Oda
A la muerte de D. Josef Antonio Conde
Docto anticuario, historiador y humanista.
¡Te vas, mi dulce amigo,
la luz huyendo al día!
¡Te vas, y no conmigo!
¡Y de la tumba fría
en el estrecho límite,
mudo tu cuerpo está!
Y a mí, que débil siento
el peso de los años,
y al cielo me lamento
de ingratitud y engaños;
para llorarte, mísero
largo vivir me da.
O fuéramos unidos
al seno delicioso,
que en sus bosques floridos
guarda eterno reposo,
a aquellas almas ínclitas,
del mundo admiración:
O a mí sólo llevara
la muerte presurosa,
y tu virtud gozara
modesta, ruborosa,
y tan ilustres méritos
ufana tu nación.
Al estudio ofreciste
los años fugitivos;
y joven conociste
cuanto le son nocivos
al generoso espíritu
el ocio y el placer.
Veloz en la carrera,
al templo te adelantas
donde Temis severa
dicta sus leyes santas;
y en ellas digno intérprete
llegaste a florecer.
Ciñéronte corona
de lauros inmortales
las nueve de Helicona:
sus diáfanos cristales
te dieron, y benévolas
su lira de marfil.
Con ella, renovando
la voz de Anacreonte,
eco amoroso y blando
sonó de Pindo el monte
y te cedió Teócrito
la cala pastoril.
Febo te dio la ciencia
de idiomas diferentes.
El ritmo y afluencia
que usaron elocuentes,
Arabia, Roma y Ática,
supiste declarar.
Y el cántico festivo,
que en bélica armonía
el pueblo fugitivo
al numen dirigía:
cuando al feroz ejército
hundió en su centro el mar.
La historia, alzando el velo
que lo pasado oculta,
entregó a tu desvelo
bronces que el arte abulta,
y códices y mármoles
amiga te mostró.
Y allí, de las que han sido
ciudades poderosas,
de cuantas dio al olvido
acciones generosas
la edad que vuela rápida,
memorias te dictó.
Desde que el cielo airado
llevó a Jerez su saña,
y al suelo derribado
cayó el poder de España;
subiendo al trono gótico
la prole de Ismael:
Hasta que rotas fueron
las últimas cadenas,
y tremoladas vieron
de Alhambra en las almenas
los ya vencidos árabes,
las cruces de Isabel.
A ti fue concedido
eternizar la gloria
de los que ha distinguido
la paz o la victoria,
en dilatadas épocas
que el mundo vio pasar.
Y a ti, de dos naciones
ilustres enemigas,
referir los blasones,
hazañas y fatigas,
y de candor histórico
dignos ejemplos dar.
Europa, que anhelaba
de tu saber el fruto,
y ofrecerle esperaba
en aplausos tributo;
la nueva de tu pérdida
debe primero oír.
La parca inexorable
te arrebató a la tumba.
En eco lamentable
la bóveda retumba,
y allá en su centro lóbrego
sonó ronco gemir.
¡Ay!, perdona, ofendido
espíritu, perdona.
Si en la región de olvido
ciñes áurea corona,
y tus virtudes sólidas
tienen ya galardón:
No de una madre ingrata
el duro ceño acuerdes;
que nunca se dilata
la existencia que pierdes,
sin que la turben pérfidas
envidia y ambición.
Leandro Fernandez de Moratin