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26 de junio de 2010

SONETOS


1

A Don Martín de bolea y Castro

Aunque el bélico pecho y animoso
de tal manera a Orlando le ha ensalzado,
que está en suprema cumbre levantado,
pues en todo ha salido victorioso,

no menos por tu pluma fue dichoso,
Orlando en ser de ti tan celebrado,
que tanta fama y gloria has tú alcanzado,
cuanta él con ser en armas valeroso.

El postrimero límite y subjeto,
donde otros no pudieron allegarse,
desde allí comenzó tu vuelo altivo:

ha hallado don Martín tu gran conceto
entre furia y amor determinarse:
dio este corte y falló superlativo.


2

Soneto de Bartolomé Leonardo y Argensola al muy reverendo P. Fray Bartolomé Ponce

¿Cómo podrá premiar el bajo suelo,
subjeto al corto término de vida,
obra tan encumbrada y tan subida
que a su fin principal no abarca el cielo?

El premio, pues (divino Ponce), délo
el que, bajo accidentes de comida,
a tus manos se rinde y te convida
con el disfraz del delicado velo.

Que tu subtil labor y heroico estilo,
donde (cual muro oculto) so la yedra
más con su fortaleza reverdece,

o cual bajo la cera está el pabilo,
en rica guarnición la árabe piedra,
estando Dios, no sé qué más merece.


3

A una dama que sin beber vino ni tener negros los dientes le olía mal la boca, señal de poca castidad

Si nunca Baco y siempre fuente viva
para tus labios su licor ofrece,
y de apariencia artificial carece
esa belleza sólida y nativa,

¿de qué causa tu aliento se deriva
que los tersos marfiles obscurece?
Hoy huele a yema pollo que perece
corrompido en la cáscara abortiva.

Decir que en los convites excediendo
se estraga el huelgo, como en su frecuencia
de tu rara templanza te desvíes,

no lo quiero creer, con tu licencia.
Colorada te pones y te ríes:
mal disimulas, Filis; ya lo entiendo.


4

A una persona que se preciaba de platónica

Gala, no alegues a Platón o alega
algo más corporal lo que alegares,
que esos cómplices tuyos son vulgares
y escuchan mal la sutileza griega.

Desnudo al sol y al látigo navega
más de un amante tuyo en ambos mares
que te sabe los íntimos lunares
y quizá es tan honrado que lo niega.

Y tú, en la metafísica elevada,
dices que unir las almas es tu intento,
ruda y sencilla en inferiores cosas;

pues yo sé que Apuleyo más te agrada
cuando rebuzna en forma de jumento
que en la que se quedó comiendo rosas.


5

A un privado

Oh tú, que en las sublimes aulas de oro
de reyes vives, huye, y escarmienta
del que a nado escapó de la tormenta,
echando al mar riquezas y tesoro.

Y cuando la Fortuna en su alto coro
vieres que el rostro alegre te presenta,
teme de Amor la rigurosa cuenta,
como tragedia que provoca a lloro.

¿Qué piensas que has de hallar firme y estable
donde están en sus tronos la mentira,
la lisonja, el engaño y la mudanza?

Huye de tu rüina lamentable,
que el cielo sólo arroja rayos de ira
a los que en él no ponen su esperanza.


6

Pródiga de nariz, de ojos avara,
espaciosa de boca, angosta en frente,
mejillas de cuaresma penitente,
y barba que en pirámide repara;

bosque do el tiempo con los años ara,
encubierto a la luz del rojo oriente;
fértil mina de pez que eternamente
destila en cada poro un alquitara;

vientre de odre, pecho de amazona,
cuello de tina, brazos de cordeles,
y en piernas de raíces pies de pato;

es dibujada al vivo en líneas fieles,
monseñor, la magnífica persona
di quella che vi piace in bel ritrato.


7

A la vida quieta y libre

Quiera el primer autor que se eternice
este dichoso estado en que me veo,
adonde en paz mi libertad poseo,
que es el bien de la tierra más felice.

Apaciente cualquiera o martirice
entre quimeras varias su deseo;
llueva rojo metal, seque el Ejeo
y a los hados en suma tiranice;

que yo, mientras el cielo permitiere
que mis ojos de luz ricos se vean,
pobre entre pobres lares verme quiero;

que nunca el rayo a los humildes hiere,
ni Jove deja que afligidos sean
de tirano envidioso o lisonjero.



8

Cuando a su dulce olvido me convida
la noche, y en sus faldas me adormece,
entre sueños la imagen me parece
de aquella que fue sueño en esta vida.

Yo, sin temor que su desdén lo impida,
los brazos tiendo al gusto que me ofrece;
mas ella (sombra al fin) desaparece,
y abrazo al aire, donde está escondida.

Así burlado, digo: «¡Ah falso engaño
de aquella ingrata, que aun mi mal procura;
tente, aguarda, lisonja del deseo!»

Mas ella, en tanto, por la noche obscura
huye; corro tras ella, ¡oh caso extraño!
¿Qué pretendo alcanzar, pues sigo al viento?


9

A la mañana de la resurrección

Porque hoy llegó a sus términos la ira
del daño universal, más viva aurora
cuanto yace en sus fábricas explora,
cuanto crece a su luz, cuanto respira.

Naturaleza en sus esencias mira
intrépida virtud que las mejora,
y que la suerte humana vencedora
a sucesos más prósperos aspira.

En tanto que el eterno anfiteatro
hoy introduce al inmortal difunto,
componiendo otra vez el orbe suyo,

mísero yo en el ámbito de un punto,
de esta segunda perfección me excluyo
y a dioses fabricados idolatro.


10

A una dama que desdeñaba un paje suyo, con quien estaba amancebada

Pues tú con tanta propiedad desdeñas
ese paje que es todo tu apetito,
miente de cualquier cosa el sobrescrito:
no es frío el hierro, ni ásperas las penas.

Sabe, señora, que una de tus dueñas
(a quien yo algunas veces ejercito)
me hace ver en tus brazos el cabrito
que, como cabra, en tu retrete ordeñas.

Pues yo le vi atreverse a tu camisa
suplir pródigamente ajenas menguas
de tu marido, por tu industria ausente;

y mientras ambos os chupáis las lenguas,
yo, atento al espectáculo, impaciente,
muerdo la mía con envidia y risa.


11

A un amigo que no daba en el punto para alcanzar cierta dama

En la edad de oro, aunque hubo afectos tiernos,
se ve que honestidad guardaron, Niso;
mas la de plata el freno más remiso
vio en frente humana los primeros cuernos.

La de hierro acabó de ensordecernos
a la voz del ejemplo y del aviso;
después ningún metal, de honesto, quiso
intitular la edad de los modernos.

Y por Gala, tu Eurïalo, cautivo,
no sin risa del pueblo anda fogoso,
cohechando siervos y falseando llaves.

Dile tú que lo trate con su esposo,
que, con ciertos capítulos süaves,
su mismo esposo le tendrá el estribo.




12

Rendida la cerviz al sacrificio,
en la ardiente parrilla recostados
están los duros huesos abrasados,
sin mostrar de flaqueza algún indicio.

«Tu amor, mi Dios, teniéndote propicio,
aunque el rigor del fuego era sobrado,
por Dios y por señor te he confesado,
poniendo en alabarte mi ejercicio.

»Como al oro en el fuego me probaste,
y aunque fue tan terrible aquel tormento,
lo deshice, en tu amparo confiado.

»Así mi corazón perfecto hallaste,
que, por tener en ti su dulce asiento,
no le es notado rastro de pecado.»


13

Hoy que amontona fiestas y alegrías
la madre más fecunda y la más santa,
dando a sus buenos hijos toda cuanta
honra les dio partida en muchos días,

subid, deseos y esperanzas mías,
donde se goza lo que aquí se canta,
sin temer la grandeza que os espanta
de aquellas celestiales jerarquías.

Penetrad los palacios soberanos
hasta el trono do asiste el Rey que juzga
y gobierna y sustenta a los mortales;

y ved si entre sus nobles cortesanos
habrá por gran favor quien me introduzca
siquiera en el zaguán o en sus umbrales.


14

Lo que merece nombre de esperanza
nace de causa de esperar dudosa,
si se espera sin ella, y fe animosa,
si con seguridad es confianza.

Si a complacer en lo imposible alcanza,
puede llamarse adulación forzosa,
y casi posesión toda otra cosa
que quita el miedo a la desconfianza;

declina Amor en quien esperar puede,
que la enajenación y encogimiento
aun discurrir al esperar prohíbe,

Y en el gozoso asombro que pretende,
contemplando posee el pensamiento
todo el bien de que nace y de que vive.


15

A Dios omnipotente

Señor, que miras de tu excelsa cumbre
el tiempo todo en un presente eterno,
tu imagen mira en mí, que al ciego infierno
la inclina su terrena pesadumbre.

Oh suma luz, ya la encendida lumbre
de mi gozoso abril florido y tierno
muere, y ya temo ver en el invierno
más verde la raíz de mi costumbre.

Mírala, sacro santo Rey divino,
con ojos de piedad, que al dulce encuentro
del rayo celestial verás volvella

a verte, como en vidrio cristalino
la imagen mira el que se espeja dentro,
y está en su vista dél su mirar della.


16

Corneja que vestiste ajenas plumas,
ganso que le usurpaste al cisne el canto,
cuervo cuyo graznar anuncia llanto,
voz que siendo de Arcadia suena en Cumas;

como hendrija de pipa te rezumas,
el rebozo destapa, quita el manto,
ingenio de almofrex de cal y canto,
ligero como plomo en las espumas;

que dejes de enredar más el urdimbre
de parte de las Musas te conjuro,
antes que el bello Apolo te confunda.

No mezcles nuestro abril con tu diciembre;
si no, por el Estigio lago juro
que el verdugo te dé una brava tunda.



17

Mi afecto, Amor, me acometió con brío,
mas no pudo rendirme a tu obediencia,
ni la exterior beldad que con violencia
dio el mismo asalto al pensamiento mío;

hasta que con más noble poderío
allanó la razón mi resistencia,
y por su autoridad y en su presencia
juró tu servidumbre mi albedrío.

Mas aunque la prisión que arrastro suena,
y sabe Cintia bien que adoro el peso,
no la oye, o no la admite, o la aborrece.

Suple o adorna tú el valor del preso,
pues su elección ya sierva no merece
que Cintia quiera asir de la cadena.


18

A Felipe cuarto, que entró en un convento de monjas y le ayudó el patrón

Qué mucho que en tus lámparas, oh Vesta,
la casta luz tus vírgines desamen,
si en una tiene concubina el flamen,
fuego vecino por lo menos tuesta.

Y ella hace ostentación de tan honesta,
que siempre que ante Séneca la llamen
pasará sin temor por el examen
de recoger el agua en una cesta.

¿Es posible que al cómplice estupendo
le admitan sin horror las aras pías
que han recibido dél tantas injurias?

A Júpiter al fin yo no lo entiendo:
él castiga con rayos niñerías
y solapa sacrílegas lujurias.


19

Hoy el nefando autor del color bayo
y el sacrílego vil que a hecho injuria
al sacro honor de la romana curia
son mariposas en el blanco sayo.

Guarda, Sodoma, que deciende el rayo
dela mano de Dios, con justa furia,
contra la gomorrea vil lujuria
que abrasa a España con mortal desmayo.

Saca en los hombros la virtud, Eneas,
de las llamas del ocio consumida,
si ser piadoso príncipe deseas.

Camina, Loth, con tu mujer querida;
vuelve los ojos, Corte, no lo veas,
si no quies ser en piedra convertida.


20

Soneto a Madrid, cuando se trataba mudar la corte a Valladolid

Volverse han muchos a labranzas toscas,
que fueron sus primeros ejercicios;
tratarán los magnates y patricios
en rubias mieses y vacadas hoscas.

Dejarán las culebras ya sus roscas
en que enlazaban huéspedes novicios;
andarán los casados en sus quicios,
pues le dejan en paz su miel las moscas.

Viviráse con gusto y más sin arte,
y cesará el hablar por cartapacio,
engomar el copete y frente lucia,

y las mohatras en igual descarte.
En faltando la Corte, Rey, Palacio,
aunque limpia, Madrid será muy sucia.

Bartolome Aregensola