Pecó, mas es el pecador sereno
que sofoca el sollozo en la garganta,
y que a los labios, sin temblar, levanta
la rebosante copa de veneno.
Manchó su excelsa clámide en el cieno
del mal. Y al cabo de flaqueza tanta,
ningún remordimiento lo quebranta,
ni lo sonroja el parecer ajeno.
Lleva ocultas las lágrimas consigo,
y erguido lleva el corazón doliente
cual un pendón de reto enarbolado.
Y acepta la amargura del castigo,
con la misma altivez con que sonriente
probó todo el deleite del pecado.
Olavo Bilac