CafePoetas es un Blog sin animo de lucro donde se rinde homenaje a poetas de ayer, hoy y siempre.

30 de marzo de 2010

SALUDO EN DUO



Saludamos a los escritores revolucionarios
a los jóvenes progresistas
rebeldes a la tiranía del establishment,
a los dueños de la era
de la hermandad latinoamericana.

Olas blindadas que entran a las ciudades
para arrancar de cuajo la indolencia y el robo,
caras nuevas que inauguraràn la algarabìa
de ver a todos iguales sentados a una misma mesa
sin conocer restas
en el reconocimiento de la suma.

Saetas que transportan la memoria de mil pueblos,
ventanas abiertas al paisaje hecho verdad,
pecho del mar entre el sueño y el despertar
de la ola y del dìa que se repiten
incansablemente.

Reciban ustedes la posta de la historia,
impriman nuevo ritmo a la carrera,
queda prohibido hablar a una sola voz,
escriban el poema del tiempo
y aviven esa paz de Caral.

Hagan temblar Amèrica hasta enronquecer,
para que todo el mundo sepa que en este Continente
somos como las hojas de un solo àrbol,
y que vibran nuestros corazones para siempre eslabonados.

Josè Pablo Quevedo y Raùl Gàlvez Cuèllar

A LOS ESPACIOS


A los espacios entregarme quiero
Donde se vive en paz, y con un manto
De luz, en gozo embriagador henchido,
Sobre las nubes blancas se pasea,—
Y donde Dante y las estrellas viven.
Yo sé, yo sé, porque lo tengo visto
En ciertas horas puras, còmo rompe
Su cáliz una flor,— y no es diverso
Del modo, no, con que lo quiebra el alma,

Escuchad, y os diré: —viene de pronto
Como una aurora inesperada, y como
A la primera luz de primavera
De flor se cubren las amables lilas...
Triste de mí: contároslo quería
Y en espera del verso, las grandiosas
Imágenes en fila ante mis ojos
Como águilas alegres vi sentadas.
Pero las voces de los hombres echan
De junto a mí las nobles aves de oro:
Ya se van, ya se van: ved còmo rueda
La sangre de mi herida.
Si me pedís un símbolo del mundo
En estos tiempos, vedlo: un ala rota.
Se labra mucho el oro, el alma apenas!—
Ved còmo sufro: vive el alma mía
Cual cierva en una cueva acorralada:—
Oh, no está bien:
me vengaré, llorando!

Jose Marti

29 de marzo de 2010

LOS MONSTRUOS


Qué vergüenza
carezco de monstruos interiores
no fumo en pipa frente al horizonte
en todo caso creo que mis huesos
son importantes para mí y mi sombra
los sábados de noche me lleno de coraje
mi nariz que vergüenza no es como la de Goethe
no puedo arrepentirme de mi melancolía
y olvido casi siempre que el suicidio es gratuito
qué vergüenza me encantan las mujeres
sobre todo si son consecuentes y flacas
y no confunden sed con paroxismo
qué vergüenza dios mío no me gusta Ionesco
sin embargo estoy falto de monstruos interiores
quisiera prometer como dios manda
y vacilar como la gente en prosa
qué vergüenza en las tardes qué vergüenza
en las tardes más oscuras de invierno
me gusta acomodarme en la ventana
ver cómo la llovizna corre a mis acreedores
y ponerme a esperar o quizás a esperarte
tal como si la muerte fuera una falsa alarma.

Rafael Alberti

EL RIO


Rastreando emerge del cristal de cromo,
un yacaré con ojos de esmeralda,
y serpentea entre la hierba gualda,
bajo el fogoso luminar de plomo.

Relampaguea en su quebrado lomo
el polvo de oro que la orilla escalda,
y un chiriguano de tostada espalda,
asecha al saurio, con feroz aplomo.

Rasga el ramaje su mirada oscura,
y estrangulando el pomo de su daga
hiere a la bestia con sin par bravura.

Resuella el monstruo y de venganza hambriento,
la hirviente sangre con su lengua halaga,
y con su cola decapita al viento.

Javier del Granado

28 de marzo de 2010

VISITA


No estoy.
No la conozco.
No quiero conocerla.
Me repugna lo hueco,
la afición al misterio,
el culto a la ceniza,
a cuanto se disgrega.
Jamás he mantenido contacto con lo inerte.
Si de algo he renegado es de la indiferencia.
No aspiro a transmutarme,
ni me tienta el reposo.
Todavía me intrigan el absurdo, la gracia.
No estoy para lo inmóvil,
para lo inhabitado.

Cuando venga a buscarme,
díganle:
"se ha mudado".

Oliverio Girondo

A. S. M. EL REY


Señor: No soy un juglar;
soy un sincero cantor
del castellano solar.
Canto el alma popular;
no tengo nombre, señor.

Por eso, porque un oscuro,
porque un sincero es quien canta
y no un cortesano impuro,
oiréis el de mi garganta
canto llano, pobre y duro.

Más placerá a vuestro oído
el débil trinar sentido
del pájaro del erial
que el resonante graznido
del hueco pavo real.

Señor: si en ese sagrado
solar de español sentir
han ante vos ocultado
con luz de vivir dorado
sombras de negro vivir,

mintió la vieja embustera
que llaman cortesanía...
¡Mejor a su rey sirviera
si, en bien de la Patria mía,
verdad a su rey dijera!

No sé con reyes hablar;
mas, bien podréis perdonar
que yo platique con vos
tal como en son de rezar
platico de esto con Dios.

Estáme la fe enseñando
y estáme el amor diciendo
que todo se toma blando
a nuestro Dios invocando
y a nuestro rey requiriendo.

Que Dios corona a los reyes
para que a mundos mejores
lleven innúmeras greyes,
mejor que atadas con leyes,
sueltas en cursos de amores.

Señor: en tierras hermanas
de estas tierras castellanas,
no viven vida de humanos
nuestros míseros hermanos
de las montañas jurdanas.

Señor: no oigáis las canciones
de las doradas sirenas,
que solo cantan ficciones...
¡Los más grandes corazones
son los que arrostran más penas!

Dolor de cuantos los vieren,
mentís de los que mintieren,
aquí los parias están...
De hambre del alma se mueren,
se mueren de hambre de pan.

Hasta este monte eminente
donde rimo mis cantares
sube famélica gente
que mis modestos manjares
devora violentamente...

Tanta pena he contemplado
que unas veces he llorado
con llanto de compasión,
y otras mi voz han velado
gemidos de indignación.

Porque infama la negrura
de la siniestra figura
de hombres que hundidos están
en un sopor de incultura
con fiebre de hambre de pan.

Limosna de un rey cristiano
es manantial soberano
de grande consolación...
Mas nunca llega la mano
donde llega el corazón.

La Patria es madre amorosa
que hace milagros de amores...
¡Tienda una mano piadosa
que disipe los horrores
de esta visión afrentosa!

Señor: no soy un juglar.
Yo nunca rimo un cantar
si no me lo pide amor.
La Patria me hizo vibrar...
¡Patria sois también, señor!

Jose Maria Gabriel y Galan

27 de marzo de 2010

TUS MANOS Y TU RISA



Cuando tus manos salen,
amor, hacia las mías,
qué me traen volando?
Por qué se detuvieron
en mi boca, de pronto,
por qué las reconozco
como si entonces, antes,
las hubiera tocado,
como si antes de ser
hubieran recorrido
mi frente, mi cintura?

Quítame el pan , si quieres,
Quítame el aire, pero
no me quites tu risa.
No me quites la rosa,
La lanza que desgranas,
El agua que de pronto
Estalla en tu alegría,
La repentina ola
de plata que te nace.

Su suavidad venía
volando sobre el tiempo,
sobre el mar, sobre el humo,
sobre la primavera,
y cuando tú pusiste
tus manos en mi pecho,
reconocí esas alas
de paloma dorada,
reconocí esa greda
y ese color de trigo.

Mi lucha es dura y vuelvo
Con los ojos cansados
A veces de haber visto
La tierra que no cambia,
Pero al entrar tu risa
Sube al cielo buscándome
Y abre para mí todas
las puertas de tu vida.

Los años de mi vida
yo caminé buscándolas.
Subí las escaleras,
crucé los arrecifes,
me llevaron los trenes,
las aguas me trajeron,
y en la piel de las uvas
me pareció tocarte.

Amor mío, en la hora
Más oscura desgrana
Tu risa, y si de pronto
Ves que mi sangre mancha
Las piedras de la calle,
ríe, porque tu risa
será para mis manos
como una espada fresca.

La madera de pronto
me trajo tu contacto,
la almendra me anunciaba
tu suavidad secreta.

Junto al mar en otoño,
tu risa debe alzar
su cascada de espuma,
y en primavera, amor,
Quiero tu risa como
la flor que yo esperaba,
la flor azul, la rosa
de mi patria sonora.

hasta que se cerraron
tus manos en mi pecho
y allí como dos alas
terminaron su viaje.

Ríete de la noche,
del día, de la luna,
ríete de las calles
torcidas de la isla,
ríete de este torpe
muchacho que te quiere,
pero cuando yo abro
los ojos y los cierro,
cuando mis pasos van,
cuando vuelven mis pasos,
niégame el pan, el aire,
la luz, la primavera,
pero tu risa nunca
porque me moriría.

Pablo Neruda

TESTIMONIO


I

No sé: yo no podría nombrarlos de otro modo
que enterrando en las venas sedientas de la pólvora
sus simples iniciales de símbolos caídos.

Este que está a mi lado, redimido de luces,
palpando espesos muros de abrumados silencios;
o aquel en cuyos párpados
se demoró el relámpago del plomo,
no fueron al estrago, no acudieron al riesgo
mortal, ni al alto duelo
contra el nivel pesado del agua traicionada;
no se echaron de bruces detrás de la pequeña
frontera de sus huesos
para vestir de mármoles y nubes
la fragorosa arcilla combatiente
de su dulce estatura.

No serviría de nada labrarles una máscara
a quienes desde siempre
nacieron y habitaron entre chispas de piedra.

No. Eran otros los rumbos que imantaban los pasos
de estos inaccesibles guerrilleros del alba.
No fueron al encuentro de una selva de bronce;
no buscaron metales solemnes, no quisieron
anchas investiduras, ni charangas, ni cantos.
Simplemente
bajaron a morir para dejarnos
otro tiempo más limpio y otra tierra más clara;
algún laurel más alto y un aire más sencillo;
otra categoría de nubes y otra forma
de dar un aposento, de nombrar una cosa;
o acaso otra manera de abrir una ventana
para llamar al Día del Hombre Venidero.

¿Cómo escribir siquiera la cifra que llevaron
sin lastimar el polvo de sus nombres?

No puedo hablar de lágrimas
frente a esta primavera de espigas derrumbadas,
porque ellas no besaron las márgenes del llanto
en esos días inmensos en que el rayo buscaba
nada más que la talla del Hombre para herirla.

Si hoy nosotros estamos de pie sobre este cieno,
es porque el firme fuego de todo aquel calvario
trabajó los cimientos de este cieno.

Si mañana tocamos la espada del rocío,
es porque ellos tendieron un puente hasta el acero
y nos dieron su trigo, sus hondos minerales
y el Norte y la medida del camino.

II

Porque yo les he visto sosteniendo sus hierros,
en el trance total de estar doblados
sobre el pétalo oscuro de la sangre.

Yo estaba en el costado de la furia,
cuando ellos manejaban las aristas del trueno;
los he visto poblando de centellas azules,
las heladas esquinas de la noche.

Yo he visto el amarillo sendero que dejaba
la bandera asediada;
allí donde ella estaba
el estambre infalible de mi pequeña brújula
hallaba el brillo honrado del metal de una frente,
buscando su trinchera o su mortaja.

III

Y ahora, decidme, vosotros,
taciturnos sobrevivientes del crucial torrente;
piedras abandonadas
en la huella caliente del combate;
cal todavía sonriente sobre el alto
paredón de la muerte:
¿de qué rocas del tiempo
viene esta arena erguida que atraviesa
los párpados del aire enfurecido?
¿De qué profundo sueño están viviendo
estos ángeles claros que van hacia la lluvia,
con sus rugientes números de filos justicieros?

¿Y estos pájaros roncos que castigan
las ventanas del día?

¿De qué venas en llamas
o a través de qué dulces dominios navegantes
emergen estas aguas levantadas y alertas
que, minuto a minuto, configuran el torso,
las arterias pacientes y el rostro de diamantes
de estos vertiginosos varones del castigo?

Yo pregunto;
yo quiero que me digan el nombre
del Capitán caído debajo del silencio
de la piedra final y del madero
en cruz.

Yo quiero que me nombren el número preciso
de aquellas simples manos de labor derramadas,
desde el Norte, de rayos torrenciales,
hasta la desolada cintura de las islas.

Quiero que me denuncien la dignidad y el orden
de esta desamparada cosecha interrumpida.

Necesito bajar hasta el obscuro
nivel de la tormenta encadenada
y hacer el inventario de esta lenta yacija:
juntar las manos rotas; las frentes y los párpados;
clasificar el vasto trabajo del osario;
ver en qué forma suben las substancias terrestres
por los acantilados de la cal deshojada.

Tengo que custodiar desde hoy y para siempre:
los surcos y los hoyos y los túneles,
donde la estalactita de los ojos yacentes
y la pisoteada guitarra de estos labios
esperan la llegada de una aurora invencible.

Yo soy el Designado:
yo estoy en este duelo para marcar el hombro
de los Ángeles Negros que humillaron sus alas
bajando hasta el infierno de la sangre inocente.

Y aquí estaré por siglos -como un vigía de piedra-,
gastando las aldabas de las puertas del día,
hasta que una Bandera de olivos y palomas
se yerga entre las manos de los muertos vengados.

Herib Campos Cervera

26 de marzo de 2010

EL GUSTO DE LA NADA


Melancólico espíritu, en otros tiempos enamorado de la lucha,
La Esperanza, cuya espuela acuciaba tu ardor,
¡No quiere más montarte! Acuéstate sin pudor,
Viejo caballo cuyos cascos en cada obstáculo chocan.

Resígnate, corazón mío; duerme tu sueño de bruto.

Espíritu vencido, ¡despeado! Para ti, viejo merodeador,
El amor no tiene más gusto, no más que la disputa,
¡Adiós, pues, cantos del cobre y suspiros de la flauta!
¡Placeres, no tentéis más un corazón sombrío y embustero!

¡La Primavera adorable ha perdido su perfume!

Y el Tiempo me engulle minuto tras minuto,
Como la nieve inmensa un cuerpo ya tieso;
Yo contemplo desde lo alto el globo en su redondez
Y no busco más el abrigo de una choza.

Avalancha, ¿quieres arrastrarme en tu caída?

Charles Baudelaire

CORRIENDO VAN POR LA VEGA


Corriendo van por la vega
a las puertas de Granada
hasta cuarenta gomeles
y el capitán que los manda.
Al entrar en la ciudad,
parando su yegua blanca,
le dijo éste a una mujer
que entre sus brazos lloraba:
«Enjuga el llanto, cristiana
no me atormentes así,
que tengo yo, mi sultana,
un nuevo Edén para ti.
Tengo un palacio en Granada,
tengo jardines y flores,
tengo una fuente dorada
con más de cien surtidores,
y en la vega del Genil
tengo parda fortaleza,
que será reina entre mil
cuando encierre tu belleza.
Y sobre toda una orilla
extiendo mi señorío;
ni en Córdoba ni en Sevilla
hay un parque como el mio.
Allí la altiva palmera
y el encendido granado,
junto a la frondosa higuera,
cubren el valle y collado.
Allí el robusto nogal,
allí el nópalo amarillo,
allí el sombrío moral
crecen al pie del castillo.
Y olmos tengo en mi alameda
que hasta el cielo se levantan
y en redes de plata y seda
tengo pájaros que cantan.
Y tú mi sultana eres,
que desiertos mis salones
están, mi harén sin mujeres,
mis oídos sin canciones.
Yo te daré terciopelos
y perfumes orientales;
de Grecia te traeré velos
y de Cachemira chales.
Y te dará blancas plumas
para que adornes tu frente,
más blanca que las espumas
de nuestros mares de Oriente.
Y perlas para el cabello,
y baños para el calor,
y collares para el cuello;
para los labios... ¡amor!»
«¿Qué me valen tus riquezas
-respondióle la cristiana-,
si me quitas a mi padre,
mis amigos y mis damas?
Vuélveme, vuélveme, moro
a mi padre y a mi patria,
que mis torres de León
valen más que tu Granada.»
Escuchóla en paz el moro,
y manoseando su barba,
dijo como quien medita,
en la mejilla una lágrima:
«Si tus castillos mejores
que nuestros jardines son,
y son más bellas tus flores,
por ser tuyas, en León,
y tú diste tus amores
a alguno de tus guerreros,
hurí del Edén, no llores;
vete con tus caballeros.»
Y dándole su caballo
y la mitad de su guardia,
el capitán de los moros
volvió en silencio la espalda.

Jose Zorrilla

25 de marzo de 2010

SOLEDAD

(Del libro Alba de olvido)




Nada igual a esta dicha
de sentirme tan sola
en mitad de la tarde
y en mitad del trigal;
bajo el cielo de estío,
y en los brazos del viento,
soy una espiga más.

Nada tengo en el alma.
Ni una pena pequeña,
ni un recuerdo lejano
que me hiciera soñar...
Sólo tengo esta dicha
de estar sola en la tarde
¡con la tarde no más!

Un silencio muy largo
va cayendo en el trigo,
porque ya el sol se aleja
y ya el viento se va;
¡quién me diera por siempre
esta dicha indecible
de ser, sola y serena,
un milagro de paz!

Meira Delmar

ESO


Mi cansancio
mi angustia
mi alegría
mi pavor
mi humildad
mis noches todas
mi nostalgia del año
mil novecientos treinta
mi sentido común
mi rebeldía.

Mi desdén
mi crueldad y mi congoja
mi abandono
mi llanto
mi agonía
mi herencia irrenunciable y dolorosa
mi sufrimiento
en fin
mi pobre vida.

Idea Vilariño

24 de marzo de 2010

GRILLO Y CUNA


De un bosque donde crecen
nomás
cunas, mi madre
cortó un columpio dulce,
maduro para el tiempo primero
de mi infancia.

Juntó flores de luna dormidas
en el agua, mi madre
y me las trajo,
con un azul silencio
robado de algún sueño de río
a ser mi canto.

El viento entonces iba
silbando
como un hombre
que vuelve del trabajo,
mi padre, como un ala de viento
sacudía
las ramas a su paso,
y a veces su latido temprano,
más temprano
que el bronce aún, despertaba
tañendo
campanarios.

El sol
como un abuelo de incendio
nos decía
su cuento cada día , de luz,
en la ventana,
y el techo, y las paredes, y el huerto
y la paloma y el patio,
y la mañana,cabrían en el puño dorado
de un durazno.

Mi padre
sembró grillos
de suerte en los rincones,
más pobres de la casa.

De noche nos cantaban
perdón
por todo el hambre del día
y prometían
espigas y racimos
que acaso maduraron después,
cuando fue tarde.

Así crecí, los seres
de lluvia me llevaron consigo
a todas partes
Fui lagrima en el llanto del sauce,
fui diamante
quebrado en las raíces frustradas
de algun barco.

De tarde descifraba señales en el cielo
mi madre,
por las noches,
mi padre me alcanzaba la voz
de mis abuelos, en una
remembranza ternura
con los ojos
callados,
y las manos dormidas
junto al fuego;
así crecí.

Matilde Alba Swann

GLOSA DE. JUSTA FUE MI PERDICION





Bien supo el amor qué hizo
en darme tal pensamiento,
pues del primer movimiento
a sí mismo satisfizo
y a mí me dexó contento.

Satisfizo la razón
al amor, y él a ella;
luego supo el coraçón
que'n tan onrada querella
justa fue mi perdición.

Tan contento y tal me tiene
la congoxa que'n mí stá,
que, si dolor sobreviene,
el mal que tengo se va
de gozo d'aquel que viene.

Y si queda algún tormento,
súfrese con el quereros,
que'n mi grave pensamiento
sólo en ver que supe veros
de mis males soy contento.

Aunque a mi mal contradiga
el cuerpo por la su falta,
rompiendo toda la liga,
el alma, como más alta,
se'ntremete en mi fatiga.

Y puesto mi coraçón
ante vos, como juzgado,
atentado en su pasión
dize: "Ya, pues soy pagado,
non espero gualardón".

La congoxa que padezco
de buena me da la vida,
que'n ser vos por quien fenezco
mi mal paga la medida
de lo que por él merezco.

Con este conocimiento,
pagado de mi pasión,
voy diziendo, de contento,
sin dar cabo a mi razón,
pues, vuestro merecimiento.

Acabó el entendimiento
lo que agora aquí se dize,
y dixo a mi pensamiento:
"Pues por vos me satisfize,
tené vos mi regimiento".

Tras esto, en mi coraçón,
vi sonar esta respuesta:
"Ved mi mal, si es con razón,
que la pena, en venir presta,
satisfizo a mi pasión".

Parece bien ordenado,
por razón de buena ley,
que, si acaso un condenado
viere el rostro de su rey,
luego allí quede librado.

Así, puesto que's perdida
mi vida ya por quereros,
para el alma, que's vencida,
un solo punto de veros
es vitoria conocida.

De contenta, mi memoria
mil vezes me dize: "¡Calla!,
que'n guerra de tanta gloria
sólo entrar en la batalla
fue sombra de gran vitoria".

Sólo averos conocido
es tan gran lustre d'amor
que, por más que sté perdido,
siempre será vencedor
quien de vos queda vencido.

Contra Amor y su pasión
en campo quise provarme,
y vos, a mala sazón,
cuando Amor quiso matarme,
luego echastes el bastón.

Esto fue, porque perdida,
sin morir, fuese mi suerte
y porque's cosa sabida
que'scusava yo mi muerte
en perder por vos la vida.

Así agora triste quedo
sin morir, y con penar,
y entre mí digo, con miedo:
"Ved cómo podré ganar,
que aun sólo perder no puedo".

Después me dize'l sentido:
"¿Por qué me matas cuitado?
¿No tienes tú conocido,
por tormento tan onrado,
que's ganado el que's perdido?"

Si del mal que m'á venido
me viene'l contentamiento,
será muy firme argumento
que, cuanto más afligido,
tanto más seré contento.

Y pues viene la pasión,
y el descanso en una cuenta,
lo que sufre'l coraçón,
el coraçón lo consienta
pues lo consiente razón.

Vuestra vista saltealla
no es mucho quien tanto os quiere,
que'l que de hambre se muere,
si roba el comer que halla,
toda buena ley lo quiere.

Yo, de veros muy hambriento,
con miraros me sostengo,
y cuando más pena tengo
con el bien del pensamiento
consiento en mi perdimiento.

Algún bien yo demandaros
desvergüença me parece,
que ¿cómo podré yo daros
por el bien lo que merece,
si el mal no puedo pagaros?

Alcança mi coraçón
de su mal un bien tan largo
que, pues ya de mi pasión
yo, señora, os quedo en cargo,
non espero galardón.

No bivo desesperado
y bivo sin esperança,
que'l que se da por pagado
no spera, que, pues alcança,
esperar es escusado.

Si basta mi pensamiento
a darme tan justa paga
que me haga'star contento,
no es mucho me satisfaga,
pues, vuestro merecimiento.

Cuando acuerda el sentimiento,
y a pensar en vos se'ncierra,
entre mí me descontento
del cuerpo que, 'n ser de tierra,
me'mbaraça el pensamiento.

Para cuantas cosas son
es estar por vos penado
de tan alto coraçón,
que solo avello pensado
satisfizo a mi pasión.

Juan Boscán

23 de marzo de 2010

LUZ Y SOMBRA


Yo soy el ave errante que solitaria llora,
y en áridos desiertos -cruzando siempre va;
sé tú la verde rama que brinde bienhechora
al ave que ya muere dulcísimo solaz.

Yo soy brisa que pasa, yo soy hoja que rueda,
arista que arrebata furioso el huracán;
no sé por do camino, no sé ni en donde pueda
de mi incesante lucha el término encontrar.

Yo soy el sol que se hunde, allá tras la montaña,
envuelto en el sudario rojizo de su luz;
sé tú la blanca aurora que el horizonte baña
y rasga de las sombras el lóbrego capuz.

Yo soy la negra noche, sin luces, sin estrellas:
yo soy cielo de sombras, rugiente tempestad;
sé tú la casta luna que con su luces bellas
disipe de esa noche la horrible obscuridad.

Yo soy la navecilla que el aquilón azota,
y que, sin rumbo, en medio del anchuroso mar;
juguete de los vientos entre arrecifes flota
y sin timón ni brújula se mira zozobrar.

Sé tú la blanca estrella que alumbre mi camino,
el faro que me guíe al puerto de salud;
no dejes que en los brazos de mi cruel destino
me arroje en el abismo y olvide la virtud.

Yo soy la flor humilde sin galas ni belleza,
sin plácidos colores ni aroma embriagador;
tú, pálida azucena de eólica pureza
cuyo perfume casto es hálito de amor.

Mas si la flor humilde amara la azucena,
si venturosa viere premiada su pasión,
alzara, su corola, tal vez de aroma llena,
irguiérase en su tallo al soplo del amor.

II.

Yo vivo entre sollozos, mi canto es el gemido,
jamás mi labio entona la estrofa del placer;
mi pecho siempre exhala tristísimo alarido,
mi rostro siempre abate terrible padecer.

Muy lentas son mis horas; muy tristes son mis días;
horribles horizontes limitan mi existir,
caverna pavorosa de obscuras lejanías,
preséntase á mis ojos el negro porvenir.

La luz que iluminaba mi lóbrego camino
y que tranquilos goces en la niñez me dió,
dejándome entre sombras, cual raudo torbellino,
ante mi vista atónita por el espacio huyó.

Tan triste es lo que siento, tan negro lo que veo,
que sólo me consuelan mi llanto y mi gemir;
ya no en la dulce dicha, ni en la ventura creo,
ya sólo me presenta la muerte el porvenir.

La duda con sus garras destroza mi creencia,
marchita con su aliento las flores de mi amor;
hay sombras en mi alma, hay luto en mi conciencia,
mi vida es una estrofa del himno del dolor!

III

Tu vida ángel hermoso, cual cándido arroyuelo,
deslizase entre flores con suave murmurar,
tu corazón es puro como el azul del cielo,
jamás tu frente empañan las nubes del pesar.

Tú ignoras, niña bella, del mundo los engaños,
no sabes cómo muere del alma la ilusión ;
no sabes cómo agotan terribles desengaños
los sueños más hermosos del triste corazón.

No sabes cual se llora al contemplar perdida
aquella fe sublime que guió nuestra niñez;
no sabes cómo amarga las horas de la vida
la duda que nos cerca de eterna lobreguez.

Es blanca tu conciencia y azul tu pensamiento,
rosados horizontes te ofrece el porvenir,
ninguna nube empaña de tu alma el firmamento,
ninguna pena enluta tu plácido existir.

Cuando del sacro templo en las soberbias naves,
murmuras una tierna, purísima oración,
suspenden al oírla, sus cánticos las aves,
y un ángel la conduce al trono del Señor.

Los cielos te sonríen, la tierra te da flores,
las fuentes su murmullo, las aves su cantar;
tu corazón es nido de cándidos amores,
con tu mirada ahuyentas las nubes del pesar.

IV

Mi vida es un suspiro, tu vida una sonrisa;
mi alma negra sombra, la tuya blanca luz;
eres arroyo y ave, eres perfume y brisa;
yo lágrimas y duelo, tristísimo sauz.

Convierte los abrojos de mi cruel destino
con las hermosas flores de tu bendito amor;
y entonces, vida mía, al fin de este camino,
irán nuestras dos almas al trono del Señor.

Tal vez en mi alma existen en sombra aletargados,
los gérmenes sublimes de gloria y majestad:
sin ámbito ni norte dormitan cobijados
en el sudario lúgubre de horrible obscuridad.

Alumbra con tus ojos mi obscura inteligencia,
sé tú, mi vida, el norte que mire mi ambición,
y me alzaré gigante y arrancaré á la ciencia
el más hermoso lauro que anhela el corazón.

Si de tu amor el hálito mi espíritu alentara,
si de tu amor sintiera la llama celestial,
yo el vuelo poderoso con majestad alzara,
y un rayo alcanzaría del sol de lo inmortal.

Manuel Gutiérrez najera

ESCALA DE AMOR


Estando triste, seguro,
mi voluntad reposaba,
cuando escalaron el muro
do mi libertad estaba:
a escala vista subieron
vuestra beldad y mesura,
y tan de recio hirieron,
que vencieron mi cordura.

Luego todos mis sentidos
huyeron a lo más fuerte,
mas iban ya mal heridos
con sendas llagas de muerte;
y mi libertad quedó
en vuestro poder cativa;
mas placer hobe yo
desque supe que era viva.

Mis ojos fueron traidores,
ellos fueron consintientes,
ellos fueron causadores
que entrasen aquestas gentes
que el atalaya tenían,
y nunca dijeron nada
de la batalla que vían,
ni hicieron ahumada.

Desde que hobieron entrado,
aquestos escaladores
abrieron el mi costado,
y entraron vuestros amores;
y mi firmeza tomaron,
y mi corazón prendieron,
y mis sentidos robaron,
y a mí sólo no quisieron.

Fin

¡Qué gran aleve hicieron
mis ojos, y qué traición:
por una vista que os vieron,
venderos mi corazón!

Pues traición tan conocida
ya les placía hacer,
vendieran mi triste vida
y hobieran dello placer;

mas al mal que cometieron
no tienen escusación:
¡por una vista que os vieron,
venderos mi corazón!

Jorge Manrique

22 de marzo de 2010

EL GENERAL


Mirad: frente por frente se divisa
al viejo capataz de la mesnada;
ni un pliegue de bondad en su sonrisa;
ni un destello de luz en su mirada.

Alma siniestra: rostro abotargado;
labio en un gesto de desdén caído;
el corazón a la piedad cerrado
y a la doliente súplica el oído.

Tiene en la diestra el rayo que calcina;
tiene en el alma el odio que envenena;
tiene a sus pies un pueblo que se inclina
y arrastra, murmurando, su cadena,

en tanto que del torpe libertino
sólo cede la cólera sombría
al influjo magnético del vino
y al sopor humillante de la orgía.

Allá, sobre las cumbres de la sierra,
con sus turbas de ilotas y reptiles,
para dictar sus úkases se encierra
entre nubes de sables y fusiles.

Miedoso de la fiebre vengadora
plantó su tienda lejos de los mares,
y abrió como una caja de Pandora,
el cofre de sus juicios militares.

Inquisidor, a sus esbirros manda
que a los hombres apliquen la tortura
y caigan en los pueblos como banda
negra y feroz a la que el hambre apura.

Alguien le adula: trepadora hiedra
que al fuerte muro con afán se acoge;
el que al amparo de sus triunfos medra
y el fruto de sus crímenes recoge.

Ante ese monstruo, aborto del abismo,
aún hay quien pasa con la frente erguida
en el alma el horror del despotismo
y el desprecio sublime de la vida.

Mientras aliente un corazón entero
pueden lucir auroras de venganza;
hasta las sienes del Goliat ibero,
la débil onda de David alcanza.

Para enviarnos el terrible azote,
al infierno tal vez injertar plugo
en un Nerón con rasgos de Quijote,
un Sancho con instintos de verdugo.

Es general sin luchas ni peleas,
sin hidalguía, sin honor, sin nada;
para cortar eL vuelo a las ideas:
para eso sirve el filo de su espada.

Goza en paz ¡oh tirano que algún día
irá a turbar tus negras soledades
lejana, estrepitosa gritería:
zumbido de remotas tempestades.

Grito de rabia que los aires llena;
rugido de un titán que quiebra el yugo;
voz de un pueblo que rompe su cadena;
voz de un pueblo que execra a su verdugo.

Luis Muñoz Rivera

AL PUBLICO


Lo que ha pasado en ¡a Otra Banda del
Yaque el día 7 del presente mes.
Ya que el público lo manda
Diremos por la presente,
Que el día siete del corriente
Por la noche, en Otra Banda
De pilluelos una tanda
Y de armamento provista,
Después de pasar revista
A siete chivos robados,
Dieron muerte los malvados
Al pedáneo Juan Batista.

Los pillos un burro prieto
Listo de un todo ‘llevaron,
Y de carne lo cargaron
Sin desollar por completo.
Batista, bello sujeto,
Y Alcalde de la Sección,
Por cumplir su obligación
Y sus bienes defender,
Vino el pobre a perecer
A las manos de un ladrón.

Dicen que fué acompañado
De dos o tres compañeros,
Que se mandaron ligeros
Cuando Juanico ha goteado.
Y que un joven buen soldado
Lelo Marte, el muy valiente,
Quien venció a los bandidos,
Dejó allí a dos heridos
Y un prisionero igualmente.

Según cuentan los vecinos
De Otra Banda y más lugares,
Dizque pasan de millares
Los chivos y los cochinos,
Y ovejos, que esos dañinos
Por todas partes cogían,
Y los cueros no vendían
En bruto los malhechores,
Pues, como son curtidores,
Ellos mismos los curtían.

También suelen declarar
Vecinos de Rafael,
Que en todo el lugar aquel
No se oye un chivo berrear,
Ni un ovejito balar
Ni otras clases de animales,
Porque los pilluelos tales
Haciendo de carne líos,
Han dejado allí vacíos
Los chiqueros y corrales.

Hoy se encuentra en el Juzgado
De Instrucción el burro prieto,
El que vino bien repleto
De chivos muertos cargado,
Con el cuero aún pegado;
Pues dicen que los chiveros
Por querer andar ligeros
Nada más los degollaban,
Y el mondongo lo dejaban
En los mismos mataderos.

Del pueblo la mayoría
Deseaba que los malvados
Fueran todos fusilados,
Que de ejemplo serviría.
Y la Autoridad quería
Al público complacer,
Pero que por atender
A unos cuantos consejeros,
Hoy se encuentran los chiveros
De la Justicia en poder.

Esta corta relación
Con gusto he publicado,
Porque me lo ha suplicado
Entera esta población.
Para con más atención
Que obren los tribunales,
Y se empeñen los fiscales
En emplear más energía,
Para darle garantía
A la crianza de animales.

Santiago, Agosto 10 de 1903

Juan Antonio Alix

21 de marzo de 2010

HUMORISMOS TRISTES


¿Qué si me duele? un poco, te confieso
que me heriste a traición, mas por fortuna
tras el rapto de ira vino una
dulce resignación... pasó el acceso.

¿Sufrir? ¿Llorar? ¿Morir? ¿Quién piensa en eso?
El amor es un huésped que importuna,
mírame cómo estoy, ya sin ninguna
tristeza que decirte, dame un beso.

Así, muy bien, perdóname fui un loco,
tú me curaste -gracias-, y ya puedo
saber lo que imagino y lo que toco.

En la herida que hiciste, pon el dedo,
¿Qué si me duele? Sí, me duele un poco,
mas no mata el dolor... no tengas miedo...

Luis G. Urbina

LOS INDIOS VIEJOS


Los hombres viejos, muy viejos, están sentados
junto a sus cabras, junto a sus pequeños animales mansos.
Los hombres viejos están sentados junto a un río
que siempre va despacio.

Ante ellos el aire detiene su marcha,
el viento pasa, contemplándolos,
los toca con cuidado
para no desbaratarles sus corazones de ceniza.

Los hombres viejos sacan al campo sus pecados,
éste en su único trabajo.

Los sueltan durante el día, pasan el día olvidando,
y en el tarde salen a lazarlos
para dormir con ellos calentándose.

Joaquin Pasos

20 de marzo de 2010

A LA FLOR DE LA JUVENTUD


De Flori tierna flor, coroné el suelo,
cual de gloria la frente de un Albano.
Albano gime, Flori llora en vano.
¡Ay, cuánto ríe aquesto el alto cielo!

De larga envidia mi purpúreo velo
colmó la presunción de algún verano.
Pues Diciembre me vio, mas inhumano,
como era tierna flor, me robó el hielo.

Vaso lloroso, oh caminante, encierra
y bien lloroso, pues lo ha sido tanto
de mi caduca flor, caduca tierra.

Blandas palabras di, sosiega el llanto;
así tu juventud burle la guerra
de aquel ladrón de su florido manto.

Luis Carrillo de Sotomayor

TU NOMBRE


Dulce es tu nombre en nuestro dulce idioma;
suena en las preces del fervor cristiano,
y es verso en el lenguaje soberano
con que aun nos habla en su sepulcro Roma.

De un pie latino la cadencia toma
cuando vibra en el ritmo castellano
cual breve arrullo de cantar lejano
o eco de amor con alas de paloma.

Dos silabas; un beso; algo muy triste
para el que te ha perdido; la elegía
del sueño muerto, que en la muerte existe.

Carmen el mundo te llamó algún día;
pero después de lo que a ml me hiciste...
¿Cómo te llamaremos, alma mía?.

Jose de Diego

19 de marzo de 2010

LES AMANTS


Artistas…
Pintores…
Cantores…
Inspirados na pintura…
Entrelaçados na tela…
Absorvidos na Arte…

Arte de pintar e … de criar…

Criar…com magia…
Criar com saber…
Criar…com Amor…

E entrelaçados…
Amantes eternos…
Vão-se fundindo…
E… acreditando
Que não mais…
Voltarão a estar sós…

Lili Laranjo

DEDALO


Enterrado vivo
en un infinito
dédalo de espejos,
me oigo, me sigo,
me busco en el liso
muro del silencio.

Pero no me encuentro.

Palpo, escucho, miro.
Por todos los ecos
de este laberinto,
un acento mío
está pretendiendo
llegar a mi oído.

Pero no lo advierto.

Alguien está preso
aquí, en este frío
lúcido recinto,
dédalo de espejos...
Alguien, al que imito.
Si se va, me alejo.
Si regresa, vuelvo.
Si se duerme, sueño.
"¿Eres tú?", me digo...

Pero no contesto.

Perseguido, herido
por el mismo acento
-que no sé si es mío-
contra el eco mismo
del mismo recuerdo
en este infinito
dédalo de espejos
enterrado vivo.

Jaime Torres Bodet

18 de marzo de 2010

A LOS GAUCHOS


Raza valerosa y dura
que con pujanza silvestre
dio a la patria en garbo ecuestre
su primitiva escultura.
Una terrible ventura
va a su sacrificio unida,
como despliega la herida
que al toro desfonda el cuello,
en el raudal del degüello
la bandera de la vida.

Es que la fiel voluntad
que al torvo destino alegra,
funde en vino la uva negra
de la dura adversidad.
Y en punto de libertad
no hay satisfacción más neta,
que medírsela completa
entre riesgo y corazón,
con tres cuartas de facón
y cuatro pies de cuarteta.

En la hora del gran dolor
que a la historia nos paría,
así como el bien del día
trova el pájaro cantor,
la copla del payador
anunció el amanecer,
y en el fresco rosicler
que pintaba el primer rayo,
el lindo gaucho de Mayo
partió para no volver.

Así salió a rodar tierra
contra el viejo vilipendio,
enarbolando el incendio
como estandarte de guerra.
Mar y cielo, pampa y sierra,
su galope al sueño arranca,
y bien sentada en el anca
que por las cuestas se empina
le sonríe su Argentina
linda y fresca, azul y blanca.

Luego al amor del caudillo
siguió, muriendo admirable,
con el patriótico sable
ya rebajado a cuchillo;
pensando, alegre y sencillo,
que en cualesquiera ocasión,
desde que cae al montón
hasta el día en que se acaba,
pinta el cub de la taba
la existencia del varón.

Su poesía es la temprana
gloria del verdor campero
donde un relincho ligero
regocija la mañana.
Y la morocha lozana
de sediciosa cadera,
en cuya humilde pollera,
primicias de juventud
nos insinuó la inquietud
de la loca primavera.

Su recuerdo, vago lloro
de guitarra sorda y vieja,
la patria no apareja
preopación ni desdoro.
De lo bien que guarda el oro,
el guijarro es argumento;
y desde que el pavimento
con su nivel sobrepasa,
va sepultando la casa
las piedras de su cimiento.

Leopoldo Lugones

POEMA


Desde que el primer hijo -en noche de tortura-
se desprendió de ti como un brazo viviente,
la carne se te ha hecho una fruta madura
y el amor como un pan se te ve y se te siente.

Tus mejillas se han vuelto suaves como pañales,
la voz se te ha llenado de ternuras y almohadas,
palpitan en tus ojos dos tiernos animales
y son como dos sombras tus manos sosegadas...

Jorge de Bravo

17 de marzo de 2010

QUE LASTIMA


¡Qué lástima
que yo no pueda cantar a la usanza
de este tiempo lo mismo que los poetas que hoy cantan!
¡Qué lástima
que yo no pueda entonar con una voz engolada
esas brillantes romanzas
a las glorias de la patria!
¡Qué lástima
que yo no tenga una patria!
Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa
desde una tierra a otra tierra, desde una raza
a otra raza,
como pasan
esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca.
¡Qué lástima
que yo no tenga comarca,
patria chica, tierra provinciana!
Debí nacer en la entraña
de la estepa castellana
y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada;
pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,
y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.
Después... ya no he vuelto a echar el ancla,
y ninguna de estas tierras me levanta
ni me exalta
para poder cantar siempre en la misma tonada
al mismo río que pasa
rodando las mismas aguas,
al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.
¡Qué lástima
que yo no tenga una casa!
Una casa solariega y blasonada,
una casa
en que guardara,
a más de otras cosas raras,
un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada
(que me contaran
viejas historias domésticas como a Francis Jammes y a Ayala)
y el retrato de mi abuelo que ganara
una batalla.
¡Qué lástima
que yo no tenga un abuelo que ganara
una batalla,
retratado con una mano cruzada
en el pecho, y la otra en el puño de la espada!
Y, ¡qué lástima
que yo no tenga siquiera una espada!
Porque..., ¿Qué voy a cantar si no tengo ni una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada?
¡Qué voy a cantar si soy un paria
que apenas tiene una capa!

Sin embargo...
en esta tierra de España
y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa
en la que estoy de posada
y donde tengo, prestadas,
una mesa de pino y una silla de paja.
Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla
en una sala
muy amplia
y muy blanca
que está en la parte más baja
y más fresca de la casa.
Tiene una luz muy clara
esta sala
tan amplia
y tan blanca...
Una luz muy clara
que entra por una ventana
que da a una calle muy ancha.
Y a la luz de esta ventana
vengo todas las mañanas.
Aquí me siento sobre mi silla de paja
y venzo las horas largas
leyendo en mi libro y viendo cómo pasa
la gente a través de la ventana.
Cosas de poca importancia
parecen un libro y el cristal de una ventana
en un pueblo de la Alcarria,
y, sin embargo, le basta
para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.
Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa
cuando pasan
ese pastor que va detrás de las cabras
con una enorme cayada,
esa mujer agobiada
con una carga
de leña en la espalda,
esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias, de
Pastrana,
y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.
¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana
siempre y se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
¡Qué gracia
tiene su cara
en el cristal aplastada
con la barbilla sumida y la naricilla chata!
Yo me río mucho mirándola
y la digo que es una niña muy guapa...
Ella entonces me llama
¡tonto!, y se marcha.
¡Pobre niña! Ya no pasa
por esta calle tan ancha
caminando hacia la escuela de muy mala gana,
ni se para
en mi ventana,
ni se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
Que un día se puso mala,
muy mala,
y otro día doblaron por ella a muerto las campanas.

Y en una tarde muy clara,
por esta calle tan ancha,
al través de la ventana,
vi cómo se la llevaban
en una caja
muy blanca...
En una caja
muy blanca
que tenía un cristalito en la tapa.
Por aquel cristal se la veía la cara
lo mismo que cuando estaba
pegadita al cristal de mi ventana...
Al cristal de esta ventana
que ahora me recuerda siempre el cristalito de aquella caja
tan blanca.
Todo el ritmo de la vida pasa
por el cristal de mi ventana...
¡Y la muerte también pasa!

¡Qué lástima
que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón de viejo cuero, ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria
que apenas tiene una capa...
venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!

Leon Felipe

EL CLAVEL SECO




Como el clavel del patio estaba seco,
yo, entristecido por sus tristes males,
bajé al jardín para cavar un hueco,
en buena sombra entre dos rosales.

Y eran rosales cerca, gajo a gajo
en una cercanía indiferente,
pero al cavar un poco, vi allá abajo
sus raíces trenzadas locamente.

Así, esta tarde, descubrí el secreto
de un cariño verdadero, hondo y discreto,
trasplantando un clavel que se secó.

Y, en nuestra indiferente cercanía,
qué loco ensueño se descubriría
si alguien cavara un hueco entre tú y yo.

José Ángel Buesa

16 de marzo de 2010

MARTHA


I
En el islote de la azul laguna
(hoy extinta) del parque abandonado
de una antigua ciudad, solo y callado,
hallé un mancebo (un loco acaso) en una

noche glacial en que la blanca luna
subía por un cielo encresponado,
tras un airón de niebla, inmaculado,
como el velo sutil de regia cuna.

Con la frente en la mano, y con el codo
apoyado en un árbol, contemplaba
el parque lleno de hojarasca y lodo.

De pronto irguióse, y, sin temor ni traba,
les habló á las estrellas de este modo,
alzando al cielo su cabeza brava:

II

«¡Estrellas que radiáis en las tranquilas
soledades caóticas y eternas
del vasto azul! -¡Fantásticas lucernas
del gran negro!- ¡quiméricas pupilas

de la noche sin fin! -¡Rubias sibilas
del destino del orbe! ¡Albas linternas
que alumbráis de la sombra las cavernas,
en grupos áureos y en errantes filas!¬

¡Vosotras, que escuchasteis mi postrera
despedida... mi adiós á la hechicera niña
que os usurpó vuestros fulgores!

¡Decidme, en dónde está la candorosa
flor de mis sueños! ¡La celeste rosa
que perfumó el altar de mis amores!

III

Cuanto mi vista en derredor abarca,
mudo y deshecho está; y, en mi supremo
dolor, oír, entre las sombras, temo
su reproche... ¡y la risa de la Parca!

Muerte y Olvido, su indeleble marca
dejaron al pasar: en un extremo
del islote, se pudre el largo remo;
y, cerca de él, ¡disgrégase la barca!

¡La linda barca en que los dos, a solas,
cruzábamos alegres, y sin miedo,
el agua mansa sin espumas ni olas!

y en que, al oído, le cantaba, quedo,
aquellas gemebundas barcaroles
que quisiera olvidar... ¡y que no puedo!

IV

¡El agua existe del estanque apenas!
sécase el manantial! ¡El rudo banco
de hierro, yace allí, sobre el barranco
del islote, volcado en las arenas!

¡Oh, cuán lejos estáis, tardes serenas!
¡Auroras que la luz vistió de blanco!
¡Con qué dolor del ánima os arranco,
dulces memorias de nostalgias llenas!

¡Como no tengo lágrimas y ansío
llorarla siempre más (porque la rota
fuente del llanto se extinguió), Dios mío!

Al sentir que mi llanto ya no brota,
me abrazo al banco aquel... y río, y río,
como un loco de atar... ¡como un idiota!

V

A mañana y a tarde la veía
en ese banco; y pura y temblorosa,
el fragante capullo de una rosa
blanca, recién tronchado, parecía.

Al sentarme a su lado, sonreía
con su sonrisa casta y misteriosa,
mientras que su mirada, luminosa,
los ámbitos azules recorría.

¡Ojos no he visto como aquellos ojos!
Ni he visto nunca labios como aquellos,
tan dulces, tan vibrantes y tan rojos!

¡Ni perfiles más pulcros ni más bellos!
¡Ni manojos de luz... cual los manojos
rubios de sus undívagos cabellos!

VI

Los redondos capullos de su seno,
-brotes de grana y de nevado armiño-
violentaban el raso del corpiño
que sujetaba su contorno heleno.

¡Con su triste mirar de Nazareno
y su sonrisa cándida de niño,
tras de sí se llevaba mi cariño:
todo este corazón... que ella hizo bueno!

Cuando hablaba, su voz era murmullo
de onda lustral, embriagador arrullo
jamás oído en el mundano suelo;

¡Yo, sus frases, a veces, no atendía,
sólo por escuchar la melodía
de su voz -canto que bajó del cielo!¬

VII

¡Ah, sus manos!... ¡Sus manos transparentes,
hechas como de tibia porcelana,
lotos vivos que, a tarde y a mañana,
rociaba con mis lágrimas ardientes!

¡Manos alabastrinas, indolentes
a fuerza de ser gráciles; de arcana
modelación que al Hacedor ufana,
porque otras no hizo iguales!...

¡Manos de virgen pudorosa, manos
cuyos dóciles dedos como seda,
filtraban luz de pensamientos sanos!

¡Ya mi mano a sus manos no se enreda!
¡Lirios que consumieron los gusanos
y deshojó la Muerte... Nada queda!

VIII

Sus pies... Una mañana en que la aurora
en el cielo -sus oros derretía,
la encontré en el estanque; sumergía
sus pies bajo del agua tembladora.

Al sentirme llegar, más seductora
que nunca, irguiése la adorada mía;
y, llena de rubor, -yo no sabía...
me dijo- ¡vete!... ¡de llegar no es hora!¬

Entonces pude ver sus pies desnudos,
como ningunos otros adorables,
por lo blancos y tersos y menudos.

Caí de hinojos y exclamé: -¡no me hables!¬
y con mis labios, trémulos y mudos,
¡cubrí sus pies de besos inefables!

IX

Una tarde, una tarde sorprendíla
meditabunda, absorta y sonrojada;
fija en un árbol, de estos, la mirada;
al verla., preguntéme: -¿en qué cavila?¬

Húmeda por el llanto su pupila
inmóvil, reluciente y dilatada;
parecía una estrella aprisionada
en un rincón de cielo -color lila.¬

Poco a poco, acerquéme, sin rüido,
ansiando descifrar de sus anhelos
la misteriosa clave... y, -confundido

quedé, al alzar los ojos a los cielos;
porque... ¿sabéis lo que miraba?,- ¡un nido,
en el cual se besaban dos polluelos!

X

Era toda inocencia; ¡qué de asombro
me causaban sus raras candideces!
No esquivaba mis labios... ¡Cuántas veces
me adormecí sobre su frágil hombro!

Entonces como flor bajo un escombro,
entregábase a ignotas languideces,
y a Dios alzaba sus sentidas preces,
como las alzo yo... ¡cuando la nombro!

Una vez, bajo una alba esplendorosa
en que los horizontes dilatados
se impregnaban de azul, de oro y de rosa,

con ojos muy abiertos y admirados,
de repente exclamó: -dime una cosa...
¿por qué se ocultan los recién casados...?

XI

Ante aquella pregunta tan extraña,
me sonrojé... porque encontrar, al punto,
no pude una respuesta; y, cejijunto,
pensé: esta niña singular... ¿me engaña?

Sonreí solamente, y, con gran maña,
hablé de algo distinto... de otro asunto;
mas ella -¡dime ya lo que pregunto!¬
murmuró medio triste y medio huraña.

Entonces se aumentó mi desconcierto;
y sus mejillas cándidas e ilesas,
y su labio, jugoso y entreabierto,

besé... y ella, agregó: -¿no me confiesas
la verdad? ¿no será... (¡dime si acierto!)
para besarse... así... como me besas?¬

XII

Catorce años tenía, Una vez vino
muy pálida y muy seria, y -¡yo me muero!¬
sollozando, me dijo: -¡Sólo quiero
que no me dejes sola en el camino!

Sé que te vas... ¡lo manda tu destino!
¡Pero...no! ¡Tú serás mi prisionero!
¡Oh, no te vayas!... ¡Corazón de acero
no tienes tú... ni corazón mezquino!

Estoy enferma... sufro ... algo me ahoga
aquí... (me dijo, señalando el cuello)
siento como el abrazo de una soga!...

Y yo quiero vivir... ¡todo es tan bello!...
¡Todo!... y ya ves: ¡hacia la muerte boga
mi pobre barca! -¡Y se mesó el cabello!

XIII

¡El gran manto de oro, el dúctil manto
onduloso y fragante de su pelo,
rodó, a manera de dorado velo,
sobre la pedrería de su llanto!

-¿Por qué hablas de morir?... ¡no es para tanto!
que, si voy a ausentarme de este suelo,
yo volveré... ¡lo juro por el cielo!
- le dije, presa de mortal quebranto.-

De su boca en el cáliz encendido,
mi boca, siempre de la suya esclava,
posóse, entonces, como en rojo nido.

En tanto que una lágrima rodaba
por el encaje azul de su vestido,
¡como una gota de candente lava!

XIV

Era imposible detenerme; grave
misión iba a apartarme, de improviso,
de aquella flor del cielo; era preciso
partir al punto, y regresar.... ¡quién sabe!

En el lejano puerto ya la nave
me esperaba. ¡Tremendo compromiso!
¡Por cumplir un deber, el paraíso
dejar, y huir como del nido el ave!

Lento caía el gran crespón nocturno.
Marta gemía; de su llanto el fuego
¡me quemaba la boca!.... El taciturno

cielo, callaba; entonces, poco a poco,
fuíme apartando de sus brazos.... Luego,
¡huí, despavorido, como un loco!

XV

¡Aún escucho el lastimero grito
que se arrancó de su garganta! El hondo
¡ay! de dolor, que resonó en el fondo
de mi ser.... ¡y perdióse en lo infinito!

¿Por qué no regresé? ¿Por qué, ¡maldito
de mí!... triunfante, como ayer, no escondo
mi ardiente; faz entro su pelo blondo?
¡Yo la maté!... ¡Qué infame mi delito!

La noche se espesaba. Mi cabeza
ardía como un horno; ¡mis pupilas
goteaban!... Un soplo de tristeza

¡me congelaba el corazón! Desierto
estaba todo: negras y tranquilas
las calles... ¡Subí al tren que iba hacia el puerto!

XVI

Hundí la yerta faz en mi pañuelo,
y, embozado en su trágica negrura,
me acompañó a llorar mi desventura,
¡con sus frígidas lágrimas, el cielo!

De tal modo, invadióme el desconsuelo,
que me sentí morir... y, en mi amargura,
pensé que era una errante sepultura
el tren, que hacía retemblar el suelo.

Cerré entonces los ojos para verla
mejor aún en mi interior. El día,
¡llegó anegado en su fulgor de perla!

y, el radiar de mi llanto en los raudales,
pude ver que, conmigo, el alba fría,
¡lloraba del vagón en los cristales!

XVII

Después... ni el mar, ni el horizonte nuevo,
ni la atmósfera azul, ni la espumante
onda con su rumor, ni el ave errante,
ni las puestas purpúreas del rey Febo,

la dulce imagen que en el alma llevo,
lograron alejar un solo instante.
¡Cuán tardo el tiempo! En mi impaciencia amante,
¡una hora, era un siglo! ¡Un día, un evo!

Cuando alguna piadosa golondrina,
cruzaba, alegre, la extensión marina,
quizás en busca de su antiguo alero,

yo la decía: -¡escucha, ave sagrada!...
si, al volver a tu hogar, ves a mi amada,
¡dile que sufro... y que por ella muero!

XVIII

Llegué... Una noche recibí una carta
que decía: “Ven pronto, ¡te lo mando!
¡No me dejes sufrir!... Me está matando
tu ausencia... ¡ven a consolarme! -Marta”.

Otra decía: «¡Ingrato! no se aparta
tu imagen de mi ser; de cuando en cuando,
voy al islote y... ¡vuelvo sollozando!...
¡Sola!... ¡No hay nadie que mi mal comparta!

¡Todo está triste, todo!... ¡si supieras!
¡El estanque se agota! De los nidos
huyeron ya las aves vocingleras!

Dime, ¿hasta ti no llegan los latidos
de mi doliente corazón?... ¿qué esperas?
¡Ven!.... Soy una mujer... ¡toda gemidos!»

XIX

Y he vuelto, ¡sí! La ola de la suerte
me empujó, sin cesar, de una a otra parte;
he vuelto... pero ¿a qué? -¡Sólo á llorarte,
rosa de amor que deshojó la muerte!¬

El pesar te mató: cobarde y fuerte,
hirió tu corazón -débil baluarte
que al fin rindióse- Vine por salvarte,
¡y sólo encuentro tu despojo inerte!

¡Y no pude llorar! y yo que ansío
llorar hasta morir... (como la rota
fuente del llanto se extinguió) ¡Dios mío!

Al sentir que mi llanto ya no brota,
me abrazo al banco aquél... ¡y río, y río,
como un loco de atar... como un idiota!

XX

¡Estrellas que me oís desde la obscura
profundidad del infinito cielo!
Respondédme: era un ángel... ¿y alzó el vuelo?
o era una estrella... ¿y regresó a la altura?

¿En dónde está la mística criatura
que un instante detúvose en el suelo,
por derramar amor, paz y consuelo,
en esta alma repleta de amargura?

¿En dónde está?... Si me la habéis robado
para hacerla lucir en vuestro coro,
¡devolvédmela ya! ¡Ved mi agonía!

O, al menos, destrenzad vuestro peinado,
que yo sabré, por el caudal de oro,
cual de vosotras es... ¡la estrella mía!

XXI

La estrella que alumbró, como en un sueño,
el dormido remanso de mis horas;
¡Oh, mis tardes de amor! ¡Oh, mis auroras!
¡Oh, mi radiante porvenir risueño!

¿En dónde estáis?... ¡Si mi amoroso empeño
no basta a reviviros! ¡Si traidoras
garras te hieren, corazón... y lloras!
¡Si ya no soy de sus encantos dueño...!

¡Venga la Muerte y corte su guadaña,
a un tiempo, mi existencia maldecida
y este inmenso dolor que me acompaña!

¡Con su beso glacial... cierre mi herida
honda y sangrienta, la que nunca engaña!
Ven, ¡oh Muerte... y arráncame la vida!

XXII

Calló el mancebo; y, con la faz helada
por la brisa nocturna, tristemente,
llegóse al banco, mudo confidente
que gozó el dulce peso de la amada.

Absorto le seguí con la mirada
a través de las hojas; de repente,
postróse de rodillas, y, doliente,
de su boca brotó una carcajada.

Yo, respetar queriendo sus querellas,
por las calles del parque medio oscuras,
torné, siguiendo mis recientes huellas.

¡Alcé los ojos! y, ¡radiantes, puras,
me pareció que toda las estrellas
¡lloraban de dolor en las alturas!

Julio Flores

CANCIONES


1

Tu sagrado advenimiento
dio principio a nuestra vida,
y el virgen concebimiento,
con tu santo nacimiento
nos dio ley muy escogida.

Tu santa circuncisión
y el ofrecer de los Reyes,
tu muerte y resurreción
tu miraglosa acensión,
destruyó las falsas leyes;

y con tu recebimiento
se libró nuestra caýda,
y el virgen concebimiento
con tu santo nacimiento
nos dio ley muy escogida.


2

Todos deven bien obrar
viendo el mundo cómo rueda,
pues al fin, fin, más no queda
del plazer que del pesar.

La vida esté sin reposo,
la voluntad muy despierta,
que la muerte está muy cierta
aunque el quando muy dudoso.

Y no se deve tardar
a bien hazer el que pueda
pues al fin, fin, más no queda
del plazer que del pesar.


3

Rey y reina, tales dos
nunca fueron en el mundo,
reyes sin tener segundo,
siervos muy siervos de Dios.

Siervos de Dios y su Madre,
reyes mucho más que reyes,
muerte de las falsas leyes,
vida de la de Dios padre.

Assí que Dios es con vos,
pues por Él soys en el mundo,
reyes sin tener segundo,
siervos muy siervos de Dios.


4

Las cosas que desseamos
tarde o nunca las avemos
y las que menos queremos
más presto las alcançamos.

Porque fortuna desvía
aquello que nos aplaze,
mas lo que pesar nos haze
ella mesma nos lo guía.

Y por lo que más penamos
alcançar no lo podemos,
y lo que menos queremos
muy más presto lo alcançamos.


5

Querría no dessearos
y dessear no quereros,
mas, si me aparto de veros,
tanto me pena dexaros
que me olvido de olvidaros.

Si os demando galardón
en pago de mis servicios,
daysme vos por beneficios
pena, dolor y passión,
por más desconsolación.

Y no puedo desamaros
aunque me aparto de veros,
que si pienso en no quereros
tanto me pena dexaros
que me olvido de olvidaros.


6

Si la fe y el galardón
por un peso se pesasse,
cierto soy que no faltasse
gran remedio a mi passión.

Mi passión es muy crecida
y mi fe de fe muy llena,
que, según la fe, la pena
se da por una medida.

Y si la fe y la afición
a galardón se pesasse
cierto soy que no faltasse
gran remedio a mi passión.


7

Muchas vezes he acordado
de olvidar a vos, mi dios,
y en acordarme de vos
hállome desacordado.

He procurado olvidaros
por acordarme de mí;
quando pienso en cómo os vi
pienso más en más amaros.

Y con este tal cuydado,
cuydoso por vos, mi dios,
en acordarme de vos
hállome desacordado.


8

Aunque en tal día soléys
dar mercedes, beneficios,
yo no pido que me deys,
que me deys, mas que toméys
y recibáys mis servicios.

Mis servicios recibiendo
son mercedes que recibo;
yo recibo, pues, sirviendo;
quanto más bivo muriendo
tanto más muriendo bivo.

Si mis servicios queréys,
no quiero más beneficios
ni que más galardonéys;
con esto me pagaréys:
que recibáys mis servicios.


9

Con la muy crecida fe
he cobrado tan gran miedo
que mi mal dezir no sé
a quien callar no lo puedo.

No puedo, triste, callar
porque mi mal siempre crece;
no sé cómo lo contar
porquel favor me fallece.

Y no sé razón por qué
tan sin favor yo me quedo,
que mi mal dezir no sé
a quien callar no lo puedo.


10

Del amor viene el cuydado
y del cuydado el penar,
de la pena el sospirar
del leal enamorado.

Quel sospiro no es passión,
mas descanso del tormento
do descansa el pensamiento
del cuydoso coraçón.

Y la pena del penado
que pena por bien amar
se muestra en el sospirar
del leal enamorado.


11

No quiero querer querer
sin sentir sentir sufrir
por poder poder saber
merecer el merecer
y servir más que servir.

Que sirviendo padeciendo
no padece quien padece,
y sufriendo mereciendo
y mereciendo sufriendo
merece más quien merece.

Y el perder es no perder
el bivir que no es bivir
por poder poder saber
merecer el merecer
y servir más que servir.


12

Desque triste me partí
sin veros a la partida,
se partió luego mi vida
donde nunca más la vi.

Partió mi vida en partir
con una passión tan fuerte
que aunque venga ya la muerte
será dulce de sufrir.

Si sentís lo que sentí
sentiréys en mi partida
que partió luego mi vida
donde nunca más la vi.


13

Todos os deven servicios,
servicios con afición,
afición, querer, passión,
la passión por beneficios.

Beneficios son los males,
los males por vos sufridos,
sufridos bien merecidos,
merecidos pues son tales.

Tales son que con servicios
serviros es galardón,
galardón, querer, passión,
la passión por beneficios.


14

No quiero mostrar quereros
porque no toméys favor
para más encareceros,
pues que no temo perderos
por falta de fe ni amor.

Desseo siempre serviros,
procuro de no enojaros,
querría merced pediros
y no quiero descubriros
quánto peno por amaros.

Que si doy a conoceros
mi desseoso dolor
será más encareceros,
mas yo no temo perderos
por falta de fe ni amor.


15

Es de aquesta condición
el sospirar, según siento,
que en sospiros de afición
si descansa la passión
es para doblar tormento.

Tormento de más penar,
penar y doblar fatigas,
las fuerças del sospirar,
aunque muestran descansar,
son de descanso enemigas.

Assí que sospiros son
muestras de tal sufrimiento,
que en sospiros de afición,
si descansa la passión
es para doblar tormento.


16

Si supiesse contentaros
como sé saber quereros,
yo ternía, sin perderos,
esperança de ganaros.

Soy tan vuestro desque os vi
que ninguna cosa sé
sino tener con vos fe
sin saber parte de mí.

Assí que, si contentaros
supiesse como quereros,
yo ternía, sin perderos,
esperanza de ganaros.

Juan del Encina