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31 de mayo de 2021

EL ÁGUILA Y EL CUERVO


A Don Tomás de Iriarte 




 En mis versos, Iriarte,
 Ya no quiero más arte
 Que poner a los tuyos por modelo.
 A competir anhelo
 Con tu numen, que el sabio mundo admira, 
 Si me prestas tu lira,
 Aquélla en que tocaron dulcemente
 Música y Poesía juntamente.


 Esto no puede ser: ordena Apolo
 Que, digno sólo tú, la pulses solo.
 ¿Y, por qué sólo tú? Pues cuando menos,
 ¿No he de hacer versos fáciles, amenos, 
 Sin ambicioso ornato?
 ¿Gastas otro poético aparato?


 Si tú sobre el Parnaso te empinases,
 Y desde allí cantases: 
Risco tramonto de época altanera,
 «Góngora que te siga, te dijera; 
 Pero si vas marchando por el llano,
 Cantándonos en verso castellano 
Cosas claras, sencillas, naturales, 
 Y todas ellas tales,
 Que aun aquel que no entiende poesía
 Dice: Eso yo también me lo diría; 
¿Por qué no he de imitarte, y aun acaso
 Antes que tú trepar por el Parnaso? 


 No imploras las sirenas ni las musas, 
 Ni de númenes usas, 
Ni aun siquiera confías en Apolo.
 A la naturaleza imploras solo, 
Y ella, sabia, te dicta sus verdades. 
Yo te imito: no invoco a las deidades,
 Y por mejor consejo,
 Sea mi sacro numen cierto viejo,
Esopo digo. Díctame, machucho,
 Una de tus patrañas; que te escucho.
 

 Una Águila rapante, 
Con vista perspicaz, rápido vuelo, 
 Descendiendo veloz de junto al cielo,
 Arrebató un cordero en un instante. 


Quiere un Cuervo imitarla: de un carnero 
 En el vellón sus uñas hacen presa; 
Queda enredado entre la lana espesa, 
 Como pájaro en liga prisionero.
 

 Hacen de él los pastores vil juguete, 
 Para castigo de su intento necio. 
 Bien merece la burla y el desprecio 
 El Cuervo que a ser Águila se mete. 


El viejo me ha dictado esta patraña, y
Y astutamente así me desengaña. 
Esa facilidad, esa destreza,
 Con que arrebató el Águila su pieza, 
 Fue la que engañó al Cuervo, pues creía 
 Que otro tanto a lo menos él haría.


 Mas ¿qué logró? Servirme de escarmiento.
 ¡Ojalá que sirviese a más de ciento,
 Poetas de mal gusto inficionados, 
Y dijesen, cual yo, desengañados: 
 El Águila eres tú, divino Iriarte; 
Ya no pretendo más sino admirarte: 
 Sea tuyo el laurel, tuya la gloria, 
Y no sea yo el cuervo de la historia!


Felix Maria Samaniego