CafePoetas es un Blog sin animo de lucro donde se rinde homenaje a poetas de ayer, hoy y siempre.

31 de diciembre de 2009

AMOR



¡Oh eterno amor, que en tu inmortal carrera,
das a los seres vida y movimiento,
con qué entusiasta admiración te siento,
aunque invisible, palpitar doquiera!
Esclava tuya la creación entera,
se estremece y anima con tu aliento,
y es tu grandeza tal, que el pensamiento
te proclamara Dios, si Dios no hubiera.
Los impalpables átomos combinas
con tu soplo magnético y profundo:
tú creas, tú trasformas, tú iluminas,
y en el cielo infinito, en el profundo
mar, en la tierra atónito dominas,
¡amor, eterno amor, alma del mundo!

Gaspar Nuñez de Arce

ROSALIA TIENE QUINCE AÑOS



Quince almendros en flor, tus quince años.
¡Qué blancura el paisaje de tu alma!
Blanca como la nieve, cual la hoja
de papel en que escribo: toda blanca.

Todo es blanco: año nuevo y álbum nuevo;
yo escribo para ti blancas palabras.
Me rodea lo blanco, todo en blanco
como si fuera en una gran nevada.

¡Quince arbolillos tienes, Rosalía!
Y el viento viene, y los acariciaba...
Ya nieva el mundo flores, flores, flores;
ya nieva flores, blancas, blancas, blancas.

Damaso Alonso

LO QUE YO QUIERO



I


Quiero ser las dos niñas de tus ojos,

las metálicas cuerdas de tu voz,

el rubor de tu sien cuando meditas

y el origen tenaz de tu rubor.

Quiero ser esas manos invisibles

que manejan por si la creación,

y formar con tus sueños y los míos

otro mundo mejor para los dos.

Eres tú, providencia de mi vida,

mi sostén, mi refugio, mi caudal;

cual si fueras mi madre, yo te amo...

¡y todavía más!.

II


Tengo celos del sol porque te besa

con sus labios de luz y de calor...
¡del jazmín tropical y del jilguero

que decoran y alegran tu balcón!

Mando yo que ni el aire te sonría:

ni los astros, ni el ave, ni la flor,
ni la fe, ni el amor, ni la esperanza,

ni ninguno, ni nada más que yo.

Eres tú, soberana de mis noches,

mi constante, perpetuo cavilar:

ambiciono tu amor como la gloria...

¡y todavía más!.

III


Yo no quiero que alguno te consuele

si me mata la fuerza de tu amor...
¡si me matan los besos insaciables,
fervorosos, ardientes que te doy!

Quiero yo que te invadan las tinieblas,
cuando ya para mí no salga el sol.

Quiero yo que defiendas mis despojos

del más breve ritual profanador.

Quiero yo que me llames y conjures

sobre labios y frente, y corazón.

Quiero yo que sucumbas o enloquezcas...

¡loca sí; muerta si, te quiero yo!

Mi querida, mi bien, mi soberana,

mi refugio, mi sueño, mi caudal,

mi laurel, mi ambición, mi santa madre...

¡y todavía más!


Almafuerte

30 de diciembre de 2009

TRABAJAR PARA LA MUERTE



El sol el sol su lumbre
su afectuoso cuidado
su coraje su gracia su olor caliente
su alto
en la mitad del día
cayéndose y trepando por lo oscuro del cielo
tambaleándose y de oro
como un borracho puro.

Días de días noches temporadas
para vivir así para morirse
por favor por favor
mano tendida
lágrimas y limosnas
y ayudas y favores
y lástimas y dádivas.

Los muertos tironeando del corazón.
La vida rechazando
dándoles fuerte con el pie
dándoles duro.

Todo crucificado y corrompido
y podrido hasta el tuétano
todo desvencijado impuro y a pedazos
definitivamente fenecido
esperando ya qué
días de días.

Y el sol el sol
su vuelo
su celeste desidia
su quehacer de amante de ocioso
su pasión
su amor inacabable
su mirada amarilla
cayendo y anegándose por lo puro del cielo
como un borracho ardiente
como un muerto encendido
como un loco cegado en la mitad del día.

Idea Vilariño

A UN CABALLERO DE LA CASA DEL DUQUE DE HIJAR



A un caballero de la casa del duque de Híjar, que trajo un francolín al autor de parte de la duquesa Doña Estefanía, siendo dama

Si es cosa cierta, señor,
que suelto el francolín canta,
y le añuda la garganta
la vista del cazador;
por retrato de mi amor
la dulce tirana mía
este francolín me envía:
mas si a cantar me atreví,
y en viéndola enmudecí,
yo seré cisne algún día.

Bartolome Aregensola

NO MIREIS MAS



No miréis más, señora,
con tan grande atención esa figura,
no os mate vuestra propia hermosura.

Huid, dama, la prueba
de lo que puede en vos la beldad vuestra.
Y no haga la muestra
venganza de mi mal piadosa y nueva.

El triste caso os mueva
del mozo convertido entre las flores
en flor, muerto de amor de sus amores.

Gutierre de Cetina

SONETO A LUIS DE GONGORA



Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino;

apenas hombre, sacerdote indino,
que aprendiste sin cristus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla,
y en la Corte bufón a lo divino.

¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?

No escribas versos más, por vida mía;
aunque aquesto de escribas se te pega,
por tener de sayón la rebeldía.

Francisco de Quevedo

CUIDATE ESPAÑA



¡Cuídate, España, de tu propia España!
¡Cuídate de la hoz sin el martillo,
cuídate del martillo sin la hoz!
¡Cuídate de la víctima a pesar suyo,
del verdugo a pesar suyo
y del indiferente a pesar suyo!
¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo,
negárate tres veces,
y del que te negó, después, tres veces!
¡Cuídate de las calaveras sin las tibias,
y de las tibias sin las calaveras!
¡Cuídate de los nuevos poderosos!
¡Cuídate del que come tus cadáveres,
del que devora muertos a tus vivos!
¡Cuídate del leal ciento por ciento!
¡Cuídate del cielo más acá del aire
y cuídate del aire más allá del cielo!
¡Cuídate de los que te aman!
¡Cuídate de tus héroes!
¡Cuídate de tus muertos!
¡Cuídate de la República!
¡Cuídate del futuro!…

Cesar Vallejo

JOB



A Job el diablo tentó
con tanta solicitud,
que los bienes, la salud
y los hijos le quitó.

Más no pudiendo vencer
su virtud, por inquietarle,
trató de desesperarle
y le dejó... la mujer.

Baltazar de Alcazar

29 de diciembre de 2009

LA CLASE



Como un niño que en la tarde brumosa va diciendo su lección
y se duerme.

Y allí sobre el magno pupitre está el mudo profesor que no escucha.
Y ha entrado en la última hora un vapor leve, porfiado,
pronto espesísimo, y ha ido envolviéndolos a todos.
Todos blandos, tranquilos, serenados, suspiradores,
ah, cuán verdaderamente reconocibles.
Por la mañana han jugado,
han quebrado, proyectado sus límites, sus ángulos, sus risas,
sus imprecaciones, quizá sus lloros.
Y ahora una brisa inmovible, una bruma, un silencio, casi un beso,
los une, los borra, los acaricia, suavísimamente los recompone.

Ahora son como son. Ahora puede reconocérseles.
Y todos en la clase se han ido adurmiendo.
Y se alza la voz todavía, porque la clase dormida se sobrevive.
Una borrosa voz sin destino,
que se oye y que no se supiera ya de quién fuese.

Y existe la bruma dulce, casi olorosa, embriagante,
y todos tienen su cabeza sobre la blanda nube que los envuelve.
Y quizá un niño medio se despierta y entreabre los ojos,
y mira y ve también el alto pupitre desdibujado
y sobre él el bulto grueso, casi de trapo, dormido, caído, del abolido
profesor que allí sueña.

(Historia del corazón. La mirada infantil)


Vicente Aleixandre

POEMA A PIE



Qué actitud, qué gallarda pose original se puede tomar
ante la proximidad de este poema?
Te lo pregunto a ti, oh hábil diseñadora de nuevas
sonrisas!, la única
que puede ofrecerme en un plan de cinco munutos la más
conveniente arquitectura de mi genio actual
Decían los maestros chinos de la dulce poesía
que el poeta quedaba enfermo y ojeroso después del
(trance amargo;
pero yo te suplico, bondadosa musilla de ojos ingenuos,
que no hagas que mi miel sea elaborada a costa de mi
(sangre,
porque mucha sangre se ha desperdiciado últimamente y
(andan
escasos de leche los pechos de las madres.
Un poema que sale a pie, y como está inédito, yo le digo:
Hasta que te vea te creo,
pretendo primero, sacudirme de encima estas alas de ángel
que me agobian,
a ver si botando toda esa pluma quedo con la ternura
virginal del pollo
o siquiera con algo de ese equilibrio inestable de lo que
(da risa,
tan lleno de emoción y de lágrimas como el cristal que ya
(va a caer
y no cae, pero que sabe que ya va a caer.

Joaquin Pasos

AMOR, COMO LOS RIOS



Oculta fuerza de agua soterrada,
nos sorprendió el amor tan de repente,
que al mirarse a los ojos hondamente
se desbordó el amor en la mirada.
Y brotó aquella fuente enamorada,
con fuerza tan vital y jubilosa,
que fue en verdad y amor la más gozosa
en que jamás me viera arrebatada.
Fue aquel amor, pasión tan verdadera,
-¿era tierna o sensual, dulce o ardiente?-
¡ya nunca más sabremos cómo era!
Que tus labios juraron en los míos:
vivirá nuestro amor eternamente,
y nuestro amor pasó como los ríos.

Dora Castellanos

JOSEFA A. PERDOMO



Ya se integró al espíritu fecundo
que un tiempo hiciera palpitar su lira,
ya es átomo y celaje y blando efluvio
del perfume, la luz y la armonía.

Nos deja en sus melódicos cantares
inmaculado resplandor celeste,
como el halo divino de una estrella
cuando traspone trémula el Poniente.

Enamorada del ameno valle
y del florido soto fue calandria
que alguna vez al éter ascendiera
con la serena majestad del águila.

Gloria y honor del sexo en que el futuro
vincula honor y gloria y alegría,
fue de aquellas que irradian las virtudes
prez del hogar, que los hogares nimban.

Y es de aquellas criaturas venturosas
cuya vida fue salmo, hermoso y noble;
y ante cuyo sepulcro esparce adelfas
y cíñese la patria de crespones.

Gaston Fernando Deligne

LA BARCA



(Struggle for life: Combate por la vida)

La aurora lucia tranquila en Oriente,
la luz inundaba los montes y valles,
las flores abrían los pétalos leves
y a Dios saludaban trinando las aves.

Solté mi barquilla, y al centro del río
de un golpe de remo lancéla contento;
¡marino errabundo, pensaba aquel día
hallar el ansiado magnifico puerto!

Un blanco fantasma se sienta en la caña
y el rumbo dirige, mirándome fijo,
y yo, desde el banco, le vía temblando
de horror y de angustia, de miedo y de frío.

Al fin me resuelvo. ¿Quién eres?, pregunto.
Con voz cavernosa responde el espectro:
"Yo soy el eterno patrón de las barcas
que al río se lanzan en busca de puerto".

Seguimos bajando la rauda corriente,
yo a entrambas orillas mirando con ansia,
que en una y en otra, del sol a los rayos,
castillos, jardines y bosques se alzaban.

Ya frente al primero, la barca se vía,
bizarros galanes y lindas doncellas,
asidos del brazo, diciéndose amores,
cruzaban el bosque, jardín y pradera.

Algunos en gruta de mirto y jazmines
buscaban la sombra y el grato misterio,
trayendo a la barca del aire las ondas,
ahogados suspiros, rumores de besos.

Volvíme al fantasma, que frío, inmutable,
miraba impasible tan dulces escenas,
y al fin le pregunto con voz anhelosa:
"¿Arrojo aquí el ancla?" Respóndeme: "Rema".

Bajé la cabeza, y un triste suspiro
salió de mi pecho, pensando en que alegre
pasara mi vida por grutas y valles
con una de aquellas hermosas mujeres.

Y sigo remando y el sol ascendía,
el agua imploraba mi labio sediento
y espléndida plaza veíase cerca
que alegre llenaba frenético un pueblo.

El remo abandono, y en medio la turba
a algunos contemplo ceñidos del laura,
tañendo sin pena la citara blanda
y dando a los aires su férvido canto.

Mis ojos despiden torrentes de lumbre,
la sangre a mi rostro de pronto se agolpa
y digo al fantasma con voz en que vibra
la fuerza de un alma que el triunfo ambiciona:

"También, coma ellos, yo tengo mi canto;
también, coma ellos, yo tengo una lira;
un mundo, cual ellos, yo siento en mi alma;
tal vez, coma a ellos, coronas me ciñan.

¡Qué hermoso es el triunfo! ¡Qué bella es la gloria!
¡Cuán luce en las sienes la noble diadema
que el Bardo conquista luchando constante!
¿Arrojo aquí el ancla?" Respóndeme: "Rema".

Al pecho, agitada, mi alma inclinóse
y amargas y ardientes corrieron mis lágrimas
cual plomo fundido quemando mi pecho,
dejándome inmenso dolor en el alma.

El sol a Occidente, con marcha tranquila
llevaba el tesoro de luz y colores;
la tarde llegaba; mi brazo rendido,
las ondas apenas hería del golpe.

Un último y grande castillo se alza,
aún brilla en el cielo la luz del ocaso
y el rayo postrero bordaba las nubes
con franjas de plata, de fuego y topacio.

Al pie del castillo, soberbios magnates
cobraban tributos de pueblos y villas,
y el oro rodaba, cual corre en las playas
al soplo del viento la arena amarilla.

"Ni amores ni gloria"-, pensé con tristeza-;
pues oro tengamos, poder y fortuna,
que el mundo se humilla delante del oro
y el oro es el amo de estúpidas turbas".

"Por fin- a la blanca fantasma le digo-,
un último puerto, ¿lo ves?, ya nos queda:
entrambas orillas desiertas contemplo.
¿Arrojo aquí el ancla?" Respóndeme:"(Rema"

Y sigo remando, y el golpe inseguro
movía con lento vaivén la barquilla;
la noche avanzaba, la tierra y el cielo
crepúsculo vago, medroso, envolvía.

Allá, tras la cumbre lejana del monte,
la luna cual globo brillante se alza,
y finge su rayo, jugando en la espuma,
encajes y blondas de azul y de plata.

Se extingue del río la rauda corriente,
perdiéndose en ancho, tranquilo remanso,
y ya a la barquilla faltábale fondo,
a veces la arena la quilla rozando.

De pronto la luna, rasgando las nubes,
alumbra una extraña ciudad en la orilla,
y cruces y verjas, cipreses y sauces
formaban las calles de tumbas sombrías.

Hirsuto el cabello, la faz descompuesta,
le digo al fantasma con voz temerosa:
"Aquí no es posible que el puerto busquemos
al centro del río volvamos la proa.

Mi brazo conserva su fuerza y empuje,
el último aliento gastemos remando,
¡y míreme lejos del cuadro sombrío
que forman las tumbas, cipreses y osarios!"

Con triste sonrisa que aterra y fascina,
me toma una mano la horrible fantasma,
y "Aqueste es el puerto -me dijo----;
llegamos; el remo abandona y arroja tu ancla".

Jose Gautier Benitez

28 de diciembre de 2009

YO, LA QUE TE QUIERE




Yo, la que te quiere.

Yo soy tu indómita gacela,
el trueno que rompe la luz sobre tu pecho.
Yo soy el viento desatado en la montaña
y el fulgor concentrado del fuego del ocote.
Yo caliento tus noches
encendiendo volcanes en mis manos,
mojándote los ojos con el humo de mis cráteres.
Yo he llegado hasta vos vestida de lluvia y de recuerdo,
riendo la risa inmutable de los años.
Yo soy el inexplorado camino,
la claridad que rompe la tiniebla.
Yo pongo estrellas entre tu piel y la mía
y te recorro entero,
sendero tras sendero,
descalzando mi amor,
desnudando mi miedo.
Yo soy un nombre que canta y te enamora
desde el otro lado de la luna,
soy la prolongación de tu sonrisa y tu cuerpo.
Yo soy algo que crece,
algo que ríe y llora.

Yo,
la que te quiere.

Gioconda Belli

YO TENGO



Tengo el alma herida,
con una herida que no sana,
una yaga a carne viva
que con tu nombre sangra.
Tengo un dolor profundo
que demuele mis entrañas,
una ira a todas voces
que en mi silencio se aplaca.
Tengo en mis manos la luz
que tu corazón irradia,
un destello de ilusión,
que tu sonrisa, en mis ojos, desparrama.
Tengo el sueño de tus labios
que queman la desesperanza,
una noche con luna candente
que envuelve el ensueño de tus besos.
Tengo un recuerdo que me llama
cada vez que estoy por perderme,
una fuerte y estridente campanada
que me impide dejar de quererte,
un impulso demasiado fuerte
como para dejarme en medio de la nada...

Miguel Angel Turco

A LA PIÑA



Del seno fértil de la Madre Vesta,
En actitud erguida se levanta
La airosa piña de esplendor vestida,
Llena de ricas galas.

Desde que nace, liberal Pomona
Con la muy verde túnica la ampara,
Hasta que Ceres borda su vestido
Con estrellas doradas.

Aun antes de existir, su augusta madre
El vegetal imperio la prepara,
Y por regio blasón la gran diadema
La ciñe de esmeraldas.

Como suele gentil alguna ninfa,
Que allá entre sus domésticas resalta
El pomposo penacho que la cubre
Brilla entre frutas varias.

Es su presencia honor de los jardines,
Y obelisco rural que se levanta
En el florido templo de Amaltea,
Para ilustrar sus aras.

Los olorosos jugos de las flores,
Las esencias, los bálsamos de Arabia,
Y todos los aromas, la Natura
Congela en sus entrañas.

A nuestros campos desde el sacro Olimpo,
El copero de Júpiter se lanza;
Y con la fruta vuelve que los dioses
Para el festín aguardan.

En la empírea mansión fue recibida
Con júbilo común, y al despojarla
De su real vestidura, el firmamento
Perfumó con el ámbar.

En la sagrada copa la ambrosia
Su mérito perdió, y con la fragancia
Del dulce zumo del sorbete indiano,
Los Númenes se inflaman.

Después que lo libró el divino Orfeo,
Al compás de la lira bien templada,
Hinchendo con su música el empíreo,
Cantó sus alabanzas.

La madre Venus cuando al labio rojo
Su néctar aplicó, quedó embriagada
De lúbrico placer, y en voz festiva
A Ganimedes llama.

"La piña, dijo, la fragante piña,
En mis pensiles sea cultivada
Por mano de mis ninfas; sí, que con
Su bálsamo en Idalia".

¡Salve, suelo feliz, donde prodiga
Madre Naturaleza en abundancia
La odorífera planta fumigable!
¡Salve feliz Habana!

La bella flor en tu región ardiente
Recogiendo odoríferas sustancias,
Templa de Cáncer la calor estiva
Con las frescas Ananas.

Coronada de flor la primavera,
El rico otoño, y las benignas auras
En mil trinados y festivos coros
Su mérito proclaman.

Todos los dones, las delicias todas,
Que la Natura en sus talleres labra,
En el meloso néctar de la piña
Se ven recopiladas.

¡Salve divino fruto! y con el óleo
De tu esencia mis labios embalsama:
Haz que mi musa de tu elogio digna
Publique tu fragancia.

Así el clemente, el poderoso Jove,
Jamás permita que de nube parda
Veloz centella, que tronando vibra,
Sobre tu copa caiga:

Así en tu rededor jamás Belona
Tiña los campos con la sangre humana,
Ni algún tirano asolador derribe
Tu trono con su espada:

Así el céfiro blando en tu contorno
Jamás se canse de latir sus alas,
De ti apartando el corruptor insecto
Y el aquilón que brama.

Y así la aurora con divino aliento
Brotando perlas que en su seno cuaja,
Conserve tu esplendor, para que seas
La pompa de mi Patria.

Manuel Zequeira y Arango

EL CISNE



I

¡Andrómaca, pienso en ti! Este riacho,
Pobre y triste espejo donde antaño resplandeció
La inmensa majestad de vuestros dolores de viuda,
Este Simoïs mentiroso que con vuestras lágrimas crece,

Ha fecundado de pronto mi memoria fértil,
Cuando yo atravesaba el nuevo Carrousel.
El viejo París terminó (la forma de una ciudad
Cambia más rápido, ¡ah!, que el corazón de un mortal);

Yo no veo sino con el espíritu todo este caserío,
Este montón de capiteles esbozados y los fustes,
Las hierbas, los grandes bloques verdecidos por el agua de las charcas,
Y brillando en las ventanas, el bric-a-bras confuso.

Allí se mostraba antaño una casa de fieras;
Allá yo vi, una mañana, en la hora en que bajo los cielos
Fríos y claros el Trabajo se despierta, en que la basura
Empuja un sombrío huracán en el aire silencioso,

Un cisne que se había evadido de su jaula,
Y, con sus patas palmípedas frotando el empedrado seco,
Sobre el suelo' áspero arrastraba su blanco plumaje.
Cerca de un arroyo sin agua la bestia abriendo el pico

Bañaba nerviosamente sus alas en el polvo,
Y decía, el corazón lleno de su bello lago natal:
"Agua, ¿Cuándo lloverás? ¿Cuándo tronarás, rayo?"
Yo veo este desdichado, mito extraño y fatal,

Hacia el cielo algunas veces, como el hombre de Ovidio,
Hacia el cielo irónico y cruelmente azul,
Sobre su cuello convulsivo tender su cabeza ávida,
¡Como si dirigiera reproches a Dios!


II

¡París cambia! ¡pero, nada en mi melancolía
Se ha movido! palacios nuevos, andamiajes, bloques,
Viejos arrabales, todo para mí vuélvese alegoría,
Y mis caros recuerdos son más pesados que rocas.

También ante este Louvre una imagen me oprime:
Y pienso en mi gran cisne, con sus gestos locos,
Como los exiliados, ridículo y sublime,
¡Y roído por un deseo sin tregua! y luego en vos,

Andrómaca, de los brazos de un gran esposo caída,
Vil rebaño, bajo la mano del soberbio Pirro,
Cabe una tumba vacía en éxtasis doblegado;
Viuda de Héctor, ¡ah! ¡y mujer de Heleno!

Yo pienso en la negra, enflaquecida y tísica,
Chapaleando en el lodo, y buscando, la mirada huraña,
Los cocoteros ausentes del África soberbia
Detrás de la muralla inmensa de neblina;

En cualquiera que ha perdido lo que no se encuentra
¡Jamás, jamás! ¡en los que beben lágrimas!
¡Y maman del Dolor cual de una buena loba!
¡En los flacos huérfanos secándose cual flores!

También en la selva donde mi espíritu se exilia
¡Un viejo Recuerdo resuena con la plenitud del cuerno!
Pienso en los marineros olvidados en una isla,
¡En los cautivos, en los vencidos!... ¡y en muchos otros todavía!

Charles Baudelaire

LOS DUENDES


Imitación de Víctor Hugo.



I

No bulle
la selva;
el campo
no alienta.
Las luces
postreras
despiden
apenas
destellos,
que tiemblan.
La choza
plebeya,
que horcones
sustentan;
la alcoba,
que arrean
cristales
y sedas;
al sueño
se entregan.
Ya es todo
tinieblas.
¡Oh noche
serena!
¡Oh vida
suspensa!
La muerte
remedas.

II

¿Qué ruido
sordo nace?
Los cipreses
colosales
cabecean
en el valle;
y en menuda
nieve caen
deshojados
azahares.
¿Es el soplo
de los Andes,
atizando
los volcanes?
¿Es la tierra,
que en sus bases
de granito
da balances?
No es la tierra;
no es el aire;
son los duendes
que ya salen.

III

Por allá vienen;
¡qué batahola!
ora se apiñan
en densa tropa,
que hiende rápida
la parda atmósfera;
y ora se esparcen,
como las hojas
ante la ráfaga
devastadora.
Si chillan éstos,
aquéllos roznan.
Si trotan unos,
otros galopan.
De la cascada
sobre las ondas,
cuál se columpia,
cuál cabriola.
Y un duende enano,
de copa en copa,
va dando brincos,
y no las dobla.

IV

¿Fantasmas acaso
la vista figura?
Como hinchadas olas
que en roca desnuda
se estrellan sonantes,
y luego reculan
con ronco murmullo,
y otra vez insultan
al risco, lanzando
bramadora espuma;
así van y vienen,
y silban y zumban,
y gritan que aturden;
el cielo se nubla;
el aire se llena
de sombras que asustan;
el viento retiñe;
los montes retumban.

V

A casa me recojo;
echemos el cerrojo.
¡Qué triste y amarilla
arde mi lamparilla!
¡Oh Virgen del Carmelo!
aleja, aleja el vuelo
de estos desoladores
ángeles enemigos;
que no talen mis flores,
ni atizonen mis trigos.
Ahuyenta, madre, ahuyenta
la chusma turbulenta;
y te pondré en la falda
olorosa guirnalda
de rosa, nardo y lirio;
y haré que tu sagrario
alumbre un blanco cirio
por todo un octavario.

VI

¡Cielos! ¡lo que cruje el techo!
¡y lo que silba la puerta!
Es un turbión deshecho.
De lejos oigo estallar
los árboles de la huerta,
como el pino en el hogar.
Si dura más el tropel,
no amanecerá mañana
un cristal en la ventana,
ni una hoja en el vergel.

VII

San Antón, no soy tu devoto,
si no le pones luego coto
a este diabólico alboroto.
¡Motín semeja, o terremoto,
o hinchado torrente que ha roto
los diques, y todo lo inunda!
¡Jesús! ¡Jesús! ¡qué barahúnda!...
¿Qué significa, raza inmunda,
esa aldabada furibunda?
El rayo del cielo os confunda,
y otra vez os pele y os tunda,
y en la caverna más profunda
del inflamado abismo os hunda.

VIII

Ni por ésas. Parece que arroja
el infierno otro denso nublado,
o que el diablo al oírme se enoja;
y empujando el ejército alado,
el asalto acrecienta y aviva.
El tejado va a ser una criba;
cada envión que recibe mi choza,
yo no sé cómo no la destroza;
a tamaña batalla no es mucho
que retiemble, y que toda se cimbre,
cual si fuese de lienzo o de mimbre...
¿Es el miedo? o ¿quién anda en la sala?
Vade retro, perverso avechucho...
¡Ay! matóme la luz con el ala...

IX

¡Funesta sombra! ¡Tenebroso espanto!...
Amedrentado el corazón palpita...
y la legión de Lucifer en tanto,
reforzando la trápala y la bulla,
a un tiempo brama, gruñe, llora, grita,
bufa, relincha, ronca, ladra, aúlla;
y asorda estrepitosa los oídos,
mezclando carcajadas y alaridos,
voz de ira, voz de horror, y voz de duelo.
¡Qué fiero son de trompas y cornetas!
¡Qué arrastrar de cadenas por el suelo!
¡Qué destemplado chirrío de carretas!...
¡Ya escampa! Hasta la tierra se estremece,
y según es el huracán, parece
que a la casa y a mí nos lleva al vuelo...
¡Perdido soy!... ¡Misericordia, cielo!

X

¡Ah! Por fin en la iglesia vecina
a sonar comenzó la campana...
Al furor, a la loca jarana,
turbación sucedió repentina.
El tañido de aquella campana
a la hueste infernal amohína,
sobrecoge, atolondra, amilana.
Como en pecho abrumado de pena
una luz de esperanza divina;
como el sol en la densa neblina,
de los montes rizada melena;
el tañido de aquella campana,
que tan alto y sonoro domina,
y se pierde en la selva lejana,
el tumulto en el aire serena.

XI

¡Partieron! La sonante nota
a la hueste infernal derrota.
Uno a otro apresura, excita,
estrecha, empuja, precipita.
Huyó la fementida tropa;
no trota ya, sino galopa;
no galopa ya, sino vuela.
Por donde pasa la bandada,
una sombra más atezada
los montes y los valles vela,
y el luto de la noche enluta.
Como de leña mal enjuta,
que en el hogar chisporrotea,
de mil pupilas culebrea
rojiza luz intermitente,
que va señalando la ruta
de Satanás y de su gente.

XII

Cesó, cesó la zozobra.
A escape va la pandilla;
y la tierra se recobra
de la grave pesadilla
de esta visita importuna;
y la perezosa luna
sale al fin, y el campo alegra.
Allá va la sombra negra;
distante suena la grita
de la canalla maldita;
como cuando ciñe un monte
de nubes el horizonte,
y desde su oscuro seno
rezonga lejano trueno;
como cuando primavera
tus nieves ha derretido,
gigantesca cordillera,
y a lo lejos se oye el ruido
de impetuosa corriente
que arrastra una selva entera,
cubre el llano y corta el puente.

XIII

Mas a ti, ¿qué fortuna,
huerta mía, te cabe?
¿Respiras ya del grave
afán? ¿Injuria alguna
sufriste?... ¡Cuánta asoma,
entreabierta a la luna,
nueva flor! ¡Cuánto aroma
de rosas y alelíes
el ambiente embalsama!
No hay una mustia rama;
no hay un doblado arbusto.
Parece que te ríes
de tu pasado susto.

XIV

Sobre aquellos boldos
que a un pelado risco
guarnecen la falda,
al amortecido
rayo de la luna,
van haciendo giros.
Enjambre parecen
de avispas, que el nido
materno abandona,
despojo de niños
traviesos, y vuela
errante y proscrito.

XV

¡Desventurados!
Del patrio albergue
también vosotros
gemís ausentes;
vagar proscriptos
os cupo en suerte...
¡Terrible fallo!...
¡y eterno!... ¡Pesen
mis maldiciones,
blandas y leves,
sobre vosotros,
míseros duendes!

XVI

Hacia el cerro
que distingue
lo sombrío
de su tizne
-padrón negro
de hechos tristes-
vagorosas
ondas finge,
parda nube,
con matices
colorados,
como el tinte
que a la luna
da el eclipse;
y en la espira
que describe,
rastros deja
carmesíes...
¿En qué abismos,
infelice
nubecilla,
vas a hundirte?...
Ya los ojos
no la siguen;
ya es un punto;
ya no existe.

XVII

¡Qué calma
tranquila!
Tras leve
cortina
de gasa
pajiza,
la luna
dormita.
Al sueño
rendidas,
las flores
se inclinan.
El viento
no silba,
ni el aura
suspira.
Tú sola
vigilas;
tú siempre
caminas,
y al centro
gravitas,
¡oh fuente
querida!
ya turbia;
ya limpia;
ya en calles,
que lilas
y adelfas
tapizan;
ya en zarzas
y espinas.
¡Tal corre
la vida!

Andrés Bello

27 de diciembre de 2009

EL SON DEL VIENTO



El son del viento en la arcada
tiene la clave de mí mismo:
soy una fuerza exacerbada
y soy un clamor de abismo.

Entre los coros estelares
oigo algo mío disonar.

Mis acciones y mis cantares
tenían ritmo particular.

Vine al torrente de la vida
en Santa Rosa de Osos,
una medianoche encendida
en astros de signos borrosos.

Tomé posesión de la tierra,
mía en el sueño y el lino y el pan;
y, moviendo a las normas guerra,
fui Eva... y fui Adán.

Yo ceñía el campo maduro
como si fuera una mujer,
y me enturbiaba un vino oscuro
de placer.

Yo gustaba la voz del viento
como una piñuela en sazón,
y me la comía... con lamento
de avidez en el corazón.

Y, alígero esquife al día,
y a la noche y al tumbo del mar,
bogaba mi fantasía
en un rayo de luz solar.

Iba tras la forma suprema,
tras la nube y el ruiseñor
y el cristal y el doncel y la gema
del dolor.

Iba al Oriente, al Oriente,
hacia las islas de la luz,
a donde alzara un pueblo ardiente
sublimes himnos a lo azul.

Ya, cruzando la Palestina,
veía el rostro de Benjamín,
su ojo límpido, su boca fina
y su arrebato de carmín.

O de Grecia en el día de oro,
do el cañuto le daba Pan,
amaba a Sófocles en el Coro
sonoro que canta el Peán.

O con celo y ardor de paloma
en celo, en la Arabia de Alá
seguía el curso de Mahoma
por la hermosura de Abdalá:

Abdalá era cosa más bella
que lauro y lira y flauta y miel;
cuando le llevó una doncella
¡cien doncellas murieron por él!

... Mis manos se alzaron al ámbito
para medir la inmensidad;
pero mi corazón buscaba ex-ámbito
la luz, el amor, la verdad.

Mis pies se hincaban en el suelo
cual pezuña de Lucifer,
y algo en mí tendía el vuelo
por la niebla, hacia el rosicler...

Pero la Dama misteriosa
de los cabellos de fulgor
viene y en mí su mano posa
y me infunde un fatal amor.

Y lo demás de mi vida
no es sino aquel amor fatal,
con una que otra lámpara encendida
ante el ara del ideal.

Y errar, errar, errar a solas,
la luz de Saturno en mi sien,
roto mástil sobre las olas
en vaivén.

Y una prez en mi alma colérica
que al torvo sino desafía:
el orgullo de ser, ¡oh América!
el Ashaverus de tu poesía...

Y en la flor fugaz del momento
querer el aroma perdido,
y en un deleite sin pensamiento
hallar la clave del olvido;

después un viento... un viento... un viento...
¡y en ese viento, mi alarido!

Porfirio Barba Jacob

ALABANZA DEL DIA



(Del libro Verdad del sueño)

Por ti la mariposa en el liviano
paisaje de la brisa detenida.
Y en cada mariposa, repetida,
la danza de colores del verano.

El cielo más azul y más cercano;
más alta la canción y más ardida
la frente de la rosa sostenida
en la palma dorada de tu mano.


Ordenas el azahar, la luz, el vuelo
de la alondra en el alba, y el desvelo
de los ángeles niños del rocío.

El tiempo te rodea, dulcemente.
Y pasas sin pasar, extrañamente,
lo mismo que la música de un río.

Meira Delmar

CALIDADES EN LA MUJER



Que sea noble, virtuosa y entendida
Porque la necia, loca y sin talento
Podrá hacer amarguísima mi vida;

Mas si quiere ostentar entendimiento
Con los falsos resabios de doctora,
Más la quiero en brutal predicamento,

Que es más fácil sufrir lo que se ignora
Que presumir de altísima ralea
No habiendo en qué llenar la cantimplora.

No la quiero muy linda ni muy fea,
Que aquélla no es un bien, sino un cuidado,
Y ésta me asustara cuando la vea.

Mas entre ambos extremos colocado
A la hermosa por fin elegiría,
Que no quiero fantasmas a mi lado.

Tener yo que guardar la misma arpía
De quien muy lejos existir quisiera,
Es cosa dura, bárbara e impía.

No la quiero tampoco de manera
Que sea rica ni pobre, mas dotada
De una herencia, aunque poca, verdadera.

Pues yo no busco ni mujer comprada,
Ni que sea de mí la mercadora,
Sino con mi peculio equilibrado.

Entre triste y alegre y decidora,
Antes de genio alegre que villano,
Con que temple mi humor en cada hora.

Porque al fin en lo propio cotidiano
No faltarán los males de costumbre,
Y de los acre entonces se echa mano.

El tener una esposa pesadumbre,
Mas que las telarañas escondida,
Es todo de pena y de herrumbre

Es pintarte un marido de por vida
Con un consorcio tétrico y adusto,
O con una mortaja entristecida.

Galana debe ser para mi gusto,
No para que la aplaudan los ociosos
Que hasta el mismo deber llaman injusto.

Vistiéndose de trajes decorosos,
Sentarla ha lo que decente fuere,
No lo que inventa el sexo vaporoso:

No ha de hacer ella lo que alguna hiciere,
Mas aquello que deben hacer todas,
Y lo que a todas la virtud sugiere:

Ni sea rigorosa de las modas,
Ni en modo de vestir vituperable,
Sino medio entre duelos y entre bodas.

Más que pródiga sea miserable,
Pues se debe a lo uso tener miedo,
Y es el contrario extremo utilizable,

Me gusta más señalen con el dedo
Menos por liberal que por mezquina,
A la mujer a quien mi pecho cedo.

El que sea morena o blanquecina
O pelinegra o rubia sin salero
Nada de esto me para ni amohína;

Lo que me agrada más y sólo quiero
Es que no se haga blanca si es tezada,
Ni se cubra las canas con sombrero.

En chica o grande no reparo nada,
Ni menos en la magra o mantecuda,
Sino entre hueso y grasa entreverada.

Si pongo en paralelo a la huesuda
Con la más grasa para ser mi esposa,
Yo a la primera tomaré sin duda.

Ni la quiero muy vieja ni muy moza,
Porque ni a cuna ni a ataúd convido
En caso de tomar cualquiera cosa.

Ya los arrullos los eché en olvido,
Y los responsos ni los he cantado,
Ni menos a solfearlos he aprendido.

Bástame una mujer hecha a mi agrado,
Que no me obligue, me confunda o muela
Con su origen de Alfonso derivado.

Que tenga poca y buena parentela,
Mas no tías, ni ahijados, ni nodrizas,
Ni demás sabandijas de cazuela,

Pues para tantos no ha de haber camisas,
Y allá en el purgatorio mis libranzas
Las tiraré de preces y de misas.

Yo daría a mi Dios mil alabanzas,
Si muda y sorda mi consorte fuera,
Para ahorrar tertulias y privanzas.

Si la natura una mujer me diera
De estas prendas y de otras adornada,
Con ella al justo, justo me volviera.

Manuel Justo de Rubalcava

MATINAL



(Para Carmelo Obén)

El letargo padece despertamientos;
palpita entre las frondas rumor de oleaje,
y una llovizna sueña desgreñamientos
de cristales sutiles, sobre el ramaje.

Como un orientalismo de ensoñamientos
la neblina recoge su tul de encaje.
¿Qué efervescencia pone sacudimientos
en la pereza rústica del paisaje?

Un trino cristalino lejano suena,
y Polimnia desflora su cantilena
en el glú-glú risueño de la fontana:

Febo guiña indeciso detrás del monte,
y explota en llamaradas el horizonte
al ósculo candente de la mañana.

Luis Pales Matos

EL POETA



Maldiciendo su destino
como Glauco, el dios marino,
mira, turbia la pupila
de llanto, el mar, que le debe su blanca virgen Scyla.
Él sabe que un Dios más fuerte
con la sustancia inmortal está jugando a la muerte,
cual niño bárbaro. Él piensa
que ha de caer como rama que sobre las aguas flota,
antes de perderse, gota
de mar, en la mar inmensa.
En sueños oyó el acento de una palabra divina;
en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina,
sin odio ni amor, y el frío
soplo del olvido sabe sobre un arenal de hastío.
Bajo las palmeras del oasis el agua buena
miró brotar de la arena;
y se abrevó entre las dulces gacelas, y entre los fieros
animales carniceros...
Y supo cuánto es la vida hecha de sed y dolor.
Y fue compasivo para el ciervo y el cazador,
para el ladrón y el robado,
para el pájaro azorado,
para el sanguinario azor.
Con el sabio amargo dijo: Vanidad de vanidades,
todo es negra vanidad;
y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades:
sólo eres tú, luz que fulges en el corazón, verdad.
Y viendo cómo lucían
miles de blancas estrellas,
pensaba que todas ellas
en su corazón ardían.
¡Noche de amor!
Y otra noche
sintió la mala tristeza
que enturbia la pura llama,
y el corazón que bosteza,
y el histrión que declama
Y dijo: Las galerías
del alma que espera están
desiertas, mudas, vacías:
las blancas sombras se van.
Y el demonio de los sueños abrió el jardín encantado de
ayer. ¡Cuán bello era!
¡Qué hermosamente el pasado
fingía la primavera,
cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado,
mísero fruto podrido,
que en el hueco acibarado
guarda el gusano escondido!
¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada día,
arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía.

Antonio Machado

26 de diciembre de 2009

ERA APACIBLE EL DIA



Era apacible el día
y templado el ambiente
y llovía, llovía,
callada y mansamente;
y mientras silenciosa
lloraba yo y gemía,
mi niño, tierna rosa,
durmiendo se moría.

Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca la mía!

Tierra sobre el cadáver insepulto
antes que empiece a corromperse..., ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
bien pronto en los terrones removidos
verde y pujante crecerá la hierba.

¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,
torvo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!
Jamás el que descansa en el sepulcro
ha de tornar a amaros ni a ofenderos.

¡Jamás! ¿Es verdad que todo
para siempre acabó ya?
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Tú te fuiste por siempre; mas mi alma
te espera aún con amorosa afán,
y vendrás o iré yo, bien de mi vida,
allí donde nos hemos de encontrar.

Algo ha quedado tuyo en mis entrañas
que no morirá jamás,
y que Dios, por que es justo y porque es bueno,
a desunir ya nunca volverá.

En el cielo, en la tierra, en lo insondable
yo te hallaré y me hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Mas... es verdad, ha partido,
para nunca más tornar.
Nada hay eterno para el hombre, huésped
de un día en este mundo terrenal,
en donde nace, vive y al fin muere,
cual todo nace, vive y muere acá.

Una luciérnaga entre el musgo brilla
y un astro en las alturas centellea,
abismo arriba, y en el fondo abismo;
¿qué es al fin lo que acaba y lo que queda?
En vano el pensamiento
indaga y busca lo insondable, ¡oh, ciencia!
Siempre al llegar al término ignoramos
qué es al fin lo que acaba y lo que queda.

Arrodillada ante la tosca imagen,
mi espíritu, abismado en lo infinito,
impía acaso, interrogando al cielo
y al infierno a la vez, tiemblo y vacilo.
¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana
con sus ecos responde a mis gemidos
desde la altura, y sin esfuerzo el llano
baña ardiente mi rostro enflaquecido.
¡Qué horrible sufrimiento! ¡Tú tan sólo
lo puedes ver y comprender, Dios mío!

¿Es verdad que lo ves? Señor, entonces,
piadoso y compasivo
vuelve a mis ojos la celeste venda
de la fe bienhechora que he perdido,
y no consientas, no, que cruce errante,
huérfano y sin arrimo
acá abajo los yermos de la vida,
más allá las llanadas del vacío.

Sigue tocando a muerto, y siempre mudo
e impasible el divino
rostro del Redentor, deja que envuelto
en sombras quede el humillado espíritu.
Silencio siempre; únicamente el órgano
con sus acentos místicos
resuena allá de la desierta nave
bajo el arco sombrío.

Todo acabó quizás, menos mi pena,
puñal de doble filo;
todo menos la duda que nos lanza
de un abismo de horror en otro abismo.

Desierto el mundo, despoblado el cielo,
enferma el alma y en el polvo hundido
el sacro altar en donde
se exhalaron fervientes mis suspiros,
en mil pedazos roto
mi Dios, cayó al abismo,
y al buscarle anhelante, sólo encuentro
la soledad inmensa del vacío.

De improviso los ángeles
desde sus altos nichos
de mármol me miraron tristemente
y una voz dulce resonó en mi oido:
«Pobre alma, espera y llora
a los pies del Altísimo:
mas no olvides que al cielo
nunca ha llegado el insolente grito
de un corazón que de la vil materia
y del barro de Adán formó sus ídolos.»

Rosalía de Castro

DESCRIPCION DEL CARMELO Y ALABANZAS A SANTA TERESA



En la apacible Samaria,
hacia donde el sol se pone,
en túmulo de esmeraldas
yace un gigante de flores.

Verde Atlante de los cielos,
tanto su beldad se opone,
que, siendo cielo en la tierra,
parece en el cielo monte.

Cerrándole al viento el paso,
sube hasta la esfera, donde
pedazo del cielo fuera,
a ser unas las colores.

Sin que el sol se albergue en ondas
se le niega el horizonte,
y hace anochecer el día
cuando amanecer la noche.

Aqueste pues cuyas plantas,
aun en variedad conformes,
son cultura celestial
de aquel jardinero noble,

de aquel venerable sol,
que en más luminoso coche,
por eclíptica de viento
planeta de fuego corre,

de aquel que rigiendo rayos
quemó los vientos veloces,
cuando abrasado el Carmelo,
eclipse vio de dos soles,

éste en las más eminente
punta que en su luz se esconde,
virgen rosa planta bella
porque del sol se corone.

Casta azucena o jazmín
suave, cuyos colores
en viva aroma los cielos
piadosamente recogen.

Santo Carmelo, tu planta
es Teresa, porque logres
su hermosura, sin que el viento
o la marchite o la borre.

Pedro Calderón de la Barca

LA AGONIA DEL BARDO



A Cravioto

¡Qué duro, qué amargo recuerdo
quedome de aquella desgracia...
si a solas en ella medito,
aún suelen saltarme las lágrimas!

...Dejé mi chambergo en la percha;
crucé sigiloso la sala;
(hallando la casa en silencio,
me dio una corazonada...)
Alzando la verde cortina,
miré receloso a la estancia
en donde tranquilo, sonriente,
mi amigo el poeta, expiraba.
¡Qué cuadro! La mesa de noche,
en donde hacía guiños la lámpara,
cubierta de drogas acerbas
que no le sirvieron de nada;
con heces de medicamentos,
pocillos, goteros, cucharas,
cucharas que vi que aún tenían
la huella del labio marcada,
de un labio tedioso, pasivo,
que el líquido aquel desdeñara,
de un labio que, ya medio muerto,
sintiendo las drogas amargas,
por ser obediente, sorbía,
por falta de fe, no apretaba,
dejando su hastío en las heces
de aquellas vasijas untadas.
La pobre mujer de mi amigo,
al lado del lecho, espantaba;
los niños también allí junto,
haciendo la escena más agria:
la niña, de tres primaveras,
absorta a los pies de la cama,
asiendo a la madre el vestido
y viéndola fijo a la cara,
y el niño más pequeñuelo, divino,
e irónico ser que no andaba,
cruzando la alfombra, sonriendo,
¡y echando carreras a gatas!

Yo estaba perplejo en la puerta
de aquella tristísima estancia;
no pude, no pude moverme,
¡aquello partíame el alma!
De pronto la faz del enfermo
se puso ojerosa y opaca,
la pobre mujer lanzó un grito:
¡Hijitos, papá se nos marcha!...
Y nada los niños dijeron,
¡decir qué podrían sus ansias
si aún la mayor no entendía
y aún el pequeño no hablaba!
Mas, viendo los dos al enfermo,
en sus inocentes miradas,
qué bien comprendí qué decían
ingenuos: ¡Papá... no te vayas!
Yo quise auxiliarlos entonces
mas vi que mi amigo, con calma,
después de moverse, esforzado,
y como si reaccionara,
tomando la mano a la esposa,
le dijo a intervalos:

Amada:

La muerte se acerca... no temas,
no llores, enjuga tus lágrimas,
la muerte de ti tuvo celos,
y viene a pedir que compartas
con ella mi ser, que era tuyo,
mis penas, mis dichas, mis ansias.
La muerte también es mujer:
no riñas con ella, me ama,
verdad que se lleva mi cuerpo
mas queda contigo mi alma,
la muerte va a ser... mi querida,
mas tú sigues siendo la casta
Señora que manda en mi espíritu,
de todo mi amor Soberana.

Yo siento dejarte tan bella,
y siento dejarte enlutada,
y siento dejarte a los hombres
vulgares expuesta mañana,
que van a prender en tu veste
de luto, pasando sus garras...
¡Vampiros de espíritus tristes,
vampiros de carne enlutada!
¡Ah... son las viudas hermosas
manjar con que muchos se sacian;
no sé cómo así la engullen,
no sé... cuando saben a lágrimas...!

¡Cuán vas a extrañar mis caricias;
mis rimas, cuán vas a extrañarlas,
y cuando por mi te pregunten
los niños pasado mañana
¡oh angustia! qué vas a decirles,
qué vas a decirles, cuitada!

¡Los niños!... Acércalos llámalos,
que quiero llevarme grabadas,
a flor de mis frías pupilas
tu cara amorosa y sus caras;
serán en mi tumba dos dijes
mis ojos cerrados, amada!

La pobre mujer aún tenía
oyéndolo hablar, esperanza
mas viendo ponerse por grados
aquellas mejillas más pálidas,
y viendo que aquellas pupilas
tornábanse tristes y vagas,
alzando los ojos al cielo
en son de reproche y plegaria,
¡Dios mío!...-clamó ¿por qué injusto
te llevas el pan de esta casa?
Y el cielo, por toda respuesta,
al bardo inspiró que gritara,
con voz de una angustia infinita,
con voz que los huesos helaba:
¡Qué abismo... me hundo... me hundo,
tus brazos... tus brazos... amada!
Tomolo aquel ángel en brazos;
logró también él abrazarla;
vibraron los nervios de bronce
del lecho vibró el que expiraba:
tomó ella en un beso el aliento
postrero que el bardo exhalara;
quedáronse así un instante
la muerte y la vida enlazadas...
y entonces creí que se oía,
moviendo la oscura ventana,
y como rozando los vidrios,
un suave ruido de alas,
tal cual si pasase por ellos,
en vuelo magnífico, un alma...

¡Oh, cuando yo quise prestarle
socorro a la esposa, se hallaba
opresa en los brazos del muerto,
tal cual si quisiera llevársela!
¡Qué esfuerzo inaudito hice entonces
y cómo he podido arrancarla
al fin de los rígidos brazos
llorosa sin fuerzas y flácida!
Y cuando después de mi esfuerzo
volví hacia el muerto la cara,
lo vi con los brazos en círculo,
cual si me pidiese abrazarla,
y como diciéndome, mudo,
con una sonrisa macabra:
!Si es mía... ¿por qué te la llevas...?
Si es mía por qué me la arrancas...!

La noche llegó a los cristales
muy negra, muy triste, enlutada,
y como una madre amorosa,
fue ella quien trajo a la cámara
el cirio más grande: la luna
un cirio de luces muy blancas.
En tanto, lloraban los niños;
los perros, en torno, aullaban;
la triste mujer, en mis brazos,
lanzaba suspiros con ansias;
el muerto, los brazos en círculo,
sonriendo, la esposa esperaba...
¡Señor! ¿Por qué el muerto reía
en tanto los vivos lloraban?

¡Qué duro, qué amargo recuerdo
quedome de aquella desgracia:
si a solas en ella medito,
aún suelen saltarme las lágrimas!

Julio Sesto

ROMANCES



1

¿Qués de ti, desconsolado?
¿Qués de ti, rey de Granada?
¿Qués de tu tierra y tus moros?
¿Dónde tienes tu morada?

Reniega ya de Mahoma
y de su seta malvada,
que bivir en tal locura
es una burla burlada.

Torna, tórnate, buen rey,
a nuestra ley consagrada,
porque si perdiste el reyno
tengas ellalma cobrada;
de tales reyes vencido
onrra te deve ser dada.

¡O Granada noblecida,
por todo el mundo nombrada!,
hasta aquí fueste cativa
y agora ya libertada.

Perdióte el rey don Rodrigo
por su dicha desdichada;
ganóte el rey don Fernando
con ventura prosperada,

la reyna doña Ysabel,
la más temida y amada,
ella con sus oraciones
y él con mucha gente armada.

Según Dios haze sus hechos
la defensa era escusada,
que donde Él pone su mano
lo impossible es quasi nada.

2

Por unos puertos arriba
de montaña muy escura
caminava el cavallero,
lastimado de tristura;

el cavallo dexa muerto
y él a pie, por su ventura,
andando de sierra en sierra
de camino no se cura,

huyendo de las florestas,
huyendo de la frescura,
métese de mata en mata
por la mayor espessura;

las manos lleva añudadas,
de luto la vestidura,
los ojos puestos en tierra
sospirando sin mesura.

En sus lágrimas bañado,
más que mortal su figura,
su bever y su comer
es de lloro y amargura;

que de noche ni de día
nunca duerme ni assegura,
despedido de su amiga
por su más que desventura.

A verle de consolar
no basta seso y cordura;
biviendo penada vida
más penada la procura,
que los coraçones tristes
quieren más menos holgura.

3

Mi libertad en sossiego,
mi coraçon descuydado,
sus muros y fortaleza
amores me la han cercado.

Razón y seso y cordura,
que tenía a mi mandado,
hizieron trato con ellos,
¡malamente me han burlado!

Y la fe, que era el alcayde,
las llaves les ha entregado;
combatieron por los ojos,
diéronse luego de grado,

entraron a escala vista,
con su vista han escalado,
subieron dos mil sospiros,
subió passión y cuydado
diziendo: "¡Amores, amores!"
su pendón han levantado.

Quando quise defenderme
ya estava todo tomado;
huve de darme a presión
de grado, siendo forçado.

Agora, triste cativo,
de mí estoy enagenado,
quando pienso libertarme
hállome más cativado.

No tiene ningún concierto
la ley del enamorado;
del amor y su poder
no ay quién pueda ser librado.

4

Yo me estava reposando,
durmiendo, como solía,
recordé, triste, llorando
con gran pena que sentía.

Levantéme, muy sin tiento,
de la cama en que dormía,
cercado de pensamiento,
que valer no me podía.

Mi passión era tan fuerte
que de mí yo no sabía,
comigo estava la muerte
por tenerme compañía.

Lo que más me fatigava
no era porque muría,
mas era porque dexava
de servir a quien servía.

Servía yo una señora
que más que a mí la quería
y ella fue la causadora
de mi mal sin mejoría.

La medianoche passada,
ya que era cerca del día,
salíme de mi posada
por ver si descansaría.

Fuy para donde morava
aquella que más quería
por quien yo triste penava,
mas ella no parecía.

Andando todo turbado
con las ansias que tenía,
vi venir a mi cuydado
dando bozes, y dezía:

"Si dormís, linda señora,
recordad, por cortesía,
pues que fuestes causadora
de la desventura mía.

Remediad mi gran tristura,
satisfazed mi porfía,
porque si falta ventura
del todo me perderla."

Y con mis ojos llorosos
un triste llanto hazía
con sospiros congoxosos
y nadie no parecía.

En estas cuytas estando,
como vi que esclarecía,
a mi casa, sospirando,
me volví, sin alegría.

5

Gritando va el cavallero,
publicando su gran mal,
vestidas ropas de luto
aforradas en sayal,

por los montes sin camino,
con dolor y sospirar,
llorando a pie descalço,
jurando de no tornar

adonde viesse mugeres,
por nunca se consolar
con otro nuevo cuydado
que le hiziesse olvidar

la memoria de su amiga
que murió sin la gozar;
va buscar las tierras solas
para en ellas abitar.

En una montaña espessa,
no cercana de lugar,
hizo casa de tristura,
ques dolor de la nombrar,
de una madera amarilla
que llaman desesperar.

Paredes de canto negro
y también negra la cal,
las tejas puso leonadas
sobre tablas de pesar.

El suelo hizo de plomo
porques pardillo el metal,
las puertas chapadas dello
por su trabajo mostrar.

Y sembró por cima el suelo
secas hojas de parral,
ca do no s'esperan bienes
esperança no ha destar.

En aquesta casa escura
que hizo para penar
haze más estrecha vida
que los frayles del paular
que duermen sobre sarmientos
y aquéllos son su manjar.

Lo que llora es lo que beve
y aquello torna a llorar
no más de una vez al día
por más se dibilitar.

Del color de la madera
mandó una pared pintar,
un doser de blanca seda
en ella mandó parar.

Y de muy blanco alabastro
hizo labrar un altar
con cánfora vitumado,
de raso blanco el frontal.

Puso el bulto de su amiga
en él para le adorar:
el cuerpo de plata fina,
el rostro era de cristal,
un brial vestido blanco
de damasco singular,

mongil de blanco brocado
forrado en blanco cendal,
sembrado de lunas llenas,
señal de casta final.

En la cabeça le puso
una corona real,
guarnecida de castañas
cogidas del castañar.

Lo que dize la castaña
es cosa muy de notar:
las cinco letras primeras
el nombre de la sin par;
murió de veynte y dos años
por más lástima dexar.

La su gentil hermosura,
¡quién que la sepa loar!,
ques mayor que la tristura
del que la mandó pintar.

En lo quél passa su vida
es en la siempre mirar;
cerró la puerta al plazer,
abrió la puerta al pesar,
abrió la para quedarse
pero no para tornar.

6

Descúbrasse el pensamiento
de mi secreto cuydado,
pues descubren mis dolores
mi bivir desesperado.

Que una señora a quien sirvo
mi servir tiene olvidado;
con mi muerte mi servicio
ha de ser galardonado.

Si días m'á dado tristes,
las noches nunca he holgado;
su beldad me hizo suyo,
hermosura en tanto grado
quen su gesto muy hermoso
el de Dios está esmaltado.

De sus gracias excelentes
todo el mundo está espantado;
su crueldad está secreta
y mi mal muy publicado.

¡Dolor de mí, que me veo
suyo de fuerça, de grado!
¡Ay de mí, que la miré
para bivir lastimado!

Triste, ya sin esperança,
loco amador desamado,
aborrecido, cativo,
más que todos desdichado.

Pues que no sé desamar,
¿para qué fue namorado?,
¿para llorar y plañir
gloria del tiempo passado?,

¿para pesar y dolor
siempre tener acordado?
Ningún remedio ventura
para mi mal ha dexado.

Consejos m'án hecho triste,
consuelos, desconsolado;
con los muertos ando bivo
y con los bivos finado.

¡Ved si vieron los nacidos
vida de hombre más penado!
La sepultura fallesce,
quel bivir es acabado;
dádgela, señora, vos,
pues la muerte le avéys dado.

Sed piadosa en el morir,
pues la vida os ha enojado,
y mandad poner encima,
por armas y por ditado,
de letras negras escritas:
"Aquí yaze sepultado
quien murió, en cuyo servicio
nunca le vieron mudado."

Juan del Encina