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28 de diciembre de 2010

LIBRO PRIMERO CANTO SEGUNDO


I

Cayó la flor al río!
Los temblorosos círculos concéntricos
Balancearon los verdes camalotes,
Y en el silencio del juncal murieron.
Las aguas se han cerrado;
Las algas despertaron de su sueño,
Y a la flor abrazaron, que moría,
Falta de luz, en el profundo légamo...
Las grietas del sepulcro
Han engendrado un lirio amarillento;
Tiene el perfume de la flor caída.
Su misma palidez... La flor ha muerto!
Así el himno sonaba
De los lejanos ecos;
Así cantaba el urutí en las ceibas.
Y se quejaba en el sauzal el viento.
Siempre llorar la vieron los charrúas;
Siempre mirar al cielo,
Y más allá... Miraba lo invisible
Con sus ojos azules y serenos.
El cacique a su lado está tendido.
Lo domina el misterio;
Hay luz en la mirada de la esclava.
Luz que alumbra sus lágrimas de fuego,
Y ahuyenta al indio, al derramar en ellas

II

Ese dulce reflejo
De que se forma el nimbo de los mártires,
La diáfana sonrisa de los cielos.
Siempre llorar la vieron los charrúas,
Y así pasaba el tiempo.
Vedla sola en la playa. En esa lágrima
Rueda por sus mejillas un recuerdo.
Sus labios las sonrisas olvidaron.
Sólo brotan de entre ellos
Las plegarias, vestidas de elegías,
Como coros de vírgenes de un templo.

III

Un niño, llora. Sus vagidos se oyen
Del bosque en el secreto,
Unidos a las voces de los pájaros
Que cantan en las ramas de los ceibos.
Le llaman Tabaré. Nació una noche
Bajo el obscuro techo
En que el indio guardaba a la cautiva
A quien el niño exprime el dulce seno.
Le llaman Tabaré. Nació en el bosque
De Caracé el guerrero;
Ha brotado en las grietas del sepulcro
Un lirio amarillento.
Sonrisa del dolor, hijo del alma,
¡Alma de mis recuerdos!
Lo llamaba gimiendo la cautiva
Al estrecharlo en el materno pecho.
Y al entonar los cánticos cristianos
Para arrullar su sueño:
Los cantos de Belén que al fin escucha
La soledad callada del desierto.
Los escuchan las dulces alboradas,
Los balbucen los ecos
Y, en las tardes que salen de los bosques,
Anda con ellos sollozando el viento.
Son los cantos cristianos, impregnados
De inocencia y misterio,
Que acaso aquella tierra escuchó un día,
Como se siente el beso de un ensueño.

IV

El indio niño en las pupilas tiene
El azulado cerco
Que entre, sus hojas pálidas ostenta
La flor del cardo en pos de un aguacero,
Los charrúas, que acuden a mirarlo,
Clavan sus ojos negros
En los ojos azules de aquel niño
Que se reclina en el materno seno.
Y lo oyen y lo miran asombrados
Como a un pájaro nuevo
Que, unido a las calandrias y zorzales,
Ensaya entre las ramas sus gorjeos.
Mira el niño a la madre. Está llorando,
Lo mira y mira el cielo,
Y envía en su mirada al infinito
Un amor que en el mundo es extranjero.
Mas ya ama al bosque, porque da su sombra
Al indiecito tierno;
Ya es para ella más azul el aire,
Más diáfano el ambiente y más sereno.
La tarde, al descender sobre su alma,
Desciende como el beso
De la hermana mayor sobre la frente,
Del hermanito huérfano;
Y tiene ya más alas su plegaria,
Su llanto más consuelo,
Y más risa la luz de las estrellas,
Y el rumor de los sauces más misterio.
.........................

V

¿Adónde va la madre silenciosa?
Camina a paso lento
Con el niño en los brazos. Llega al río.
¡Es la hermosa mujer del Evangelio
¡E invoca a Dios en su misterio augusto!
Se conmueve el desierto.
Y el indio niño siente en su cabeza
De su bautismo el fecundante riego.
La madre le ha entregado sollozando
El gran legado eterno.
El Uruguay, al ofrecer sus aguas
Entona en el juncal un himno nuevo.
Se eleva, en transparentes espirales
El primitivo incienso;
Una invisible aparición derrama
De su nimbo la luz entre los ceibos.
Se adivinan cantares
A medio pronunciar que flotan trémulos.
Y de que seres absortos los escuchan
Se cree sentir el contenido aliento;
Hay sonrisas posadas
Entre los puros labios entreabiertos
De un invisible coro que, en el aire,
Bate a compás sus alas en silencio.
Hay contacto del cielo con la tierra...
¡Es que hay allí misterio!
Vacila el hombre ante su influjo y mudo
Cierra los ojos, para ver más lejos.

VI

Madre: ¡no llores más! Siempre en tus ojos
Gotas de llanto veo
Que humedecen tu voz y tus miradas,
Tus cantos y tus besos;
Con ese llanto siempre
Al despertar te encuentro
Quién lleva, pobre madre, tantas lágrimas
Hasta el mismo silencio de tus sueños?
¡No llores más! Porque no llores nunca
Yo rezo, siempre rezo
La oración qué despierta en mis auroras
Y se duerme conmigo cuando duermo.
¿Por qué lloras? Las tribus no te ofenden.
¿Oyes? Están muy lejos.
Beben sangre de Palmas y algarrobos,
Y después dormirán no tengas miedo.
En la cruz que reciben las plegarias,
En esa que has clavado entre los ceibos,
A hacer su nido bajarán los ángeles
Y a recoger mis ruegos.
No llores, que la virgen invisible
Que me enseñas a amar, vendrá por ellos.
Y a ti también te besará en la frente,
Y a nuestro lado velará tu sueño.
La madre sollozaba;
Estrechaba a su hijo sobre el seno,
Y sus miradas húmedas
Escalaban los mundos ascendiendo.
Huían de la tierra, hasta posarse
En el regazo eterno
Pero el cielo ansiosas descendían
El indio niño a acariciar de nuevo.

VII

Cayó la flor al río,
Y en el obscura légamo
Derramó su perfume entre las algas.
Se ha marchitado, ha muerto.
Las algas la estrecharon
En sus brazos de hielo...
Ha brotado en las grietas del sepulcro
Un lirio amarillento.

VIII

Duerme, Hijo mío. mira: entre las ramas
Está dormido el viento;
Así tu llanto
No será acerbo.
Yo empaparé de dulces melodías
Los sauces y los ceibos,
Y enseñaré a los pájaros dormidos
A repetir mis cánticos maternos.
El niño duerme, Duerme sonriendo.
La madre lo estrechó dejó en su frente
Una lágrima inmensa, en ella un beso,
Y se acostó a morir. Lloró la selva
Y, al entreabrirse, sonreía el cielo.

XI
¿Sentís la risa? Caracé el cacique
Ha vuelto ebrio, muy ebrio.
Su esclava estaba pálida, muy pálida...
Hijo y madre ya duermen los dos sueños.

Juan Zorrilla de San Martin