A Octavio Paz
Cuernavaca
En el jardín donde M., un protegé francés
mantuvo a una beldad de espesa sangre indígena
hoy canta un hombre venido de muy lejos.
En el jardín tupido como un trazo cirílico
un mirlo nos recuerda al ceño cejijunto.
El aire de la noche suena como cristal.
El cristal ya está roto, notémoslo de paso.
Aquí Maximiliano fue emperador tres años.
Introdujo el cristal, la champaña, los bailes
y todas esas cosas que adornan la existencia.
Pero la infantería de los republicanos
lo fusiló después. Dolorosos graznidos
llegan del denso azul.
Los campesinos sacuden sus perales.
Tres patos blancos nadan en el estanque.
El oído percibe en la hojarasca
la jerga de las almas que conversan
en un infierno densamente poblado.
*
Omitamos las palmas. Destaquemos el sauce.
Imaginemos que M. deja a un lado la pluma,
se despoja, sereno, de su bata de seda
y se pregunta lo que hará su hermano
Francisco José (también emperador),
mientras silba, quejoso, Mi marmota.
«Saludos desde México. Mi esposa
enloqueció en París. En las afueras
de palacio oigo tiros, crepitan las llamas.
La capital, querido hermano, está rodeada
y mi marmota, fiel, permanece conmigo.
El revólver, de moda, ha vencido al arado.
Qué otra cosa decirte, la caliza terciaria
es famosa por ser un suelo hostil.
Agreguémosle a esto el calor tropical
donde los disparos son la ventilación.
Se resienten mis pobres pulmones y riñones,
sudo tanto estos días que se me cae la piel.
Como si fuera poco, se me antoja largarme,
extraño demasiado nuestros tugurios patrios.
Envíame almanaques y libros de poemas.
Todo parece indicar que ya di con la tumba
en donde una marmota será mi compañía.
Mi mestiza te manda los debidos saludos.»
*
Julio llega a su fin y se oculta en la lluvia
como un conversador entre sus pensamientos,
lo cual, por supuesto, nada afecta a un país
con mucho más pasado que futuro.
Una guitarra gime. Las calles tienen lodo.
Un paseante se hunde en un velo amarillo.
Incluido el estanque, todo se ha enyerbado.
Alrededor pululan culebras y lagartos.
En las ramas hay pájaros con nidos y sin ellos.
Todas las dinastías declinan por la cifra
tan grande de herederos y la falta de tronos.
El bosque nos invade como las elecciones.
M. no reconocería el lugar. No hay bustos
en los nichos, los pórticos están desvencijados,
los muros desdentados muerden la ladera.
Puedes saciar la vista, mas no los pensamientos.
El parque y el jardín se convierten en selva.
De los labios se escapa una palabra: "Cáncer».
1975
Joseph Brodsky