oceano
de dudas siempre fluctuar?
¿Por qué un rayo de luz pura
no me abre senda segura
para poder descansar?

No te pido ¡oh Dios! riqueza,
felicidad, poderío
gloria, deleites, grandeza;-
manjares que dan hastío,
y nunca pueden saciar:
sólo quiero olvido eterno,
y algo que pueda el infierno
de mis pasiones calmar.

(Junio, 1835)

Esteban Echeverria

28 de julio de 2011

EN EL MEDIO MISMO DEL DIA

(Fragmento)




En medio de una rugiente avalancha de luz está mi padre.

La luz arranca destellos, no, saltos de furiosa nieve
a la pequeña escalinata que mi padre diseñó
desde un humilde orgullo, y vuelan
en astillas de luz los troncos de las palmas.

Cómo sus ropas arden en blanquísimas ascuas
que le abrasan la cara traspasándola y fundiéndose
al fuego de una felicidad que es tanto, tanto
más que la consumación de su proyecto, más
que su fiera estatura iluminada.

Eliseo Diego

27 de julio de 2011

EL AMOR ETERNO


Deja caer las rosas y los días
una vez más, segura de mi huerto.
Aún hay rosas en él, y ellas, por cierto,
mejor perfuman cuando son tardías.

Al deshojarse en tus melancolías,
cuando parezca más desnudo y yerto,
ha de guardarse bajo su oro muerto
las violetas más nobles y sombrías.

No temas al otoño, si ha venido.
Aunque caiga la flor, queda la rama.
La rama queda para hacer el nido.

Y como ahora al florecer se inflama,
leño seco, a tus plantas encendido,
ardiente rosas te echarán en su llama.

Leopoldo Lugones

26 de julio de 2011

NADIE FUE AYER


Nadie fue ayer
ni va hoy,
ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.

Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol...
y un camino virgen
Dios.

Leon Felipe

25 de julio de 2011

LIBRO SEGUNDO CANTO CUARTO




1

En la limpia armadura
De un grupo de guerreros
Dejaba el sol, al trasponer las lomas,
Su resplandor postrero.
Las flotantes cimeras
De los ferrados yelmos
Al viento de la tarde se agitaban
Con blando movimiento.
Como españoles bravos;
Como soldados, crédulos;
Siempre el brazo a la lucha apercibido
Y el alma a las consejas y a los cuentos,
Los del corro escuchaban
A un camarada viejo,
En su adarga los unos apoyados
Y sentados los otros en el suelo.

II

-¿Dicen que es un fantasma
Eso que ancla de noche por el pueblo?
-No es otra cosa, a mi sentir: la sombra
De algún cacique muerto.
-Que es un indio no hay duda;
Lleva en la frente plumas, y su cuerpo...
-Su cuerpo! ¿Acaso piensas
Que esa sombra impalpable ha de tenerlo?
-¡Será posible!
-¡Y tanto!
No es el primer espectro
Que, haciendo yo la guardia en los bastiones
Se ha llegado hasta mí. Bien lo recuerdo.
La noche en que Garay venció a los indios
En aquel llano que se ve a lo lejos,
Vi muchas de esas sombras
Que cruzaban gimiendo entre los muertos.
La flor y nata de indios y caciques
Cayó en el lance aquel. Si los espectros
No se hubieran entonces presentado.
No sé cuándo lo hicieran, voto al cielo!
No es de extrañar, por ende.
Que ese fantasma que de noche vemos,
Viniera a presagiar ruinas o males
Y es fuerza le arranquemos su secreto.

III

Más que con los oídos,
Con los ojos oyeron,
Los soldados absortos, las consejas
Del camarada viejo;
No quisieron los unos
Habérselas con muertos;
Pero los más serenos y esforzados
No sin algún recelo,
En velar esa noche
Se pusieron de acuerdo,
Para tender una emboscada heroica
Al vagabundo espectro.

IV

El último soldado
De los que por las calles discurrieron,
Se perdió en la penumbra de las chozas
Del villorrio desierto.
Cayó la noche, y embozado en ella
Quedó San Salvador. El viejo Tiempo
Sobre las altas horas se adelanta
Con paso soñoliento. .
Todos duermen! las aves en el nido,
Los niños en el cielo,
En las cunas los ángeles
Y en las ramas inmóviles el viento.
Sólo vela el soldado
Que está de guardia en el bastión del pueblo,
Y algún perro que ladra, se levanta,
Y sobre el musgo tiéndese gruñendo.
Tranquila está la noche; las estrellas
Se ven brillar muy lejos;
Como una sombra que entre ruinas anda
La luna entre las nubes va en silencio.

V

Alguien también en vela está sin duda
Allá en un aposento
De la casa del jefe, en cuyos vidrios
Se proyecta una sombra por intervalos;
Es la del Padre Esteban,
Encarnación de aquellos misioneros
Que del reguero de su sangre hacían
La primer senda en medio del desierto,
Y marcaban el sitio
Hasta el cual penetraba el Evangelio,
Con el cadáver solo y mutilado
De algún mártir sin nombre y sin recuerdo.
La lumbre, en las paredes
Del aposento estrecho,
Dibujaba con mano temblorosa
Las formas sin color de los objetos;
Y la negra silueta
Del pensativo monje, sobre el suelo,
Obediente a la luz se estremecía
Con un imperceptible movimiento.
Meditaba el anciano
Los destinos secretos
De aquella pobre raza moribunda
Que el abismo atraía hacia su seno.
Miraba el Crucifijo,
Símbolo dulce del amor eterno,
Interrogaba a sus cerrados ojos,
y a su labio espirante y entreabierto,
Y entonces recordaba
Al indio de ojos de color de cielo;
Miraba en él su estirpe redimida
Y el clarear de un horizonte nuevo.
Quizá advirtió en la frente del salvaje
El imborrable sello
Del bautismo del bosque y en su alma
Vio brillar algo vacilante y trémulo.
¡Cuántas veces, sentado
Junto al indio infeliz, de sus recuerdos
El enjambre dormido despertaba
Con sólo una palabra o un consejo!
¡Cuántas veces el indio
Sus pupilas clavó en el misionero,
Pugnando por secar entre sus ojos
Gotas de llanto con esfuerzo Interno,
Y bebió sus palabras
Inmóvil y suspenso
Cuando su oído absorto recogía
El tierno son de los cristianos rezos!
Cuando el indio escuchaba
El nombre de la Madre del Eterno,
Madre también del hijo de los bosques,
Virgen que vive en el azul inmenso,
Entonces se agitaba,
Se incorporaba y del anciano al cielo,
Y de éste nuevamente hasta el anciano
Pasaban sus miradas. En el viejo
Por fin clavaba los azules ojos
Con triste desaliento,
Y escondiendo la frente entre los brazos,
Se tendía clamando: ¡No la encuentro¡

........................

El fraile meditaba, meditaba
Con desolado empeño.
Cuando creía su Ilusión cumplida,
Tocaba lo imposible y el misterio.

VI

De pronto, penetró por la ventana
Algo como un lamento
Que el monje ya otras noches había oído,
A ilusión atribuyéndolo;
Pero en aquella noche, claramente
Al oírlo de nuevo
Se llegó a la ventana presuroso
Y la abrió con estrépito.
Una sombra medrosa entre los árboles
Se levantó del suelo,
Y, esquivando la luz, huyó hacia el río
Como empujada por extraño vértigo.
Las plumas que en su frente
Hacía mover el viento,
Denunciaron la forma de un charrúa,
Que conoció al instante el misionero.
Miró a la alcoba en que dormía Blanca,
Miró en seguida al cielo,
Y una oración cruzó, sin hacer sombra,
La inmensa soledad del firmamento.
¿Quién es ese charrúa? Es la fantasma
Que han visto los guerreros,
Y que acertaron al mirar en ella
Una sombra, un espectro:
Es Tabaré que cuando todo duerme,
Huye de sus sueños;
Vaga en lo oscuro, huyendo de sí mismo.
Y llevando la fiebre en el cerebro,
Hasta caer, guiado noche a noche
Por un instinto ciego,
Allí, frente a la casa de Gonzalo,
Donde hasta el alba permanece yerto.
De la casa del jefe
Tendido junto al cerco,
¡Cuántas noches lloraron su rocío
De aquel charrúa sobre el cuerpo enfermo!
Allí el fiacurutú lo contemplaba
Con sus ojos de fuego,
Y, sin temor, las alas agitando,
Muy cerca de él pasaba el teru-tero.
Allí estaba la noche
En que oyó el Padre Esteban su lamento,
Y al verse sorprendido huyó sin rumbo
Sobrecogido de un pavor intenso.
De su amor imposible,
De su desconocido sentimiento
Volaba ante la sombra, que sentía
Correr tras él, asida a sus cabellos;
Las carnes erizadas,
Temblorosos y rígidos los miembros,
Dilatadas y ardientes las pupilas,
Corría tropezando y sin aliento.
Las sombras de los árboles
Que la luna trazaba sobre el suelo;
Las zarzas que sus pies ensangrentados
Mordían, al romperse con estrépito;
Los ladridos agudos
De los perros despiertos;
Las aves que, a su paso, levantaban
De aquí y de allá su sonoroso vuelo;
Todo atronaba el exaltado oído,
Todo enconaba el vértigo
De Tabaré el charrúa que seguía
Su carrera sin rumbo y sin objeto.

VII

Los soldados que el golpe concertaron,
A su paso febril se interpusieron,
Asestando sus picas y arcabuces
A su desnudo pecho.
Los dilatados ojos
Clavó el salvaje en ellos,
Escondido en la sombra proyectada
Por un grupo de ceibos.
La fiebre comprimía su cabeza
Con sus dedos de acero,
Y un temblor convulsivo sacudía
Sus ateridos miembros.
-¡Dinos quién eres!
- Háblanos!
-Si eres fantasma bueno,
Habla, en nombre de Dios!
-¡Si no respondes,
Espíritu infernal, te juzgaremos!
¡Dale tu con la lanza
Veremos si habla; hiérelo
Y Por Si fuere espíritu maligno,
El signo de la cruz haz en el hierro.
Cuida que no te esquivo
Porque mucho me temo
Que nos haga cegar. Este fantasma
Al irse o estallar puede ofendernos.
-¡Ca No tiene bastante
Potestad para eso.
¿No ves que está temblando? ¿No lo sientes?
¡Herir con brío! ¡No tenerle miedo!

...........................

Cual tigre acorralado,
Volvía el indio su mirar de fuego,
Todo el furor salvaje
Sintiendo en su alma y en sus duros nervios;
Y el asta de la lanza
Dirigida a su pecho,
Como por un zarpazo arrebatada
Crujió y saltó en astillas de sus dedos.
Aunque el asombro embarga a los soldados,
No vacilan por ello,
Y con creciente ardor, sus alabardas
Buscan herir al infernal engendro.
El indio, sacudido por la fiebre,
Siente que ya su cuerpo
Va a desplomarse, pues sus piernas trémulas
Se doblan a su peso,
Cuando a espaldas del grupo,
Clamó una voz cansada: ¡Deteneos!
Y con la frente cana descubierta
Se vio llegar jadeante al misionero.
Se abrió paso hasta el indio
Tendiéndole los brazos: éste al verlo
Se aferró a su sayal, dobló la frente
Y en tierra dió con su extenuado cuerpo.

VIII

Del seno de una nube,
Sus desflecadas orlas encendiendo,
Salió la luna que alumbró piadosa
La yerta faz del infeliz enfermo.
-Tabaré -prorrumpieron los soldados.
-¡El indio de los ceibos!
-¡El Indio loco!
-¡El de los ojos verdes!
-¡El fantasma del cuento
El fraile la cabeza
De Tabaré apoyó sobre su pecho.
Los soldados entonces se engañaban
Al creer que el Indio aquel no era un espectro!

Juan Zorrilla de San Martin

24 de julio de 2011

AMOR CON LLUVIA Y PALOMA


1
Llueve, llueve, llueve...¡Qué te hice, lluvia,
qué te hice yo!
¡Por qué no sigues camino delante,
para que salga el sol;
ese de los ojos claros,
que es mi amor!

2

Y sin embargo, cuando estamos juntos,
juntos en la ventana,
bien que te digo: - ¡Bienvenida, lluvia!-;
bien que te dice: - ¡Bienvenida, hermana!-.

3

Pienso: la lluvia cae de los cielos;
la lluvia es inocente, pura, clara.
Obedezcamos a la lluvia, amor:
la lluvia nos separa.

4

Jazmín -de- lluvia de llamas
al que tiembla en tu parral.
Jazmín -de - estrellas, yo digo.
Es igual.
Llueven flores como estrellas
en tu delantal.

5

Las palomas de tu casa
se vinieron a la mía
el día que a mí viniste,
que ya es un lejano día.

Pero todavía hoy,
porque eres de lluvia y trigo,
adondequiera que vayas
las alas se van contigo.

Sabe, así, toda la gente
todo lo que a mí me pasa:
tú estás conmigo si vuelan
palomas sobre mi casa.

Jose Pedroni

23 de julio de 2011

AÑADIRTE A MI PIEL


Quiero hervirte
en el centro de mis suspiros,
desgreñar tus ansias en mi ansiosa piel,
y encender piras infinitas
en la avenida de mis piernas
para guiar tu clavel por mi noche.

Desmadejar tus besos con mis besos,
en la flor de mi naranjo adormecer tu sed.
Sentir en mi elástico triángulo
azules bocanadas
y convertirte en amaranto ocaso,
para deleitarme con tu espuma,
para echar anclas,
para perseguir gaviotas,
para morir en ti.

Lina Zeron

22 de julio de 2011

EL CERCO DE ZAMORA

(Romance histórico)




1

Contra todo ardid guerrero
Zamora está bien sentada:
De un cabo la corre Duero,
Del otro Peña Tajada.

La ciñen a la redonda
Unas torres muy espesas,
Muro fuerte y cava fonda
Con sus barbacanas gruesas.

Y al verla con tal muralla
No hay cristiano ni agareno
Que la quiera dar batalla
Ni embestirla en su terreno.

De su padre en rico don
Doña Urraca la tuviera
En aquella partición
Que de sus reinos hiciera;

Mas don Sancho de Castilla,
Que anhela mayor estado,
Siempre tuvo por mancilla
Ver su imperio desmembrado;

Ver saltar del cetro e oro
Joyas que de estima son:
Galicia, Zamora, Toro,
Con Asturias y León,

Y que, siendo el heredero
De sitios fuertes y llanos,
Pierda de su haber y fuero
Por la pro de sus hermanos.

Traspasar la jura quiso
Que hiciera no de buen grado:
Puesto en armas de improviso
Sus huestes llamó a su lado

Y lidió con tal fortuna
Que en hierros puso a García
En el castillo de Luna
Y a don Alfonso en Mongía.

Era Sancho tan gamón
Que las barbas le apuntaban;
Pero en bravo corazón
Pocos hombres le igualaban.

Al Duero va sin demora,
De Safagún fuerzas saca,
pues suspira por Zamora
Que conserva doña Urraca

Y pasa ya las orillas
Del murmurador raudal
Que besa flores sencillas
Con los labios de cristal.

Al instante cabalgara
Con el Cid campeador
Y Diego Ordóñez de Lara
De Zamora en derredor.

Luce galas muy ufanas
El de Vibar, buen jinete,
Con espuelas italianas
Doradas y de rodete

Y a los rayos encendidos
Del sol brillan los metales
De los arneses febridos
De sus piernas y brazales.

Penacho de blanca pluma
Sobre el yelmo se desmaya
Como la nevada espuma
Sobre la tendida playa

Y revelan las labores
Del follaje en su gorguera
Las manos y los amores
De la hermosa que venera.

Su trotón es alazán,
Nariz ancha, vela enhiesta,
Con ímpetus de volcán
Cuando a reventar se apresta.

El Rey, sobre su armadura
Rica veste desplegando,
Cabalga con apostura
Siempre a la ciudad mirando.

Su cuadrúpedo violento,
Que frenos de plata muerde,
Lleva fino paramento
De damasco azul y verde.

Con cortapisa preciosa
De unas martas cebellinas:
Es negro, cerviz hermosa;
Por crin tiene sedas finas.

Cubierto de limpio acero
El de Lara lozanea
Dando riendas a un overo
Que el viento beber desea.

Los tres miran larga pieza,
Como de común intento,
La ciudad, su fortaleza,
Las murallas y su asiento.

Sus puertas están cerradas
A enemigos tan cercanos
Y sus torres coronadas
De valientes zamoranos

Que fieles a sus pendones
Forman las segundas vallas
Con pechos y corazones
Encima de las murallas.

Al volver para sus tiendas
Tuvieron tal razonar,
Deteniendo ambos las rienda,
Don Sancho y el de Vibar:

«-Vedes, Cid, cómo es muy fuerte
Contra toda hostil hazaña;
Si la hubiese por mi suerte
Sería señor de España.

»Conmigo deudos habedes,
Pues mi padre os dio crianza
Y os acrezco las mercedes
Cuanto mi poder alcanza.

»Vos di más que un gran condado
Por vuestro merecimiento
Y el mayor sois a mi lado
De mi casa e valimiento.

»Vos quiero rogar agora
Cabalguéis de buena gana,
Que vayades a Zamora
A doña Urraca mi hermana;

»Digades que he de servilla
Con mi hacienda y mi poder;
Pero que me dé la villa
O por cambio o por haber;

»Que he de darla en este trueco,
Como cumple a mi largueza,
A Medina de Rioseco
Con Tiedra que es fortaleza;

»E si no quiere otorgarla
Tengo huestes aguerridas
Y por fuerza he de tomarla
Con ingeños e bastidas.»

-«Señor, con ese mandado
Que vaya otro mensajero
Ca de Urraca fui criado
Y a mi honor no es cumplidero.»

-«Si no la recabáis vos,
Que no conocéis segundo,
No la espero, vive Dios,
De ningún home del mundo.

»Catad que de honor no es ley
Ni caballerosa fama
Con desaguisado al rey
Complacer a alguna dama.»

-«¡Harto ingrato fui a su amor
Con desaire y con desdén!
¡Fuérale tal vez mejor
Amar a quien ama bien!

»Que ella me calzó la espuela
Y adornando mi persona,
Diome el casco y la rodela
Y ciñóme mi tizona.

»Si las lides me llamaban
Las lágrimas le salían
Y del corazón manaban,
Que la faz le escandecían.

»Puesta la rodilla en tierra
Pedía gimiendo a Dios
Que si yo finaba en guerra
Que finásemos los dos.

»Y facía su oración
Con suspiros y con lloros
Guardando mi corazón
De las lanzas de los moros.

»No esperaba tanta pena
Ni mereció por castigo
Que los brazos de Jimena
Le robasen a Rodrigo.»

«Non curedes vos del duelo
Que hagan melindrosas dueñas;
Curad de allanar el suelo
Que no acata mis enseñas.

»Curad que vuesa loriga,
Que nunca pudo bollar
Flecha ni lanza enemiga
En combate singular,

»De su temple tan seguro
No venga a desmerecer
De Zamora bajo el muro
Por lágrimas de mujer.»

-«Vos sabréis que no falsea
Los temples de mi armadura
Ni el bote de la pelea
Ni el ruego de la hermosura.

»Me es ingrata tal misión,
Pero tanto me afincáis
Que, infiel a mi corazón,
Cumpliré lo que mandáis.»

Calló el Cid que reprimía
Con suspiros el afán,
Pues al rostro le salía
Todo el interior volcán.

Veloz como el pensamiento
Para Zamora partió
Y cuando al altivo asiento
De sus murallas llegó

De su corcel los ardores
Enfrenó y la furia inquieta
Rogando a los defensores
No tirasen de saeta;

Que venía de embajada,
No de guerra ni de engaño,
Y entonces se le dio entrada
Sin que recibiera daño.


2

Por la muerte tan sentida
De su padre don Fernando
De negro monjil vestida,
Negro estrado está ocupando

Doña Urraca, cuyos ojos
Son dos piras de dolor
A los fúnebres despojos
De su Rey y su señor.

A su lado con respeto
Arias Gonzalo se ve,
Caballero muy discreto,
Sin par en virtud y fe,

Previsor y derechero,
De sano consejo y brío,
Que a nadie quebranta fuero
Ni traspasa señorío.

Al estrado se adelanta
El de Vibar con mesura
Y apenas lo ve la Infanta
Cuando a limpiar se apresura

Con un finísimo holán
Las lágrimas indiscretas
Que por sus mejillas van
A decir cosas secretas.

Dala el Cid salutación
Y a don Arias juntamente
Y expone su comisión
Añadiendo reverente:

-«Porque yo a mi Rey venero,
Vine con mensaje tal;
Las cartas y el mandadero
Libres son de sufrir mal.»

Atenta escuchó la Infanta
Y la voz casi añudada
Desató de su garganta
Respondiendo a la embajada:

-«Mezquina de mí... ¿qué haré
Si al rigor de tantos males
En mi sangre no hallo fe
Ni piedad en los mortales?

»¡Rey don Sancho! ¿Qué decoro
Te has podido prometer
De dejar en paz al moro
Por dar guerra a una mujer?

»¡Rey don Sancho! ¿Qué laureles
Busca tu furor insano?
¿Que escarnezcan los infieles
Los dolores del cristiano?

»¿Que en Toledo Alimaymón
Tenga zambras y festines
Porque nuestra destrucción
Le conserva los confines?

»Parar mientes te cumplía
Que en negra ambición no hay prez,
Que usurpar es tiranía,
Que Dios ha de ser tu juez.

»Padeciendo mil destierros
Alfonso entre infieles mora
Y a García pones hierro
Y me pides a Zamora.

»¡Cuitada de mí! ¿qué haré?
¿Quién me salva, quién me abona,
Si Rodrigo, a quien amé,
Me desprecia y abandona?

»No esperaba yo tal pago
De la vuestra cortesía
Cuando sin dolor aciago
Gocé vuestra compañía.

»Yo vuestro dormir guardaba,
Vuestro amor fue mi contento,
La vida que respiraba
Recibí de vuestro aliento;

»Vuestro tálamo quería,
Feliz me juzgué entre todas
Y era un cielo de alegría
La esperanza de mis bodas.

»Mas caí del grato Edén
De tanto favor y gloria
En infierno del desdén
Con mi engaño en la memoria.»

-«Señora, respondió el Cid,
Como bueno sirvo al Rey
En las paces y en la lid,
Que ésta siempre fue mi ley.

»La respuesta me dictad
Cual os aplazca mejor
Y a otros tiempos reservad
Querellas de vuestro amor.»

Don Arias alzóse entonces
Al ver de la Infanta el duelo
Que ablandaba duros bronces
Y contestó en su consuelo:

-«La triste experiencia enseña
Sin misterio y sin arcano
Que aquel que nos cerca en peña
no nos quiere dar lo llano.

»Le diréis al que os mandó
Que hay valientes en Zamora
Que responden con un no
Defendiendo a su señora,

»Y que anhelan la ocasión
De dar de su fe probanza
Con sangre del corazón
Uno a uno lanza a lanza;

»Que si piensa intimidallos
Con un cerco grave y lento
Tienen mulos y caballos
Que les sirvan de alimento

»Y antes que entregar los muros
Con mengua de sus deberes
Contra sus entrañas duros
Comerán a sus mujeres;

»Que doña Urraca desdeña
Todo cambio con su hermano,
Que aquel que la cerca en peña
Mal querrá darla lo llano.»

Mal pagado y satisfecho
Despidióse el Campeador
Partiendo a contar el fecho
A don Sancho su señor.

Sañudo el Rey le escuchaba
Cuando el caso refería;
De corazón le pesaba
Tan triste mensajería

Y exclamó: «Mal me pagasteis,
Que vos amáis a mi hermana
Pues con ella vos criasteis
Y a lo que queréis se allana.

»Vos la aconsejasteis mal;
Debo castigaros, Cid;
Yo no puedo facer al;
De mi reino vos salid.»

El Campo dejó Rodrigo
Respirando enojos fieros
Y al partir llevó consigo
Mi doscientos caballeros

Que tenía por vasallos
Y eran siempre los mejores
Por sus lanzas y caballos,
Ardidos y lidiadores.

Al campo nunca volviera
Si don Sancho, arrepentido
Por el daño que temiera
De aquel león ofendido,

Su amistad y compañía
con sus cartas no pidiese
Haciendo la pleitesía
Que más al Cid le pluguiese.


3

En la hueste sitiadora
Pregónase que aguisados
Para dar contra Zamora
Estén todos los soldados.

Lo combaten reciamente
Por tres noches y tres días;
No hay ardid que no se invente,
Se renuevan las porfías.

Las cavas ya quedan llanas,
De cadáveres cubiertas,
Desploman las barbacanas,
Tiemblan las ferradas puertas

Y doblando crudamente
Sus intrépidos ardores
Se fieren a manteniente
Sitiados y sitiadores.

Tintas de sangre a fondón
Corren las aguas del Duero,
Que no hay golpe sin lesión
Ni amago sin golpe fiero.

Viendo el Rey la lid osada
Y pérdida lastimera
De su gente maltratada,
Mandó se quitase afuera.

A Zamora en derredor
puso cerco, pues creía
Que si no cedió al valor
Por hambre la ganaría.


4

De la ciudad sale huyendo
Un hombre traidor y malo
Y le vienen persiguiendo
Los hijos de don Gonzalo;

Que su padre denostó
Mancillando su lealtad
Que al sol que la iluminó
Disputa su claridad.

Vellido Dolfos se llama
Y al Rey se acoge por fin,
sus manos besa y exclama
Como falsario y malsín:

-»Señor, yo dije al concejo
Que os diese la fortaleza:
Don Arias, astuto viejo,
Se me opuso con fiereza

»Y sus hijos me mataran,
Que tras mí vinieron dos,
Si en la fuga me alcanzaran
Antes de acogerme a vos.

»Recibid si anheláis prez
Al que protección implora,
Que yo os mostraré tal vez
Cómo hayades a Zamora.»

El Rey se le mostró grato
colmándole de bondades
Y fabló con él gran rato
De todas sus poridades.

Solos los dos cabalgaron
Al lucir la nueva aurora
Y sus cavas registraron
Y dieron vuelta a Zamora.

Con disfraz de buen amigo
El mayor de los villanos
Mostró a don Sancho el postigo
Que llaman de los Cambranos.

Dijo que al llegar la noche,
Con algunos caballeros
Muy fieles y sin reproche
Armados con sus aceros

Por aquel postigo estrecho
Que abierto siempre dejaban
Entraría satisfecho,
Pues los que de guardia estaban

De hambre y laceria morían
Y al choque sin hacer frente
Las puertas les cederían
Para recibir la gente

Por la ribera del Duero
Don Sancho se asolazaba,
Bajó del corcel ligero
Y un venablo que llevaba

A Dolfos lo quiso dar,
Pues se apartó por facer
Lo que no puede excusar
Ningún hombre ni mujer.

Y Vellido, que lo vio
Sin defensa en guisa tal,
El venablo le arrojó
Con furia tan infernal

Que las espaldas llagando
Con honda y cruel herida
Pasó el tronco y fue buscando
Por los pechos la salida.

El traidor riendas volvió
Con las atrevidas manos
Y al postigo cabalgó
Que llaman de los Cambranos.

Viéndolo escapar el Cid
Sospechó su alevosía:
Temió algún infausto ardid
Contra el Rey a quien servía

Y su caballo pidió,
Pidió lanza y se la dan;
Mas la espuela no calzó
Con la prisa y el afán.

Alongósele el traidor
Aguijando su corcel
Y exclamó el Campeador
Con ansia y dolor crüel:

«Este día es el primero
Que dejó de estar en vela;
¡Maldito es el caballero
Que cabalga sin espuela!»


5

¡Río Duero! Tú murmuras,
Tus aguas van acrecidas,
Tus flores bellas y puras
Están mustias y caídas.

Ya mezclaste en tu raudal
Sangre que vertió el valor
Y hoy recibe tu cristal
Las lágrimas del dolor.

Hoy lloran los castellanos
De su Rey la infausta suerte
Culpando a los zamoranos
De tan alevosa muerte.

Tus aguas turbias se ven:
Das murmullo lastimero,
Que tal vez lloras también,
Río Duero, río Duero.

De Zamora al pie del muro
Don Diego Ordóñez de Lara
Después que pidió seguro
Adargándose la cara

Dijo a Gonzalo y sus hijos
Que en las almenas estaban
Y que con los ojos fijos
Muy atentos le observaban:

-«Los de Castilla han perdido
A su Rey y su señor:
Matóle Dolfos Vellido,
Matóle como traidor

»Y en la villa le acogisteis
Y a Dios pongo por testigo
Que traidores también fuisteis
Y por ende vos lo digo;

»Que de traición sabéis
Y traición consentís
Y al traidor que conocéis
En los muertos encubrís.

»Por tan gran maldad y tuerto
Yo riepto a los de Zamora
Tanto al vivo como al muerto
Y al que ha de nacer agora.

»Riepto a cuantos ahí fueren
De toda edad y destino,
Riepto el agua que bebieren,
Riéptoles el pan y el vino.

»Y si alguno se opusiere
Negando mi razonar
Cómo y cuando le pluguiere
Se lo tengo de lidiar.»

Don Arias le respondió:
-«No hubiera de ser nacido
Si cual tú dices soy yo;
Mas no rieptas de entendido,

»Pues no han culpa los pequeños
De lo que los grandes hacen
Ni los muertos en sus sueños
Ni aquellos que agora nacen.

»Que mientes yo te lo digo
Y miente quien te apoyare
Y yo lidiaré contigo
O te daré quien lidiare.»

Esto dijo el buen anciano
Y a la lid se preparaba,
Que aunque su cabello cano
Su cabeza plateaba,

De molesta senectud
Non curó las graves penas
Y el fuego de juventud
Se encendió en heladas venas.

Juan Arolas

20 de julio de 2011

RIO GRANDE DE LOIZA



¡Río Grande de Loíza!... Alárgate en mi espíritu
y deja que mi alma se pierda en tus riachuelos,
para buscar la fuente que te robó de niño
y en un ímpetu loco te devolvió al sendero.

Enróscate en mis labios y deja que te beba,
para sentirte mío por un breve momento,
y esconderte del mundo, y en ti mismo esconderte,
y oír voces de asombro, en la boca del viento.

Apéate un instante del lomo de la tierra,
y busca de mis ansias el íntimo secreto;
confúndeme en el vuelo de mi ave fantasía,
y déjame una rosa de agua en mis ensueños.

¡Río Grande de Loíza!.. Mi manantial, mi río,
desde que alzóse al mundo el pétalo materno;
contigo se bajaron desde las rudas cuestas
a buscar nuevos surcos, mis pálidos anhelos;
y mi niñez fue toda un poema en el río,
y un río en el poema de mis primeros sueños.

Llegó la adolescencia. Me sorprendió la vida
prendida en lo más ancho de tu viajar eterno;
y fui tuya mil veces, y en un bello romance
me despertaste el alma y me besaste el cuerpo.

¿Adónde te llevaste las aguas que bañaron
mis formas, en espiga del sol recién abierto?
¡Quién sabe en qué remoto país mediterráneo
algún fauno en la playa me estará poseyendo!

¡Quién sabe en qué aguacero de qué tierra lejana
me estaré derramando para abrir surcos nuevos;
o si acaso, cansada de morder corazones,
me estaré congelando en cristales de hielo!

¡Río Grande de Loíza! Azul, Moreno, Rojo.
Espejo azul, caído pedazo azul del cielo;
desnuda carne blanca que se te vuelve negra
cada vez que la noche se te mete en el lecho;
roja franja de sangre, cuando baja la lluvia
a torrentes su barro te vomitan los cerros.

Río hombre, pero hombre con pureza de río,
porque das tu azul alma cuando das tu azul beso.
Muy señor río mío. Río hombre. Único hombre
que ha besado en mi alma al besar en mi cuerpo.

¡Río Grande de Loíza!... Río grande. Llanto grande.
El más grande de todos nuestros llantos isleños,
si no fuera más grande el que de mi se sale
por los ojos del alma para mi esclavo pueblo.

Julia de Burgos

19 de julio de 2011

LA FUNCION DE VACAS


Grande alboroto, mucha confusión,
voces de «Vaya» y «Venga el boletín»,
gran prisa por sentarse en un tablón,
mucho soldado sobre su rocín;
ya se empieza el magnífico pregón,
ya hace señal Simón con el clarín,
el pregonero grita: «Manda el Rey»,
todo para anunciar que sale un buey.

Luego el toro feroz sale corriendo
(pienso que más de miedo que de ira);
todo el mundo al mirarle tan tremendo,
ligero hacia las vallas se retira;
párase en medio el buey, y yo comprendo
del ceño con que a todas partes mira
que iba diciendo en sí el animal manso:
«Por fin, aquí me matan y descanso.»

Sale luego a echar plantas a la plaza
un jaque presumido de ligero;
zafio, torpe, soez, y con más traza
de mozo de cordel que de torero;
vase acercando al toro con cachaza;
mas no bien llega a ver que el bruto fiero
parte tras él furioso como un diablo,
vuelve la espalda y dice: «Guarda, Pablo.»

Síguese a tan gloriosa maravilla
un general aplauso de la gente;
uno le grita: «Corre, que te pilla»;
otro le dice: «Bárbaro, detente.»
Y al escuchar lo que el concurso chilla,
iba diciendo el corredor valiente:
«¿Para qué os quiero, pies? dadme socorro.
¿No es corrida de bestias? Pues yo corro.»

A las primeras vueltas ya se halla
el toro solo en medio de la arena;
por no saber qué hacerse, va a la valla,
a ver si en algún tonto el cuerno estrena;
mas desde allí la tímida canalla,
que estando en salvo de valor se llena,
al pobre buey ablandan el cogote,
unos con pincho, y otros con garrote.

En esto, con su capa colorada
sale a la plaza un malcarado pillo;
puesto en jarras, la vista atravesada,
y escupiendo al través por el colmillo,
dice con una voz agacharada:
«Echen, échenme acá el animalillo»;
mas viene el buey; él piensa que le atrapa;
quiere echarle la capa, pero escapa.

Hecha al fin la señal de retirada,
que en otras partes suele ser de entierro,
pues muere el animal de una estocada
o a las furiosas presas de algún perro,
sale el manso y pastor de la vacada,
y al reclamo del áspero cencerro,
la plaza al punto el buey desembaraza,
quedando otros más bueyes en la plaza.

Juan Bautista Arraiza

18 de julio de 2011

SI DULCEMENTE


Si dulcemente por tu cabeza pasaban
las olas del que se tiró al mar.
¿Qué pasa con los hermanitos que entierraron?
¿Hojitas les crecen de los dedos?
arbolitos
Otoños que los deshojan como mudos?
en silenciolos hermanitos hablan de la vez
que estuvieron a dostres dedos de la muerte
sonrien recordando
aquel alivio sienten todavía
como si no hubieran morido
como si Paco brillara y Rodolfo mirase
toda la olvidadera que solía arrastrar
colgándole del hombro
o Haroldo hurgando su amargura
siempre
sacase el as de espadas
puso su boca contra el viento
aspiró vid
vidas
con sus ojos miró la terrible
pero ahora están hablando de
cuando operaron con suerte
nadie mató
nadie fue muerto
el enemigo
fue burlado y un poco
de la humillación general
se rescató
con corajes
con sueños
tendidos
en todo eso los compañeros
mudos
deshuesándose en la noche de enero
quietos por fin
solísimos
sin besos

Juan Gelman

17 de julio de 2011

¿EN QUE PIENSAS?


Dime: cuando en la noche taciturna,
la frente escondes en tu mano blanca,
y oyes la triste voz de la nocturna
brisa que el polen de la flor arranca;

cuando se fijan tus brillantes ojos
en la plomiza clámide del cielo...
y mustia asoma entre tus labios rojos
una sonrisa fría como el hielo;

cuando en el marco gris de tu ventana
lánguida apoyas tu cabeza rubia...
y miras con tristeza en la cercana
calle, rodar las gotas de la lluvia;

dime: cuando en la noche te despiertas
y hundes el codo en la almohada y lloras...
y abres entre las sombras las inciertas
pupilas como el sol abrasadoras;

¿en qué piensas? ¿en qué? ¡pobre ángel mío!
Piensas en nuestro amor despedazado
ya, como el junco al ímpetu bravío
del torrente que salta desbordado?

¿Piensas tal vez en las azules tardes
en que a la luz de tu mirada ardiente,
mis ojos indecisos y cobardes
posáronse en el mármol de tu frente?

¿O piensas en la hojosa enredadera
bajo la cual un tiempo te veía
peinar tu ensortijada cabellera,
al abrirse los párpados del día?

¡Quién sabe!... no lo sé, pero imagino
que en esas horas de aparente calma,
percibes mucha sombra en tu camino,
¡sientes muchas tristezas en el alma!

Mas... otro amante extinguirá tu frío,
yo sé que tu pesar no será eterno;
mañana vivirás en pleno estío...
y yo, con mi dolor... ¡en pleno invierno!

Julio Flores

16 de julio de 2011

NO ANDES ERRANTE.......


No andes errante...
y busca tu camino.
-Dejadme-.
Ya vendrá un viento fuerte
que me lleve a mi sitio.

Leon Felipe

15 de julio de 2011

AL CUIDADO DE LA MEMORIA DEL AMOR


Mientras que bebe el regalado aliento
de tu divina boca, ¡oh Laura mía!;
mientras asiste al Sol que roba al día,
por más hermosa luz, luz y contento,

tu dueño; o ya repose -¡oh blando asiento!-
su cuello en ése que a la nieve fría
prestar color, prestar beldad podría,
¡vuelve, si no la vista el pensamiento!

¡Ay, si acaso, ay de mí, lucha amorosa
la lengua oprime! ¡Oh bien dichoso amante,
si no más, si oprimiere desdeñosa!

No olvides a tu ausente, a tu constante:
que es ave el pensamiento, ¡oh Laura hermosa!
y llegará a tu Fabio en un instante.

Luis Carrillo de Sotomayor

14 de julio de 2011

DUEÑA DE LA NEGRA TOCA


Dueña de la negra toca,
la del morado monjil,
por un beso de tu boca
diera a Granada Boabdil.

Diera la lanza mejor
del Zenete más bizarro,
y con su fresco verdor
toda una orilla del Darro.

Diera la fiesta de toros
y, si fueran en sus manos,
con la zambra de los moros
el valor de los cristianos.

Diera alfombras orientales,
y armaduras y pebetes,
y diera... ¡que tanto vales!,
hasta cuarenta jinetes.

Porque tus ojos son bellos,
porque la luz de la aurora
sube al Oriente desde ellos,
y el mundo su lumbre dora.

Tus labios son un rubí,
partido por gala en dos...
Le arrancaron para ti
de la corona de Dios.

De tus labios, la sonrisa,
la paz de tu lengua mana...
leve, aérea, como brisa
de purpurina mañana.

¡Oh, qué hermosa nazarena
para un harén oriental,
suelta la negra melena
sobre el cuello de cristal,
en lecho de terciopelo,
entre una nube de aroma,
y envuelta en el blanco velo
de las hijas de Mahoma!

Ven a Córdoba, cristiana,
sultana serás allí,
y el sultán será, ¡oh sultana!,
un esclavo para ti.

Te dará tanta riqueza,
tanta gala tunecina,
que ha de juzgar tu belleza
para pagarle, mezquina.

Dueña de la negra toca,
por un beso de tu boca
diera un reino Boabdil;
y yo por ello, cristiana,
te diera de buena gana
mil cielos, si fueran mil.

Jose Zorrilla

12 de julio de 2011

LO INEFABLE


Yo muero extrañamente... No me mata la Vida,
no me mata la Muerte, no me mata el Amor;
muero de un pensamiento mudo como una herida.
¿No habéis sentido nunca el extraño dolor

de un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida
devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?
¿Nunca llevasteis dentro una estrella dormida
que os abrasaba enteros y no daba fulgor...?

¡Cumbre de los Martirios...! ¡Llevar eternamente,
desgarradora y árida, la trágica simiente
clavada en las entrañas como un diente feroz...!

Pero arrancarla un día en una flor que abriera
milagrosa, inviolable... ¡Ah, más grande no fuera
tener entre las manos la cabeza de Dios!

Delmira Agustini

11 de julio de 2011

EL OSO Y EL LOBO


En la cristalina fuente
Que tan pura el agua lleva
En su rápida corriente,
Y se llama río Deva
Cuando llega al mar potente.

Y de Julio caluroso
Como a las doce del día,
Llegó a beber presuroso
De un lobo en la compañía
Grande y corpulento un oso.

El aura suave y pura,
la pradera florida,
la fuente que murmura,
Todo a descansar convida
Y paz ofrece y ventura.

Sentáronse a descansar
El lobo y el oso juntos
No viendo a nadie llegar,
Y después de otros asuntos
Pónense de éste a tratar:

«Ya me acerco a la vejez,
Dijo el lobo y por más traza
Que en ello pongo, ¡pardiez!,
Cada día hay menos caza
Y más hambre cada vez.

Pasan del Abril las flores,
Pasan las nieves de Enero
Sin que en estos alredores
Logre atrapar un cordero
A los malditos pastores.»

«Te está muy bien empleado,
Respondióle grave el oso ,
¿Por qué, del hambre acosado,
no has de tragar, melindroso,
De yerba un solo bocado?

¿Por qué no comes manzanas
Ni peras, ni moscatel,
Que de nombrarle entro en ganas,
Ni maíz, ni rica miel,
ni cerezas, ni avellanas?

¿Tiene de razón asomo
Tu carnicera manía?
Come de todo, cual como,
Que si no, por vida mía,
Flaco has de tener el lomo.

Si acaso de hambre te mueres
De mi cariño leal
Ni el menor auxilio esperes;
No es lo que te pasa un mal
Sino porque tú lo quieres».

Mas el lobo replicó:
«Si comer frutas no puedo.»
«Pues qué, ¿no las como yo?
No auxiliaré, no haya miedo,
al que la razón no oyó.»

Así hallamos en la vida
Moralistas como el oso
Que intentan, cosa es sabida,
Con aire majestuoso
Cortarnos a su medida.

Poco es que la humanidad
Contra sus dogmas arguya;
No hay otra felicidad
Ni otra razón que la suya,
Ni tampoco otra verdad.

Si de un pecho dolorido
No comprenden la amargura
Exclaman: ¡dolor fingido!
Y es necedad o locura
La pasión que no han sentido.

Por no sé qué facultad
Del mundo se juzgan dueños,
Y su grave necedad
creced, dice a los pequeños,
y a los grandes, acortad.

Años hace que le oí
Decir como regla a un viejo
Y la guardé para mí,
Que el sabio al dar un consejo
Se acuerda poco de sí.

Concepción Arenal

9 de julio de 2011

LLUVIA


La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.

Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante.

Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
y en el alma tristeza de lo que no se sabe.

La nostalgia terrible de una vida perdida,
el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un mañana imposible
con la inquietud cercana del color de la carne.

El amor se despierta en el gris de su ritmo,
nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre,
pero nuestro optimismo se convierte en tristeza
al contemplar las gotas muertas en los cristales.

Y son las gotas: ojos de infinito que miran
al infinito blanco que les sirvió de madre.
Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
y le dejan divinas heridas de diamante.

Son poetas del agua que han visto y que meditan
lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.

¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos,
lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre las cosas caes!

¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas
almas de fuentes claras y humildes manantiales!
Cuando sobre los campos desciendes lentamente
las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.

El canto primitivo que dices al silencio
y la historia sonora que cuentas al ramaje
los comenta llorando mi corazón desierto
en un negro y profundo pentágrama sin clave.

Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a contemplarte.

¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
y eres sobre el piano dulzura emocionante;
das al alma las mismas nieblas y resonancias
que pones en el alma dormida del paisaje!.

Federico Garcia Lorca

6 de julio de 2011

LA RUEDA DEL HAMBRIENTO


Por entre mis propios dientes salgo humeando,
dando voces, pujando,
bajándome los pantalones...
Váca mi estómago, váca mi yeyuno,
la miseria me saca por entre mis propios dientes,
cogido con un palito por el puño de la camisa.

Una piedra en que sentarme
¿no habrá ahora para mí?
Aún aquella piedra en que tropieza la mujer que ha dado a luz,
la madre del cordero, la causa, la raíz,
¿ésa no habrá ahora para mí?
¡Siquiera aquella otra,
que ha pasado agachándose por mi alma!
Siquiera
la calcárida o la mala (humilde océano)
o la que ya no sirve ni para ser tirada contra el hombre
ésa dádmela ahora para mí!

Siquiera la que hallaren atravesada y sola en un insulto,
ésa dádmela ahora para mí!
Siquiera la torcida y coronada, en que resuena
solamente una vez el andar de las rectas conciencias,
o, al menos, esa otra, que arrojada en digna curva,
va a caer por sí misma,
en profesión de entraña verdadera,
¡ésa dádmela ahora para mí!

Un pedazo de pan, tampoco habrá para mí?
Ya no más he de ser lo que siempre he de ser,
pero dadme
una piedra en que sentarme,
pero dadme,
por favor, un pedazo de pan en que sentarme,
pero dadme
en español
algo, en fin, de beber, de comer, de vivir, de reposarse
y después me iré...
Halló una extraña forma, está muy rota
y sucia mi camisa
y ya no tengo nada, esto es horrendo.

Cesar Vallejo

3 de julio de 2011

POR TIERRAS DE SOL Y SANGRE


I

Buscando en la inquietud de los viajes
consuelo a este dolor que me domina
crucé ciudades y admiré paisajes
en un vuelo fugaz de golondrina.

Y sus ojos oscuros y febriles,
siempre a mi lado, contemplaron fieles
mis nostalgias en los ferrocarriles
y mis noches de insomnio en los hoteles.

Siempre en mis ojos con amor clavados
me hablaban de otros mundos ignorados
dando a las cosas su melancolía....

La tierra fue como una tumba abierta
y, ¡cómo no!, si el alma la vela
a través de los ojos de una muerta.

II

En férreas contracciones de serpiente
ondula el tren por la campiña verde;
cruza en nervioso trepidar un puente
y en la sombra de un gran túnel se pierde.

Surge a la gloria de la luz dorada
de la tarde, silbando, entre el ramaje,
y de nuevo se alegra la mirada
con la fresca belleza del paisaje.

En un bosque fragante de naranja
chispean los cristales de una granja,
cuyo blancor refléjase en la ría...

Se pierde nuestro sueño en la floresta...
-Ella, y una casita como ésta...
¡Bien poco era, Señor, lo que pedía!

III

Frescura matutina del paisaje...
Verdores temblorosos del rocío...
A veces bajo el túnel del ramaje
brilla al sol la serpiente azul del río...

Hay olor de vendimia en los parrales.
Un silencio de paz duerme en la aldea...
Sólo algún perro ladra en los umbrales
del viejo hogar madrugador que humea.

En la azul palidez de la mañana,
cerrada para siempre la ventana
de las nocturnas citas... ¡Con sus hojas

dosel la enredadera le tejía,
y su pálido rostro sonreía
entre un temblor de campanillas rojas!

IV
LAUJAR

Mientras la fuente su canción moruna
desgarra, y el azul su luz destella
sobre el jardín un rayo de la luna
la sombra dibujó de Aben-Humeya.

Entre el astral fulgor de la armadura
flotaban sobre su perfil estoico
harapos de la regia vestidura
como jirones de su sueño heroico.

- ¡Héroe!-le dije-.¡Nuestro afán fue vano!
¡Vino la muerte cuando ya tendida
a coger el laurel iba la mano!...

Igual estrella nos brindó la suerte,
pues si un amor te arrebató la vida,
¡también a mí otro amor me da la muerte!

V

El alba ciñe las primeras rosas
espejo de la mar bruñido,
y agranda las pupilas ojerosas
la expectación de lo desconocido.

El sol disipa el matinal celaje,
y los brazos se tienden doloridos,
ansiosos de acabar nuestro viaje
entre otros brazos al amor tendidos.

¡Zarpamos otra vez! En la borrosa
tarde se esfuma hasta el lejano monte...
La playa se va a hundir...Ahora, ¡quién sabe

en qué isla desierta y fabulosa
sus ojos sondearán el horizonte
esperando el arribo de mi nave!

VI
ALMERÍA

En el espejo de tu mar tranquila
la mole secular de la Alcazaba,
como en el fondo azul de una pupila,
su morisca silueta recortaba.

En el áureo fluir del mediodía,
reclinada en mi seno su cabeza,
hinchaba el pecho y la pupila
abría para aspirar tu cálida belleza.

Y había besos y cánticos y risas
en su boca, en mi boca y en tus brisas...
Pasó el ensueño de la juventud...

Y, enlutado y sin fe, surco tus olas
en negra barca, con mi pena a solas,
¡igual que un muerto sobrre un ataúd!

VII
GRANADA

Bajo el sopor canicular se enerva
la calle tortuosa de misterio,
donde, amarilla y fláccida, la yerba
crece como en un viejo cementerio.

El sol ciega... Las puertas entornadas
esperan algo que vendrá seguro,
ahogando en el silencio sus pisadas
y arrastrando su sombra sobre el muro.

La oscuridad de pobres interiores
acuchillan de luz los resplandores
de familiares cobres, y en el fondo

la vaga y verde claridad del huerto...
¡Reina un silencio tan pesado y hondo
como si todo se encontrase muerto!

VIII
EL ALBAICÍN

Con pereza oriental, en la colina dormita,
ebrio de sol, el Albaicín.
Torcida higuera su ramaje inclina
entre rojos tapiales de un jardín.

Una acritud de fruta ya madura
y podrida trasciende del vergel,
mientras el fuego de la calentura
va esculpiendo las venas en la piel.

El arco de una arábiga cisterna
nos brinda el eco de su agua interna,
que nunca doró el sol, y la frescura

de su sombra antiquísima... ¡Y advierte
la carne en su pesada calentura
la fiebre de la vida y de la muerte!

IX
EL GENERALIFE

En las aristas de las altas cumbres
la última brasa de la tarde humea.
Un silencio de paz duerme en la aldea,
que eleva entre los huertos sus techumbres

Y al corazón aquieta una saudade
de beatitud, mientras Ia sombra oscura,
con su mudo oleaje de pavura,
la soledad de mi aposento invade.

Entre un fresco perfume de jazmines
-surtidor de cristal-se eleva una
voz, que es como la voz de los jardines,

donde la luna su fulgor destella...
¡Y el ruiseñor y el rayo de la luna
me hicieron sollozar, pensando en Ella!

X
CÓRDOBA

En el sopor circular dormita
el alma con sus épicas quimeras,
bajo los arcos de la gran Mezquita
como un viejo bosque de palmeras.

De pronto, el fasto antiguo resucita
con pompas de orientales primaveras.
Resplandecen los muros y palpita
el aire en un desfile de banderas.

Fulge bajo las niveas vestiduras
el oro de las finas armaduras...
Abro los ojos, pálido, y contemplo

la faz de un viejo Cristo ensangrentado,
-simbolo de mi vida-abandonado
en la medrosa oscuridad del templo.

Francisco Villaespesa

2 de julio de 2011

ROMANCE DEL HEROE


Oh, General don Esteban
honor y prez de la Historia,
canción de huayño serrano
que en los charangos retoña.

Tu nombre llegó a nosotros
cuajado en sangre de coplas
y floreció en la garganta
silvestre de las palomas.

Fue en esta tierra morena
donde las quenas sollozan
y el sol que dora las mieses
canta en las tiernas mazorcas,
donde tus manos forjaron
aquella hueste gloriosa
que socavó con sus huesos
los Fuertes de la Colonia.

Ríos de sangre brotaron
del corazón de las rocas,
y el fuego del exterminio
redujo a escombros las chozas.

Fue ruda y larga la guerra,
mas, la raigambre criolla,
medró en silencio de cruces
como las jarkas coposas;
y cada rama fue en brazo,
y cada brazo un patriota.

La Virgen de las Mercedes
perdió sus dedos de rosa,
por restañar las heridas
donde los sables se embotan,
y los caudillos del pueblo
fueron izados en la horca,
como banderas de triunfo
que en el arco iris tremolan.

El alba segó las mieses
con su guadaña de alondras,
sembrando polvo de luna
sobre la augusta memoria
de aquellos hombres bravíos
que armados de sus picotas,
cavaron el horizonte
para que alumbre la gloria.

¡Ay! General don Esteban,
flor de charango y paloma,
qué duros vientos soplaron
sobre esta tierra de auroras,
cuando los wauques bizarros
tiñeron en sangre roja,
la copa de los chilijchis
que incendia el sol de Viloma.

Pero jamás tu alma grande
se doblegó en la derrota,
y vencedor o vencido
fuiste el Quijote de Aroma
que acicateando a su potro
que ante el nevado resopla,
contra un molino de viento
trizó su lanza ilusoria.

Porque los hombres del Valle
hechos de arrullo y de roca,
son fieros como el torrente
que se desborda en las lomas,
y altivos como las cumbres
donde los cóndores moran.

Las nubes se disiparon
en un airón de gaviotas,
prendiendo un haz de leyenda
sobre las viejas casonas
de la romántica Villa
que las retinas asoma:
con sus balcones labrados
y sus callejas tortuosas;
donde creciste, Aguilucho
de la insurgencia criolla,
enmadejando horizontes
en tus pupilas indómitas.

Tu espada talló en los riscos
el Himno de la Victoria,
y urgidas de primavera
reflorecieron las lomas,
bajo el resuello del viento
que los capullos deshoja,
para enflorar el sendero
por donde marchan tus tropas.

Porque esta Patria que amamos
hecha de fuego y aurora,
nació a los senos frutales
de las mocitas criollas,
y es hija de esos guerreros
tiznados en sangre y pólvora.

La selva meció tu sueño
con el rumor de su fronda,
y destrenzó de crepúsculos
su cabellera olorosa,
sobre el fanal de luciérnagas
donde tus restos reposan.

El tiempo pasó descalzo
sin dejar musgo en tu fosa,
y es a través de los siglos
que se agiganta tu sombra,
sobre la América libre
que te bendice y te invoca,
como al más bravo Caudillo
de los que ilustra su Historia.

Oh, General Don Esteban,
espada de los patriotas,
valluno de pura sangre
tallado en fibras de roca,
tu imagen de alto relieve
quedó acuñada en la aurora,
y hoy como ayer, en el alba,
cantan campanas de gloria.

Javier del Granado

1 de julio de 2011

ASPERA TEXTURA DEL VIENTO



Nacida de la selva me tomaste
arisca yegua para estribos y albardas.

Durante muchas noches
nada se oyó
sino el chasquido del látigo
el rumor del forcejeo
las maldiciones
y el roce de los cuerpos
midiéndose la fuerza en el espacio.

Cabalgamos por días sin parar
desbocados corceles del amor
dando y quitando,
riendo y llorando
-el tiempo de la doma
el celo de los tigres-

No pudimos con la áspera textura de los vientos.
Nos rendimos ante el cansancio
a pocos metros de la pradera
donde hubiéramos realizado
todos nuestros encendidos sueños.

Gioconda Belli