No cantaré, no, la tristeza.
No puedo, no. No he de cantarla,
sino alegría que me sube
en una ola dulce y casta.
Me desarraigo de la tierra.
Voy como un sueño sin mañana.
Vivo en el aire, transparente.
Rozo en los vientos las montañas.
¿Quién puede verme sin delirio
como la suave luz del alba,
tocando leve el ancho cielo,
su ancha tersura delicada?
Vedme animar los bosques puros
y susurrar entre las cañas.
Sonido soy tan sólo, dicha
para las verdes, frescas ramas.
Carlos Bousoño