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10 de diciembre de 2018

ODA Y GERMINACIONES


I

 El sabor de tu boca y el color de tu piel,  
piel, boca, fruta mía de estos días veloces,  
dímelo, fueron sin cesar a tu lado 
por años y por viajes y por lunas y soles  
y tierra y llanto y lluvia y alegría  
o sólo ahora, sólo salen de tus raíces 
como a la tierra seca el agua trae  
germinaciones que no conocía  
o a los labios del cántaro olvidado  
sube en el agua el gusto de la tierra?   
No sé, no me lo digas, no lo sabes.  
Nadie sabe estas cosas.  

Pero acercando todos mis sentidos  
a la luz de tu piel, desapareces,  
te fundes como el ácido  
aroma de una fruta y el calor de un camino,  
el olor del maíz que se desgrana, 
la madreselva de la tarde pura,  
los nombres de la tierra polvorienta, 
 el perfume infinito de la patria: 
magnolia y matorral, sangre y harina,  
galope de caballos,  
la luna polvorienta de la aldea, 
el pan recién nacido: 
ay todo de tu piel vuelve a mi boca,  
vuelve a mi corazón, vuelve a mi cuerpo,  
y vuelvo a ser contigo la tierra que tú eres: 
eres en mi profunda primavera: 
vuelvo a saber en ti cómo germino.   

 II 

Años tuyos que yo debí sentir 
 crecer cerca de mí como
 racimos hasta que hubieras 
visto cómo el sol y la tierra  
a mis manos de piedra
 te hubieran destinado, 
 hasta que uva con uva hubieras hecho  
cantar en mis venas el vino.

El viento o el caballo  
desviándose pudieron 
 hacer que yo pasara por tu infancia,  
el mismo cielo has visto cada día,  
el mismo barro del invierno oscuro,  
la enramada sin fin de los ciruelos  
y su dulzura de color morado.

Sólo algunos kilómetros de noche,  
las distancias mojadas 
de la aurora campestre,  
un puñado de tierra nos separó, 
los muros transparentes que no cruzamos, 
para que la vida,  
después, pusiera todos los mares y la tierra  
entre nosotros, y nos acercáramos  
a pesar del espacio,  
paso a paso buscándonos, 
 de un océano a otro, 
hasta que vi que el cielo se incendiaba  
y volaba en la luz tu cabellera 
 y llegaste a mis besos con el fuego  
de un desencadenado meteoro  
y al fundirte en mi sangre, la dulzura 
 del ciruelo salvaje de nuestra infancia 
recibí en mi boca,
 y te apreté a mi pecho como 
 si la tierra y la vida recobrara. 

  III 

Mi muchacha salvaje, 
hemos tenido  
que recobrar el tiempo
 y marchar hacia atrás, en la distancia  
de nuestras vidas, beso a beso,  
recogiendo de un sitio
 lo que dimos sin alegría, 
descubriendo en otro 
 el camino secreto que iba acercando 
tus pies a los míos,  
y así bajo mi boca vuelves a ver 
la planta insatisfecha  
de tu vida alargando sus raíces 
 hacia mi corazón que te esperaba.  

Y una a una las noches  
entre nuestras ciudades separadas  
se agregan a la noche que nos une.  

La luz de cada día,  
su llama o su reposo  
nos entregan, sacándolos del tiempo,  
y así se desentierra en la sombra 
o la luz nuestro tesoro,  
y así besan la vida nuestros besos: 
todo el amor en nuestro amor 
se encierra: toda la sed
 termina en nuestro abrazo.  

Aquí estamos al fin frente a frente,  
nos hemos encontrado, 
 no hemos perdido nada.  

Nos hemos recorrido labio a labio,  
hemos cambiado mil veces  
entre nosotros la muerte y la vida,  
todo lo que traíamos como muertas medallas
lo echamos al fondo del mar, 
 todo lo que aprendimos 
 no nos sirvió de nada: comenzamos de nuevo,  
terminamos de nuevo  muerte y vida. 

Y aquí sobrevivimos,
  puros, con la pureza que nosotros creamos, 
 más anchos que la tierra 
que no pudo extraviarnos, 
 eternos como el fuego que arderá  
cuanto dure la vida. 

  IV

Cuando he llegado aquí se detiene mi mano.  
Alguien pregunta: 
—Dime por qué, como las olas  
en una misma costa, 
tus palabras sin cesar van y vuelven a su cuerpo?  

Ella es sólo la forma que tú amas? 
 Y respondo: mis manos no se sacian,  
en ella, mis besos no descansan  
por qué retiraría las palabras  
que repiten la huella de su contacto amado, 
 que se cierran guardando 
 inútilmente como en la red el agua,  
la superficie y la temperatura  
de la ola más pura de la vida?  

Y, amor, tu cuerpo no sólo es la rosa  
que en la sombra o la luna se levanta,  
o sorprendo o persigo. 

No sólo es movimiento o quemadura,  
acto de sangre o pétalo del fuego, 
 sino que para mí tú me has traído  
mi territorio, el barro de mi infancia, 
 las olas de la avena, 
la piel redonda de la fruta oscura 
 que arranqué de la selva,  
aroma de maderas y manzanas,  
color de agua escondida donde caen
  frutos secretos y profundas hojas.  

Oh amor, tu cuerpo sube  
como una línea pura de vasija  
desde la tierra que me reconoce  
y cuando te encontraron mis sentidos 
 tú palpitaste como si cayeran 
 dentro de ti la lluvia y las semillas!  

Ay que me digan cómo  
pudiera yo abolirte y dejar 
que mis manos sin tu forma  
arrancaran el fuego a mis palabras!  

Suave mía, reposa tu cuerpo 
en estas líneas que te deben  
más de lo que me das en tu contacto,  
vive en estas palabras y repite 
 en ellas la dulzura y el incendio,
estremécete en medio de sus sílabas,  
duerme en mi nombre como te has dormido  
sobre mi corazón, y así mañana  
el hueco de tu forma guardarán mis palabras
 y el que las oiga un día recibirá una ráfaga 
 de trigo y amapolas: estará todavía respirando  
el cuerpo del amor sobre la tierra!   

  V

 Hilo de trigo y agua,
  de cristal o de fuego, 
 la palabra y la noche, 
 el trabajo y la ira,
  la sombra y la ternura, 
 todo lo has ido poco
 a poco cosiendo  
a mis bolsillos rotos, 
 y no sólo en la zona trepidante 
 en que amor y martirio son gemelos  
como dos campanas de incendio, 
 me esperaste, amor mío, 
 sino en las más pequeñas  
obligaciones dulces.  E
l aceite dorado de Italia hizo tu nimbo,  
santa de la cocina y la costura,  
y tu coquetería pequeñuela,  
que tanto se tardaba en el espejo,  
con tus manos que tienen  
pétalos que el jazmín envidiaría 
 lavó los utensilios y mi ropa,  
desinfectó las llagas.  

Amor mío, a mi vida  
llegaste preparada como amapola 
y como guerrillera:
 de seda el esplendor que yo recorro 
 con el hambre y la sed 
que sólo para ti traje a este mundo,  
y detrás de la seda la muchacha 
de hierro  que luchará a mi lado.  

Amor, amor, aquí nos encontramos.  
Seda y metal, acércate a mi boca. 

  VI

Y porque amor combate  
no sólo en su quemante agricultura,  
sino en la boca de hombres y mujeres,  
terminaré saliéndole al camino  
a los que entre mi pecho y tu fragancia
quieran interponer su planta oscura.  

De mí nada más malo te dirán, amor mío,  
de lo que yo te dije.  

Yo viví en las praderas  
antes de conocerte 
y no esperé el amor sino que estuve  
acechando y salté sobre la rosa. 

Qué más pueden decirte?  
No soy bueno ni malo sino un hombre,  
y agregarán entonces el peligro  
de mi vida, que conoces
 y que con tu pasión has compartido.  

Y bien, este peligro es peligro de amor,
 de amor completo hacia toda la vida,  
hacia todas las vidas,  
y si este amor nos trae
  la muerte o las prisiones,  
yo estoy seguro que tus grandes ojos,  
como cuando los beso  
se cerrarán entonces con orgullo,  
en doble orgullo, amor,  
con tu orgullo y el mío.  

Pero hacia mis orejas vendrán antes  
a socavar la torre del amor 
dulce y duro que nos liga,  
y me dirán: 
—«Aquella que tú amas,  
no es mujer para ti, 
 por qué la quieres? 

Creo que podrías hallar una más bella,  
más seria, más profunda,  
más otra, tú me entiendes,
 mírala qué ligera,  
y qué cabeza tiene, 
 y mírala cómo se viste 
 y etcétera y etcétera».  

Y yo en estas líneas digo:
 así te quiero, amor,  
amor, así te amo, 
 así como te vistes 
 y como se levanta 
 tu cabellera y como
  tu boca se sonríe,  
ligera como el agua 
del manantial sobre 
las piedras puras,  
así te quiero, amada.

 Al pan yo no le pido 
que me enseñe  
sino que no me falte 
 durante cada día de la vida. 

 Yo no sé nada de la luz, de dónde
  viene ni dónde va, 
 yo sólo quiero que la luz alumbre,
  yo no pido a la noche  
explicaciones, 
 yo la espero y me envuelve,  
y así tú, pan y luz  y sombra eres.

Has venido a mi vida 
 con lo que tú traías,
  hecha de luz y pan y sombra te esperaba, 
 y así te necesito, 
 así te amo, 
 y a cuantos quieran escuchar mañana 
 lo que no les diré, que aquí lo lean, 
 y retrocedan hoy porque es temprano  
para estos argumentos.  

Mañana sólo les daremos  
una hoja del árbol de nuestro amor, una hoja  
que caerá sobre la tierra  
como si la hubieran hecho nuestros labios,  
como un beso que cae  
desde nuestras alturas invencibles 
 para mostrar el fuego y la ternura  
de un amor verdadero.   

Pablo Neruda