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23 de enero de 2009

AL DOLOR DE UNA MUJER

Antes de conocerlo era vital y hermosa,
un surtidor de gozo y alegría,
su risa congregaba y era un conjuro mágico
que mataba nostalgias y tristezas
y ahuyentaba las penas y la melancolía.

Su mirada de miel, traviesa y maliciosa
fue por siempre su joya más preciada,
era rocío fresco en las mañanas
que alumbraba las noches y los días
como una gota de luz en sus pestañas.

Cuando él llego a su vida
con ropajes de amor y de esperanza
ella dejo el paisaje de flores y de trinos
que había en su ventana
para irse a vivir muy cerca de la gloria,
en la esquina del beso y la confianza.

Con treinta y tres eneros y muchas experiencias
se graduó como novia enamorada,
y, como cuando tenia quince abriles
se soñó con pañales y con nanas,
desamarró su blusa y temblorosa
se jugó el corazón con malas cartas.

Después de conocerlo y de quererlo
con toda la pasión que el despertara,
una mañana se marcho en silencio,
la desnudo de besos y caricias,
rompió la nube, destrozó sus sueños
y se llevo la miel de su mirada.

Ella quedo asombrada, como ave sin su nido
el peso de su ausencia le borró la sonrisa
y dibujó en sus ojos un paisaje de olvido.
Se torno dura y fría, una vieja sin años,
un barco a la deriva con el norte perdido.

Ójala que mi amiga si volviera a encontrarlo,
a el, al tan mal ido,
le pida le devuelva la risa de su boca,
sus ganas de vivir, sus ilusiones,
su alegre despertar en las mañanas
y ante todo, esa dulce mirada que alumbraba
como gota de luz en sus pestañas.

Beatriz Rivera