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20 de julio de 2022

SONETOS






I

 Cuando me paro a contemplar mi estado
 y a ver los pasos por dó me ha traído,
 hallo, según por do anduve perdido, 
que a mayor mal pudiera haber llegado;


 mas cuando del camino estoy olvidado, 
 a tanto mal no sé por dó he venido:
 sé que me acabo, y mas he yo sentido 
 ver acabar conmigo mi cuidado. 


 Yo acabaré, que me entregué sin arte 
 a quien sabrá perderme y acabarme, 
 si quisiere, y aun sabrá quererlo: 


 que pues mi voluntad puede matarme,  
la suya, que no es tanto de mi parte, 
 pudiendo, ¿qué hará sino hacerlo? 



 II


 En fin, a vuestras manos he venido, 
 do sé que he de morir tan apretado, 
que aun aliviar con quejas mi cuidado, 
 como remedio, me es ya defendido; 


 mi vida no sé en qué se ha sostenido,
 si no es en haber sido yo guardado
 para que sólo en mí fuese probado 
 cuanto corta una espada en un rendido. 


 Mis lágrimas han sido derramadas 
 donde la sequedad y la aspereza
 dieron mal fruto dellas y mi suerte:


 ¡basten las que por vos tengo lloradas; 
 no os venguéis más de mí con mi flaqueza;
 allá os vengad, señora, con mi muerte! 



 III 


 La mar en medio y tierras he dejado 
 de cuanto bien, cuitado, yo tenía;
 y yéndome alejando cada día, 
 gentes, costumbres, lenguas he pasado.


 Ya de volver estoy desconfiado;
 pienso remedios en mi fantasía; 
 y el que más cierto espero es aquel día
 que acabará la vida y el cuidado. 


 De cualquier mal pudiera socorrerme 
 con veros yo, señora, o esperarlo, 
 si esperarlo pudiera sin perderlo; 


 mas no de veros ya para valerme,
 si no es morir, ningún remedio hallo, 
 y si éste lo es, tampoco podré haberlo. 



 IV



 Un rato se levanta mi esperanza: 
 mas, cansada de haberse levantado,
 torna a caer, que deja, mal mi grado, 
 libre el lugar a la desconfianza.


 ¿Quién sufrirá tan áspera mudanza
 del bien al mal? ¡Oh corazón cansado! 
 Esfuerza en la miseria de tu estado; 
 que tras fortuna suele haber bonanza. 


 Yo mesmo emprenderé a fuerza de brazos
 romper un monte, que otro no rompiera, 
 de mil inconvenientes muy espeso. 


 Muerte, prisión no pueden, ni embarazos, 
quitarme de ir a veros, como quiera,
 desnudo espíritu o hombre en carne y hueso.




 V




 Escrito está en mi alma vuestro gesto,
 y cuanto yo escribir de vos deseo; 
 vos sola lo escribisteis, yo lo leo
 tan solo, que aun de vos me guardo en esto. 


 En esto estoy y estaré siempre puesto; 
 que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
 de tanto bien lo que no entiendo creo, 
 tomando ya la fe por presupuesto.


 Yo no nací sino para quereros; 
 mi alma os ha cortado a su medida;
 por hábito del alma mismo os quiero.


 Cuando tengo confieso yo deberos; 
 por vos nací, por vos tengo la vida, 
 por vos he de morir, y por vos muero. 




 VI




 Por ásperos caminos he llegado 
 a parte que de miedo no me muevo; 
 y si a mudarme a dar un paso pruebo, 
 y allí por los cabellos soy tornado. 


 Mas tal estoy, que con la muerte al lado 
 busco de mi vivir consejo nuevo;
 y conozco el mejor y el peor apruebo, 
 o por costumbre mala o por mi hado. 


 Por otra parte, el breve tiempo mío, 
 y el errado proceso de mis años,
 en su primer principio y en su medio,


 mi inclinación, con quien ya no porfío, 
 la cierta muerte, fin de tantos daños,
 me hacen descuidar de mi remedio. 




 VII




 No pierda más quien ha tanto perdido,
 bástate, amor, lo que ha por mí pasado;
 válgame agora jamás haber probado
 a defenderme de lo que has querido.


 Tu templo y sus paredes he vestido
 de mis mojadas ropas y adornado, 
 como acontece a quien ha ya escapado
 libre de la tormenta en que se vido.


 Yo había jurado nunca más meterme,
 a poder mío y mi consentimiento, 
 en otro tal peligro, como vano. 


 Mas del que viene no podré valerme;
 y en esto no voy contra el juramento; 
 que ni es como los otros ni en mi mano.




 VIII




 De aquella vista buena y excelente
 salen espíritus vivos y encendidos,
 y siendo por mis ojos recibidos,
 me pasan hasta donde el mal se siente. 


 Entránse en el camino fácilmente, 
 con los míos, de tal calor movidos,
 salen fuera de mí como perdidos, 
 llamados de aquel bien que está presente.


 Ausente, en la memoria la imagino;
 mis espíritus, pensando que la veían,
 se mueven y se encienden sin medida;


 mas no hallando fácil el camino,
 que los suyos entrando derretían,
 revientan por salir do no hay salida.




 IX 




 Señora mía, si yo de vos ausente
 en esta vida turo y no me muero,
 paréceme que ofendo a lo que os quiero, 
 y al bien de que gozaba en ser presente;


 tras éste luego siento otro accidente,
 que es ver que si de vida desespero, 
 yo pierdo cuanto bien bien de vos espero;
 y ansí ando en lo que siento diferente. 


 En esta diferencia mis sentidos
 están, en vuestra ausencia y en porfía, 
 no sé ya que hacerme en tal tamaño.


 Nunca entre sí los veo sino reñidos; 
 de tal arte pelean noche y día, 
 que sólo se conciertan en mi daño.




 X 




 ¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas,
 dulces y alegres cuando Dios quería,
 Juntas estáis en la memoria mía, 
 y con ella en mi muerte conjuradas! 


 ¿Quién me dijera, cuando las pasadas 
horas que en tanto bien por vos me vía,
 que me habiáis de ser en algún día 
 con tan grave dolor representadas?


 Pues en una hora junto me llevastes
 todo el bien que por términos me distes,
 llévame junto el mal que me dejastes;


 si no, sospecharé que me pusistes 
 en tantos bienes, porque deseastes 
 verme morir entre memorias tristes.




 XI




 Hermosas ninfas, que, en el río metidas, 
 contentas habitáis en las moradas 
 de relucientes piedras fabricadas 
 y en columnas de vidrio sostenidas; 



agora estéis labrando embebecidas
o tejiendo las telas delicadas,
agora unas con otras apartadas
contándoos los amores y las vidas:


dejad un rato la labor, alzando
vuestras rubias cabezas a mirarme,
y no os detendréis mucho según ando,


que o no podréis de lástima escucharme,
o convertido en agua aquí llorando,
podréis allá despacio consolarme.





XII 




 Si para refrenar este deseo loco, 
imposible, vano, temeroso,
 y guarecer de un mal tan peligroso,
 que es darme a entender yo lo que no creo. 


 No me aprovecha verme cual me veo, 
 o muy aventurado o muy medroso,
 en tanta confusión que nunca oso 
 fiar el mal de mí que lo poseo,

 
 ¿qué me ha de aprovechar ver la pintura 
de aquél que con las alas derretidas 
 cayendo, fama y nombre al mar ha dado,


 y la del que su fuego y su locura
 llora entre aquellas plantas conocidas
 apenas en el agua resfriado?




 XIII




 A Dafne ya los brazos le crecían, 
 y en luengos ramos vueltos se mostraba;  
en verdes hojas vi que se tornaban
 los cabellos que el oro oscurecían. 


 De áspera corteza se cubrían
 los tiernos miembros, que aún bullendo estaban: 
 los blancos pies en tierra se hincaban,
 y en torcidas raíces se volvían.


 Aquel que fue la causa de tal daño,
 a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba.


 ¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!
 ¡Que con llorarla crezca cada día
 la causa y la razón porque lloraba! 




 XIV 




 Como la tierna madre, que el doliente
 hijo le está con lágrimas pidiendo
 alguna cosa, de la cual comiendo,
 sabe que ha de doblarse el mal que siente.


 Y aquel piadoso amor no le consiente
 que considere el daño que, haciendo
 lo que le pide hace, va corriendo
 y aplaca el llanto y dobla el accidente, 


 así a mi enfermo y loco pensamiento,
 que en su daño os me pide, yo querría 
 quitarle este mortal mantenimiento. 


 Mas pídemele y llora cada día 
 tanto que cuanto quiere le consiento,
 olvidando su muerte, y aun la mía.




 XV 




 Si quejas y lamentos pueden tanto,
 que enfrenaron el curso de los ríos, 
 y en los diversos montes y sombríos
 los árboles movieron con su canto;

si convirtieron a escuchar su llanto 
 los fieros tigres, y peñascos fríos;
 si, en fin, con menos casos que los míos
 bajaron a los reinos del espanto, 


 ¿por qué no ablandará mi trabajosa vida, 
en miseria y lágrimas pasada,
 un corazón conmigo endurecido? 


 Con más piedad debía ser escuchada
 la voz del que se llora por perdido
 que la del que perdió y llora otra cosa.




 XVI 




 No las francesas armas odiosas,
 en contra puestas del airado pecho,
 ni en los guardados muros con pertrecho
 los tiros y saetas ponzoñosas;


 no las escaramuzas peligrosas,
 ni aquel fiero ruido contrahecho
 de aquel que para Júpiter fue hecho,
 por manos de Vulcano artificiosas,


 pudieron, aunque más yo me ofrecía 
 a los peligros de la dura guerra, 
 quitar una hora sola de mi hado.


 Mas infición del aire en sólo un día 
 me quitó el mundo, y me ha en ti sepultado,
 Parténope, tan lejos de mi tierra. 




 XVII 




 Pensando que el camino iba derecho, 
 vine a parar en tanta desventura, 
 que imaginar no puedo, aún con locura,
 algo de que esté un rato satisfecho. 


 El ancho campo me parece estrecho,
 la noche clara para mí es escura;
 la dulce compañía, amarga y dura,
 y duro campo de batalla el lecho.


 Del sueño, si hay alguno, aquella parte 
 sola, que es imagen de la muerte,
 se aviene con el alma fatigada.


 En fin que como quiera estoy de arte,
 que juzgo ya por hora menos fuerte,
 aunque en ella me vi, la que es pasada. 




 XVIII 




 Si a vuestra voluntad yo soy de cera,
 y por sol tengo sólo vuestra vista,
 la cual a quien no inflama o no conquista 
 con su mirar, es de sentido fuera; 


 ¿de do viene una cosa, que, si fuera
 menos veces de mí probada y vista, 
 según parece que a razón resista,
 a mi sentido mismo no creyera? 


 Y es que yo soy de lejos inflamado
 de vuestra ardiente vista y encendido
 tanto, que en vida me sostengo apenas;

 mas si de cerca soy acometido
 de vuestros ojos, luego siento helado 
 cuajárseme la sangre por las venas. 




 XIX




 Julio, después que me partí llorando 
 de quien jamás mi pensamiento parte,
 y dejé de mi alma aquella parte
 que al cuerpo vida y fuerza estaba dando,


 de mi bien a mí mismo voy tomando 
 estrecha cuenta, y siento de tal arte 
 faltarme todo el bien, que temo en parte
 que ha de faltarme el aire suspirando;


 y con este temor mi lengua prueba a razonar
 con vos, oh dulce amigo,
 del amarga memoria de aquel día 

 en que yo comencé como testigo 
 a poder dar, del alma vuestra, 
nueva y a saberla de vos del alma mía. 




 XX 




 Con tal fuerza y vigor son concertados 
 para mi perdición los duros vientos,
 que cortaron mis tiernos pensamientos 
 luego que sobre mí fueron mostrados.


 El mal es que me quedan los cuidados
 en salvo de estos acontecimientos,
 que son duros, y tienen fundamentos
 en todos mis sentidos bien echados.


 Aunque por otra parte no me duelo,
 ya que el bien me dejó con su partida,
 del grave mal que en mí está de contino;


 antes con él me abrazo y me consuelo;
 porque en proceso de tan dura vida 
 ataje la largueza del camino. 



Garcilaso de la Vega