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26 de junio de 2020

ESTROFAS




La generosa musa de Quevedo 
desbordose una vez como un torrente 
y exclamó llena de viril denuedo: 
No he de callar, por más que con el dedo, 
ya tocando los labios, ya la frente, 
silencio avises o amenaces miedo. 




II 

Y al estampar sobre la herida abierta 
el hierro de su cólera encendido, 
tembló la conclusión, que siempre alerta, 
incansable y voraz, labra su nido, 
como gusano ruin en carne muerta, 
en todo Estado exánime y podrido. 




III 

Arranque de dolor, de ese profundo 
dolor que se concentra en el misterio 
y huye amargado del rumor del mundo, 
fue su sangrienta sátira cauterio 
que aplicó sollozando al patrio imperio, 
mísero, gangrenado y moribundo. 




IV 

¡Ah! si hoy pudiera resonar la lira 
que con Quevedo descendió a la tumba, 
en medio de esta universal mentira, 
de este viento de escándalo que zumba, 
de este fétido hedor que se respira, 
de esta España moral que se derrumba; 





de la viva y creciente incertidumbre 
que en lucha estéril nuestra fuerza agota; 
del huracán de sangre que alborota 
el mar de la revuelta muchedumbre; 
de la insaciable y honda podredumbre 
que el rostro y la conciencia nos azota; 




VI 

de este horror, de este ciego desvarío 
que cubre nuestras almas con un velo, 
como el sepulcro, impenetrable y frío; 
de este insensato pensamiento impío 
que destituye a Dios, despuebla el cielo 
y precipita el mundo en el vacío; 




VII 

si en medio de esta borrascosa orgía 
que infunde repugnancia al par que aterra 
esa lira estallara, ¿qué sería? 
Grito de indignación, canto de guerra, 
que en las entrañas mismas de la tierra 
la muerta humanidad conmovería. 




VIII 

Mas porque el gran satírico no aliente, 
¿ha de haber quien contemple y autorice 
tanta degradación, indiferente? 
«¿No ha de haber un espíritu valiente? 
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? 
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?» 




IX 

¡Cuántos sueños de gloria evaporados 
como las leves gotas de rocío 
que apenas mojan los sedientos prados! 
¡Cuánta ilusión perdida en el vacío, 
y cuántos corazones anegados 
en la amarga corriente del hastío! 





No es la revolución raudal de plata 
que fertiliza la extendida vega: 
es sorda inundación que se desata. 
No es viva luz que se difunde grata, 
sino confuso resplandor que ciega 
y tormentoso vértigo que mata. 




XI 

Al menos en el siglo desdichado 
que aquel ilustre y vigoroso vate 
con el rayo marcó de su censura, 
podía el corazón atribulado 
salir ileso del mortal combate 
en alas de la fe radiante y pura. 




XII 

Y apartando la vista de aquel cieno 
social, de aquellos fétidos despojos, 
de aquel lúbrico y torpe desenfreno, 
fijar llorando sus ardientes ojos, 
en ese cielo azul, limpio y sereno 
de santa paz y de esperanzas lleno. 




XIII 

Pero hoy ¿dónde mirar? Un golpe mismo 
hiere al César y a Dios. Sorda carcoma 
prepara el misterioso cataclismo; 
y como en tiempos de la antigua Roma, 
todo cruje, vacila y se desploma 
en el cielo, en la tierra, en el abismo. 




XIV 

Perdida en tanta soledad la calma, 
de noche eterna el corazón cubierto, 
la gloria, muda, desolada el alma, 
en este pavoroso desconcierto 
se eleva la razón, como la palma 
que crece triste y sola en el desierto. 




XV 

¡Triste y sola, es verdad! ¿Dónde hay miseria 
mayor? ¿Dónde más hondo desconsuelo? 
¿De qué la sirve desgarrar el velo 
que envuelve y cubre la vivaz materia, 
y con profundo inextinguible anhelo 
sondar la tierra, escudriñar el cielo; 




XVI 

entregarse a merced del torbellino 
y en la duda incesante que la aqueja. 
el secreto inquirir de su destino; 
si a cada paso que adelanta, deja 
su fe inmortal, como el vellón la oveja, 
enredada en las zarzas del camino? 




XVII 

¿Si a su culpada humillación se adhiere 
con la constancia infame del beodo, 
que goza en su abyección, y en ella muere? 
¿Si ciega, y torpe, y degradada en todo, 
desconoce su origen y prefiere 
a descender de Dios, surgir del lodo? 




XVIII 

¡Libertad, libertad! No eres aquella 
virgen, de blanca túnica ceñida, 
que vi en mis sueños pudibunda y bella. 
No eres, no, la deidad esclarecida 
que alumbra con su luz, como una estrella, 
los lóbregos abismos de la vida. 




XIX 

No eres la fuente de perenne gloria 
que dignifica el corazón humano 
y engrandece esta vida transitoria. 
No el ángel vengador que con su mano 
imprime en las espaldas del tirano 
el hierro enrojecido de la historia. 




XX 

No eres la vaga aparición que sigo 
con hondo afán desde mi edad primera, 
sin alcanzarla nunca... Mas ¿qué digo? 
No eres la libertad, disfraces fuera, 
¡licencia desgreñada, vil ramera 
del motín, te conozco y te maldigo! 




XXI 

¡Ah! No es extraño que sin luz ni guía 
los humanos instintos se desborden 
con el rugido del volcán que estalla, 
y en medio del tumulto y la anarquía, 
como corcel indómito, el desorden 
no respete ni látigo ni valla. 




XXII 

¿Quién podrá detenerle en su carrera? 
¿Quién templar los impulsos de la fiera 
y loca multitud enardecida, 
que principia a dudar y ya no espera 
hallar en otra luminosa esfera, 
bálsamo a los dolores de esta vida? 




XXIII 

Como Cristo en la cúspide del monte, 
rotas ya sus morales ligaduras, 
mira doquier con ojos espantados, 
por toda la extensión del horizonte 
dilatarse a sus pies vastas llanuras, 
ricas ciudades, fértiles collados. 




XXIV 

Y excitando su afán calenturiento 
tanta grandeza y tanto poderío, 
de la codicia el persuasivo acento 
grítale audaz: «¡El cielo está vacío! 
¿A quién temer?» Y ronca y sin aliento 
la muchedumbre grita: ¡Todo es mío! 




XXV 

Y en el tumulto su puñal afila, 
y la enconada cólera que encierra 
enturbia y enardece su pupila, 
y ensordeciendo el aire en son de guerra 
hace temblar bajo sus pies la tierra, 
como las hordas bárbaras de Atila. 




XXVI 

No esperéis que esa turba alborotada 
infunda nueva sangre generosa 
en las venas de Europa desmayada; 
ni que termine su fatal jornada, 
sobre el ara desierta y polvorosa 
otro Dios levantando con su espada. 




XXVII 

No esperéis, no, que la confusa plebe, 
como santo depósito en su pecho 
nobles instintos y virtudes lleve. 
Hallará el mundo a su codicia estrecho, 
que es la fuerza, es el número, es el hecho 
brutal ¡es la materia que se mueve! 




XXVIII 

Y buscará la libertad en vano, 
que no arraiga en los crímenes la idea, 
ni entre las olas fructifica el grano. 
Su castigo en sus iras centellea 
pronto a estallar, que el rayo y el tirano 
hermanos son. ¡La tempestad los crea!



Gaspar Nuñez de Arce