¿Por qué me prometiste un día hermoso
y a viajar sin mi capa me obligaste,
si me dejaste sorprender por nubes
que en su bruma ocultaron tu destello?
No me basta que surjas de la niebla
y que la lluvia enjugues en mi rostro,
pues no ha de ponderar ninguno el bálsamo
que cicatriza pero no remedia.
Ni tu vergüenza a mi dolor aplaca,
ni tu remordimiento a lo perdido:
del ofensor la pena poco alivia
a quien la cruz soporta del agravio.
Pero tus lágrimas de amor son perlas
y su riqueza todo el mal rescata.
William Shakespeare