Se llamaba Graciela y era en el colegio
el patio abierto y la mañana azul.
Era su cuerpo un durazno en sazón
y en las noches una rama de estrellas.
Yo tenía doce años,
Graciela tal vez también.
Volaban los pájaros desde el sur
para visitarla en el patio del colegio
y sobrevolaban luego
los parques y jardines de San Ángel
para acompañarla a la hora de la salida.
Bajaba del eucalipto oloroso
una racha de pájaros.
Graciela, doce años,
rama de estrellas,
durazno en sazón,
racha de pájaros en su levísima falda.
Marco Antonio Campos