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3 de abril de 2020

A JUAN DE PADILLA




Todo a humillar la humanidad conspira
Faltó su fuerza a la sagrada lira,
Su privilegio al canto,
Y al genio su poder. ¿Los grandes ecos
Do están, que resonaban
Allá en los templos de la Grecia un día,
Cuando en los desmayados corazones
Llama de gloria de repente ardía,
Y el son hasta en las selvas convertía
A los tímidos ciervos en leones?
¡Oh, cuál cantara yo si el dios del Pindo
Poder tan grande a mis acentos diera!
¡Con qué vehemencia entonces la voz mía,
Honor, constancia y libertad sonando,
De un mar al otro mar se extendería!.
¡Patria! nombre feliz, numen divino,
Eterna fuente de virtud, en donde
Su inextinguible ardor beben los buenos;
¡Patria!... La vista atónita no encuentra
Patria en torno de sí, ni el labio implora
Con voz tan bella al simulacro yerto
Que se muestra en su vez. Pálido, triste,
De negro luto y de pavor cubierto,
Ni aun a esquivar se atreve
La mano asoladora
De la furia execrable que, inclemente,
Su seno oprime, su beldad desdora.
Sangre destila si afligido llora;
Su lúgubre alarido
Rompe los aires, y en dolor bañado,
Viene horroroso a lastimar mi oído.
¡Perdona, madre España! La flaqueza
De tus cobardes hijos pudo sola
Así enlutar tu sin igual belleza!
¿Quién fue de ellos jamás? ¡Ah! vanamente
Discurre mi deseo
Por tus fastos sangrientos y el contino
Revolver de los tiempos; vanamente
Busco honor y virtud: fue tu destino
Dar nacimiento un día
A un odioso tropel de hombres feroces,
Colosos para el mal; todos te hollaron,
Todos ajaron tu feliz decoro;
¡Y sus nombres aún viven! Y su frente
Pudo orlar impudente
La vil posteridad con lauros de oro!
¡Y uno solo! ¡Uno solo!... ¡Oh, de Padilla
Indignamente ajado,
Nombre inmortal! Oh gloria de Castilla!
Mi espíritu agitado,
Buscando alta virtud, renueva ahora
Tu memoria infeliz. Sombra sublime,
Rompe el silencio de tu eterna tumba,
Rómpele, y torna a defender tu España,
Que atada, opresa, envilecida, gime.
Sí, tus virtudes solas,
Sólo tu ardor intrépido podría
Volvernos al valor, y sacudido
Por ti sólo sería
Nuestro torpe letargo y ciego olvido.
Tú el único ya fuiste
Que osó arrostrar con generoso pecho
Al huracán deshecho
Del despotismo en nuestra playa triste.
Abortóle la mar más espantoso
Que los monstruos que encierra en su hondo seno.
Y él, respirando su infernal veneno,
Entre ignorancia universal marchaba,
Destruyendo sus pies cuanto corrieron.
¿De qué pues nos valieron
Siete siglos de afán y nuestra sangre
A torrentes verter? Lanzado en vano
Fue de Castilla el árabe inclemente,
Si otro opresor mas pérfido y tirano
Prepara el yugo a su infelice frente.
Ofendida, indignada
Se alzó, se estremeció, y arrojó el grito
De venganza y de horror. «Vuela, hijo mío,
Vuela, y ahuyenta la espantosa plaga
Que me insulta y me amaga:
Sé tú mi escudo, y en tu ardiente brío
Su curso infausto asolador quebranta.»
Dijo; y cual rayo que volando asuela,
O como trueno que bramando espanta,
El héroe de Toledo recorría
Un campo y otro campo: el pueblo todo,
Conmovido a su voz, ardiendo en ira
Y anhelando vencer, corre furioso
A la lucha fatal que se aprestaba.
Padilla le guiaba,
Y de la patria en su valiente mano
El estandarte espléndido ondeaba.
¡Oh estrago! ¡Oh frenesí! Dos veces fueron
Las que el genio feroz de la impía guerra
Entre muerte y dolor mezcló las haces;
¡Haces que nunca combatir debieron!
Un hábito, una tierra
Eran, y una su ley, unas sus aras,
Uno su hablar. ¡Ah bárbaros! ¿Y en vano
Naturaleza os diera
Vínculos tantos? Suspended los hierros
Que sedientos de sangre en vuestras manos
Contemplo con horror: ¿no sois hermanos?
Todos a un tiempo, todos
Revolved: al furor de vuestros brazos
Caiga rota en pedazos
La soberbia del déspota insolente
Que a todos amenaza... ¿En los oídos
No os dan los alaridos,
Las tristes quejas de la edad siguiente,
Que a ominosa cadena
Vuestra discordia pérfida condena?
De polvo en tanto la confusa nube,
Nuncia ya del furor, turbando el día,
Hasta el Olimpo sube;
Y del bronce tronante al estallido
El viento sacudido
Raudo dilata por Castilla toda
En ecos el horror: corre la sangre,
Vuela la muerte... ¡Oh Dios! ¿por qué dispersas
Las huestes vencedoras
Se derraman así? Solo en el llano,
De arena y sangre y de sudor cubierto,
Miro al héroe que lucha, y lucha en vano,
Y al fin cayó: su mísera caída
La libertad rendida
Llevó tras sí. Cayó: cuando salieron
Sus últimos suspiros,
Al seno augusto de la patria huyeron.
Tajo profundo, que en arenas de oro
La rubia espalda deslizando, llegas
El pie a besar a la imperial Toledo;
Toledo, que en desdoro
De su antigua altivez y su energía
Se encorva al yugo que esquivó algún día;
Toledo, oriente de Padilla... ¡Oh río!
Tú le viste nacer, tú lamentaste
Su destino infeliz, y en triste duelo
Su fin infausto denunciaste al cielo.
Tú aquel solar bañabas,
Do siempre incorruptibles se albergaron
La patria y el valor. Mis ojos vean
El suelo que él hollaba,
El espacio feliz do respiraba,
Y en mi llanto y dolor bañados sean.
¡Y nada encuentro! Y la venganza airada
Nada indultó! Su bárbara violencia
La inocente morada
De la opresa virtud sufrir no pudo.
Derrocóla; en su vez, solo, afrentoso,
El padrón del oprobio allí se mira,
Que a dolor congojoso
Incita el pecho y a furor sañudo,
Cuando contempla a la ignominia dado
Tan santo sitio y al silencio mudo.
¡Mudo silencio! No; que en él aún vive
Su grande habitador: vedle cuán lleno
De generosa ira
Clamando en torno de nosotros gira.
«Castellanos, alzáos; la inmensa huella
Corrió de tres edades
Por mi sangre infeliz; corrió, y aun ella
Hierve reciente y a venganza os llama.
¿Queréis por dicha conllevar la pena
Del siglo vil a quien mi muerte infama?
¿Seguir besando la fatal cadena?
¿Vuestro mal merecer? Volved los ojos,
Volved atrás, y contempladme cuando
Yo di a la tierra el admirable ejemplo
De la virtud con la opresión luchando.
Entonces los clamores
De la tremente patria en vano oísteis,
Negándoos a su voz, y fascinados
Tras la execrable esclavitud corristeis,
Forjando ¡oh indignación! los torpes lazos
Que oprobio han sido a tan robustos brazos.
«Y aquella fuerza indómita, impaciente,
En tan estrechos términos no pudo
Contenerse, y rompió; como torrente
Llevó tras si la agitación, la guerra,
Y fatigó con crímenes la tierra.
Indignamente hollada
Gimió la dulce Italia, arder el Sena
En discordias se vio, la África esclava,
El Bátavo industrioso
Al hierro dado y devorante ruego.
¿De vuestro orgullo, en su insolencia ciego,
Quién salvarse logró? Ni al indio pudo
Guardar un ponto inmenso, borrascoso,
De sus sencillos lares
Inútil valladar: de horror cubierto
Vuestro genio feroz, hiende los mares,
Y es la inocente América un desierto.
Tantos estragos, sin respeto holladas
Justicia y fe, la detestable ofensa
Hecha a la patria de amarrarla al yugo
Y ahogar su libertad, a un tiempo alzaron
Su poderoso grito,
Y a la atónita Europa despertaron.
Ella sobre vosotros indignada
Cayó y os oprimió. ¿Qué se hizo entonces
Vuestra vana altivez? La tiranía
Que lenta os consumía
Tendió su cetro bárbaro, y llamando
A la exicial superstición, con ella
Fue abierto el hondo precipicio en donde
Se hundió al fin vuestro nombre,
Viles esclavos, que en tan torpe olvido
Sois la risa y baldón del universo,
Cuyo espanto y escándalo habéis sido.
Estremecéos, a la Ignominia hoy dados,
Mañana al polvo, ¿no miráis cuál brama,
Con cuál furor se inflama
La tierra en torno a sacudir del cuello
La servidumbre? ¿Y se verá que, hundidos
En ocio infame y miserable sueño,
Al generoso empeño
Los últimos voléis? No; que en violenta
Rabia inflamado y devorante saña
Ruja el león de España,
Y corra en sangre a sepultar su afrenta.
La espada centellante arda en su mano,
Y al verle, sobre el trono
Pálido tiemble el opresor tirano.
Virtud, patria, valor: tal fue el sendero
Que yo os abrí primero;
Vedle, holladle, volad; mi nombre os guíe,
Mi nombre vengador, a la pelea:
Padilla el grito de las huestas sea,
Padilla aclame la feliz victoria,
Padilla os dé la libertad, la gloria.


(Mayo de 1797.)


Manuel Jose Quintana