Clara luna iluminaba
con rayo luciente y puro
de Maestu el débil muro
envuelto en niebla sutil.
Todo yace en quieta calma;
todo calla, solo vela
cuidadoso un centinela
al brazo puesto el fusil.
Al rumor de viento leve
torna el rostro receloso,
que un enemigo alevoso
le acecha oculto tal vez.
Hora la frente inclinando,
alguna lágrima ardiente
le arrancan ¡ay! tristemente
recuerdos de su niñez.
Hora con dolor profundo
deja escapar un gemido
que repite dolorido
blando céfiro fugaz.
Y tornando al fin los ojos
con dolor al Mediodía
triste exclama: ¡Andalucía!
¡Suelo de gloria y de paz!
¡Suelo, ay Dios! donde corriera
mi juventud deliciosa,
de una madre cariñosa
en el seno bienhechor!
De una madre ¡cual aflige
su memoria el alma mía,
y el recuerdo de aquel día
tan fatal para su amor!
Tú llorabas... no, mi madre,
no me llores por favor,
noble es lidiar por la patria,
y a lidiar por ella voy.
Así yo te consolaba
exclamando con dolor,
por la vida de tu hijo
no llores, mi madre, no.
Oyóse entonces el eco
de la trompeta y tambor,
y en tus brazos me estrechaste
con frenética pasión:
Yo partí: ya en cien combates
he lidiado con valor...
Por la vida de tu hijo
no llores, mi madre, no.
No temas nunca que un día
infiel mancillé mi honor:
no, madre, que está más puro
que el primer rayo del sol.
Mas si al fin ordena el cielo
que sucumba en tanto horror,
por la vida de tu hijo
no llores, mi madre, no.
Así cantaba el soldado
cuando al sol del nuevo día
cerca el muro descubría
faccioso enjambre infernal.
Ronco tambor, al combate
llama: doscientos guerreros
las armas empuñan fieros
y empieza la lid fatal.
Antonio Garcia Gutierrez