Yo sé bien que se hiere cuando silva.
Comprendo que la tarde la va haciendo su canto.
Me sé bien de memoria que su garganta pone
más azul
en los charcos que pisan los boyeros;
y pone
unas tierras extrañas
en las bárbaras guitarras
de los pinos.
Comprendo que en el cutis del mar
escribe cartas
que sólo leen durmiendo los marinos;
comprendo que su pico
empuja a la mañana
como el río sus rizos,
la lleva
con el calor de un viento hasta los hombres.
Comprendo
que sólo cuando él mueve las palabras,
las cosas
van cayendo en la tierra
con la novedosa inutilidad
que tiene siempre
el árbol para dejar caer
sus profundos frutos,
inevitables de ser un poco Dios.
Sin embargo, si no lo viera, si no lo tocara,
me sería difícil comprender su presencia.
No siempre
baja a tierra,
pero siempre
bebe en el ojo suelto de un rocío.
Manuel del Cabral
