La rosa artificial seca la mano,
De aquel que la sostiene y que la observa.
Reluce su belleza entre la hierba,
Pero su vida allí transcurre en vano.
Resiste primaveras y veranos,
Inviernos y el otoño imperdonable.
Más nunca podrá ser flor respetable,
Cual rosa de jardines cotidianos.
El alquimista huye con recelo.
Y Dios en su rincón muerde sus labios.
A nacido por obra de los Cielos,
Para que una mujer mire y se asombre.
No ha sido ni será fruto de sabios.
Se sabe tan bastarda como el Hombre.
Luciano Cavido