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21 de octubre de 2019

PEREGRINO DEL INVIERNO



Peregrino del Invierno
cierta noche en Buenos Aires;
alimentado, bebido...
y abrigado en mi ropaje
caminaba por Congreso.

¡Allí donde el pueblo hace 
leyes con su pensamiento!
Umbral tras umbral había
hombres pobres que dormían
con el mármol como lecho;
protegidos por cartones
o algún cobertor desecho.

En él ultimo portal,
solo, dormitaba un perro,
enrollado y aterido
luchando contra el invierno.

Tuve para el animal
frases de piadoso afecto
y una caricia extendida
que simuló él ignorar.

Seguí entonces mi camino
rumbo al bullicioso Centro,
pero al cruzar una calle
vi que me seguía el perro;
me incliné y acaricié
su hocico canoso y viejo.

Esta vez logró entender
mi importante sentimiento;
y rozando con su rostro
mi bien abrigado cuerpo;
con gratitud amorosa
-el can devolvió mi gesto-.


Nada pedí ni entregué,
entonces fue que pensé:
-Debo darle de comer.
Fui seguido por el perro,
en busca de una cantina
que ya caliente y humeante
tuviera su chimenea.


Poco antes de llegar
en medio de la vereda
él se volvió a echar
y yo lo deje en espera.


Al cantinero ordené
qué urgentemente sirviera
carne, que ahí cocinaba,
en desechable bandeja.

Con el alimento en mano
salí de nuevo a la calle
sólo para descubrir
que mi amigo ya no estaba.


Lo busqué, sin mucha suerte...
crucé de nuevo la calle
y su inmensa soledad
me hizo sentir el frío
de la indiferencia humana.

¿Qué hacer con esta comida?
-empezaba a preguntarme-
Cuando vi en otros umbrales
más personas en la calle.


Me dirigí al más anciano
y le entregué la bandeja.
“Muchas gracias, buen señor.”
Dijo, somnolientamente.
«No soy dueño de tus gracias».

Le contesté, con afecto.
“¿Puedo saber quién te ha enviado?
o a quién debo agradecer?”
Preguntó aquel desdichado.
«Ningún humano me ha enviado,
tampoco estaba enterado
del hambre que tú padeces».
-Contesté como apurado-.

“Entonces, dígame ¿a quién
esto debo agradecer?”
-volvió el viejo a preguntar-
Para calmar su insistencia
le dije: «Cerca de aquí
hay un ángel admirable
velando siempre por ti».

¡Vida frágil y cambiante
cuando sufriendo yo esté
que Dios recuerde esa noche
donde recuperé mi fe!.


Felipe Evangelista