Viendo allí todavía la sonrisa
de aquel Cristo tan pálido yo estaba:
Y era apenas sonrisa la imprecisa
medialuna que el labio dibujaba,
la albura melancólica y sumisa
de los dientes, que un poco se dejaba
ver la boca entreabierta...
La camisa
de brocado violeta le tiraba
de los frágiles hombros.
Plata lisa
y oro rizado en el altar...
Flotaba
en el silencio el eco de una risa,
de un murmullo que el aire no acababa
de llevar, mientras lánguida y remisa
la gente entre los bancos desfilaba.
Hacía ya algún tiempo que la misa
había terminado y aun volaba
leve el incienso; el soplo de la brisa
deshojaba las rosas y apagaba
los cirios...
La gran puerta de cornisa
barroca lentamente se cerraba
como un plegar de alas...
Indecisa,
sobre la faz del Cristo agonizaba
la luz... Despacio, luego más aprisa,
se puso todo obscuro... No quedaba
más que el Cristo sonriendo en la repisa.
Y cuando el Cristo se borró... yo estaba
viendo allí todavía la sonrisa.
Dulce Maria Loynaz