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25 de julio de 2009

LA CIUDAD SIN LAURA




En la ciudad callada y sola
 mi voz despierta  una profunda resonancia.
Mientras la noche va creciendo pronuncio un nombre
 y este nombre me acompaña.

La soledad es poderosa 
pero sucumbe ante mi voz enamorada.
No puede haber nada tan fuerte como una voz
cuando esa voz es la del alma.

En el sonido con que suena 
siento el sonido de una música lejana.
Y en la energía remota que la mueve 
siento el calor de una remota llamarada.

Porque mi voz es una chispa de aquella hoguera
que eterniza lo que abrasa.
Porque mi amor es una chispa de aquella hoguera
que eterniza lo que abrasa.

Para poblar este desierto me basta 
y sobra con decir una palabra.
El dulce nombre que pronuncio 
para poblar este desierto es el de Laura.

Las cosas son inteligibles 
porque este nombre de mujer las ilumina.
Porque este nombre las arranca de las tinieblas en
que estaban sumergidas.

Una por una recuperan su resplandor espiritual 
y resucitan.
Una por una se levantan con el candor
 y la belleza que teman.

La obscuridad desaparece 
mientras el sueño silencioso se disipa.
Por este nombre de los nombres
 hasta la muerte sin palabras tiene vida.

Ya no resuena entre las cosas 
el gran torrente de las noches y los días.
El tiempo calla y se detiene 
para escuchar esta perfecta melodía.

Mi vida entera permanece 
porque este nombre que recuerdo no me olvida.
Porque este nombre me sostiene 
con emoción
 desde su tierna lejanía.

Cuando mi boca lo ignoraba, 
la soledad era más honda que el silencio.
Cuando mi boca estaba muda, 
mi corazón era invisible como el viento.

Se conocía que vivía por la canción 
que lo tenía prisionero.
Pero vivía en otro mundo,
para las cosas de este mundo estaba muerto.

Le pesadumbre de las horas 
era mas íntima que nunca en aquel tiempo.
Porque las noches eran largas; 
porque los días de las noches eran lentos.

La tierra estaba más obscura 
porque faltaban las estrellas en el cielo.
El manantial de donde brota la luz 
que alumbra el corazón estaba seco.

¿Qué hubiera sido de mi vida sin este nombre 
que pronuncio en el desierto ?
¿Qué hubiera sido de mi vida sin este amor
 que me acompaña desde lejos?

Lejos está la dulce causa del corazón, 
de la cabeza y de la mano.
Pero su ausencia es la del río, 
que con la fuente que lo llora vive atado.

Nunca he sentido como ahora la vecindad 
de la mujer que estoy cantando.
Cuando el amor está presente 
no puede haber nada escondido ni lejano.

La luz del fuego que me alumbra
 ¿no es la que alumbra el corazón del ser amado ?
La llamarada que me quema 
¿no es la del fuego en que se quema sin descanso ?

Aunque las leguas se interponen entre nosotros,
 ya no pueden separarnos.
Porque el amor que vence al tiempo 
no puede estar sino a cubierto del espacio.

Entre la dicha y mi existencia
 la diferencia que hubo ayer se va borrando.
El ser que nombro es el que, siendo, 
me da una vida sin dolor ni sobresalto.


Francisco Luis 
Bernárdez