En tanto que caía mansamente,
díjome el chorro en el pilón derruido:
«Del jardín de tu dueño aquí he venido;
hoy canté mis canciones en su fuente.
El rumor celestial de mi corriente
cosas tan dulces murmuró en su oído,
que el dueño de tu amor, agradecido,
ha puesto en mí sus labios reverente…»
Dijo así en el pilón. El sol ardía,
eran de fuego sus fulgores rojos…
Y yo que en fiera sed me consumía,
al tazón me incliné y bebí, de hinojos,
ese beso que él puso en la onda fría,
y que nunca pondrá sobre mis ojos…
María Enriqueta Camarillo