Una Águila anidó sobre una encina.
Al pie criaba cierta Jabalina,
Y era un hueco del tronco corpulento
De una Gata y sus crías aposento.
Esta gran marrullera
Sube al nido del Águila altanera,
Y con fingidas lágrimas la dice:
¡Ay mísera de mí! ¡ay infelice!
Este si que es trabajo:
La vecina que habita el cuarto bajo,
Como tú misma ves, el día pasa
Hozando los cimientos de la casa.
La amainará, y en viendo la traidora
Por tierra a nuestros hijos, los devora.
Después que dejó al Águila asustada,
A la cueva se baja de callada,
Y dice a la cerdosa: Buena amiga,
Has de saber que la Águila enemiga,
Cuando saques tus crías hacia el monte,
Las ha de devorar; así disponte.
La Gata, aparentando que temía,
Se retiró a su cuarto, y no salía
Sino de noche, que con maña astuta
Abastecía su pequeña gruta.
La Jabalina, con tan triste nueva,
No salió de su cueva.
La Águila, en el ramaje temerosa
Haciendo centinela, no reposa.
En fin, a ambas familias la hambre mata,
Y de ellas hizo víveres la Gata.
Jóvenes, ojo alerta, gran cuidado;
Que un chismoso en amigo disfrazado
Con copa de amistad cubre sus trazas,
Y así causan el mal sus añagazas.
Felix Maria Samaniego