Querido Lobo:
Llego aquí después de cruzar
el mar abierto del bosque,
el mar vegetal que habitas,
el abierto de ira en la oscuridad
y la luz que lo cruza a hurtadillas,
en su densa, inhabitable noche de aullidos
que impera incluso de día o en el silencio
mar de resmas de hojas que caen y caen
y crecen y brotan, todo al mismo tiempo,
de yerbas entrelazadas,
de mareas de pájaros,
de oleadas de animales ocultos.
Llegue aquí cruzando el puente
que une al mundo temeroso con tu casa,
este lugar inhóspito,
inhóspito porque esta la mar de habitado,
habitado como el mar.
En todo hay traición porque todo esta vivo...
Por ejemplo, aquello,
si desde aquí parece una sombra,
¿hacia donde caminara cuando despierte?
Como fiera atacara cuando pase junto a él,
cuando furioso conteste el sonido de mis pasos.
Así todo lo que veo.
En todo hay traición
...era el camino, lobo,
la ruta que me llevaba a ti...
Escucha mi delgada voz, tan cerca.
Ya estoy aquí.
Escoge de lo que traje lo que te plazca.
Casi no puedes mirarlo,
insignificante como es,
perdido en la espesura que habitas.
Estoy aquí para ofrecerte mi cuello,
mi frágil cuello de virgen,
un trozo pálido de carne con poco,
muy poco que roerle,
tenlo, tenlo.
¡Apresura tu ataque!
¿Te deleitaras con el banquete?
(No puedo, no tengo hacia donde escapar
y no se si al clavarme los dientes
me miraras a los ojos).
Reconociéndome presa
y convencida de que no hay mayor grandeza
que la del cuello de virgen entregándose a ti,
ni mayor bondad
que aquella inscrita en tu doloroso,
lento, interminable
y cruel amoroso ataque,
cierro esta carta.
Sinceramente tuya,
Carmen.
Carmen Boullosa