Tiñe ya el Sol extraños horizontes;
el aura vaga en la arboleda umbría;
y piérdese en la sombra de los montes
la tibia luz del moribundo día.
Reina en el campo plácido sosiego,
se alza la niebla del callado río,
y a dar al prado fecundante riego,
cae, convertida en límpido rocío.
Es la hora grata de feliz reposo,
fiel precursora de la noche grave...
torna al hogar el labrador gozoso,
el ganado, al redil, al nido el ave.
Es la hora melancólica, indecisa,
en que pueblan los sueños los espacios,
y en los aires -con soplos de la brisa-
levantan sus fantásticos palacios.
En Occidente el Héspero aparece,
salpican perlas su zafíreo asiento
y -en tanto que apacible resplandece-
no sé qué halago al contemplarlo siento.
¡Lucero del amor! ¡Rayo argentado!
¡Claridad misteriosa! ¿Qué me quieres?
¿Tal vez un bello espíritu, encargado
de recoger nuestros suspiros, eres?...
¿De los recuerdos la dulzura triste
vienes a dar al alma por consuelo,
o la esperanza con su luz te viste
para engañar nuestro incesante anhelo?
¡Oh, tarde melancólica!, yo te amo
y a tus visiones lánguida me entrego...
Tu leda calma y tu frescor reclamo
para templar del corazón el fuego.
Quiero, apartada del bullicio loco,
respirar tus aromas halagüeños,
a par que en grata soledad evoco
las ilusiones de pasados sueños.
¡Oh! si animase el soplo omnipotente
estos que vagan húmedos vapores,
término dando a mi anhelar ferviente,
con objeto inmortal a mis amores...
¡Y tú, sin nombre en la terrestre vida,
bien ideal, objeto de mis votos,
que prometes al alma enardecida
goces divinos, para el mundo ignotos!
¿Me escuchas? ¿Dónde estás? ¿Por qué no puedo
-libre de la materia que me oprime-
a ti llegar, y aletargada quedo,
y opresa el alma en sus cadenas gime?
¡Cómo volara hendiendo las esferas
si aquí rompiese mis estrechos nudos,
cual esas nubes cándidas, ligeras,
del éter puro en los espacios mudos!
Mas ¿dónde vais? ¿Cuál es vuestro camino,
viajeras del celeste firmamento?...
¡Ah! ¡lo ignoráis!..., seguís vuestro destino
y al vario impulso obedecéis del viento.
¿Por qué yo, en tanto, con afán insano
quiero indagar la suerte que me espera?
¿Por qué del porvenir el alto arcano
mi mente ansiosa comprender quisiera?
Paternal Providencia puso el velo
que nuestra mente a descorrer no alcanza,
pero que le permite alzar el vuelo
por la inmensa región de la esperanza.
El crepúsculo huyó; las rojas huellas
borra la Luna en su esmaltado coche,
y un silencioso ejército de estrellas
sale a guardar el trono de la noche.
A ti te amo también, noche sombría;
amo tu Luna tibia y misteriosa,
más que a la luz con que comienza el día,
tiñendo el cielo de amaranto y rosa.
Cuando en tu grave soledad respiro,
cuando en el seno de tu paz profunda
tus luminares pálidos admiro,
un religioso afecto el alma inunda:
¡Que si el poder de Dios, y su hermosura,
revela el Sol en su fecunda llama,
de tu solemne calma la dulzura
su amor anuncia y su bondad proclama!
Gertrudis Gomez de Avellaneda