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18 de abril de 2021

LA CANCIÓN DEL RECUERDO



I


Igual que en un sepulcro me he encerrado
en tu eterno recuerdo, y en él vivo,
la frente entre las manos, pensativo,
evocando las glorias del pasado.


¿Será posible que un amor tan fuerte
se haya para mi amor desvanecido?
¡El amor es más fuerte que la Muerte,
y la Muerte más fuerte que el olvido!


Largas horas de espera... Eternidades
que llenan de ansiedad mis soledades.
Solo y soñando con tu amor me tienes;


solo y soñando con tu vuelta muero...
Si nunca has de venir, ¿por qué te espero?
Y si te espero aún, ¿por qué no vienes?




II


El alba iluminó la vidriera,
y a su luz angustiosa y azulada,
yerto, sobre el blancor de la almohada,
Se destacaba su perfil de cera.


Abrió los ojos, y la vida entera
palpitó en la inquietud de su mirada,
y en mis manos su frágil mano helada
temblaba como un ave prisionera...


Balbució su voz: ¡Te adoro tanto!
¡Pídele al Cielo que mañana viva!
Y mis venas heláronse de espanto


al contemplar sobre su faz inerte,
como el vuelo de un ave fugitiva,
aletear las sombras de la Muerte.




III


Y su voz se esparció, como un aroma
de eternidad: Cuando mañana, muerta,
córtame de raíz la cabellera...,
¡no quiero que la tierra se la coma!


Y como último don de mis cuidados
para que cuide de tu pobre vida,
colócala en la mano bendecida
la Virgen de los Desamparados


¡Yo no quiero morir, Señor, no quiero!
¿Qué va a ser de mi amor si yo me muero?
Clamó de pronto, pálida y sombría,


y se abrazó a mi cuello sollozando...
¡Y en su trémulo acento se sentía
que hasta la voz estaba agonizando!




IV


Ante la Virgen que adorabas tanto
rezaba con tan ciega idolatría,
que entre mis labios la oración moría
estrangulada por mi propio llanto.


La imagen, impasible a mi quebranto,
con sus labios pintados sonreía
a un Niño que en los brazos sostenía
medio oculto en los pliegues de su manto.


 ¡Mi vida en cambio de la suya!dije.
Ciego de pena y de terror, maldije;
y al salir de la brusca pesadilla,


vi en la faz de la imagen, con espanto,
algunas gotas trémulas de llanto
rodar sobre el carmín de su mejilla.




V


La gente de la casa sollozaba
detrás de la empañada vidriera,
y un acre olor a derretida cera
en el fúnebre ambiente se aspiraba.


El carpintero, impávido, clavaba
aquella negra caja de madera,
y cada golpe de martillo era
puñal que el corazón me traspasaba.


 ¡Señor, Señor! ¿Por qué me la has quitado?
 al pie de Crucifijo, arrodillado
y dando suelta a mi dolor, clamaba...


¡Y hasta el Cristo, impasible, parecía
que mi futura soledad sentía
y de dolor sobre la cruz lloraba!




VI


 ¿Eres tú el Justo que a los justos premia?
 clamó mi labio, y de dolor maldijo,
y ante la sorda voz de mi blasfemia
palideció la faz del Crucifijo.


Cegó mis ojos un raudal de llanto...
Quise luchar aún contra la suerte,
¡y sentí entre mis brazos, con espanto,
crujir el esqueleto de la Muerte!


 ¡Nadie la toque! dije. Y abrazado
como loco a su cuerpo inanimado,
intenté con mis besos darle vida.


 ¡Despierta le grité, mi amor despierta!
¡Y era mi voz tan honda y dolorida,
que vi llorar los ojos de la muerta!




VII


Al cortar sus cabellos, agitados
por el rudo estertor de la agonía,
por el amor mis ojos engañados,
aún creyeron notar que sonreía.


Sorbe su corazón puse el oído,
y juro que sentí cual si quisiera,
de mi inmenso corazón compadecido,
palpitar otra vez, y no pudiera.


Cuando pasó aquel vértigo de espanto,
en el lecho me hallé... Surcaba el llanto
en copioso raudal mi rostro inerte...


Contra el pecho apretaba sus cabellos,
temiendo que la mano de la Muerte
también quisiera apoderarse de ellos.




VIII


Yo te he deshecho, ¡oh muerta cabellera,
para que recatases, destrenzada,
el pudor de una virgen desposada
que desnuda se vio por vez primera!


La ágil caricia de tus sedas era
como una primavera perfumada...
Serviste a mis ensueños de almohada,
y serás mi sudario cuando muera.


Sueltos tus rizos, en el aire ondean;
mis manos con amor por ellos vagan
temblorosas de afán, llenas de miedos,


pues teme mi ilusión que acaso sean
telarañas de sol, y se deshagan
al menor movimiento de mis dedos.




IX


Aquí el sillón donde bordar solía,
de las noches de invierno en la velada...
La frente entre las manos apoyada,
yo, a la luz de la lámpara, leía.


Cansado, la lectura interrumpía,
y, sonriendo, alzaba la mirada...
Ella, a veces, mirándome extasiada
la aguja entre los dedos, sonreía.


Ahora también parece que la espera
el vacío sillón, allá en la sombra.
La lectura interrumpo... El alma entera


palpita de avidez en mis oídos,
esperando sentir sobre la alfombra
el ligero rumor de sus vestidos.




X


En la penumbra se destaca el lecho
donde la luz solar la sorprendía,
apoyada la sien sobre mi pecho
y dormida su mano entre la mía.


Brillan las trenzas largas y castañas...
Vela sus formas el ropaje blanco...
Duermen los ojos bajo sus pestañas,
y descansa su mano sobre el flanco...


Duerme y sueña conmigo...No está ...muerta.
Ya la alondra cantó... ¡Mi amor, despierta!
¡Alza tu frente sobre la almohada!


Ahoga el silencio el ansia de mi ruego...
Y palpo entre las sombras, como un ciego
que abre los ojos y no mira nada.




XI


Visión que cruzas por mis sueños, dime:
¿qué profundas tristezas te devoran?
¿Por qué tus ojos, si me miran, lloran?
¿Por qué tu labio, si me nombra, gime?


Sólo tus manos pálidas e inciertas
las antiguas ternuras conservaron,
y, cual vivas, ayer, me acariciaron,
vienen ahora a acariciarme muertas.


Descorren las cortinas de mi lecho;
penetran, sin dolor, hasta mi pecho,
a acariciar mi corazón herido...


Su caricia es tan tímida y suave,
cual si viniesen a curar un ave
que herida llega a desangrarse al nido.




XII


¿Qué encanto tiene esa lejana estrella,
qué mágico poder en ella existe,
cuando tan pronto de mi amor partiste
sin dejar el recuerdo de una huella?


La vieja casa, tan alegre y bella,
desde que tú con tu alegría huiste,
está tan muda, desolada y triste,
que da espanto y terror entrar en ella.


¿Por qué, por qué nos has abandonado?
El fuego del hogar está apagado;
las ventanas cerradas, y si alguna


mano las abre, hasta la luz parece
que, llorando el rigor de mi fortuna,
al entrar en la casa se entristece!




XIII


Todas las noches a la cita vienes, 
no sé de dónde, lívido el semblante
los cabellos pegados a las sienes,
cual los cabellos de un agonizante.


Descorres las cortinas, y te paras
en el umbral, inmóvil, silenciosa,
llena de tierra, como si acabaras
de alzarte de las piedras de tu fosa.


Ni a respirar ante tu faz me atrevo,
y en tan profundos éxtasis me sumo,
que ni siquiera las pestañas muevo...


Mi ilusión se conforma con mirarte
temiendo que, cual ráfaga de humo,
pudiera con mi aliento disiparte.


Francisco Villaespesa