¿Existirá? ¡Quién sabe!
mi instinto la presiente
dejad que yo la alabe
previamente.
Alerta el violín
el querubín
y susceptible al
manzano terrenal,
será a la vez risueña
y gemebunda,
como el agua profunda.
Su índice y su pulgar
con una esbelta cruz
esbelto persignar.
Diagonal de su busto,
cadena alternativa
de mirtos y de nardos,
mientras viva.
Si en el nardo canónico
o en el mirto me ofusco,
ella adivinará
la flor que busco;
y, convicta e invicta,
esforzará su celo
en serme, llanamente,
barro para mi barro
y azul para mi cielo.
Próvida cual ciruela,
del profano compás
siempre ha de pedir más.
Retozará en el césped,
cual las fieras del Baco
de Rubens;
y luego... la paloma
que baja de las nubes.
Riéndose, solemne.
Y quebrándose, indemne.
Que me sea total
y parcial,
periférica y central;
y que al soltar mi mano
la antorcha de la vida,
son la antorcha caída
prenda fuego a mis lacios
cabellos, que han sido antes
ludibrio de las uñas
de las bacantes.
Que me rece con rezos abundantes
y con lágrimas pocas;
más negra de su alma
que de sus tocas.
Ramón Lopez Velarde