CafePoetas es un Blog sin animo de lucro donde se rinde homenaje a poetas de ayer, hoy y siempre.

30 de junio de 2010

LA HORMIGA


Sin saber que es domingo, ruidoso día de fiesta,
va llevando su carga la minúscula hormiga:
el trozo de una hoja en perfilada cresta
colúmpiase oscilante sin impedir que siga.

Apenas se apresura, que caminar le cuesta,
y se esfuerza consciente pues el deber la obliga,
prosiguiendo el sendero, pese a tal lastre, enhiesta,
pero sin detenerse ni demostrar fatiga.

¿Cómo sigue su rumbo el portentoso insecto,
conociendo infalible la dirección que toma?
¿Qué indicios lo conducen por previsto trayecto
y alcanzar sin perderse el lugar donde vive?
¿Será acaso la brisa? ¿O tal vez el aroma?
¿Quizá la propia tierra por su altura o declive?
¿Cuál será la conciencia de un obrar tan perfecto?

Marilina Rebora

29 de junio de 2010

SIRVE


Sirve de escudo mi débil razón
para defender con tesón
el ánimo de un día perdido
y renovar los débiles latidos
de un ya triste y descreído
pero aún latente y vivo corazón.

Y sirve de sustento tu recuerdo
y de alimento mi humilde ilusión,
para seguir dándole sentido
a esos mismos latidos
que enturbiaron la razón.

Sirve de consuelo un gesto tuyo,
pero no es consuelo lo que busca mi alma
sino encontrar la misma calma
que tuvo en los tiempos suyos.

Y por fin, sirve como motivo
la más tenue de tus miradas
y el más sencillo de tus suspiros
para buscar con mis ojos furtivos
la sombra de tu piel idolatrada.


Miguel Ángel Turco

28 de junio de 2010

A CARMELINA


Con la sonora trompa
De caliope divina,
Cantaba yo de Aquiles
Las bélicas conquistas:

El furor de los griegos,
Las fúnebres cenizas
Del Ilion, y la suerte
De Andrómaca afligida.

Tan hórridos acentos
Los ecos repetían,
Cuando un pasmo amoroso
Dejó mi sangre tibia;

Poco a poco el aliento
De mí se despedía,
Negándose la trompa
Al soplo que la anima.

Perdí en fin los compases,
Creció más mi fatiga;
Hasta que vino Erato
Cediéndome su lira:

"Canta, me dijo, toca
En ésta, que yo misma
Te animaré si cantas
La dulce Carmelina:

No cantes de Belona,
Ni de Marte las iras;
Canta, sí, las de Venus
Y de tu amor reliquias".

Yo tomé el instrumento,
Y a tiempo que la ninfa
Me dictaba los sones
En las cuerdas divinas.

Entonces se aparece
La tierna Carmelina,
Circundada de amores,
De gracias y de risas.

Y al verla, de las manos
Se desprendió mi lira,
Quedándose suspensa,
Erato, y yo sin vida.

Manuel Zequeira y Arango

27 de junio de 2010

YERBAS DEL TARAHUMARA


Han bajado los indios tarahumaras,
que es señal de mal año
y de cosecha pobre en la montaña.
Desnudos y curtidos,
duros en la lustrosa piel manchada,
denegridos de viento y de sol, animan
las calles de Chihuahua,
lentos y recelosos,
con todos los resortes del miedo contraídos,
como panteras mansas.

Desnudos y curtidos,
bravos habitadores de la nieve
-como hablan de tú-,
contestan siempre así la pregunta obligada:
-"Y tu ¿no tienes frío en la cara?

Mal año en la montaña,
cuando el grave deshielo de las cumbres
escurre hasta los pueblos la manada
de animales humanos con el hato e la espalda.

Los hicieron católicos
los misioneros de la Nueva España
-esos corderos de corazón de león.
Y, sin pan y sin vino,
ellos celebran la función cristiana
con su cerveza-chicha y su pinole,
que es un polvo de todos los sabores.

Beben tesgüiño de maíz y peyote,
yerba de los portentos,
sinfonía lograda
que convierte los ruidos en colores;
y larga borrachera metafísica
los compensa de andar sobre la tierra,
que es, al fin y a la postre,
la dolencia común de las razas de los hombres.
Campeones de la Maratón del mundo,
nutridos en la carne ácida del venado,
llegarán los primeros con el triunfo
el día que saltemos la muralla
de los cinco sentidos.

A veces, traen oro de sus ocultas minas,
y todo el día rompen los terrones,
sentados en la calle,
entre la envidia culta de los blancos.
Hoy solo traen yerbas en el hato,
las yerbas de salud que cambian por centavos:
yerbaniz, limoncillo, simonillo,
que alivian las difíciles entrañas,
junto con la orejela de ratón
para el mal que la gente llama "bilis";
y la yerba del venado, del chuchupaste
y la yerba del indio, que restauran la sangre;
el pasto de ocotillo de los golpes contusos,
contrayerba para las fiebres pantanosas,
la yerba de la víbora que cura los resfríos;
collares de semillas de ojos de venado,
tan eficaces para el sortilegio;
y la sangre de grado, que aprieta las encías
y agarra en la nariz los dientes flojos.

(Nuestro Francisco Hernández
-El Plinio Mexicano de los Mil y Quinientos-
logró hasta mil doscientas plantas mágicas
de la farmacopea de los indios.
Sin ser un gran botánico,
don Felipe Segundo
supo gastar setenta mil ducados,
¡para que luego aquel herbario único
se perdiera en la incuria y el polvo!
Porque el padre Moxó nos asegura
que no fue culpa del incendio
que en el siglo décimo séptimo
aconteció en El Escorial.)

Con la paciencia muda de la hormiga,
los indios van juntando sobre el suelo
la yerbecita en haces
-perfectos en su ciencia natural.


Alfonso Reyes

26 de junio de 2010

SONETOS


1

A Don Martín de bolea y Castro

Aunque el bélico pecho y animoso
de tal manera a Orlando le ha ensalzado,
que está en suprema cumbre levantado,
pues en todo ha salido victorioso,

no menos por tu pluma fue dichoso,
Orlando en ser de ti tan celebrado,
que tanta fama y gloria has tú alcanzado,
cuanta él con ser en armas valeroso.

El postrimero límite y subjeto,
donde otros no pudieron allegarse,
desde allí comenzó tu vuelo altivo:

ha hallado don Martín tu gran conceto
entre furia y amor determinarse:
dio este corte y falló superlativo.


2

Soneto de Bartolomé Leonardo y Argensola al muy reverendo P. Fray Bartolomé Ponce

¿Cómo podrá premiar el bajo suelo,
subjeto al corto término de vida,
obra tan encumbrada y tan subida
que a su fin principal no abarca el cielo?

El premio, pues (divino Ponce), délo
el que, bajo accidentes de comida,
a tus manos se rinde y te convida
con el disfraz del delicado velo.

Que tu subtil labor y heroico estilo,
donde (cual muro oculto) so la yedra
más con su fortaleza reverdece,

o cual bajo la cera está el pabilo,
en rica guarnición la árabe piedra,
estando Dios, no sé qué más merece.


3

A una dama que sin beber vino ni tener negros los dientes le olía mal la boca, señal de poca castidad

Si nunca Baco y siempre fuente viva
para tus labios su licor ofrece,
y de apariencia artificial carece
esa belleza sólida y nativa,

¿de qué causa tu aliento se deriva
que los tersos marfiles obscurece?
Hoy huele a yema pollo que perece
corrompido en la cáscara abortiva.

Decir que en los convites excediendo
se estraga el huelgo, como en su frecuencia
de tu rara templanza te desvíes,

no lo quiero creer, con tu licencia.
Colorada te pones y te ríes:
mal disimulas, Filis; ya lo entiendo.


4

A una persona que se preciaba de platónica

Gala, no alegues a Platón o alega
algo más corporal lo que alegares,
que esos cómplices tuyos son vulgares
y escuchan mal la sutileza griega.

Desnudo al sol y al látigo navega
más de un amante tuyo en ambos mares
que te sabe los íntimos lunares
y quizá es tan honrado que lo niega.

Y tú, en la metafísica elevada,
dices que unir las almas es tu intento,
ruda y sencilla en inferiores cosas;

pues yo sé que Apuleyo más te agrada
cuando rebuzna en forma de jumento
que en la que se quedó comiendo rosas.


5

A un privado

Oh tú, que en las sublimes aulas de oro
de reyes vives, huye, y escarmienta
del que a nado escapó de la tormenta,
echando al mar riquezas y tesoro.

Y cuando la Fortuna en su alto coro
vieres que el rostro alegre te presenta,
teme de Amor la rigurosa cuenta,
como tragedia que provoca a lloro.

¿Qué piensas que has de hallar firme y estable
donde están en sus tronos la mentira,
la lisonja, el engaño y la mudanza?

Huye de tu rüina lamentable,
que el cielo sólo arroja rayos de ira
a los que en él no ponen su esperanza.


6

Pródiga de nariz, de ojos avara,
espaciosa de boca, angosta en frente,
mejillas de cuaresma penitente,
y barba que en pirámide repara;

bosque do el tiempo con los años ara,
encubierto a la luz del rojo oriente;
fértil mina de pez que eternamente
destila en cada poro un alquitara;

vientre de odre, pecho de amazona,
cuello de tina, brazos de cordeles,
y en piernas de raíces pies de pato;

es dibujada al vivo en líneas fieles,
monseñor, la magnífica persona
di quella che vi piace in bel ritrato.


7

A la vida quieta y libre

Quiera el primer autor que se eternice
este dichoso estado en que me veo,
adonde en paz mi libertad poseo,
que es el bien de la tierra más felice.

Apaciente cualquiera o martirice
entre quimeras varias su deseo;
llueva rojo metal, seque el Ejeo
y a los hados en suma tiranice;

que yo, mientras el cielo permitiere
que mis ojos de luz ricos se vean,
pobre entre pobres lares verme quiero;

que nunca el rayo a los humildes hiere,
ni Jove deja que afligidos sean
de tirano envidioso o lisonjero.



8

Cuando a su dulce olvido me convida
la noche, y en sus faldas me adormece,
entre sueños la imagen me parece
de aquella que fue sueño en esta vida.

Yo, sin temor que su desdén lo impida,
los brazos tiendo al gusto que me ofrece;
mas ella (sombra al fin) desaparece,
y abrazo al aire, donde está escondida.

Así burlado, digo: «¡Ah falso engaño
de aquella ingrata, que aun mi mal procura;
tente, aguarda, lisonja del deseo!»

Mas ella, en tanto, por la noche obscura
huye; corro tras ella, ¡oh caso extraño!
¿Qué pretendo alcanzar, pues sigo al viento?


9

A la mañana de la resurrección

Porque hoy llegó a sus términos la ira
del daño universal, más viva aurora
cuanto yace en sus fábricas explora,
cuanto crece a su luz, cuanto respira.

Naturaleza en sus esencias mira
intrépida virtud que las mejora,
y que la suerte humana vencedora
a sucesos más prósperos aspira.

En tanto que el eterno anfiteatro
hoy introduce al inmortal difunto,
componiendo otra vez el orbe suyo,

mísero yo en el ámbito de un punto,
de esta segunda perfección me excluyo
y a dioses fabricados idolatro.


10

A una dama que desdeñaba un paje suyo, con quien estaba amancebada

Pues tú con tanta propiedad desdeñas
ese paje que es todo tu apetito,
miente de cualquier cosa el sobrescrito:
no es frío el hierro, ni ásperas las penas.

Sabe, señora, que una de tus dueñas
(a quien yo algunas veces ejercito)
me hace ver en tus brazos el cabrito
que, como cabra, en tu retrete ordeñas.

Pues yo le vi atreverse a tu camisa
suplir pródigamente ajenas menguas
de tu marido, por tu industria ausente;

y mientras ambos os chupáis las lenguas,
yo, atento al espectáculo, impaciente,
muerdo la mía con envidia y risa.


11

A un amigo que no daba en el punto para alcanzar cierta dama

En la edad de oro, aunque hubo afectos tiernos,
se ve que honestidad guardaron, Niso;
mas la de plata el freno más remiso
vio en frente humana los primeros cuernos.

La de hierro acabó de ensordecernos
a la voz del ejemplo y del aviso;
después ningún metal, de honesto, quiso
intitular la edad de los modernos.

Y por Gala, tu Eurïalo, cautivo,
no sin risa del pueblo anda fogoso,
cohechando siervos y falseando llaves.

Dile tú que lo trate con su esposo,
que, con ciertos capítulos süaves,
su mismo esposo le tendrá el estribo.




12

Rendida la cerviz al sacrificio,
en la ardiente parrilla recostados
están los duros huesos abrasados,
sin mostrar de flaqueza algún indicio.

«Tu amor, mi Dios, teniéndote propicio,
aunque el rigor del fuego era sobrado,
por Dios y por señor te he confesado,
poniendo en alabarte mi ejercicio.

»Como al oro en el fuego me probaste,
y aunque fue tan terrible aquel tormento,
lo deshice, en tu amparo confiado.

»Así mi corazón perfecto hallaste,
que, por tener en ti su dulce asiento,
no le es notado rastro de pecado.»


13

Hoy que amontona fiestas y alegrías
la madre más fecunda y la más santa,
dando a sus buenos hijos toda cuanta
honra les dio partida en muchos días,

subid, deseos y esperanzas mías,
donde se goza lo que aquí se canta,
sin temer la grandeza que os espanta
de aquellas celestiales jerarquías.

Penetrad los palacios soberanos
hasta el trono do asiste el Rey que juzga
y gobierna y sustenta a los mortales;

y ved si entre sus nobles cortesanos
habrá por gran favor quien me introduzca
siquiera en el zaguán o en sus umbrales.


14

Lo que merece nombre de esperanza
nace de causa de esperar dudosa,
si se espera sin ella, y fe animosa,
si con seguridad es confianza.

Si a complacer en lo imposible alcanza,
puede llamarse adulación forzosa,
y casi posesión toda otra cosa
que quita el miedo a la desconfianza;

declina Amor en quien esperar puede,
que la enajenación y encogimiento
aun discurrir al esperar prohíbe,

Y en el gozoso asombro que pretende,
contemplando posee el pensamiento
todo el bien de que nace y de que vive.


15

A Dios omnipotente

Señor, que miras de tu excelsa cumbre
el tiempo todo en un presente eterno,
tu imagen mira en mí, que al ciego infierno
la inclina su terrena pesadumbre.

Oh suma luz, ya la encendida lumbre
de mi gozoso abril florido y tierno
muere, y ya temo ver en el invierno
más verde la raíz de mi costumbre.

Mírala, sacro santo Rey divino,
con ojos de piedad, que al dulce encuentro
del rayo celestial verás volvella

a verte, como en vidrio cristalino
la imagen mira el que se espeja dentro,
y está en su vista dél su mirar della.


16

Corneja que vestiste ajenas plumas,
ganso que le usurpaste al cisne el canto,
cuervo cuyo graznar anuncia llanto,
voz que siendo de Arcadia suena en Cumas;

como hendrija de pipa te rezumas,
el rebozo destapa, quita el manto,
ingenio de almofrex de cal y canto,
ligero como plomo en las espumas;

que dejes de enredar más el urdimbre
de parte de las Musas te conjuro,
antes que el bello Apolo te confunda.

No mezcles nuestro abril con tu diciembre;
si no, por el Estigio lago juro
que el verdugo te dé una brava tunda.



17

Mi afecto, Amor, me acometió con brío,
mas no pudo rendirme a tu obediencia,
ni la exterior beldad que con violencia
dio el mismo asalto al pensamiento mío;

hasta que con más noble poderío
allanó la razón mi resistencia,
y por su autoridad y en su presencia
juró tu servidumbre mi albedrío.

Mas aunque la prisión que arrastro suena,
y sabe Cintia bien que adoro el peso,
no la oye, o no la admite, o la aborrece.

Suple o adorna tú el valor del preso,
pues su elección ya sierva no merece
que Cintia quiera asir de la cadena.


18

A Felipe cuarto, que entró en un convento de monjas y le ayudó el patrón

Qué mucho que en tus lámparas, oh Vesta,
la casta luz tus vírgines desamen,
si en una tiene concubina el flamen,
fuego vecino por lo menos tuesta.

Y ella hace ostentación de tan honesta,
que siempre que ante Séneca la llamen
pasará sin temor por el examen
de recoger el agua en una cesta.

¿Es posible que al cómplice estupendo
le admitan sin horror las aras pías
que han recibido dél tantas injurias?

A Júpiter al fin yo no lo entiendo:
él castiga con rayos niñerías
y solapa sacrílegas lujurias.


19

Hoy el nefando autor del color bayo
y el sacrílego vil que a hecho injuria
al sacro honor de la romana curia
son mariposas en el blanco sayo.

Guarda, Sodoma, que deciende el rayo
dela mano de Dios, con justa furia,
contra la gomorrea vil lujuria
que abrasa a España con mortal desmayo.

Saca en los hombros la virtud, Eneas,
de las llamas del ocio consumida,
si ser piadoso príncipe deseas.

Camina, Loth, con tu mujer querida;
vuelve los ojos, Corte, no lo veas,
si no quies ser en piedra convertida.


20

Soneto a Madrid, cuando se trataba mudar la corte a Valladolid

Volverse han muchos a labranzas toscas,
que fueron sus primeros ejercicios;
tratarán los magnates y patricios
en rubias mieses y vacadas hoscas.

Dejarán las culebras ya sus roscas
en que enlazaban huéspedes novicios;
andarán los casados en sus quicios,
pues le dejan en paz su miel las moscas.

Viviráse con gusto y más sin arte,
y cesará el hablar por cartapacio,
engomar el copete y frente lucia,

y las mohatras en igual descarte.
En faltando la Corte, Rey, Palacio,
aunque limpia, Madrid será muy sucia.

Bartolome Aregensola

25 de junio de 2010

UNA VEZ MAS


Es una boca más la que he besado.
¿Qué hallé en el fondo de tan dulce boca?
¿Que nada hay nuevo bajo el sol y es poca
la miel de un beso para haberlo dado?

Heme otra vez aquí, pomo vaciado.
Bajo este sol que mis espaldas toca
a la cordura vanamente, invoca
mi triste corazón desorbitado.

¿Una vez más?... Mi carne se estremece
y un gran terror entre mis manos crece,
pues alguien da mi nombre a los caminos

y es su voz de hombre, cálida y temida.
Ay, quiero estarme quieta y soy movida
hacia la sombra verde de los pinos.

Alfonsina Storni

24 de junio de 2010

LAS OVEJAS




"Líbranos de la fiera tiranía
de los humanos, Jove omnipotente
¡una oveja decía,
entregando el vellón a la tijera?
que en nuestra pobre gente
hace el pastor más daño
en la semana, que en el mes o el año
la garra de los tigres nos hiciera.

Vengan, padre común de los vivientes,
los veranos ardientes;
venga el invierno frío,
y danos por albergue el bosque umbrío,
dejándonos vivir independientes,
donde jamás oigamos la zampoña
aborrecida, que nos da la roña,
ni veamos armado
del maldito cayado
al hombre destructor que nos maltrata,
y nos trasquila, y ciento a ciento mata.

Suelta la liebre pace
de lo que gusta, y va donde le place,
sin zagal, sin redil y sin cencerro;
y las tristes ovejas ¡duro caso!
si hemos de dar un paso,
tenemos que pedir licencia al perro.

Viste y abriga al hombre nuestra lana;
el carnero es su vianda cuotidiana;
y cuando airado envías a la tierra,
por sus delitos, hambre, peste o guerra,
¿quién ha visto que corra sangre humana?
en tus altares? No: la oveja sola
para aplacar tu cólera se inmola.

Él lo peca, y nosotras lo pagamos.
¿Y es razón que sujetas al gobierno
de esta malvada raza, Dios eterno,
para siempre vivamos?
¿Qué te costaba darnos, si ordenabas
que fuésemos esclavas,
menos crüeles amos?
Que matanza a matanza y robo a robo,
harto más fiera es el pastor que el lobo".

Mientras que así se queja
la sin ventura oveja
la monda piel fregándose en la grama,
y el vulgo de inocentes baladores
¡vivan los lobos! clama
y ¡mueran los pastores!
y en súbito rebato
cunde el pronunciamiento de hato en hato
el senado ovejuno
"¡ah!" dice, "todo es uno".

Andrés Bello

23 de junio de 2010

CONCIERTO DE ESPERANZA PARA LA MANO IZQUIERDA



Introducción

Los rodillos cayeron sobre los guijarros. Y
la aurora al bailar devino polvareda.
¡Oh, todo quedó reducido a polvo! ¡Polvo!

Hasta las mismas lágrimas vertidas
recobran su estructura polvorienta.

Un justo anhelo de morir despierto
para no perdurar solamente dormido.

Una equidad o ecuación o igualdad
universable del asesinato. Y por lo mismo
todo en polvo y sinrazón como un antiguo piano.

A esto ha quedado reducido este país.

A polvo. Puesto que nada permanece en pie.
Ni en piedra...

Y continuando el argumento frío
con que está construido este concierto
no queda más que un pérfido compás
que repetidamente apaga al instrumento vida.

Dada que simplemente equilibrando el tiempo
sobre una tensa cuerda, la vibración ecuánime
comporta resultados que se extienden timbremente
por sin sobre tras de la contienda humana.

Y no admitamos que pudo sufrirse más y todavía
puede sufrirse más cuando es sabido
que una fuerza superior y más rentable
decide el contenido de nuestras existencias.

Se puede ser más débil que el final proyectado
se puede ser más débil todavía. Sin embargo
la naturaleza misma de los pueblos constituye
un sistema de violencia un coro de conmoción
que denodadamente restablece la asonancia vida.

Una violencia tal que como tal violencia
no es más que una respuesta sí o una respuesta no.

Y es así como ha sido decretado que la muerte
definitivamente debe morir, quedar cumplidamente
muerta, airadamente muerta la misma muerte.

Desplazada y borrada de las calles nocturnas
y los viejos caminos. Echada de las casas
universitarias y los sindicatos en huelga.
Proscrita de los ríos y las húmedas solitarias
celdas. Del Código Penal. Y de la isla
de Santo Domingo situada en el Mar Caribe
donde el asesinato por temor y por terror
anuncia su pertinaz imperio sobre el mundo.


A capriccio

Este concierto
no ha sido copiado
de manuscrito alguno.

No ha sido extraído
de ninguna botella
descubierta en la playa.

Ni en los bolsillos
de un centinela exacto
que se quedó dormido.

Ni en las bodegas
de un galeón hundido
desde entonces.

La herencia de algún
pirata no lo ha dejado
en la arena.

Ni siquiera ha sido
escuchado en un piano
de cola todavía.

Este concierto
obedece a su propia
concreta situación
porque en esencia
todo ha sido reducido
a polvo. ¡Po1vo!

Y hay que ordenar
un toque de esperanza
al primer corneta
y al último redoblante
del batallón de
la mañana.


Andante

Los rodillos cayeron sobre los guijarros
exactamente aquella mañana proyectada en almejas.

Mas no fue solamente sobre la isla de Santo
Domingo -denominada en el Mar Caribe
cálidamente
patria mía- sino mucho más lejos, traspasando
las anchas cordilleras y las zonas volcánicas
de todo planisferio. Fue una conducta planetaria.
Un ecuménico establecimiento del abuso.

Puesto que si el derecho de propiedad
está constituido por algunas palabras
que estabilizan a las corporaciones y sostienen
sobre la alta espuma a la marina mercante
es porque algunos hombres bajo algunos almendros
ejercen la razón de que su casa es suya.

Y continuando el argumento frío
que sirve de pentagrama a este concierto
la patria
es el derecho de propiedad más inviolable.

Y una patria es una sola patria
que cubre el universo en varios pasaportes
y no hay patria que se abalance sobre otra patria.

Y el tanque no es la norma física ni el portaviones
el orden natural. Ni el rascacielos constituye
por razones de acero un mandamiento irrevocable.

Ni la cibernética le ocurre al hombre
como una hemotisis. Puesto que entonces
la escala se desprende de las cuerdas
y asciende en espiral a las frecuencias
más vividas, resuenan los trombones, la atmósfera
tiembla con la percusión desenfrenada del timbal
subdesarrollado, la orquesta universal retumba,
gran concierto de la humanidad sacude
sus entrañas, el tímpano lanza un alarido,
las leyes históricas trepidan bajo las patas
de los contrabajos mientras los violoncelos
del corazón humano resuenan para estallar
estrepitosamente en todos los confines
en un desentumecido solo de esperanza.


Solo de esperanza

La esperanza es un nido
y una semilla en el suelo.
La esperanza una flor
en forma de coliflor
que mastican lejanos
los camellos.

La esperanza es la raíz
en la humedad, y el arroyo
en el desierto.
El barco sobre la mar
y Federico en sus versos.

La esperanza es un concierto
popular
en los años duros
y en doscientos muertos.
El caballo en la montaña
y en Granada un monumento.

La esperanza es un cuartel
de policía consagrado
a cuidar la tranquilidad
del pensamiento
el orden del arcoíris
y la equidad del recuerdo.

La esperanza es la esperanza
convertida en ley
de los pueblos,
el pueblo convertido en ley
y la esperanza en Gobierno.

La esperanza es un Estado
de muchachas escribiendo
un plan quinquenal de niños
y una constitución del soneto.

La esperanza es contar con todo
lo que necesita el librero
y el obrero de obras públicas
para trazar un camino
que una a todos los pueblos
del mundo,
convierta a todas las patrias
en una sola patria,
reúna todos los brazos
en un solo trabajo
sideral y alegre,
lleve la flor y la coliflor
a los desiertos,
traiga invasiones de trigo
y de manzana a los centrales
azucareros.

Un río de lunas que gira
en el corazón del sistema
planetario y derrama
la médula del hombre
sobre la espuma del
firmamento.

La esperanza es la muerte
de lo que fuera antiguo
y ha sido eterno.
La esperanza es la muerte de la muerte.
La esperanza es la esperanza
de reanudar la juventud del pueblo.


Grave

¡Cuántos niños han muerto
a la sombra de nuestras esperanzas!
Nosotros los mayores no merecemos perdón.

Utilizamos la ternura para infundir
y las escuelas matutinas para inculcar
las estatuas callejeras para infligir
y los discursos en la plaza para perpetrar
y los manuales y las prédicas y los
premios dominicales y los programas
infantiles en la televisión y luego
los dejamos morir traspasados por
las bayonetas. ¡Cuántos niños han muerto
a la sombra de nuestras esperanzas!

Nosotros los mayores somos inventores
del cariño y luego productores de la bayoneta.
Nosotros acariciamos la esperanza y luego
somos los impávidos verdugos de la esperanza.

Hemos inventado la ley y el cumplimiento
de la ley. Hemos creado la vida y decretado
la muerte. Somos los treinta dineros
de nuestras propias alegrías. Merecemos
tristeza, merecemos eternamente la esperanza.

Vivir la realidad y estrangular
los sueños. Ajusticiarlos a quemarropa.
Ponerles nuestros nombres y asesinarlos.
Nosotros los mayores que hemos perdido
el respeto al pasado y asesinamos el futuro:

Los que decimos: ¡son los hijos ajenos!
como si fueran ajenos nuestros hijos
como si fueran hijos del árbol o de las rocas
a del crepúsculo boreal como si fueran
hijos de la llama y del ornitorrinco
como si fueran hijos de otros sistemas
solares o patrias cósmicas ultravioletas
coma si nosotros las mayores no fuéramos
los padres de los hijos a silos hijos
de los mayores fueran los hijos de los menores.

Somos nosotros los culpables. Somos
los implacables destructores de nosotros mismos.
No merecemos perdón. Merecemos la esperanza
eternamente sumergidos en la esperanza.


Cadencia

La esperanza es un muerto
con los labios mordidos.

La esperanza es crispar
los puños frente al olvido.

La esperanza es un tema triste
que resuena en un río negro
que llevamos dentro.

La esperanza es un íntimo
rencor cuando los pueblos
se desangran, cuando ha visto
el mundo llenarse de clamor
y sacrificio
no solamente el alma
de Santo Domingo
sino el tiempo el corazón
unánime del siglo
en todos los idiomas
y todos los delirios.

La esperanza es la hora
de impulsar la marcha
del reloj, de practicar
el barco sobre la mar
y el caballo en la montaña
que amaba Federico.

La esperanza es el fin
de la Humanidad
si no torcemos el rumbo
del rodillo
Si una antorcha y un puño
no alzan los volcanes
y desbordan los ríos
de redención en redención
hasta la carcajada de los niños.

La esperanza es la última
vez
cuando por delante y por detrás
no queda otro camino
que la realidad golpeante
y golpeable
palpitante y palpitable
como un vals
sobre los cinco sentidos.

La esperanza es el fin
de la esperanza
y el comienzo
del destino
de la esperanza.


Diana

Este concierto
ha sido escrito
para una sola mano
porque en esencia
todo ha sido reducido
a polvo. ¡Polvo!
Y no subsiste nada.
Ni en pie ni en piedra.

Apenas la esperanza
llenándose de muerte
y esperando la muerte
de la esperanza
la abolible agonía
de la esperanza
cuando ya reverbera
la radiante explosión
de la realidad
brotando de los despojos
de la esperanza.

Y aquí concluye
entre nosotros
este convicto concierto
de la esperanza.

Pedro Mir

22 de junio de 2010

ES AHORA


Es ahora cuando debo
de amar demostrándolo con hechos.
Haciéndolo sentir
a los demás...

Es ahora cuando debo
aceptar a las personas como
son... y hacerles más grato
el vivir.

Es ahora cuando debo
perdonar... al que me
ofende pudiendo vivir en
paz para servir a los
demás.

Es ahora cuando debo
demostrar bondad a mi
familia, amigos, dar
un rayo de luz a cuantos
me rodean

Es ahora... es ahora
mañana quizá sería
demasiado tarde.


Ana María Rabatté

21 de junio de 2010

LOS BEODOS


Junto a una pulquería
cuyo título es "Los godos"
disputaban dos beodos
la tarde de cierto día.

Yo pasaba por fuera
de la taberna predicha,
me detuve y por mi dicha
oí la disputa entera.

-Oiga, amigo, no me abroche
tan horrenda tontería,
yo le digo que es de día.
-Pos yo digo que es de noche

-Pos yo el sol es lo que miro
y no hay estrella ninguna.
-Pos yo digo que es la luna
y muy grandota dialtiro.

Es que asté ya se le escapa
toditito don Perfeuto
porque ya siente el efeuto
del maldecido Tlamapa.

-¡Qué Tlamapa, ni que nada!
A mí el pulque no me aprieta,
-Pos yo apuesto una peseta.
-Pos yo apuesto mi frezada.

-¿Pos con quién nos arreglamos?
-Pos con cualesquiera, vale,
-Bueno, pero no me jale.
-Bueno, pus entonces vamos.

Y entre diciendo y haciendo
este par de tercos beodos,
se salieron de "Los godos"
casi, casi que cayendo.

Y viendo pasar un coche
al cochero se acercaron,
y presto le preguntaron
si era de día o de noche.

Pero el salvaje cochero
movió triste la cabeza
y respondió con torpeza:
señores: ¡soy forastero!

Manuel Acuña

20 de junio de 2010

DESDE SU NUDO A CIEGAS



Desde su nudo a ciegas, desde
su ramazón violeta, suena
encogida en su hervor la sola
fuente del conjuro que te llama.
Tú, palabra antigua, bajo el lirio
del vientre de la noche sabes
lo que no soy; desde lejanos
nombres como ciudades, vienes;
como pueblos de alas retenidas
vienes; como bocas no saciadas.

Mañana espacial entre despojos
nupciales; lecho reviviente
del amor de ramas libertadas
sobre la herrumbe de otras hojas;
juicio universal de cada instante.
Del tiempo matinal emerges
con terrestre peso de estaciones
al sol; en mi cuerpo te alimentas;
orden de vida restableces
en mi corazón desengranado.

Rubén Bonifaz Nuño

19 de junio de 2010

COMO A DE SER TU VOZ


Ten una voz, mujer,
que pueda
decir mis versos
y pueda
volverme sin enojo, cuando sueñe
desde el cielo a la tierra...
Ten una voz, mujer,
que cuando me despierte no me hiera...
Ten una voz, mujer, que no haga daño
cuando me pregunte: ¿qué piensas?
Ten una voz, mujer,
que pueda
cuando yo esté contando
las estrellas
decirme de tal modo
¿qué cuentas?
que al volver hacia ti los ojos
crea
que pasé contando
de una estrella
a
otra estrella.
Ten una voz, mujer, que sea
cordial como mi verso
y clara como una estrella.

Leon Felipe

18 de junio de 2010

SERRANILLAS


Serranilla I

Serranilla de Moncayo,
Dios vos dé buen año entero,
ca de muy torpe lacayo
faríades cavallero.

Ya se pasava el verano,
al tiempo que onbre se apaña
con la ropa á la tajaña,
encima de Oxmediano
ví serrana sin argayo
andar al pie del otero,
más clara que sale en Mayo,
ell alva, nin su luzero.

Díxele: "Dios nos mantenga,
serrana de buen donayre."
Respondió como en desgayre:
¡Ay!, que en hora buena venga
aquel que para Sanct Payo
desta yrá mi prisionero."

E vino a mí como un rayo
diziendo: "Preso, montero."

Díxele: "Non me matedes,
serrana, sin ser oído,
ca yo non soy del partido,
desos por quien vos lo avedes.

Aunque me vedes tal sayo
en Agreda soy frontero,
e non me llaman Pelayo,
magüer me vedes señero."

Desque oyó lo que dezía,
dixo: "Perdonad, amigo,
mas folgad ora comigo,
e dexad la montería.

A este çurrón que trayo
quered ser mi parcionero,
pues me fallesçió Mingayo
que era comigo ovejero.


Entre Torellas y el Fayo
pasaremos el Febrero."

Díxele: "De tal ensayo,
serrana, soy placentero."



Serranilla II

En toda la su monta[ñ]a
de Trasmoz a Veratón
non ví tan gentil serrana.

Partiendo de Conejares,
allá susso en la montaña,
çerca de la Travessaña,
camino de Trasovares,
encontré moça loçana
poco más acá de Añón
riberas de una fontana.

Traía saya apretada,
muy bien pressa en la cintura;
a guisa d'Estremadura
çinta, e collera labrada.

Dixe: "Dios te salve, hermana;
Aunque vengas de Aragón,
desta serás castellana."

Respondióme: "Cavallero,
non penseis que me tenedes,
ca primero provaredes
este mi dardo pedrero;
ca después desta semana
fago bodas con Antón,
vaquerizo de Morana."


Serranilla III

Después que nací,
no ví tal serrana
como esta mañana.

Allá en la vegüela
a Mata'l Espino,
en ese camino
que va a Loçoyuela,
de guissa la vy
que me fizo gana
la fruta tenprana.

Garnacha traía
de oro, presada
con broncha dorada,
que bien parecía.

A ella volví
diziendo: "Loçana,
¿e soys vos villana?"

"Sí soy, cavallero;
si por mí lo avedes,
decit ¿qué queredes?,
fablat verdadero."

Yo le dixe assí:
"Juro por Santana
que no soys villana."


Serranilla IV

Por todos estos pinares
nin en el Val de la Gamella,
non ví serrana más bella
que Menga de Mançanares.

Desçendiendol yelmo á yusso,
contral Bovalo tirando
en esse valle de susso,
ví serrana estar cantando:
saluéla, segunt es uso,
é dixe: "Serrana, estando
oyendo, yo non m'excuso
de façer lo que mandáres."

Respondióme con uffana:
"Bien vengades, cavallero;
¿Quién vos trae de mañana
por este valle señero?
Ca por toda aquesta llana
yo non dexo andar vaquero,
nin pastora, nin serrana,
sinon Pasqual de Bustares.

"Pero ya, pues la ventura
por aquí vos ha traydo,
convien en toda figura,
sin ningunt otro partido,
que me dedes la çintura,
ó entremos á braz partido;
ca dentro en esta espessura
vos quiero luchar dos pares."

Desque ví que non podía
partirme dallí sin daña,
como aquel que non sabía
de luchar arte nin maña,
con muy grand malenconía.

Arméle tal guadamaña
que cayó con su porfía
cerca de unos tomellares.


Serranilla V

Entre Torres y Canena,
açerca de Salloçar,
fallé mora de Bedmar
sanct Jullán en buen estrena.

Pellote negro vestía,
e lienços blancos tocava,
a fuer dell Andalucía,
e de alcorques se calçava.

Si mi voluntad agena
no fuera en mejor lugar,
no me pudiera escusar
de ser preso en su cadena.

Preguntele dó benía
después que la ove saluado,
o quál camino fazía.

Díxome que d'un ganado
quel guardavan en Razena,
e passava al Olivar,
por coger e varear
las olivas de Ximena.

Dixe: "Non vades señera,
señora, que esta mañana
han corrido la ribera,
aquende de Guadïana,
moros de Valdepurchena
de la guarda de Abdilbar;
ca de vervos mal passar
me sería grave pena."

Respondióme: "No curedes,
señor, de mi compañía;
pero graçias e merçedes
a vuestra grant cortesía;
ca Miguel de Jamilena
con los de Pegalajar
son pasados atajar:
vos tornad en ora buena.


Serranilla VI

Moça tan fermosa
non ví en la frontera,
como una vaquera
de la Finojosa.

Faziendo la vía
del Calatraveño
a Santa María,
vençido del sueño,
por tierra fragosa
perdí la carrera,
do ví la vaquera
de la Finojosa.

En un verde prado
de rosas e flores,
guardando ganado
con otros pastores,
la ví tan graciosa,
que apenas creyera
que fuese vaquera
de la Finojosa.

Non creo las rosas
de la primavera
sean tan fermosas
nin de tal manera;
fablando sin glosa,
si antes supiera
de aquella vaquera
de la Finojosa.

Non tanto mirara
su mucha beldad,
porque me dexara
en mi libertad.

Mas dixe: "Donosa
(por saber quién era),
¿aquella vaquera
de la Finojosa?..."

Bien como riendo,
dixo: "Bien vengades,
que ya bien entiendo
lo que demandades:
non es desseosa
de amar, nin lo espera,
aquessa vaquera
de la Finojosa.


Serranilla VII

Serrana, tal casamiento
no consiento que fagades,
car de vuestro perdimiento,
maguer non me conoçcades,
muy grant desplazer avría
en vos ver enajenar
en poder de quien mirar
nin tratar non vos sabría.


Serranilla VIII

Madrugando en Robledillo
por yr buscar un venado,
fallé luego al Colladillo
caça, de que fui pagado.

Al pie dessa grant montaña,
la que diçen de Verçossa,
ví guardar muy grant cabaña
de vacas moça fermosa.

Si voluntat no m'engaña,
no ví otra más graçiosa:
si alguna desto s'ensaña,
lóela su namorado.



Serranilla IX

Moçuela de Bores
allá do la Lama
púsom'en amores.

Cuydé que olvidado
Amor me tenía,
como quien s'avía
grand tiempo dexado
de tales dolores,
que más que la llama
queman amadores.

Mas ví la fermosa
de buen continente,
la cara plaçiente,
fresca como rosa,
de tales colores
qual nunca vi dama
nin otra, señores.

Por lo qual: "Señora
(le dixe), en verdat
la vuestra beldat
saldrá desd'agora
dentre estos alcores,
pues meresçe fama
de grandes loores."

Dixo: "Cavallero,
tiratvos á fuera:
dexat la vaquera
passar al otero;
ca dos labradores
me piden de Frama,
entrambos pastores."

"Señora, pastor
seré si queredes:
mandarme podedes,
como á servidor:
mayores dulçores
será á mí la brama
que oyr ruyseñores."

Asy concluymos
el nuestro proçesso
sin facer exçesso,
é nos avenimos.

É fueron las flores
de cabe Espinama
los encobridores.


Serranilla X

De Vytoria me partía
un día desta semana,
por me passar a Alegría,
do ví moça lepuzcana.

Entre Gaona e Salvatierra,
en esse valle arbolado
donde s'aparta la sierra,
la ví guardando ganado,
tal como el alvor del día,
en un hargante de grana,
qual tod'ome la querría,
non vos digo por hermana.

Yo loé las de Moncayo
e sus gestos e colores,
de lo qual non me retrayo,
e la moçuela de Bores;
pero tal fisonomía
en toda la su montaña
çierto non se fallaría,
nin fué tan fermosa Yllana.

De la moça de Bedmar,
a fablarvos çiertamente,
raçón ove de loar
su grand e buen continente;
mas tampoco negaría,
la verdat, que tan loçana,
aprés la señora mía,
non ví doña nin serrana.


Marques de Santillana

17 de junio de 2010

CANCIONES EN REDONDILLAS


1

Pues que tanta priesa os dais
y yo tan poco me quejo,
pesares, libres os dejo;
quiero ver si me acabáis.

En tan peligroso trago,
aunque yo no lo procure,
¿no habrá un bien que me asegure
de este daño que me hago?

No, que no quieren valerme
mis cuidados como hermanos,
sino darme de las manos
cuando pueden ofenderme.

Siempre ofenderme desean,
y yo con ellos me junto
cada y cuando que barrunto
cosas que contra mí sean.

Remedio yo no lo pido,
consejo no lo recibo,
que a mí mismo, porque vivo,
me tengo ya aborrecido.


2

Cuidados, que me traéis
tan vencido al retortero,
acabad, que acabar quiero
porque vos os acabéis.

El ave que el pecho hiere
y tanto a sus hijos ama
con la sangre que derrama
les da vida, aunque ella muere.

Los pesares me maltratan,
dentro en el alma los tengo
y con ella los mantengo,
y ellos consigo me matan.

No es cuidado el que me manda
ni quien me hace la guerra,
mas pesar que me destierra
y placer que en otros anda.

Siempre doblada la pena,
siempre muerte ante los ojos,
por mis pesares y enojos
y por la holganza ajena.

Diego Hurtado de Mendoza

16 de junio de 2010

LOS RUIDOS DEL ALBA



I

Te repito que descubrí el silencio
aquella lenta tarde de tu nombre mordido,
carbonizado y vivo
en la gran llama de oro de tus diecinueve años.

Mi amor se desligó de las auroras
para entregarse todo a su murmullo,
a tu cristal murmullo de madera blanca incendiada.

Es una herida de alfiler sobre los labios tu recuerdo,
y hoy escribí leyendas de tu vida
sobre la superficie tierna de una manzana.

Y mientras todo eso,
mis impulsos permanecen inquietos,
esperando que se abra una ventana para seguirte
o estrellarse en el cemento doloroso de las banquetas.
Pero de las montañas viene un ruido tan frío
que recordar es muerte y es agonía el sueño.

Y el silencio se aparta, temeroso
del cielo sin estrellas,
de la prisa de nuestras bocas
y de las camelias y claveles desfallecidos.


II

Expliquemos al viento nuestros besos.
Piensa que el alba nos entiende:
ella sabe lo bien que saboreamos
el rumor a limones de sus ojos,
el agua blanca de sus brazos.

¡Parece que los dientes rasgan trozos de nieve.
El frío es grande y siempre adolescente.
El frío, el frío: ausencia sin olvido.)

Cantemos a las flores cerradas,
a las mujeres sin senos
y a los niños que no miran la luna.
Cantemos sin mirarnos.

Mienten aquellos pájaros y esas cornisas.
Nosotros no nos amamos ya.
Realmente nunca nos amamos.

Llegamos con el deseo y seguimos con él.
Estamos en el ruido del alba,
en el umbral de la sabiduría,
en el seno de la locura.

Dos columnas en el atrio
donde mendigan las pasiones.
Perduramos, gozamos simplemente.

Expliquemos al viento nuestros besos
y el amargo sentido de lo que cantamos.

No es el amor de fuego ni de mármol.
El amor es la piedad que nos tenemos.

Efrain Huerta

15 de junio de 2010

ANCLADO EN MIS SENTIDOS


Anclado en la mitad de mis sentidos,
corazón, eres barco solitario;
cuéntame el inefable itinerario
de los amores y los tiempos idos.

Velámen roto y mástiles vencidos;
flotando en el refugio del estuario,
tú quisieras un ímpetu corsario
para encontrar océanos perdidos.

Surto en mitad del alma, has escuchado
el oleaje fiel de los latidos
y no sabes aún si te han amado,

tú que conoces todos los olvidos.
¡Corazón, triste barco abandonado
y anclado en la mitad de mis sentidos!

Dora Castelllanos

14 de junio de 2010

UNA ANTIGUALLA DE SEVILLA


Romance I

- El candil

Más ha de quinientos años,
en una torcida calle,
que de Sevilla, en el centro,
da paso a otras principales;

Cerca de la media noche,
cuando la ciudad más grande
es de un grande cementerio
en silencio y paz imagen;

De dos desnudas espadas
que trababan un combate,
turbó el repentino encuentro
las tinieblas impalpables.

El crujir de los aceros
sonó por breves instantes,
lanzando azules centellas,
meteoro de desastres.

Y al gemido, ¡Dios me valga!
¡Muerto soy! Y al golpe grave
de un cuerpo que a tierra vino,
el silencio y paz renacen.

Al punto una ventanilla
de un pobre casuco abren;
y, de tendones y, huesos,
sin jugo, como sin carne,

Una mano y brazo asoman,
que sostienen por el aire
un candil, cuyos destellos
dan luz súbita a la calle.

En pos un rostro aparece
de gomia o bruja espantable
a que otra marchita mano
o cubre o da sombra en parte.

Ser dijérase la muerte
que salía a apoderarse
de aquella víctima humana
que acababan de inmolarle;

O de la eterna justicia,
de cuyas miradas nadie
consigue ocultar un crimen,
el testigo formidable.

Pues a la llama mezquina,
con el ambiente ondeante,
que dando luz roja al muro
dibujaba desiguales.

Los tejados y azoteas
sobre el oscuro celaje,
dando fantásticas formas
a esquinas y bocacalles.

Se vio en medio del arroyo,
cubierto de lodo y sangre,
el negro bulto tendido
de un traspasado cadáver.

Y de pie a su frente un hombre,
vestido negro ropaje,
con una espada en la mano,
roja hasta los gavilanes.

El cual, en el mismo punto,
sorprendido de encontrarse
bañado de luz, esconde
la faz en su embozo, y parte.

Aunque no como el culpado
que se fuga por salvarse,
sino como el que inocente,
mueve tranquilo el pie y grave.

Al andar, sus choquezuelas
formaban ruido notable,
como el que forman los dados
al confundirse y mezclarse.

Rumor de poca importancia
en la escena lamentable,
mas de tan mágico efecto,
y de un influjo tan grande.

En la vieja, que asomaba
el rostro y luz a la calle,
que, cual si oyera el silbido
de venenosa ceraste,

O crujir las negras alas
del precipitado Arcángel,
grita en espantoso aullido,
¡Virgen de los Reyes, valme!

Suelta el candil, que en las piedras
se apaga y aceite esparce,
y cerrando la ventana
de un golpe, que la deshace,

Bajo su mísero lecho
corre a tientas a ocultarse,
tan acongojada y yerta,
que apenas sus pulsos laten.

Por sorda y ciega haber sido
aquellos breves instantes,
la mitad diera gustosa
de sus días miserables:

Y hubiera dado los días
de amor y dulces afanes
de su juventud, y dado
las caricias de sus padres,

Los encantos de la cuna,
y... en fin, hasta lo que nadie
enajena, la esperanza,
bien solo de los mortales:

Pues lo que ha visto la abruma,
y la aterra lo que sabe,
que hay vistas, que son peligros,
y aciertos que muerte valen.


Romance II

- El juez

¡Las cuatro esferas doradas,
que ensartadas en un perno,
obra colosal de moros
con resaltos y letreros.

De la torre de Sevilla
eran remate soberbio,
do el gallardo Giraldillo
hoy marca el mudable viento,

¡Esferas, que pocos años
después derrumbó en el suelo
un terremoto¿ brillaban
del sol matutino al fuego:

Cuando en una sala estrecha
del antiguo alcázar regio,
que entonces reedificaban
tal cual hoy mismo le vemos.

En un sillón de respaldo
sentado está el rey don Pedro,
joven de gallardo talle,
mas de semblante severo.

A reverente distancia,
una rodilla en el suelo,
vestido de negra toga,
blanca barba, albo cabello,

Y con la vara de alcalde
rendida al poder supremo,
Martín Fernández Cerón
era emblema del respeto.

Y estas palabras de entrambos
recogió el dorado techo,
y la tradición guardólas
para que hoy suenen de nuevo.

R.- ¿Conque en medio de Sevilla
amaneció un hombre muerto,
y no venís a decirme
que está ya el matador preso?

A.- Señor, desde antes del alba,
en que el cadáver sangriento
recogí, varias pesquisas
inútilmente se han hecho.

R.- Más pronta justicia, alcalde,
ha de haber donde yo reino,
y a sus vigilantes ojos
nada ha de estar encubierto.

A.- Tal vez, señor, los judíos,
tal vez los moros sospecho...
R.- ¿Y os vais tras de las sospechas
cuando hay un testigo, y bueno?

¿No me habéis, alcalde, dicho,
que un candil se halló en el suelo
cerca del cadáver?... Basta
que el candil os diga el reo.

A.- Un candil no tiene lengua.
R.- Pero tiénela su dueño,
y a moverla se le obliga
con las cuerdas del tormento.

Y ¡vive Dios! que esta noche
ha de estar en aquel puesto,
o vuestra cabeza, alcalde
o la cabeza del reo.

El rey, temblando de ira,
del sillón se alzó de presto,
y el juez alzóse de tierra
temblando también de miedo.

Y haciendo una reverencia,
y otra después, y otra luego,
salióse a ahorcar a Sevilla
para salvarse, resuelto.

Síguele el rey con los ojos,
que estuvieran en su puesto
de un basilisco en la frente,
según eran de siniestros,

Y de satánica risa
dando la expresión al gesto,
salió detrás del alcalde
a pasos largos y lentos.

Por el corredor estuvo
en las alcándaras viendo
azores y jerifaltes,
y dándoles agua y cebo.

Y con uno sobre el puño
salió a dirigir él mesmo
las obras de aquel palacio
en que muestra gran empeño.

Y vio poner las portadas
de cincelados maderos,
y él mismo dictó las letras
que aun hoy notamos en ellos.

Después habló largo rato,
a solas y con secreto,
a un su privado, Juan Diente,
diestrísimo ballestero.

Señalándole un retrato,
busto de piedra mal hecho,
que con corta semejanza
labró un peregrino griego.

Fue a Triana, vio las naves
y marítimos aprestos;
de Santa Ana entró en la iglesia
y oró brevísimo tiempo.

Comió en la torre del Oro,
a las tablas jugó luego
con Martín Gil de Alburquerque;
a caballo dio un paseo:

Y cuando el sol descendía,
dejando esmaltado el cielo
de rosa, morado y oro,
con nubes de grana y fuego,

Tornó al alcázar, vistióse
sayo pardo, manto negro,
tomó un birrete sin plumas
y un estoque de Toledo,

Y bajando a los jardines
por un postigo secreto,
do Juan Diente le esperaba
entre murtas encubierto,

Salió solo, y esto dijo
con recato al ballestero:
"Antes de la media noche
todo esté cual dicho tengo."

Cerró el postigo por fuera,
y en el laberinto ciego
de las calles de Sevilla
desapareció entre el pueblo.



Romance III

- La cabeza

Al tiempo que en el ocaso
su eterna llama sepulta
el sol, y tierras y cielos
con negras sombras se enlutan.

De la cárcel de Sevilla,
en una bóveda oscura,
que una lámpara de cobre
más bien asombra que alumbra,

Pasaba una extraña escena,
de aquellas que nos angustian,
si en horrenda pesadilla
el sueño nos las dibuja.

Pues no semejaba cosa
de este mundo, aunque se usan
en él cosas harto horrendas,
de que he presenciado muchas;

Sino cosa del infierno,
funesta y maligna junta
de espectros y de vampiros,
festín horrible de furias.

En un sillón, sobre gradas,
se ve en negras vestiduras
al buen alcalde Cerón,
ceño grave, faz adusta.

A su lado en un bufete,
que más parece una tumba,
prepara un viejo notario
sus pergaminos y plumas.

Y de aquella estancia en medio,
de tablas con sangre sucias
se ve un lecho, y sus cortinas
son cuerdas, garfios, garruchas.

En torno de él dos verdugos
de imbécil facha y robusta,
de un saco de cuero aprestan
hierros de infaustas figuras.

Sepulcral silencio reina,
pues solamente se escucha
el chispeo de la llama
en la lámpara que ahúma

La bóveda, y de los hierros
que los verdugos rebuscan,
el metálico sonido
con que se apartan y juntan.

Pronto del severo alcalde
la voz sepulcral retumba
diciendo: "Venga el testigo
que ha de sufrir la tortura."

Se abrió al instante una puerta
por la que sale confusa
algazara, ayes profundos
y gemidos que espeluznan.

Y luego entre los sayones,
esbirros y vil gentuza,
de ademanes descompuestos
y de feroz catadura.

Una vieja miserable,
de ropa y carne desnuda,
como un cuerpo que las hienas
sacan de la sepultura;

Pues, sólo se ve que vive
porque flacamente lucha
con desmayados esfuerzos,
porque gime y porque suda.

Arrástranla los sayones;
la confortan y la ayudan
dos religiosos franciscos
caladas sendas capuchas;

Y la algazara y estruendo,
con que satánica turba,
lleva un precito a las llamas
por la bóveda retumba.

Un negro bulto en silencio
también entra en la confusa
escena, y sin ser notado
tras de un pilarón se oculta.

"Ven ¡grita un tosco verdugo
con una risada aguda¿
ven a casarte conmigo;
hecha está la cama, bruja."

Otro, asiéndolo los brazos
con una mano más dura
que unas tenazas, le dice.
"No volarás hoy a oscuras."

Y otro, atándola las piernas:
"¿Y el bote con que te untas?
Sobre la escoba a caballo
no has de hacer más de las tuyas."

Estos chistes semejaban
los aullidos con que aguzan
la hambre los lobos, al grito
de los cuervos que barruntan;

Los ya corrompidos restos
de una víctima insepulta,
la mofa con que los cafres
a su prisionero insultan.

Tienden en el triste lecho,
ya casi casi difunta
a la infelice, la enlazan
con ásperas ligaduras,

Y de hierro un aparato
a su diestra mano ajustan,
que al impulso más pequeño
martirio espantoso anuncia,

Dice un sayón al alcalde.
"Ya está en jaula la lechuza,
y si aun a cantar se niega,
yo haré que cante o que cruja."

Silencio el alcalde impone,
quédase todo en profunda
quietud, y sólo gemidos
casi apagados se escuchan.

"Mujer, prorrumpe Cerón,
mujer, si vivir procuras,
declárame cuanto viste
y te dará Dios ayuda."

- "Nada vi, nada -responde
la infeliz-, por Santa Justa
juro que estaba durmiendo;
ni vi, ni oí cosa alguna."

- Replicó el juez: "Desdichada,
piensa, piensa lo que juras."
Y tomando de las manos
del notario que le ayuda,

Un candil: "Mira -prosigue-
esta prenda que te acusa.
Di quién la tiró a la calle
pues confesaste ser tuya."

La mísera se estremece
trémula toda y convulsa,
y respondió desmayada:
"El demonio fue sin duda."

Y tras de una breve pausa:
"Soy ciega, soy sorda y muda.
Matadme, pues, lo repito:
ni vi, ni oí cosa alguna."

El juez entonces, de mármol,
con la vara al techo apunta,
ase una cuerda un verdugo,
rechina allá una garrucha,

La mano de la infelice
se disloca y descoyunta,
y al chasquido de los huesos
un alarido se junta.

- "Piedad, que voy a decirlo",
grita con voz moribunda
la víctima, y al momento
suspéndese la tortura.

- "Declara", el juez dice, y ella
cobrando un vigor que asusta,
prorrumpe... "El rey fue..." y su lengua
en la garganta se anuda.

Juez, escribano, verdugos,
todos con la faz difunta
oyen tal nombre, temblando,
y queda la estancia muda.

En esto el desconocido,
que tras del pilar se oculta,
hacia el potro del tormento
el firme paso apresura;

Haciendo sus choquezuelas,
canillas y coyunturas,
el ruido que los dados
cuando se chocan y juntan.

Rumor que al punto conoce
la infeliz, y se espeluza,
y repite: "El rey, sus huesos
así sonaron, no hay duda."

Al punto se desemboza
y la faz descubre adusta,
y los ojos como brasas
aquel personaje, a cuya

Presencia hincan la rodilla
cuantos la bóveda ocupan,
pues al rey don Pedro todos
conocen y se atribulan.

Éste saca de su seno
una bolsa do relumbran
cien monedas de oro y dice:
"Toma y socórrete, bruja.

Has dicho verdad, y sabe
que el que a la justicia oculta
la verdad, es reo de muerte,
y cómplice de la culpa.

Pero pues tú la dijiste,
ve en paz, el cielo te escuda.
Yo soy, sí, quien mató al hombre,
mas Dios sólo a mí me juzga.

Pero porque satisfecha
quede la justicia augusta,
ya la cabeza del reo
allí escarmientos pronuncia."

Y era así; ya colocada
estaba la imagen suya
en la esquina do la muerte
dio a un hombre su espada aguda.

Del Candilejo la calle
desde entonces se intitula,
y el busto del rey Don Pedro
aún allí está y nos asusta.

Ángel Saavedra
Duque de Rivas

13 de junio de 2010

NUEVA PRESENCIA

(Del libro Secreta Isla)



Venías de tan lejos como de algún recuerdo.

Nada dijiste. Nada. Me miraste los ojos.
Y algo en mí, sin olvido, te fue reconociendo.

Desde una azul distancia me caminó las venas
una antigua memoria de palabras y besos,

y del fondo de un vago país entre la niebla
retornaron canciones oídas en el sueño.

Mi corazón, temblando, te llamó por tu nombre.
Tú dijiste mi nombre... Y se detuvo el tiempo.

La tarde reclinaba su frente pensativa
en las trémulas manos de los lirios abiertos,

y a través de las nubes los pájaros errantes
abrían sobre el campo la página del vuelo.

Con los hombros cargados de frutas y palomas
interminablemente pasaba el mismo viento,

y en el instante claro de los bronces mi alma,
llena de ángelus, era como un sitio en el cielo.

Una vez, antes, antes, yo te había perdido.
En la noche de estrellas, o en el alba de un verso.

Una vez. No sé dónde... Y el amor fue, tan sólo,
encontrarte de nuevo

Meira Delmar

12 de junio de 2010

FE MIA


No me fío de la rosa
de papel,
tantas veces que la hice
yo con mis manos.

Ni me fío de la otra
rosa verdadera,
hija del sol y sazón,
la prometida del viento.

De ti que nunca te hice,
de ti que nunca te hicieron,
de ti me fío, redondo
seguro azar.

Pedro Salinas

11 de junio de 2010

EPIGRAMAS


1

Cuando una liebre me envías,
Gelia, me sueles decir:
«Mi Marcial, has de salir
hermoso estos siete días.»
Si no te burlas, si das
crédito a tales antojos,
Gelia, liebre tú a mis ojos
no la comiste jamás.


2

Escribí y no ha respondido
Nevia; luego indicio es malo
que no hará lo que le pido;
pero pienso que ha leído
mi billete; luego harálo.

Bartolome Aregensola

10 de junio de 2010

SALMO III


¡Oh, Señor, tú que sufres del mundo
sujeto a tu obra,
es tu mal nuestro mal más profundo
y nuestra zozobra!

Necesitas uncirte al infinito
si quieres hablarme,
y si quieres te llegue mi grito
te es fuerza escucharme.

Es tu amor el que tanto te obliga
bajarte hasta el hombre,
y a tu Esencia mi boca le diga
cuál sea tu nombre.

Te es forzoso rasgarte el abismo
si mío ser quieres,
y si quieres vivir en ti mismo
ya mío no eres.

Al crearnos para tu servicio
buscas libertad,
sacudirte del recio suplicio
de la eternidad.

Si he de ser, como quieres, figura
y flor de tu gloria,
hazte, ¡oh, Tu Creador, criatura
rendido a la historia!

Libre ya de tu cerco divino
por nosotros estás,
sin nosotros sería tu sino
o siempre o jamás.

Por gustar, ¡oh, Impasible!, la pena
quisiste penar,
te faltaba el dolor que enajena
para más gozar.

Y probaste el sufrir y sufriste
vil muerte en la cruz,
y al espejo del hombre te viste
bajo nueva luz.

Y al sentirte anhelar bajo el yugo
del eterno Amor,
nos da al Padre y nos mata al verdugo
el común Dolor.

Si has de ser, ¡oh, mi Dios!, un Dios vivo
y no idea pura,
en tu obra te rinde cautivo
de tu criatura.

Al crear, Creador, quedas preso
de tu creación,
mas así te libertas del peso
de tu corazón.

Son tu pan los humanos anhelos,
es tu agua la fe;
yo te mando, Señor, a los cielos
con mi amor, mi sed.

Es la sed insaciable y ardiente
de sólo verdad;
dame, ¡oh, Dios!, a beber en la fuente
de tu eternidad.

Méteme, Padre eterno, en tu pecho,
misterioso hogar,
dormiré allí, pues vengo deshecho
del duro bregar.

Miguel de Unamuno

9 de junio de 2010

CANTOS


En esto sentí ruido que del cielo
Bajaba con anuncios prodigiosos,
Deslumbrando del alba el claro velo
Con nueva luz y rayos sinuosos.
Atónito quedó mi desconsuelo,
Y todos mis sentidos temerosos
Recurrieron al alma de tal suerte
Que demandan valor contra la muerte.

No queda de su acción más limitada
La liebre corredora, que se esconde
Del bullicioso cazador cercada,
Sin ver salida, ni saber por dónde,
.......................................................
Como mi pecho con la sangre helada
Al asalto con ánimo imprevisto
Viendo sin causa efecto nunca visto.

Sin valor ni concierto pretendía
Mirar la causa de los rayos rojos,
A la razón cobarde detenía,
Mientras fuerzas mayor daba a los ojos.
Los sorprendidos párpados abría
Para inculcar la luz y sus arrojos
Cuando vi con asombro de repente
De Tracia la Deidad Armi-potente.

Quise esconder el rostro y, al momento,
Como el grito furioso de una nube,
Me embarga la atención y movimiento
Su grande voz que al alto cielo sube
Tan atronado del divino acento
En la improvisa acción quieto me estuve,
Que pareció mi estática figura
Estar dando un modelo a la escultura.

Con majestad deífica venía
Sobre un gran carro de acerada masa,
Del cual tiran con fébea gallardía
Cuatro caballos de divina raza.
En la diestra una lanza revolvía,
Cuyo fiero fragor puso entre tanto
Y en la otra un reluciente escudo embraza,
Miedo al oído y a la vista espanto.

Imbécil joven, ¿qué congoja es esa?
¿Quién te aflige, que estás tan apocado?
¿Huyó ya de tu pecho la firmeza
En bélicas fatigas tan probado?
¿Dónde está aquella gran naturaleza
Que mostrabas en ser fuerte soldado?
¡Que! ¿La congoja tu ánimo destierra
Lo que no pudo el susto de la guerra?

¿No eres el mismo que con fiel intento
Defendiendo tu Ley y tu Monarca,
Con la escupida del cañón violento
Hiciste ahuyentar la negra parca?
¿Adónde es ido tu robusto aliento,
Que tan humilde y pobre estado abarca,
Y abandonando lo gallardo y fuerte
Cobarde te sometes a la muerte?

Deja, huye esa vil melancolía,
Levántate del suelo prontamente,
Obedece a mi voz, que hoy es el día
En que hallarás el cielo más clemente.
Por el conducto de la mano mía,
Ante los ojos te pondré presente
De todas tus fortunas la desgracia
Y de tu Rey la generosa gracia.

Dijo: y el alma Clypeo presentando,
Que imágenes vivientes circunscribe,
Mi pasmada atención desembargando
Milagrosa vigor por él recibe;
Estaba el ancho escudo contemplando
Cuando de norte a sur fiel me describe
La isla en donde con osado acierto
El ligurio piloto tomó puerto.

La infeliz Haití cuya infausta tierra
Bermeja con la sangre derramada,
Inaudito teatro de la guerra,
Antes dichosa cuando fue ignorada,
Hora sus hijos míseros destierra
Del Etiope y del Galo consternada,
Tierra en que algunos años sin provecho
De mi Monarca defendía el derecho.

No del Eusonio Pélide el escudo
Obra maravillosa de Vulcano,
Cuyas efigies en acero mudo
Homero canta que grabó su mano;
Ni el globo de Arquímedes, el que pudo
Con orden natural y soberano
Encerrar el grandioso firmamento
Dándole curso, voz y movimiento.

Como en su Ejide vi representadas
Varias gentes y pueblos de naciones
Que en política unión entrelazadas,
Opuestas son y en mixtas religiones;
Y casi las más partes señaladas
Que anduve a pie descalzo, entre facciones
Del adusto Africano, y tan al vivo
Que en medio de sus huestes me percibo.

En tanto que mi vista divertida
Los míseros lugares recorriendo
En unos viendo gente conocida
Y en otros mi presencia conociendo,
Lela ya mi razón y distraída
Tan fuertemente lo que miro aprehendo,
De tal modo, que andaba mi sentido
De una apariencia en otra sumergido.

Manuel Justo de Rubalcava

8 de junio de 2010

ULTIMA LAGRIMA

"Consumatum est!" Jesu-Cristo



¡Ya todo se acabó!... Dejad que el pecho
Por un instante con mi mano oprima,
Dejad que el llanto de mis ojos corra,
Dejad que mi alma sollozando gima.

Es, señora, mi llanto postrimero,
Llanto del triste corazón herido,
Es mi último sollozo en este mundo,
Es en la tierra mi postrer gemido.

Llorar al pie de un tumulto, señora,
Nunca del noble corazón fue mengua;
Pues con el llanto el sentimiento dice
Lo que decir no puede con la lengua.

La antorcha que encendieron en el ara,
A cuyo pie fijasteis vuestra suerte,
A mis ojos, señora, sólo ha sido
El amarillo cirio de la muerte.

En la blanca guirnalda, que al cabello
Prendieron vuestras manos delicadas,
Mis ojos sólo han visto flores tristes
Sobre el paño de un féretro arrojadas.

En el Sí que dijeron vuestros labios
Sólo oí el estertor de una agonía,
El rechinar del enmohecido gozne
De un helado sepulcro que se abría.

¡Ya todo se acabó!... Dejad que el pecho
Por un instante con mi mano oprima,
Dejad que el llanto de mis ojos corra,
Dejad que mi alma sollozando gima.

¡No lloro ya!... la piedra funeraria
para siempre cayó pesada y fría...
¡Las losas de las tumbas nunca lloran,
Y una tumba es, señora, el alma mía!

Estanislao del Campo