Es hablar de la llanura
que se quiebra en la noche,
interminablemente oscura,
que se desborda al horizonte,
silenciosa y sin límite.
El círculo roto,
el murmullo que desatendido se multiplica,
se convierte en un ejército con mil frentes,
sonido inacabable, incomprensión inacabable
(es tu olor la firmeza única,
la única sobrevivencia del sabor del día)
Tengo abiertas las manos
para tocar la caída de agua oscura
que en múltiples texturas se desenmaraña.
He abierto conscientemente las manos:
nada me detiene, nada detengo.
En esta limpia fluidez tumultuosa
perdí el modo de jugar la ronda:
En este movimiento he dejado
el último resquicio virgen al movimiento,
el último e infinito resguardo.
Ya nada me distingue del mundo.
Sí, tú eres la firmeza única,
el momento cierto que me espera
a un lado de la noche para abordarme,
pero eres el único eco capaz de nombrar
lo que ejerce la oscuridad sobre la llanura.
Ya nada me distingue del mundo
porque nada detengo.
Pero (sopla lento el viento)
cada partícula de polvo,
cada gota de agua que viene en el viento,
un instante antes de entrar en mí se detiene.
Nada me distingue del mundo,
es cierto, pero nada me traspasa.
Todo, justo un instante antes de perforarme,
me señala, me sostiene, me demarca.
Carmen Boullosa