El hilo olvida,
pierde la memoria que le dicta la postura
de sus hilazas y se descompone.
No sabe cómo curvarse
para tener la forma del carrete.
El hilo se deshila y entra, indócil,
como traspasando el filo de un grueso cuchillo,
en la sabana densa,
en las guías de las hojas del guayabo,
en el tallo tranquilo
que se convierte en raíz sin subordinarse,
silencioso y tenaz hasta alcanzar la caña,
hasta ser la húmeda tierra.
Pero no es de ti de quien debo hablar
sino de la sorda persecución
que he proseguido hoy de mi oído a mi otro oído.
De oreja a oreja corro cuando llego más lejos.
La sorda persecución de la cólera.
Y tú duermes.
Descansas
simulando agitar con tu respiración el viento.
De oreja a oreja corro;
nada puede detener mi marcha;
nada la olvida.
Y no escucho la única palabra que podría detener
este silencio desflorado.
(Tú duermes.
Acaricias el borde de mi cuerpo,
simulando.)
De oreja a oreja.
Nada puede traspasar un silencio
que de oreja a oreja corre protegido
por el pabellón vegetal de su sordera.
Carmen Boullosa