Esos rostros románicos inmóviles, iguales
en sus ojos redondos, ¿sabemos lo que vieron?
Telarañas de siglos hasta que aparecieron
los rostros delicados de cejas ojivales.
Considero mi vida, repaso sus anales.
Pregunté a los tomistas y no me respondieron.
¿Cuál fue el aquel de aquellas matanzas que se hicieron
hasta que se inventaron las muertes naturales?
Piadosamente olvido mis siglos infantiles,
aquel cumplir diciembres pero jamás abriles,
aquel ir a la guerra tan triste de Mambrú.
Amor cortés, el mío, aunque en mis escrituras
se me hayan prolongado las edades oscuras:
hasta mi siglo veinte, no apareciste.
Javier de Bengoechea