Errando en la heredad yerma y desnuda,
donde añoramos horas tan distintas,
bajo el ciprés, nos remordió una aguda
crisis de cosas para siempre extintas...
Vistió la tarde soñadoras tintas,
a modo de romántica viuda;
¡y al grito de un piano entre las quintas,
rompimos a llorar, ebrios de duda!
Llorábamos los íntimos y aciagos
muertos, que han sido nuestros sueños vagos...
Por fin, a trueque de glacial reproche,
sembramos de ilusión aquel retiro;
¡y graves, con el último suspiro,
salimos de la noche, hacia la noche!...
Julio Herrera y Reissig