CafePoetas es un Blog sin animo de lucro donde se rinde homenaje a poetas de ayer, hoy y siempre.

31 de octubre de 2011

OH, TARDES ADORABLES


¡Oh, tardes adorables de aquel lejano estío!
¡Oh, siesta de mis sueños sobre su pecho en flor!
Venid rasgando brumas y sombras de mi olvido
a orar cabe el sepulcro de aquel perdido amor...

Orad en el divino lenguaje del silencio
por todos los ensueños de aquella casta edad,
doliente margarita que aquellos blancos dedos
acaso no recuerdan que deshojaron, ya...

¡Oh, tardes adorables de aquel lejano estío!
Volar de blancos besos en alas del idilio,
arrullos de las almas bajo el sereno azul...

Quiméricas visiones de mi universo efímero,
¡traed a los oscuros rincones de mi olvido
blancas reminiscencias de aromas y de luz!

Federico Bermúdez y Ortega

30 de octubre de 2011

EN LA DOLIENTE SOLEDAD DEL DOMINGO


Aquí estoy,
desnuda,
sobre las sábanas solitarias
de esta cama donde te deseo.

Veo mi cuerpo,
liso y rosado en el espejo,
mi cuerpo
que fue ávido territorio de tus besos,
este cuerpo lleno de recuerdos
de tu desbordada pasión
sobre el que peleaste sudorosas batallas
en largas noches de quejidos y risas
y ruidos de mis cuevas interiores.

Veo mis pechos
que acomodabas sonriendo
en la palma de tu mano,
que apretabas como pájaros pequeños
en tus jaulas de cinco barrotes,
mientras una flor se me encendía
y paraba su dura corola
contra tu carne dulce.

Veo mis piernas,
largas y lentas conocedoras de tus caricias,
que giraban rápidas y nerviosas sobre sus goznes
para abrirte el sendero de la perdición
hacia mi mismo centro
y la suave vegetación del monte
donde urdiste sordos combates
coronados de gozo,
anunciados por descargas de fusilerías
y truenos primitivos.

Me veo y no me estoy viendo,
es un espejo de vos el que se extiende doliente
sobre esta soledad de domingo,
un espejo rosado,
un molde hueco buscando su otro hemisferio.

Llueve copiosamente
sobre mi cara
y sólo pienso en tu lejano amor
mientras cobijo
con todas mis fuerzas,
la esperanza.

Gioconda Belli


26 de octubre de 2011

SI CULPA EL CONCEBIR


Si culpa el concebir, nacer tormento,
guerra vivir, la muerte fin humano;
si después de hombre, tierra y vil gusano,
y después de gusano, polvo y viento;

si viento nada, y nada el fundamento,
flor la hermosura, la ambición tirano,
la fama y gloria, pensamiento vano,
y vano en cuanto piensa el pensamiento,

¿quién anda en este mar para anegarse?
¿De qué sirve en quimeras consumirse,
ni pensar otra cosa que salvarse?

¿De qué sirve estimarse y preferirse,
buscar memoria habiendo de olvidarse,
y edificar habiendo de partirse?

Lope de Vega

24 de octubre de 2011

EL DUEÑO DE LA PARRA

(A Don Manuel, el verdadero dueño)




Si pudieras volver, si regresaras
con tu inclinado busto, con tu noble

mirada y tu manera silenciosa
de andar, y, ya despierto, vuelto al mundo

y al aire de la vida, ansiosamente
quisieras ver tu casa, tu familia,

la parra de tu patio, los amigos
de la ciudad que vio crecer tus hijos...

Y entonces comprendieras que en tres décadas
transcurrieron tres siglos: que tu casa

pasó a manos ajenas; que tu esposa
yace en otra ciudad bajo la tierra;

que tu hijo mayor es un anciano
desmemoriado y débil, más anciano

que tú cuando gozabas contemplando
su avance victorioso por la vida;

que tu parra famosa, que a tus patios
daba una larga sombra de cien metros,

sombra con su opulencia de racimos
reventones de miel cada verano;

que tu parra, tu orgullo, es un recuerdo
que sólo hoy vive en tu cabeza muerta;

que tus amigos -todos- los que antaño
en la esquina rosada de tu casa

se reunían sin falta a hablar del tiempo,
de las buenas cosechas y las malas;

que tus amigos, todos, bajo tierra,
en cenizosos ataúdes yacen:

Entonces, yo a tu lado acudiría,
te pondría una mano sobre el hombro,

y te diría solamente: -Vamos.
Tú y yo tenemos juntos un secreto:

todo ese mundo tuyo que hoy no existe.
Al no reconocerme porque tengo

marchito el rostro y los cabellos grises,
con voz muy baja te preguntaría:

-¿No recuerdas que tú me diste un día
toda tu parra y todos sus racimos?

Ella, en mis sueños, sigue siendo mía...

Hugo Rodriguez Alcala

22 de octubre de 2011

NOTA II


Ya que moría mañana
me moriré anteanoche
con un cuchillito fino
voy a cavar el 76
para limpiarle las raíces a Paco
las hojitas a Paco
clavado al suelo como una mula rota
gente que me quería ayudar
después le toca al 77
para encontrar los ojos de Rodolfo
como cielos terrestres
fríos fríos fríos
diseminados por ahí
mirada vacía ahora
va a haber que trabajar
limpiar huesitos que no hagan
negocio con la sombra
desapareciendo dejándose ir
a la tierra ponida sobre
los huesitos del corazón
compañeros denme valor
la sombra vuela alrededor
como un objeto en mi pieza
ni remedio que la pueda parar
ni corazón ni nada
ni la palabra nada
ni la palabra corazón
pañeros compañeros.

Juan Gelman

20 de octubre de 2011

RETRATO CON LA PRODIGIOSA BANDA


La prodigiosa banda en la glorieta
levanta de pronto el aire del año veinte
y sopla entre las cintas blancas
de la esbelta muchacha por la que no [pasa el tiempo.

Y taciturna, inmóvil, agradable, diferente,
con vagos y bellos ojos mira
la primavera de otro año
—lejano ya, lejano el año veinte.

No mires, no, mi cuarto, mira la glorieta,
no mires, no, la página vacía?
vuélvete al músico, a la brisa
moviendo el empolvado telón de los [laureles.

Por ti no pasa nunca el tiempo.

Eliseo Diego

19 de octubre de 2011

LA IGLESIA


En un beato silencio el recinto vegeta.
Las vírgenes de cera duermen en su decoro
de terciopelo lívido y de esmalte incoloro;
y San Gabriel se hastía de soplar la trompeta...

Sedienta, abre su boca de mármol la pileta.
Una vieja estornuda desde el altar al coro...
Y una legión de átomos sube un camino de oro
aéreo, que una escala de Jacob interpreta.

Inicia sus labores el ama reverente.
Para saber si anda de buenas San Vicente
con tímidos arrobos repica la alcancía...

Acá y allá maniobra después con un plumero,
mientras, por una puerta que da a la sacristía,
irrumpe la gloriosa turba del gallinero.

Julio Herrera y Reissig

18 de octubre de 2011

LA OREJA DE ÑICO EL LOCO






El Pobre de Ñico el loco
Es un infeliz idiota,
Que solamente se bota
Cuando lo cuquean un poco.
Ni le hace daño tampoco
A nadie ese desgraciado;
Pero como es alocado,
Donde la noche le coge,
En el suelo se recoge
Y allí duerme engurruñado.

Esa infeliz criatura
Cuando no está embriagado,
Se ocupa de hacer mandado
Y adquiere su valedura;
En la plaza de verdura
Allí gana sus cuartillas,
Cargando mesas y sillas,
Cajones y otras frioleras,
A unas cuantas canasteras
Que venden en las casillas.

Pues a ese desdichado
Sin dar motivos de queja,
Le mocharon una oreja
Sin duda agún condenado,
Que viéndolo allí acostado
Durmiendo en una cazada
La oreja le fué cortada
Por algún ser inhumano,
Que rio tiene de cristiano
Ni siquiera una pulgada.

El maldito criminal
Que a Ñico lo ha señalado
Dicen que mocho y bocado
Le puso como señal,
Como de crianza animal;
Y aunque no es de juicio sano,
El Ñico no es un marrano;
Es hijo de Dios lo mismo,
Por el agua del bautismo
Que tiene como cristiano.

El que cometió por cierto
Ese crimen tan horrendo,
Que se vaya previniendo
Con Dios que vive despierto,
Con su tribunal abierto
Y su ley siempre pareja:
Y como ese Dios no deja
Sin testigo al delincuente,
Que tengan eso presente
Los corta dores de oreja.

Estas coplas las publico
Para que el mundo lo sepa,
Que aquí se vive de chepa
Tanto el pobre como el rico.
Porque cuando el pobre Ñico
Que no debe culpas viejas,
Lo han dejado sin orejas
Si a esta tierra viene el Papa,
Como ya nadie se escapa
Le arrancan hasta las cejas.

Avenuncío, satanás!; toma la cruz,
perro mataluz! y líbrenos Dios de tanta
vagabundería. Sí, señor!
Santiago, 11 de Junio de 1904.

Juan Antonio Alix

17 de octubre de 2011

DEL LAVADERO


Es el patio angosto de la cuartearía;
es el corto espacio donde en formación
las mujeres lavan todo el santo día,
bajo la techumbre de una galería
que ni al agua escapa ni a la luz del sol.

Es la fiebre intensa del austero agosto;
el sol va a fundirse, trepando al cenit;
el jabón fermenta dentro el seno angosto
del balay añejo, cual lo hiciera el mosto
dentro de la cuba do sangró la vid.

¡Jóvenes mujeres, del deber esclavas,
cumplen afanosas con su gran deber,
y a pesar dcl astro que vomita lavas,
todas encorvadas, sumisas y bravas,
sudan, lavan, sudan, ¡qué vamos a hacer!

¡Es la ingente lucha por el cotidiano
blanco pan de trigo para el pobre hogar!
Goce de la blanda siesta el soberano
mientras ellas sudan bajo el meridiano
por la gran conquista del mísero pan!

Vestidas de andrajos, como pordioseras,
con trajes añejos que probando están
con las numerosas trizas volanderas,
flameantes al aire (como las banderas
cuando jironadas) que no pueden más;

Son las elegidas, las desheredadas;
¿qué otra cosa esperan del querer de Dios?
Por la noche rezan todo resignadas,
y si el gallo canta por las madrugadas
¡miran, las conformes, todas encorvadas,
que hace ya un momento fermentó el jabón!

Y el bregar comienza con los resplandores
del fulgor primero del orto del sol;
y haya malos días y haya días peores,
que por sobre penas, fiebres y dolores,
¡el pan no se ablanda si falta el sudor!

Y en el corto espacio de la cuartearía,
ni una sola frase de inconformidad:
risas y palabras llenas de alegría,
desde que con ellas se despierta el día,
hasta los comienzos de la oscuridad.

Rostros satisfechos, boca sonreída,
frentes inclinadas, ceño natural:
¡cuánta mansedumbre bajo tanta herida!
chistes, cantos, risas, himnos a la vida,
bajo tanta pena, bajo tanto mal.

Sus manos expertas, cuánta pieza fina
para las señoras lavan sin cesar;
enaguas de seda, rica muselina;
¡género elegante que llegó de China,
cuyo importe alcanza para un mes de pan!

Rica vestimenta de la gran señora
que derrocha perlas en superfluo ajuar,
que en el rico alcázar la virtud ignora;
y la mano esquiva de la lavadora
que el honor no ostenta sobre el anular.

Cuándo podrán ellas, las desheredadas,
adornar sus cuerpos con un lujo tal;
ellas que sumisas, todas encorvadas
cantan con el gallo por las madrugadas
y a sudar comienzan al primer cantar.

Tanta vida noble, tal virtud austera,
tanto buen ejemplo de resignación,
¿no tendrá su pago? Quiera que no quiera
que lo tenga, el cielo, cada lavandera ruega
sólo al cielo que haya un bravo Sol;

que al señor agrade su trabajo amigo,
que a la ropa blanca no haya que pedir;
lo demás, no importa....; ¡que haya pan y abrigo,
que no falte lumbre, que no falte trigo;
¡lumbre, para el rancho; pan, al chiquitín!...

Federico Bermúdez y Ortega

16 de octubre de 2011

INTIMA


Estás en mí, como latido ardiente,
en mis redes de nervios temblorosos,
en mis vetas de instintos borrascosos,
en los mares de insomnios de mi frente.

Estás fuera de mí, como corriente
de voces imprecisas, de sollozos,
de filos de secretos tenebrosos.
de roces de caricia inexistente.

Me cubres y me encubres, sin dejarme
un espacio de ser sin tu presencia
un átomo sin linfa de tu aliento.

Estás en mí, tocándote al tocarme,
y palpita la llama de tu esencia
hasta en la entraña de mi pensamiento.

Elias Nandino

15 de octubre de 2011

UNA VEZ


Soy mi padre y mi madre
soy mis hijos
y soy el mundo
soy la vida
y no soy nada
nadie
un pedazo animado
una visita
que no estuvo
que no estará después.

Estoy estando ahora
casi no sé más nada
como una vez estaban
otras cosas que fueron
como un cielo lejano
un mes
una semana
un día de verano
que otros días del mundo
disiparon.

Idea Vilariño

14 de octubre de 2011

COMO UN ALA FUGAZ


Hay algo en ti que nunca permanece
y fluye de tu alma como un río;
algo que te ilumina y te ensombrece,
algo resplandeciente, algo sombrío,

como un ala fugaz que te ennoblece
el placer, el dolor, el albedrío.
Algunas veces goza, otras padece
lo que hay en ti que nunca será mío.

Aquello que en el éxtasis nos llega,
lo que el dolor en lágrimas entrega,
lo que el amor entrega en poderío.

Lo que está más allá de todo goce:
que siempre en el amor me desconoce
aquello en ti que nunca será mío.

Dora Castellanos

13 de octubre de 2011

AL DESENGAÑO DE LA FIEREZA DEL AMOR


Cuando me vuelvo a mí, y el dulce engaño,
que en deleznables lazos busco y sigo,
conozco al alma, aunque tirano amigo,
por corto tengo el mal, por corto el daño.

Mas cuando no, con el dolor tamaño
que el alma abraza, querelloso digo:
«¡Ciega mi enfermedad, duro enemigo!
¡Oh Amor, tal eres en tu enojo extraño!»

Cruel estrella se entregó a mi suerte,
pues de ciegos recelos oprimida,
desconociendo el bien, el mal advierte.

Mas sólo alienta en mí tan honda herida,
el ver que el tiempo, si me da la muerte,
el mismo tiempo me ha de dar la vida.


Luis Carrillo de Sotomayor

12 de octubre de 2011

AROMA DE MIL FLORES



Tiembla la hojarasca a la espera del amante,
como tiembla el olmo en la tormenta
con cada embestida de viento;
tiembla impaciente pero de pie espera.

Como huracán doblega mi encendido follaje,
penetra, penetra con enormes raíces
la espesura de mi ansiosa tierra
sembrando gemas en el enigma de la noche.

Satisfecho
-hijo del viento- descansas.
Duermes entre aroma de mil flores
esperando que llegue el alba a despertarnos
con el eco de nuestras cálidas tormentas.

Lina Zeron

11 de octubre de 2011

VIDA


Entre mis manos cogí
un puñadito de tierra.
Soplaba el viento terrero.
La tierra volvió a la tierra.

Entre tus manos me tienes,
tierra soy.
El viento orea
tus dedos, largos de siglos.

Y el puñadito de arena
-grano a grano, grano a grano-
el gran viento se lo lleva.

Damaso Alonso

10 de octubre de 2011

EL AROMA


Flor dorada que entre espinas
tienes trono misterioso,
¡cuánto sueño delicioso
tú me inspiras a la vez!
En ti veo yo la imagen
de la hermosa que me hechiza,
y mi afecto tiraniza,
con halago y esquivez.

El espíritu oloroso
con que llenas el ambiente,
me penetra suavemente
como el fuego del amor;
y rendido a los encantos
de amoroso devaneo,
un instante apurar creo,
de sus labios el dulzor.

Si te pone ella en su seno,
que a las flores nunca esquiva,
o te mezcla pensativa
con el cándido azahar;
tu fragancia llega al alma
como bálsamo divino,
y yo entonces me imagino
ser dichoso con amar.

Esteban Echeverria

9 de octubre de 2011

LA BALADA DEL AMOR TARDIO


Amor que llegas tarde,
tráeme al menos la paz:
Amor de atardecer, ¿por qué extraviado
camino llegas a mi soledad?

Amor que me has buscado sin buscarte,
no sé qué vale más:
la palabra que vas a decirme
o la que yo no digo ya...

Amor... ¿No sientes frío? Soy la luna:
Tengo la muerte blanca y la verdad
lejana... -No me des tus rosas frescas;
soy grave para rosas. Dame el mar...

Amor que llegas tarde, no me viste
ayer cuando cantaba en el trigal...
Amor de mi silencio y mi cansancio,
hoy no me hagas llorar.

Dulce Maria Loynaz


8 de octubre de 2011

ENSEÑA A MORIR


ENSEÑA A MORIR ANTES Y QUE LA MAYOR PARTE
DE LA MUERTE ES LA VIDA Y ESTA NO SE SIENTE,
Y LA MENOR, QUE ES EL ÚLTIMO SUSPIRO,
ES LA QUE DA PENA.




Señor don Juan, pues con la fiebre apenas
se calienta la sangre desmayada,
y por la mucha edad, desabrigada,
tiembla, no pulsa, entre la arteria y venas;

pues que de nieve están las cumbres llenas,
la boca, de los años saqueada,
la vista, enferma, en noche sepultada,
y las potencias, de ejercicio ajenas,

salid a recibir la sepultura,
acariciad la tumba y monumento;
que morir vivo es última cordura.

La mayor parte de la muerte siento
que se pasa en contentos y locura,
y a la menor se guarda el sentimiento.

Francisco de Quevedo

7 de octubre de 2011

EL RESUCITADO




I

No, nunca fue lo oscuro tan oscuro.
Y está acostado pero no en su lecho.
Quiere moverse y se lo impide un muro.
Un muro en derredor, largo y estrecho.

Llama, y su voz resuena extrañamente,
sin que acudan su madre ni su hijo.
Y un súbito sudor hiela su frente,
Al palpar en su pecho un crucifijo.

No, no hay duda: Esa sombra que lo aterra
es sombra de ataúd bajo la tierra,
y no es soñando, porque está despierto.

Y lo aturde un pavor definitivo
Al comprender que se le dio por muerto
y al comprobar que fue enterrado vivo

II

Pero un día, al abrir la sepultura,
se sabría su muerte verdadera.
Si el ataúd mostrara la hendidura,
de un golpe de su mano en la madera.

Y al pensar de repente en el mañana,
piensa también enloquecidamente
en el espanto de la madre anciana
y en el horror del hijo adolescente.

Y allí, en la sombra, sin quejarse en vano
sin dar un grito, sin alzar la mano,
con una abnegación casi suicida

cierra los ojos y se queda quieto
porque así, solo así, será un secreto
su horrible muerte de enterrado en vida.

Jose Angel Buesa

6 de octubre de 2011

LA DUDA


Vino: dos alas sombrías
Vibraron sobre mi frente,
Sentí una mano inclemente
Oprimir las sienes mías.

Sentí dos abejas frías
Clavarse en mi boca ardiente;
Sentí el mirar persistente
De dos órbitas vacías.

Llegó esa mirada ansiosa
A mi corazón deshecho,
Huyó de mí presurosa
Para no volver, la calma,
Y allá en el fondo del pecho
Sentí morirse mi alma!

Delmira Agustini

5 de octubre de 2011

HUELLA DE HOMBRE


Hachero

I
En memoria de los Hijos de la selva
que agonizan y mueren en silencio en
el vasto imperio del Quebracho.

Este es Benigno Rojas: hijo y nieto de hacheros
y hachero él mismo. Viene de selvas torrenciales
y está como de paso frente a mí, porque siempre
camina hacia otras selvas cada vez más lejanas.

Lo veo marchar llevando sobre la cruz del hombro,
el fulminante símbolo de su poder: el hacha;
y siento que en su pulso rotundo le circula
-como en perpetuo flujo-, la fuerza y el coraje.

Es el Hachero. Viene de selvas torrenciales.
Su alzada poderosa recorta una silueta
de aborigen, tallada sobre un friso de piedra.

El instinto certero de vientos y de lluvias
le da esa taciturna sabiduría de anciano
y aunque apenas levanta dos décadas de vida,
sus experiencias llevan una herencia de siglos.

Es todo brazos. Tiene sobre el antiguo sitio
de la sonrisa, un tajo que le madura el gesto;
la frente toda: un amplio lugar de sufrimientos,
donde vidas y muertes libraron su batalla.

Sellado de miseria, lleva un sombrero roto
para cubrir el rudo tumulto de su pelo,
un recuerdo de viejas altanerías le sube
por el torrente ardido de la sangre, a los ojos.

II

Esta es la Selva. En ella su existencia se expande
hasta llenar sus densos dominios germinales.
Respira el sostenido perfume de las hojas
y en la solemne cúpula del aire mañanero
va eligiendo los cantos de pájaros amigos
que regirán la rítmica jornada de sus horas.

Y cuando en rojos círculos, los límites del día
despuntan, el hachero, poderoso de orgullo,
sacude la cabeza para alejar el sueño.

Cincuenta metros dentro de su reino, detiene
sus pasos e investiga con cauteloso atisbo
las invisibles huellas de las bestias nocturnas.

Cuando sus ojos cumplen la selección certera
del tronco favorable,
baja el hacha; se arranca los harapos del torso;
lubrica con saliva las palmas de las manos
y comienza su rito con taciturna furia.

Sube el hierro y de vuelta, su filo incandescente
con impacto tremendo se incrusta en la corteza.
Regresa diez, cien veces sobre la misma vértebra,
hasta que la garganta desgarrada se rinde
y entre un furor de gritos, se acuesta en la picada.

Luego vendrán, en lenta sucesión de torturas:
el corte de los brazos -la dulce cabellera
que en amistad de pájaros vivió quinientos años-,
y la final injuria de ser oreado al viento
su corazón sangrante, lampiño y desolado.

Después, lo que suceda ya no tendrá importancia:
viajar, quedarse quieto o arder, será lo mismo.
Ni las nubes del alba, ni pájaros, ni lluvias
recostarán su vuelo sobre la cruz difunta.

La selva castigada, se duele de sus llagas
petrificando el alma de sus hijos intactos.
A izquierda y a derecha de sus heridas, yacen
la sangre milenaria y el corazón constante,
con las venas abiertas y el canto sofocado.

El humus -que ha labrado la columna tranquila
del árbol y le ha dado su dulzura de sombras
(y que nunca, en mil años, descansó en su tarea
de levantar la lenta catedral de un quebracho)-,
llora, junto a las rojas cicatrices y tiende
sobre las venas rotas sus manos de substancias
para que en los futuros milenios no perezcan
los encendidos brotes que duermen bajo tierra.

III

Tras la blindada puerta duerme el Oro encerrado.
Lo guardan hombres duros, de corazón metálico,
más fríos que las hojas del hacha y más tenaces
que el músculo tenaz de los hacheros.

Infinitas planillas, con infinitos números,
tamizan el trabajo del Hachero de Bronce.
Drenan los calculistas la sangre peregrina,
hasta dejar un pálido puñado de centavos.
Abren, al fin, la puerta blindada y con sus garras
de pájaros nocturnos -como quien da la vida-,
su paga dan al hijo diurno de la Selva.

Después... Es el camino; los puertos; las nostalgias
de amor y la guitarra y el cuchillo y la caña.
Lento o precipitado rodaje hacia el agobio;
siempre es igual: un día, de nuevo hacia la noria;
el hacha compañera sobre la cruz del hombro
y un infinito sueño colgado de los párpados.

Y así una vida entera. Los hijos: con anemia;
la mujer: amarilla de pestes y fatigas
y él, en perpetuos trances de enganches y despidos.

IV

Y su final fue duro, como es duro el oficio;
como también es dura la materia que amasa
y es duro el hierro ciego del hacha compañera.

Ciertamente. Un domingo, en que iba de retorno
-con la noche ya entera tapando los caminos-,
vio cruzar un ardiente relámpago de acero.
Desde el costado izquierdo
bajó una catarata caliente y fragorosa
buscando el nivelado descanso de la tierra.

Vieja ley de cuchillos lo llamó por su nombre,
sin darle tiempo alguno para mirar el ceño
del que lo ató a la tierra del canto y del gusano.
Un eco, casi helado, de relinchos de potros
le fatigó un instante los tímpanos dormidos
y un silencio de tiempo sin voz le fue cayendo
sobre el cristal velado de los ojos.

Cuando quiso la mano dolerse de sí misma
y buscó asir el grito que se le estaba yendo,
sintió que le pesaba más que el hacha: la vida,
y que la cruz del hombro lloraba por marcharse.

Un sueño de guitarras, de puñales y música
le completó la muerte que ya llevaba dentro,
y entre la luz de sombras, de su fin reiterado,
sus turbios ojos vieron levantarse, muy lejos,
sobre un alto horizonte de oxidados contornos
una cruz de quebracho de brazos encendidos
-velando el firme sueño- y en ella, recostada,
-sosteniendo el sombrero y en actitud de espera-,
el hacha compañera de hazañoso recuerdo...

Herib Campos Cervera

4 de octubre de 2011

TU RASTRO HUELE A CRIANZA


En el tiempo honrado
de la vida cruzo el erial.

Y tu rastro huele a verde,
a modestia, a corral abierto
y a crianza.

Qué puedo decir,
sino que lejos bulle la ciudad
que tú ni viste.

Felipe Servulo

3 de octubre de 2011

INVERNAL


La tarde es lluviosa; del ramaje
penden como harapos destrozados,
los nidos de las aves enlutados
como el pálido verde del follaje.

Solo y silencioso aquel boscaje
de plumeros verdosos y mojados,
de áspides, de prados desolados,
parece un escuálido paisaje.

Donde se encierra la grandeza humana
con todos sus achaques y certezas,
con la infinita vanidad insana
de todas las antorchas de nobleza.

¡Bosque do se funde la campana
que tañerá mis horas de tristezas!

Almafuerte

2 de octubre de 2011

LIBRO SEGUNDO CANTO SEGUNDO


I

¿Que queda entonces de la tribu errante
Del Uruguay? ¿Qué de su altiva raza?
Aun resta su agonía asida al suelo,
La fiera agita su convulsa zarpa.
Quedan indios aún para la muerte
Que cautelosos por los bosques andan,
Cual rebaños de tigres que en el pueblo
Siempre encendidas sus pupilas clavan.
De noche, por las lomas o entre el bosque,
Como gritos de luz, se ven las llamas
De señales charrúas que se cruzan,
Se avivan, se repiten o se apagan;
Y alguna vez, el temeroso aullido
Que algún consejo al terminar levanta,
Al pueblo llega, en ráfaga del aire,
Como rumor de tempestad lejana.
Un temor imprevisto y repentino
Entonces suele atravesar las mallas;
Los soldados se miran, y suspenden
La ardiente relación de sus hazañas;
Parece que en sus labios animados
Tropezase un momento la palabra
mas pronto, cuando advierten con despecho,
Que, sin quererlo, ha vacilado el alma,
Sus risas y burlescas maldiciones
En el silencio momentáneo estallan
Y, al amor de la lumbre, se reanuda
Con nuevo ardor la interrumpida plática,

II

Don Gonzalo de Orgaz, joven bizarro,
Manda en jefe la plaza;
La cimera encarnada de su yelmo
Marcó siempre el peligro en la batalla.
Olvidó muchas veces en la lucha.
El toque a retirada;
Era noble y valiente, noble y bueno,
Bueno y celoso de su estirpe hidalga.

III

¿Por qué el valiente aventurero trajo
Consigo a Doña Luz la castellana,
y a su mujer expone a los peligros
Que ambicionó para lustrar sus armas?
Que hace a su lado. qué hace de sus días
En esta vasta soledad: qué aguarda
Esa otra niña, la de tez morena,
Blanca, la hermosa, la inocente Blanca?
¿Para qué brillan esos ojos negros,
Profundos hasta el alma.
Y en que la luz del sol de Andalucía
Brillo, de estrellas presta a las miradas?
Exprimió el mismo seno que Gonzalo;
Lloró la misma madre. y solitaria.
Riendo con el cielo
En que su madre se perdió llamándola.
Quedó en el mundo sin más sombra amiga
Que la armadura de su hermano hidalga;
Allí recuerda su niñez reciente.
Y espera el porvenir allí sentada.
¿Qué impulso los condujo
A la salvaje tierra americana?
¡Quién sabe! Acaso el mismo misterioso
Que une las notas que en el aire vagan.
En prolongado acorde
De transparentes arpas.
Que suenan en el viento, en los recuerdos,
En los vagos crepúsculos del alma.
Que en las noches serenas,
Y en los rayos de luna columpiadas,
Se acercan, y se alejan y en los aires
Las lentas trovas del dolor ensayan:
Ese impulso secreto
Que, aun de entre las lágrimas,
Hace brotar a: veces las sonrisas
Como luces que rielan en las aguas.
Que el polen encendido
Lleva de palma a palma.
Y hace nacer los lirios en las tumbas.
Y en el dolor abriga la esperanza.
Quizá la niña, en cuyos dulces ojos
Se mueven las miradas
Como insectos de luz aprisionados
En urnas de cristal negras y diáfanas,
Allí, en la tierra en que una raza expira,
Es la nota con alas
Que mezclada a un acorde moribundo,
De gritos de dolor hará plegarias.
El Uruguay, al verla en sus orillas,
Palpitaba en sus aguas,
Y templaba en los juncos, y en la arena
Dejaba notas, quejas y palabras.
El astro que pasea las colinas,
Con su dulce mirada
Seguía a la española que en la tarde
Paseaba tristemente por la playa;
Y buscaba sus ojos cuando, sola,
Sentada en la barranca,
Quedaba confundida en las tinieblas
Que sus esbeltas líneas esfumaban.
Parece que este mundo americano
A aquella niña aguarda
Porque en sus ojos brillen sus estrellas,
Porque su viento pueda acariciarla,
Porque sus flores tengan quien recoja
La esencia de sus almas
Y las corrientes de sus grandes ríos
Que oiga y ame sus canciones vagas.

IV

Era una hermosa tarde.
Huía la sonrisa de los cielos
En los labios del sol que la llevaba
A imprimirla en la faz de otro hemisferio.
De su excursión al bosque
Tornan Gonzalo y diez arcabuceros,
Fue eficaz la batida: un grupo de indios
Viene sombrío caminando entre ellos.
Otros muchos quedaron
Tendidos en el campo; el viento fresco
La sangre orea en las hispanas armas,
Y en la piel de los indios prisioneros.

..................

No son tigres, aunque algo
Del ademán siniestro
Del dueño de las selvas se refleja
En su fiera actitud. Caminan; vedlos.
Son el hombre charrúa,
La sangre del desierto,
La desgracia estirpe que agoniza
Sin hogar en la tierra ni en el cielo,
Se estrechan se revuelven,
Las frentes sobre el pecho,
En los ojos obscuros el abismo,
Y en el abismo luz, luz y misterio.
Parece que en el fondo
De esos ojos a intervalos,
Un monstruo luminoso se moviera
Sus anillos flexibles revolviendo;
Con rápidos espasmos
Se sacuden sus miembros;
Sus músculos elásticos y duros
Al salto y la carrera están dispuestos;
La sangre apresurada
Circula bajo de ellos
Como corre callado entre las breñas
Un rebaño de fieras que va huyendo;
No hay en su rostro inmóvil
Ni siquiera un reflejo
Del espíritu extraño y concentrado
Que, al parecer, lo anima desde lejos;
Se advierte en su mirada
Un constante recelo,
Y una impasible languidez que tiene
Algo de triste, mucho de siniestro.
Son esbeltas sus formas,
Duros sus movimientos;
La tez cobriza, el pómulo saliente,
Negros los ojos, como el odio negros.
Sobre los fuertes hombros
Se derrama el cabello
En crenchas lacias. rígidas y obscuras,
Que enlutan más aquel huraño aspecto.
Pupila prolongada
Que prolongó el acecho:
Dilatada nariz y estrecha frente
A que se ajusta enhiesto.
Un erizado matorral de plumas
De colores diversos
Que parecen brotar de la cabeza
Como brotan de un tronco los renuevos.
Jamás mira de frente,
Jamás alza la voz: muere en silencio,
Jamás un signo de dolor se posa
Entre sus labios pálidos y gruesos.
No borra ni el suplicio
Su ademán de desprecio
Sólo el combate en su fragor arranca
Estridente alarido de su pecho.
Entonces, semejantes
A los colmillos del jaguar sediento,
Brillan entre los labios del salvaje
Los dientes blancos con horrible gesto.
Son el hombre-charrúa
La sangre del desierto,
La desgraciada estirpe que agoniza
Sin hogar en la tierra ni en el cielo.

V

El grupo de Indios, como viva masa
De apeñuscados cuerpos,
Adelanta, rodeado de arcabuces,
Entre las casas del pajizo pueblo.
Salen de sus viviendas las mujeres
Y los hombres a verlos;
Ni una impresión se nota en sus semblantes,
Todos caminan impasibles, fieros.
Ah!... todos no: miradlo. ¿Quién es ese
Que se detiene trémulo?
¿No es su pupila azul? Azul, no hay duda.
¿Que hay en ella? ¿Terror? ¿Asombro? ¿Miedo?
¡Extraño ser! ¿Qué raza da sus líneas
A ese organismo esbelto?
Hay en su cráneo hogar para la idea,
Hay en su frente espacio para el genio.
Esa línea es charrúa; esa otra. .. humana.
Ese mirar es tierno. ..
¿No hay en el fondo de esos ojos claros
Un ser oculto con los ojos negros?
La blanda piel de un tigre
Ha ceñido su cuerpo;
No se ha pintado el rostro, ni su labio
Ha atravesado el signo del guerrero.
Es pálido, muy triste; en su semblante
Y en su azorado aspecto,
Hay algo misterioso
Que inspira amor, o desazón, o duelo.
¿Por qué se ha desprendido de su grupo?
¿Se ha apoderado un vértigo
De ese salvaje enfermo que venía
Entre los otros indios prisionero?
La onda de un suspiro
Se ha notado quizá sobre su pecho,
Y se hubiera creído al observarlo,
Que ha roto entre los dientes un lamento
No es ira, no es encono; ¿qué es entonces
Ese temblor extraño de sus miembros?
¡Así sacude su prisión el alma
Cuando estallan en ella los recuerdos!

VI

Es que Blanca, al pasar lo está mirando
Con inocente empeño,
Y él clava en ella los azules ojos
Cual poseído de un pavor intenso.
La mira absorto, fijo, con el labio
Inmóvil y entreabierto:
Parece interrogar alzo invisible,
A al mismo, a su sombra, a su recuerdo.
Diríase que alumbra sus pupilas
El cercano reflejo
De algo como una aparición radiosa
Sensible sólo para el indio enfermo.
Y por la lumbre intensa de una idea
Que viene desde adentro;
Que arde en el alma y llega hasta los ojos
Y con la otra visión se funde en ellos.
Esperando a Gonzalo estaba Blanca
En el umbral de su morada: al verlo
Corrió hacia él, y distinguió al salvaje
Que allí venía entre los otros presos.
Ved como tiembla el indio
De ojos extraños de color de cielo.
Blanca esa noche se encontró llorando
Al acordarse del salvaje enfermo,

VII

Cavó una flor al río.
Los temblorosos círculos concéntricos
Balancearon los verdes camalotes
Y entre los brazos del juncal murieron.
Las grietas del sepulcro
Han engendrado un lirio amarillento.
Guarda el perfume de la flor caída,
La flor no existe: ha muerto.
Así el himno cantaban
Los desmayados ecos:
Así lloraba el urutí en 1as ceibas.
Y se quejaba en el sauzal el viento,

VIII

¿Quién es ese charrúa que suspira?
¿Quién es el prisionero
Que es capaz de alumbrar con luz del alma
Esos sus ojos de color de cielo?
Tabaré lo apellidan los charrúas,
O el hijo de los ceibos. . .
¡Hijo de mi dolor! una española
Le decía llorando ha mucho tiempo.

.....................

Las grietas del sepulcro
Han engendrado un lirio amarillento;
Tiene el hábito de la muerte,
Su extrema palidez y su misterio.

IX

El pánico del indio indescriptible
Duró sólo un momento;
Marchando confundido entre los otros
Se aleja Tabaré; pero a lo lejos
Entre el grupo cobrizo se destacan
Las líneas de su cuerpo
De una amarilla palidez. La niña
Lo sigue con los ojos largo tiempo,

.....................

X

-¿Quién es Gonzalo, ese Indio que trajiste,
El de la frente Pálida.
Qué me miró de un modo tan extraño
Cuándo venía entre tus hombres de armas?
¿Está enfermo? Qué tiene? Me despierta
Una profunda lástima.
¿Qué tiene en esos ojos? ¿Lo recuerdas?
¿Qué harás con él? ¿Quién es? ¿Cómo se llama?
-¿Lo sé yo acaso? Ese hombre es un misterio,
Es un misterio, Blanca.
Al cruzar aquel bosque lo encontramos
En actitud de duelo o de plegaria.
Y es el mismo, lo es, estoy seguro,
Que he visto en las batallas
Reír con el peligro y con la muerte,
Bravo como el aliento de su raza.
¡Y qué! ¿Tiene algún crimen?
¿No lucha por su hogar y por su patria?
¿No defiende la, tierra en que ha nacido,
La libertad que el español le arranca?
Cuando a él nos llegamos,
No sintió nuestros pasos a su espalda,
Ni demostró sorpresa, al verse solo,
Rodeado de arcabuces y de adargas.
Por cárcel este pueblo s¿ le ha dado.
El ha de respetarla.
Yo probaré en ese hombre si se encuentra
Capaz de redención su heroica raza.
¡Qué! ¿,Sólo duelo y muerte
Ha de obtener América de España?
¡La sangre de esos hijos del desierto
Más que el orín deslustra nuestras armas!
Gonzalo. no te olvides
De la española sangre derramada,
Le dijo Doña Luz-, esos salvajes
Hombres no son; la redención cristiana
No alcanza a redimirlos,
Pues para ellos no fue: no tienen alma;
No son hijos de Adán no son, Gonzalo;
Esa estirpe feroz no es raza humana.

XI

Duermen los indios prisioneros, duermen
Tendidos en el suelo, como masa
De bronce que se mueve y que palpita
Con aliento vital en las entrañas.
Sobre aquellas cabezas que, en los brazos
Y, entre cabellos rígidos descansan,
No se siente pasar un solo ensueño;
Nada invisible por los aires anda.
Pero entre el grupo de dormidos cuerpos,
Despierta una figura se destaca;
Inmóvil, con los ojos encendidos,
Clavada en el vacío la mirada.
Las horas, una a una, la encontraron,
Como una sombra vana;
La vio la noche, la abrazó el Insomnio,
Y así la halló la claridad del alba.

Juan Zorrilla de San Martin

1 de octubre de 2011

DEBER DE AMAR


Mientras errante por extraño suelo
me acuerde de mi patria;
mientras el santo amor de la familia
guarde mi alma;
mientras tenga mi mente inspiraciones,
sonidos mi garganta;
mientras la sangre por mis venas corra,
tengo que amarla.

Mientras pueda a los cielos levantarse
tranquila mi mirada;
mientras me dé su aroma delicado
la flor de la esperanza;
mientras tenga de amor gratos ensueños
ilusiones doradas;
mientras tenga vida y sentimiento,
tengo que amarla.

Mientras guarde el santuario de mi pecho
de gratitud la llama;
mientras recuerde de mi dulce niña
el dolor y las lagrimas;
mientras recuerde que mi amor ha sido
su dicha y su desgracia;
mientras haya virtud, lealtad, nobleza,
tengo que amarla.

¡Sean mis sueños de placer y dicha
como sombras livianas;
sea mi pobre corazón un campo
sin verdor ni fragancia;
que no encuentre jamás en mi existencia
auroras de bonanza;
que mi vida sea un largo sufrimiento,
primero que olvidarla!

Que no pruebe jamás la miel del beso
de mi madre adorada;
que nunca aborde mi velera nave
al puerto de mi patria;
que las olas arrojen mi cadáver
sobre ignorada playa,
todo, todo, lo juro! lo prefiero
primero que olvidarla.

Jose Gautier Benitez