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17 de febrero de 2010

DON PEDRO DE VILLARICA



1
Don Pedro está sentado, muy tranquilo,
frente a su casa, en su sillón de mimbre.
Tiene cincuenta años, nariz roja,
escaso el pelo y los ojillos grises.

La boca, grande, nunca se le cierra
porque la tiene siempre hecha sonrisa:
amplia sonrisa con destellos de oro.
Don Pedro está contento con la vida.

Este domingo tibio, de noviembre,
se ha tomado unos mates, ha charlado
con sus perros, sus gatos y sus loros
y está gozando ahora el espectáculo

de la calle. ¡Qué linda va Teresa
a la misa de nueve con su tía!
Teresita es su ahijada, como Lola,
como Ofelia, Isabel, Beatriz y Silvia.

Don Pedro no se queja, aunque le duele
que su mujer y él, ¡ellos tan luego!
tengan que resignarse a ser padrinos
y a amar con triste amor hijos ajenos.

-¡La bendición, padrino!- Teresita
le pide muy modosa, con las manos
unidas a la altura de la boca.
Él cumple con el rito de buen grado

como un obispo en su sillón, y exclama:
-¡Qué preciosa mi ahijada va a la misa!
En latín, los acólitos y el cura,
dirán tres veces: ¡Linda, linda, linda!

2
Pasan dos campesinos y saludan
sacándose el sombrero con respeto.
Pasa un jinete de montado blanco
y saluda también con el sombrero.

Pasa una crujidora, alta carreta,
y el carretero rinde su homenaje
con respeto aún mayor: es que Don Pedro
no sólo es poderoso, es su compadre.

Por el follaje nuevo de la ovenia
a cuya sombra está nuestro prohombre,
rayos del sol ya ardiente van colándose.
Mueve el sillón Don Pedro a un lugar donde

el sol no le moleste. -Con lo roja
que tengo la nariz -piensa Don Pedro-
no dejaré que el sol me haga cosquillas
donde resulto hermoso por lo feo.

-¡Qué domingo estupendo! Treinta años
pronto se cumplirán desde que vine,
edifiqué mi casa, abrí el negocio
y me casé. Los años más felices

son los aquí vividos -continúa-
-Y si no tengo hijos tengo ahijados.
Mi mujer no es gran cosa en cuanto a físico.
Pero la quiero. Es flaca como un palo.

Pero la quiero. Pobre mujer flaca,
si no la quiero yo quién va a quererla...
(Doña Isabel, en ese mismo instante
aparece en el marco de la puerta).

-¿Quieres, amor, un mate? ¡Lindo día!
-Lo lindo es la mujer que trae el mate
y con el mate la mejor figura-
contesta él, quién sabe si galante

por costumbre, o acaso convencido
de que flaca, Isabel, y con achaques,
dientes postizos y cabello escaso,
con toda su flacura tiene ángel.

Don Pedro acepta el mate y sorbe el líquido
verde y caliente por el tubo grueso
de la bombilla de oro, y mientras sorbe,
le queda el rostro, unos segundos, serio:

la sonrisa feliz, por vez primera,
al desaparecer, se le fue adentro,
pero vuelve a salir, al fin del mate:
En ella brilla el oro de dos dientes
y una verdosa gratitud afable...

Hugo Rodriguez Alcala