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31 de enero de 2012

LIBRO SEGUNDO CANTO TERCERO


I

Ahí va... callado, cual lo miran siempre
Discurrir por el pueblo:
Extraño, taciturno. El indio loco
Los soldados le llaman; pero, al verlo
Pasar entre ellos pálido, absorbido,
Lo miran en silencio,
Lo siguen con los ojos y, mostrándose
Al salvaje entre sí, dicen: ¿Qué es esto?
-¿Qué dices tú?
-Que es loco rematado
A estar a lo que veo.
-Rematado, bien dicho; ved sus ojos;
Ese indio tiene barajado el seso.
-Moscardón que no gruñe se me antoja
En sus mudos paseos.
-¡Y Parece que sufre!
-¡Ca! Esa gente
No es capaz de dolor... ¡Muere en silencio¡
Ved qué pálido está, que desmayado.
Sus pasos son inciertos:
Parece que su cuello no pudiera
De la cabeza soportar el peso.
-Es que algo habrá perdido, y anda siempre
Buscándolo en el suelo.
-¡Y también en el aire!
-¡Cierto! El loco
Suele buscar en él pájaros negros.
-¿Y si os dijera que ese insano duerme
Con los ojos abiertos?
-Oiga!
-Como os lo digo. Lo he observado
Más de una noche, Y me asustó su aspecto.
Si parece un cadáver que nos mira!
-¿,Tendrá el diablo en el cuerpo?
-Todo es posible. Si en las altas horas
Vais a observar los indios allá dentro,
Entre el grupo cobrizo allí entregado
A su profundo sueño.
Siempre tropezará vuestra mirada
Con los ojos diabólicos despiertos.
Son los de ese indio: no se cierran nunca;
Sentado. inmóvil, yerto.
Lo veréis siempre, hasta en la medianoche,
Tal cual lo estamos ahora mismo viendo.
-Loco, no hay más
O poseído acaso.
-Qué dices? ¿Le hablaremos?
-Háblale tú Que entiendes de latines
A ver si te contesta.
-No lo creo.
Un mes hace que vive entre nosotros
Ni su voz conocemos. -¿No será mudo?
-No; con el anciano
Ha hablado alguna vez, según entiendo.
-Vedlo, allá va; cuando en aquella loma
Aparezca el lucero,
Frente a nosotros pasará de vuelta;
Puedes salirle entonces al encuentro.
-Pero háblale con tino, con mesura:
Cuida de no ofenderlo;
Sabes que el capitán tiene ordenado
Que al Señor Don Charrúa no irritemos.
-¿No es aquélla la hermosa Doña Blanca?
-La misma. El prisionero
Va a pasar a su lado.
-¡Ved qué hermosa,
Qué hermosa está con esos ojos negros!

II

Tabaré sigue; se detiene a veces
Cuál si escuchara atento
Y se hunde su mirada en los espacios,
O vaga en torno suyo con recelo.
Inclina nuevamente la cabeza,
Y sigue a paso incierto,
Como el que va temiendo a cada instante
Ser sorprendido por oculto riesgo.
Blanca lo observa; sigue de¡ charrúa
Los tristes movimientos;
Espera la ocasión de ver sus ojos,
Pues sabe que algo ha de encontrar en ellos.
Pero es en vano; el prisionero pasa
Sin mirarla jamás, nublando el ceño,
Y, al cruzar frente a ella, se apresura
Y se aleja temblando, casi huyendo.
Es que cierra los ojos, y no obstante,
Ve la imagen de Blanca entre los velos
De una aurora confusa, imperceptible,
Que ilumina el nacer de sus recuerdos.
¿Es ella la que flota en su pasado?
¿Es la blanca visión de sus ensueños?
A una mujer tan blanca corro aquélla
Oyó cantar los cánticos maternos.
El indio siente, confusión ignota;
Vacila, tiene miedo,
Busca a la niña, y huye al encontrarla
Huye de la ilusión y del misterio.

III

Así pasaba Tabaré aquel día
Frente a la virgen que, con dulce acento,
¡Vaya el indio con Dios! ¿Por qué así corre?
Dijo por fin, ¿le infundo algún recelo?
El se detuvo sin alzar la frente,
Cual llamado a lo lejos;
Cual si la voz tardara largo espacio
En ir desde el oído al pensamiento.
Y allí fijo quedé, como tocado
Por un conjuro; trémulo
Como el corcel que en su carrera escucha
El bramido del tigre, en el desierto.
Así como una piedra
Al fondo del abismo descendiendo
Despierta temerosas resonancias,
Voces lejanas, quejas y lamentos,
La voz de la española
Descendió al alma del salvaje enfermo,
Y en ese abismo despertó la vicia,
La queja, el grito del dolor y el tiempo.
El indio alzó la frente: miró a Blanca
De un modo fijo, iluminado, intenso.
Había en su actitud indescifrable
Terror, adoración, reproche, ruego.

IV

“-Tú hablas al indio! ¡Tú, que de las lunas
Tienes la claridad!
Por que lo hieres con tu voz tranquila,
Tranquila como el canto del sabía?
Si tienes en los ojos, de las lunas
La transparente luz
¿Por qué tu alma para el indio es negra,
Negra como las plumas del urú?
¿Por qué lo hieres en el alma obscura?
¡Deja al indio morir!
¡Tú tienes odio negro para el indio,
Para el triste cacique guaraní".
Blanca sintió una lágrima en los ojos
Y una amargura insólita en el pecho:
-Yo no tengo odio para ti, charrúa;
Dijo el cacique con acento ingenuo.
Las pupilas azules del salvaje
Brillaban asombradas; en sus nervios
Vibraba el alma. Tabaré sentía
El abismo sonar en su cerebro.
Habla por vez primera a la española:
Sus palabras, sin orden ni concierto,
Brotan de entre sus labios como informe
Tropel de sombras, luces y reflejos.
“-¡Oh, sí! Yo sé que acechas
Mis horas de dolor:
Sé que, remedas alas de jilgueros
Donde yo estoy.
Yo sé que tú el secreto
Conoces de mi ser,
Y sé que tú te escondes en las nieblas...
Todo lo sé!
Que gimes en el viento,
Que nadas en la luz,
Que ríes en la risa de las aguas
Del Iguazú;
Que miras en las altas
Hogueras del Tupá.
Y en lunas del fuego fugitivas
Que brillan al pasar.
Tú como el algarrobo,
Sueño das a beber;
Y das la sombra hermosa que envenena
Como él ahué.
Yo, temiendo tu sombra,
Tiemblo y huyo de ti,
Y tú en el despertar de mis memorias,
Vas tras de mí.
Mis nervios que eran fuertes,
Fuertes cual ñandubay,
Blandos como el retoño más temprano
Del ombú están...
No ha pasado una luna
Después que yo te vi;
Mira cómo está enfermo el indio bravo
Sólo por ti!”
La súplica, el reproche,
La imprecación, el ruego,
Se sucedían en la voz del indio
Y en su ademán nervioso y altanero;
El, que se había alejado
Con la frente inclinada sobre el pecho,
Como impulsado por interna fuerza,
Hacia la niña se volvió de nuevo;
La miró un breve espacio
Y señaló su rostro con el dedo,
Cual sí del fondo obscuro de su alma
Envuelto en luz brotara un pensamiento.
“-Era así como tú... blanca y hermosa;
Era así.. . corno tú.
Miraba con tus ojos, y en tu vida
Puso su luz;
Yo la vi sobre el cerro de las sombras
Pálida y sin color;
El indio niño no besó a su madre...
¡No la lloró!
Les avisnas de fuego de las nubes,
Ellas brillaron más;
Pero el hogar del indio se apagaba,
Su dulce hogar.
Han pasado mas fríos que dos vmw
Mis manos y mis pies...
Solo en las horas lentas yo la veo
Como cuerpo que fue.
Hoy vive en tu mirada transparente
Y en el espacio azul. ..
Era así como tú la madre mía,
Blanca y hermosa... ¡Pero no eres tú!
Por ocultar el llanto
Que, sin mojar sus párpados, acerbo
Como lluvia de hiel, se derramaba,
Y empapaba del indio los recuerdos,
El infeliz charrúa,
En convulso y mortal desasosiego,
Se alejaba sombrío, y se volvía
A la española en ademán violento:
-Así como tu mano,
Blanca como la flor del guayacán
Es la que he visto en la batalla siempre
Mi sudorosa frente refrescar.
La misma mano blanca
De mí desnudo pecho separó
El rayo que arrojaban tus hermanos,
Más rápido que el vuelo del halcón;
La he visto entre sus dedos
Romper la flecha que a esconder llegó
En mis venas el sueño de las sombras,
Ese pálido sueño del dolor...

........................

Pero... ¡no era la tuya!
Era otra aquella mano, ¿no es verdad?
¡Dile al charrúa que esos ojos tuyos
No son los que en sus sueños ve flotar!
Dile que no es tu raza
La que vierte esa tenue claridad
Que en el alma del indio reproduce
Aquella luz de su extinguido hogar;
Aquella luz que el astro de los muertos
Nunca sabrá copiar,
Más pura que el reír de las mañanas,
Y el llorar de las tardes, ¡mucho más!
Oh! no: tú eres la sombra,
Tú no vives la vida como yo;
¿Por qué has de arrebatarme mis recuerdos
Y vestirte ante mí de su dolor?
¡Déjame! ¡'No me sigas!
¿No sientes? ¿No lo ves?
¡El corazón del indio está muy negro!
¡Triste como la sombra del ahué!

V

Con movimiento brusco
Se ha separado de la niña el indio,
Volviendo la cabeza, cual si huyera
Temiendo la agresión de un enemigo.
Un eco amargo y triste
Quedó de Blanca en el absorto oído.
Tabaré atravesó entre los soldados
Ninguno lo detuvo en su camino.
Blanca siguió con pena
Con los ojos al indio fugitivo.
Aquel extraño ser en sí tenía
La atracción de lo obscuro del abismo.

VI

En ese estado en que, movida el alma
Por fuerza superior, en lo infinito
Medita, sin consciencia de sus actos,
Como otro yo, de nuestro ser distinto;
Y conoce los seres del ambiente
En que vaga desnuda dé sentidos,
Sin traernos, de vuelta de su viaje,
Nada que de otros mundos nos da indicios;
Y al despertar la sensación de nuevo,
Rompe de un sueño el transparente hilo;
Quedó la niña, hasta que oyó a su espalda
Que alguien decía: -¿Qué te hablaba el indio?
-¿El indio? ... Nada. ¿En qué estaba pensando?
¡Ah! Luz, no te había visto
¿Qué me dijiste? ... Ahora lo recuerdo:
Nada, nada me dijo.
Y agregó Doña Luz: -¡Pero aquí, hablando
Lo hemos visto contigo!
Y Blanca: -¿Sabes, Luz, que ese salvaje
Amó a su madre? El mismo me lo ha dicho.
-¿Y no le temes, Blanca?
-¡Temerlo! Puede ser. Lo que al oírlo
Mi espíritu sintió, fue un algo raro,
Muy semejante al miedo de los niños

........................

Con terror, la mirada
Clavó en su hermana Doña Luz.
-¿Qué ha visto
O creído advertir en sus pupilas?...
Le aconsejó que huyese de aquel indio.

Juan Zorrilla de San Martin