CafePoetas es un Blog sin animo de lucro donde se rinde homenaje a poetas de ayer, hoy y siempre.

30 de noviembre de 2011

A LA TRAICION DE UNA HERMOSA


Tú que prendiste ayer los aurorales
fulgores del amor en mi ventana;
tú, bella infiel, adoración lejana
Madona de eucologios y misales:

Tú, que ostentas reflejos siderales
en el pecho enjoyado, grave hermana,
y en tus ojos, con lumbre sobrehumana,
brillan las tres virtudes teologales:

no pienses que tal vez te guardo encono
por tus nupcias de hoy. Que te bendiga
mi señor Jesucristo. Yo perdono

tu flaqueza, y esclavo de tu hechizo
de tu primer hijuelo, dulce amiga,
celebraré en mis versos el bautizo.

Ramon Lopez Velarde

28 de noviembre de 2011

VEN MADRE, A DESCANZAR


Ven, madre, a descansar de todos tus trabajos
hasta el jardín umbroso que cultivo en mis sueños,
a la luz de luciérnagas y de áureos escarabajos
y la mágica ayuda de esos seres pequeños,

los gnomos, que se visten con trajes escarlata
y brotan cuando alumbran las primeras estrellas,
que usan zapatitos con hebillas de plata
sin dejar en el musgo la marca de sus huellas.

Cantarán para ti la cigarra y el grillo,
ocultos entre hiedras, glicinas o jazmines.
Y con las hojas muertas haremos un castillo

con muros almenados en oro y amarillo,
hasta que se deshaga por sobre los jardines
(en tanto la cabeza sobre mi hombro inclines).

Marilina Rebora

26 de noviembre de 2011

ANTIFONA


En mi angustia, callada y escondida,
sé tú como enfermera bondadosa,
cuya mano ideal viene y se posa,
llena de suave bálsamo, en la herida.

Ríe en mi tedio –sepulcral guarida–
como un rayo de sol en una fosa;
perfuma, como un pétalo de rosa,
el fango y la impureza de mi vida.

Del corazón en el silencio, canta;
entre las sombras de mi ser, fulgura;
mi conturbado espíritu levanta;

enciende la razón en mi locura,
¡tengo hambre y sed de bien!... Dame una santa
limosna de piedad y de ternura.....

Luis G. Urbina

24 de noviembre de 2011

NOCTURNO ROSA

A José Gorostiza





Yo también hablo de la rosa.
Pero mi rosa no es la rosa fría
ni la de piel de niño,
ni la rosa que gira
tan lentamente que su movimiento
es una misteriosa forma de la quietud.

No es la rosa sedienta,
ni la sangrante llaga,
ni la rosa coronada de espinas,
ni la rosa de la resurrección.

No es la rosa de pétalos desnudos,
ni la rosa encerada,
ni la llama de seda,
ni tampoco la rosa llamarada.

No es la rosa veleta,
ni la ulcera secreta,
ni la rosa puntual que da la hora,
ni la brújula rosa marinera.

No, no es la rosa rosa
sino la rosa increada,
la sumergida rosa,
la nocturna,
la rosa inmaterial,
la rosa hueca.

Es la rosa del tacto en las tinieblas,
es la rosa que avanza enardecida,
la rosa de rosadas uñas,
la rosa yema de los dedos ávidos,
la rosa digital
la rosa ciega.

Es la rosa moldura del oído,
la rosa oreja,
la espiral del ruido,
la rosa concha siempre abandonada
en la más alta espuma de la almohada.

Es la rosa encarnada de la boca,
la rosa que habla despierta
como si estuviera dormida.
Es la rosa entreabierta
de la que mana sombra,
la rosa entraña
que se pliega y expande
evocada, invocada, abocada,
es la rosa labial,
la rosa herida.

Es la rosa que abre los parpados,
la rosa vigilante, desvelada,
la rosa del insomnio desojada.

Es la rosa del humo,
la rosa de ceniza,
la negra rosa de carbón diamante
que silenciosa horada las tinieblas
y no ocupa lugar en el espacio.


Xavier Villaurrutia

22 de noviembre de 2011

EL DRAMA DEL CALVARIO


Giró el genio en derredor
después de pisar la cumbre;
y una fantástica lumbre
llenó a la sombra de horror:
y un gemebundo clamor
taladró la inmensidad,
y se hundió la humanidad
sobre su propio esqueleto;
y reveló su secreto
más hondo la eternidad.

Siniestra, cárdena lumbre
bañó la faz del calvario,
cual un ardiente sudario
flotando desde la cumbre:
bajo la negra techumbre
del éter vago y profundo,
aquel surgir iracundo…
brutal de la claridad…
era quizás, ¡la verdad
mirando una vez al mundo!

Palmario, el Gólgota, frío,
quedó en los aires desiertos,
con sus dos brazos abiertos,
predicando en el vacío…
Y entonces, como en estío
los insectos en los faros,
innominables, ignaros,
surgiendo del horizonte,
rodeaban la cruz y el monte
todos los muertos preclaros.

De la honda, azul entraña
llovían monstruos y santos:
y eran tales, y eran tantos,
¡que gemía la montaña!…
Desde la torpe alimaña
del alma vil de Nerón,
al concepto, a la noción
más alta del supergenio,
en aquel breve proscenio
¡tomaron colocación!

De aquella invasión mortuoria
quedó repleto el calvario;
resonante, tumultuario
¡cuál una copa de gloria!
Bajo el tropel de la historia
trepidaban sus cimientos,
y se hundía por momentos,
cual una nave inundada…
cual una frente cargada
¡de sombríos pensamientos!

Tremenda, enorme, sin par,
genial, feroz batahola,
lo mismo que cada ola
¡lanzando un grito en el mar!
Formidable resollar
de las almas con bandera,
que imaginar no pudiera
aquel que no imaginase,
que al mismo tiempo bramase
¡cada punto de la esfera!

Toda pasión, toda vida,
toda excelsitud pasada,
desde la cumbre sagrada
quería ser comprendida…
Y como la palma erguida
sobre la mutable arena,
presidiendo aquella escena
con dulce, con noble ceño,
yacía Cristo en su leño
¡cual una blanca azucena!

Los humanos, los vivientes,
los que todavía somos,
con toda el alma en los lomos,
estaban allí presentes:
Pensándose delincuentes,
del genio ante los secretos,
mustios, miserables, quietos,
inanimados, pasivos
se reducían los vivos
¡en sus propios esqueletos!

Y en el valle acurrucada,
yacía la humanidad,
tal vez sin otra ansiedad
¡que la ansiedad de la nada!
Ni un gesto, ni una mirada,
ni un suspiro producía,
en tanto que recibía,
genial, vibrante, notoria,
la confesión de la gloria
¡sobre su testa vacía!…

Poco a poco, lentamente,
todo el mundo quedó calmo,
lo mismo que palmo a palmo,
va cediendo la creciente;
de aquel clamor prepotente
ni leve rumor se oía,
de aquella loca porfía
ya no sonó ni un reproche
y en el silencio y la noche
¡quedó la extensión vacía!

Perfecto, conciso, frío,
quedó el calvario a la luz,
con sus dos brazos en cruz
acariciando el vacío.
Y en el silencio sombrío
del aire y de las esferas
aquella lumbre de hogueras
demostraba sin rumor
la impotencia del amor,
¡en una raza de fieras!

Almafuerte

20 de noviembre de 2011

UN HIJO DESOBEDIENTE


Que fué a una fiesta en contra del
gusto de su padre
A mi amigo el Gral. Pedro M.
Espaillat. Santo Domingo.

Hoy también contar me toca
Otro caso parecido,
Al del hijo maldecido
En un campo allá de Moca.
Que por una cosa poca
O es decir, por un pollito,
Ese muchacho maldito
A su madre maltrató,
Y el diablo se lo llevó
Al infierno derechito.

Pues en Jacagua ha pasado
Otro caso cuasi igual,
Que lo contaré tal cual
Como a mí me lo han contado.
“Un padre de familia honrado
A un hijo le aconsejó
Y mucho le suplicó
Que no fuera a una fiesta,
Que esa noche había propuesta
En qué parte no sé yo”

Y el hijo sin más espera
Al padre así le contesta:
“Pues sí voy a la fiesta
Aunque el demonio no quiera,
Me voy de cualquier manera
Sin que nadie me sujete,
Y el primero que se mete
En privarme de mi gusto,
Cuatro balazos le ajusto
Como cinco y dos son siete”.

Otra vez le dijo el padre:
“Tú no vayas a la fiesta
Que en tu cama hago una apuesta
Que no hay perro que te ladre.
—Por la salud de mi madre
A esa fiesta sí que voy,
Porque listo ya lo estoy
Y el que me salga al encuentro
Del pecho en el mismo centro
Cuatro balazos le doy”.

El padre quedó abismado
Contemplando largo rato,
Aquel hijo tan ingrato
Desobediente y malcriado.
Y al fin, le dijo indignado:
“Hijo mío, jamás te hablo;
Pero yo espero en San Pablo
Y en el gran Poder Divino,
Que al marcharte, en el camino,
Ojalá te lleve el diablo”.

El hijo sin atender
A más nada se marchó,
Y al festín se dirigió
Lleno de gusto y placer;
Pero pronto pudo ver
Que salía de una emboscada
Un hombre de grande alzada
Con dos cuernos en la frente,
Y los ojos puramente
De fuego una llamarada.

El joven así que vió
Aquella infernal figura,
Con muy notable bravura
Al momento se cuadró
Y el revólver lo sacó,
Sin andar con pareceres;
Y al hombre dijo: ¡quién eres!
Si en el mundo andas penando,
De parte de Dios te mando
Que me digas lo que quieres”.

“Cállate esa boca, perro:
El fantasma contestó,
Que a arreglarte vengo yo
Con estas uñas de hierro.
Yo soy el diablo que encierro
A todo el que no me cuadre,
Y al perro que a mí me ladre
Como tú, que así me gruñas,
Le enseño con estas uñas
A respetar a su padre”.

De una vez entró con él
El demonio y lo tumbó,
Y las uñas le clavó
Con una fiereza cruel;
Que si no es por San Miguel
Que de encima se lo quita
De virtud con su varita,
El joven ya estuviera
Junto con aquella fiera
Que maltrató a su mamita.

E1 hijo, de tal manera
Llegó a su casa estropeado,
Con todo el cuerpo aruñado
Y la camisa por fuera,
Gritando al padre le abriera
La puerta sin dilación,
Para pedirle perdón,
Y el padre así que lo vió
Hincado, lo perdonó
Y le echó la bendición.

Viva la paz! Viva la unión! Y abajo
los cogedores de mangos bajitos! AlIé.
AlIé, a buscar qué hacer, y dejen al
País tranquilo.
Santiago, 6 de Octubre

Juan Antonio Alix

18 de noviembre de 2011

ESE GRAN SIMULACRO





Cada vez que nos dan clases de amnesia,
como si nunca hubieran existido
los combustibles ojos del alma
o los labios de la pena huérfana,
cada vez que nos dan clases de amnesia
y nos conminan a borrar
la ebriedad del sufrimiento
me convenzo de que mi región
no es la farándula de otros.

En mi región hay calvarios de ausencia,
muñones de porvenir, arrabales de duelo,
pero también candores de mosqueta,
pianos que arrancan lágrimas,
cadáveres que miran aún desde sus huertos,
nostalgias inmóviles en un pozo de otoño,
sentimientos insoportablemente actuales
que se niegan a morir allá en lo oscuro.

El olvido está lleno de memoria
que a veces no caben las remembranzas
y hay que tirar rencores por la borda
en el fondo el olvido, es un gran simulacro,
nadie sabe ni puede aunque quiera olvidar,
un gran simulacro repleto de fantasmas,
esos romeros que peregrinan por el olvido
como si fuese el camino de Santiago.

El día o la noche en que el olvido estalle
salte en pedazos o crepite
los recuerdos atroces y de maravilla
quebrarán los barrotes de fuego,
arrastrarán por fin la verdad por el mundo,
y esa verdad será que no hay olvido.

Mario Benedetti

16 de noviembre de 2011

HOMBRE SECRETO


Hay un grito de muros hostiles y sin término;

hay un lamento ciego de músicas perdidas;
hay un cansado abismo de ventanas abiertas
hacia un cielo de pájaros;
hay un reloj sonámbulo
que desteje sin pausa sus horas amarillas,
llamando a penitencia y confesión.

Todo cae a lo largo de la sangre y el duelo:
mueren las mariposas y los gritos se van.

¡Y yo, de pie y mirando la mañana de abril!
¡Mirando cómo crece la construcción del tiempo:
sintiendo que a empujones
me voy hacía el cariño de la sal marinera,
donde en los doce tímpanos del caracol celeste
gotean eternamente los caldos de la sed!

¡Dios mío! -Si no quiero otra cosa
que aquello que ya tuve y he dejado,
esas cuatro paredes desnudas y absolutas;
esa manera inmensa de estar solo, royendo
la madera de mi propio silencio
o labrando los clavos de mi cruz.

¡Ay, Dios mío!

Estoy caído en álgidos agujeros de brumas.
Estoy como un ladrón que se roba a sí mismo;
sin lágrimas; sin nada que signifique nada;
muriendo de la muerte que no tengo;
desenterrando larvas, maderas y palabras
y papeles vencidos;
cayendo de la altura de mi nombre,
como una destrozada bandera que no tiene soldados;
muerto de estar viviendo de día y en otoño,
esta desmemoriada cosecha de naufragios.

Y sé que al fin de cuentas se me trasluce el pecho,
hasta verse el jadeo de los huesos, mordidos
por los agrios metales de frías herramientas.
Sé que toda la arena que levanta mi mano
se vuelve, de puntillas, irremisiblemente,
a las bodegas últimas
donde yacen los vinos inservibles
y se engendran las heces del vinagre final.

¡Cuánto mejor sería no haber llegado a tanto!
No haber subido nunca por el aire de Abril,
o haber adivinado que este llevar los ojos
como una piedra helada fuera lo irremediable
para un hombre tan triste como yo!

Dios mío: ¡si creyeras que blasfemo,
ponme una mano tuya sobre un hombro
y déjame que caiga de este amor sin sosiego,
hacia el aire de pájaros y la pared desnuda
de mi desamparada soledad!

Herib Campos Cervera

14 de noviembre de 2011

QUE TE TRAE POR AQUI


Qué te trae por aquí
eso habréis de contestar,
si me pensáis engañar,
yo habré de engañarte a ti.

Ándate con claridad
volando en este jardín,
si eres palomo engañoso,
lleva lejos tu clarín.

Llegaste a mi palomar
pero no sé con qué fin,
si eres palomo del bien,
bienes tendréis que sufrir.

Llegaste a mi palomar
pero no sé con qué afán,
si eres palomo del mal,
males tendréis que gozar.

Si te brindan la ocasión,
confiesa la realidad,
si eres palomo gorrión,
no me lo habréis de ocultar.

Violeta Parra

12 de noviembre de 2011

QUE HAY UN VERSO QUE ES MIO, SOLO MIO


Que hay un verso que es mío, sólo mío,
como es mía, sólo mía,
mi voz. Un verso que está en mí
y en mí siempre encuentra su medida;
un verso que en mí mismo
acorda su armonía
al ritmo de sangre,
al compás de mi vida,
y al vuelo de mi alma,
en las horas santas de ambiciones místicas.
Quiero ganar mi verso, este verso,
lejos de todo ruido y granjería.

Leon Felipe

11 de noviembre de 2011

CANCIONES


1

¿Cómo cantaré yo en tierra extraña
cantar que darme pueda algún consuelo?
¿Qué me aconseja amor en esta ausencia?
Mi mal es fuerza, tu voluntad maña;
a la seguridad vence el recelo,
la desesperación a la paciencia.

Si pienso que me veo en tu presencia,
mi pensamiento está tan abatido,
que siempre finge cosas de pesar:
tu soberbia, tu saña, tu desvío,
que en la ocasión me falta el albedrío,
pues cuando quiero no puedo hablar,
que pierdo la razón, mas no el sentido.

En tu presencia estoy y estó en tu olvido,
olvido en que jamás habrá mudanza,
y acuérdaste de mí para dañarme;
no te acuerdas de mí, mas es costumbre
ser en esto cruel tu mansedumbre,
y yo de, diligente, condenarme
en tu descuido y mi desconfianza.

Amor, amor, que quitas la esperanza
y en su lugar das vana fantasía,
¿qué bien tiene el morir si no lo siente
quien es la causadora de este daño?
No quiero que deshagas el engaño;
quiero que sea razón y no acidente
lo que pueda vencer a tu porfía.

Si yo, señora, viese que algún día
volvías tus dos soles a mirarme
por voluntad y no por ocasión,
pensaría que estaba en tu memoria.
Mas ¿cómo bastaré a sufrir tal gloria
que un punto de ella es más que mi pasión?
Con tanto bien no puedo remediarme.

Del pensamiento querría yo ayudarme
si él me obedeciese a mi contento,
mas no para pensar cosa liviana
o que sabida pueda darte enojos;
pensaré como muero ante tus ojos,
que procede mi pena de tu gana,
que das alguna causa a mi tormento.

La vida pasaría en este cuento
con esperar de alguna buena suerte,
mas ¡ay de mí! que no puede venir
ni cabe en mi jüicio tal locura.
De mi cuidado hago sepoltura,
y en soledad y tristeza mi vivir,
no vida, sino sombra de la muerte.

¡Oh señora, si yo pudiese verte
o quisieses saber tú cuál estoy,
harto alivio sería para mí
en tan extraño mal como padezco!
Las noches y los días aborrezco:
maldígome en la noche porque fui
y, cuando viene el día, porque soy.

También maldigo el lugar a donde voy,
y el tiempo porque pasa y no te veo,
a la hora que te vi y a la sazón,
que siempre la procuro y no la hallo.
Si hablo me maldigo y, cuando callo,
la voluntad maldigo y mi razón,
y tu aborrecimiento y mi deseo.

Cuantos males sospecho, tantos creo,
y juzgo lo que ha de ser por lo que fue,
revolviendo mis quejas de contino
por ver si tienen medio o lo han tenido;
mas, como ni lo espero ni lo pido,
como ciego que va por el camino
no veo dónde voy ni dónde iré.

Muéveme el deseo y ciégame la fe;
muchas veces querría disimular,
pero descubro más disimulando;
liviano es el cuidado que decirse
puede, y el que no puede sufrirse
él mismo se descubrirá callando,
que no presta ser mudo ni hablar.

Ni reposo con dormir ni con velar:
velando pienso en lo peor que puedo,
paso cosas que no quiero creer;
durmiendo sueño aquello que he pensado;
como el hombre que duerme de cansado,
sueño que caigo y no puedo caer
y en lo más alto estoy con aquel miedo.

Muero cuando me mudo y, si estoy quedo,
busco piedad y caigo en la sospecha;
y no hay de qué tener este cuidado,
que todos son contigo lo que soy;
mas ellos, si no van por donde voy,
podría ser hallarse en buen estado,
pues lo que a uno daña a otro aprovecha.

Llamo la muerte como cosa hecha,
y viene, mas no llega a su lugar,
que no consiente amor ni lleva medio
en tanta soledad morir por ruego;
fuerza querría que fuese, y fuese luego,
que el mayor bien es el postrer remedio
en mal que no se puede remediar.


2

El bombodombón,
la bombodombera,
¡quién fuera lanzón!
¡quién lanceta fuera!

Quien lo que quiere no puede,
no quiere lo que podría,
ni se canse, ni se quede,
mas eche por otra vía;
no mude la fantasía
el que muda la manera,
¡quién lanceta fuera!

Procurar empresa vana
es de muy gran majadero.
Yo deseo ser barbero
porque hiere y porque sana
y aun es cosa muy humana,
señora, en esta ocasión,
¡quién fuera lanzón!

Nunca vaya por rodeo
quien desea lo imposible;
procure ser invisible
que es más dulce devaneo;
mas en la ocasión que veo
de entrar en la sangradera
¡quién lanceta fuera!

Aún te vea yo sangrada
y traída al retortero,
pues a tanto caballero
traes la sangre quemada.
¡Oh pena bien empleada
y mejor el que la diera!
La bombodombera.

Sangría sin ocasión,
si es con arrebatamiento,
da muy grande alteración
y poco contentamiento.
Si te sangrares de asiento,
yo barbero y tú barbera,
la bombodombera.

Saca la sangre, traidora,
con que tanto mal hiciste
desde el punto que quisiste
mostrarte mi matadora;
tú animosa, tú señora,
yo siervo sin corazón,
el bombodombón.

Salga la sangre que pudo
tu hermosura alterar
y al mezquino tartamudo
que te comenzó a hablar
acabó con sospirar
la palabra y la ocasión,
el bombodombón.

Quien da general tormento
sángrenla de la elección,
por nuestro quebrantamiento
y su mala condición;

no se pase la ocasión
antes de la primavera,
¡quién lanceta fuera!

En sangría de verdad
con que la salud se cobra
hay tanta necesidad
de instrumento como de obra;
si aprovecha lo que sobra
en semejante razón,
¡quién fuera lanzón!,
y si lanzón no pudiera,
¡quién lanceta fuera!


3

Pastora, si mal me quieres
y deseas apartarme,
bien lo muestras con mirarme.

Contigo tienes testigos,
señora, de estos antojos,
que el corazón y los ojos
nunca fueron enemigos.
Huyan de ti tus amigos
y tú huye de mirarme,
que yo no puedo apartarme.

Nadie ponga el afición
en voluntad ocupada,
que al cabo de la jornada
para en desesperación.
Yo busco mi perdición
y tú quieres ayudarme,
pastora, con mal mirarme.

Doblada lleva la queja
el pastor que por ti muere,
si quieres a quien te deja
y dejas a quien te quiere.
Vaya amor adonde fuere
que, aunque quieras apartarme,
no podrás con no mirarme.


4

Va y viene mi pensamiento
como el mar seguro y manso;
¿cuándo tendrá algún descanso
tan continuo movimiento?

Glosa

Parte el pensamiento mío
cargado de mil dolores,
y vuélveme con mayores
de la parte do lo envío.

Aunque de esto en la memoria
se engendra tanto contento,
que con tan dulce tormento
cargado de pena y gloria
va y viene mi pensamiento.

Como el mar muy sosegado
se regala con la calma,
así se regala el alma
con tan dichoso cuidado.

Mas allí mudanza alguna
no puede haber, pues descanso
con el mal que me importuna
que no es sujeto a fortuna
como el mar seguro y manso.

Si el cielo se muestra airado,
la mar luego se embravece
y, mientras el mar más crece,
está más firme en su estado.

Ni a mí me cansa el penar
ni yo con el mal me canso;
si algo me podrá cansar
es venir a imaginar
cuándo tendrá algún descanso.

Que, aunque en el más firme amor
mil mudanzas puede haber,
como es de pena a placer
y de descanso a dolor,

sólo en mí está reservado
en tu fijo y firme asiento
que, sin poder ser mudado,
está quedo y sosegado
tan continuo movimiento.


5

Olvida, Bras, a Costanza,
líbrate de su cadena,
no fíes en esperanza,
que no hay esperanza buena.

Poquito entiendes de amores,
Bras, y muy mucho porfías.
¿Tras esta engañapastores
pierdes el seso y los días?

Tú fías en su mudanza
y ella misma te condena
pues un punto de esperanza
te cuesta un siglo de pena.

Estando libre y serena
desasosiegas la vida,
como una causa primera
que mueve sin ser movida.

Triste el que busca mudanza,
que a sí mismo se condena,
si confía en esperanza
de quien nunca la dio buena.

Si se te ofrece, carillo,
alguna buena ocasión,
ésta la torna cuchillo
para tu condenación.

En la fragua de esperanza
forja una larga cadena
de eslabones de mudanza
y duro hierro de pena.

El corazón que te ofrece
ausente, venido el hecho,
ella lo arranca del pecho
y da a cuantos le parece.

No esperes, Bras, de Costanza
obra ni palabra buena,
que a dedos da la esperanza
y el tormento a mano llena.

Si ha de ser de bien y cierta
el esperanza chapada,
Bras, la tuya es cosa muerta,
que la fundas sobre nada.

No hay tan ligera mudanza
que no te parezca buena;
mal conoces a Costanza,
poco sabes de esta pena.

Esta tu esperanza, amigo,
de miedo tiene una parte,
pues que trae pena consigo
de que no puedes guardarte.

Quien pone su confianza,
Bras, en voluntad ajena,
ni en pena espere mudanza,
ni tema en mudanza pena.

Pastora, tu hermosura,
tu gracia, habla y semblante
promete buena ventura
al que no mira adelante.

Y al que con buena esperanza
se pusiese en tu cadena,
cuchillos de confianza
son y ministros de pena.

Diego Hurtado de Mendoza

8 de noviembre de 2011

SONETOS


1

A Córdoba

¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
De honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
De arenas nobles, ya que no doradas!

¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
Que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre glorïosa patria mía,
Tanto por plumas cuanto por espadas!

Si entre aquellas rüinas y despojos
Que enriquece Genil y Dauro baña
Tu memoria no fue alimento mío,

Nunca merezcan mis ausentes ojos
Ver tu muro, tus torres y tu río,
Tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España!


2

De la brevedad engañosa de la vida

Menos solicitó veloz saeta
destinada señal, que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta,

que presurosa corre, que secreta,
a su fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada Sol repetido es un cometa.

¿Confiésalo Cartago, y tú lo ignoras?
Peligro corres, Licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños.

Mal te perdonarán a ti las horas:
las horas que limando están los días,
los días que royendo están los años.


3

Inscripción para el sepulcro de Dominico Greco

Esta en forma elegante, oh peregrino,
de pórfido luciente dura llave,
el pincel niega al mundo más süave,
que dio espíritu a leño, vida a lino.

Su nombre, aún de mayor aliento dino
que en los clarines de la Fama cabe,
el campo ilustra de ese mármol grave:
venéralo y prosigue tu camino.

Yace el Griego. Heredó Naturaleza
Arte; y el Arte, estudio; Iris, colores;
Febo, luces -si no sombras, Morfeo-.

Tanta urna, a pesar de su dureza,
lágrimas beba, y cuantos suda olores
corteza funeral de árbol sabeo.


4

De un caminante enfermo que se enamoró donde fue hospedado

Descaminado, enfermo, peregrino,
en tenebrosa noche, con pie incierto
la confusión pisando del desierto,
voces en vano dio, pasos sin tino.

Repetido latir, si no vecino,
distinto, oyó de can siempre despierto,
y en pastoral albergue mal cubierto,
piedad halló, si no halló camino.

Salió el Sol, y entre armiños escondida,
soñolienta beldad con dulce saña
salteó al no bien sano pasajero.

Pagará el hospedaje con la vida;
más le valiera errar en la montaña
que morir de la suerte que yo muero.


5

Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;

goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Luis de Gongora y Argote

6 de noviembre de 2011

EL ARTE


Cuando la vida, como fardo inmenso,
Pesa sobre el espíritu cansado
Y ante el último Dios flota quemado
El postrer grano de fragante incienso;

Cuando probamos, con afán intenso,
De todo amargo fruto envenenado
Y el hastío, con rostro enmascarado,
Nos sale al paso en el camino extenso;

El alma grande, solitaria y pura
Que la mezquina realidad desdeña,
Halla en el Arte dichas ignoradas,

Como el alción, en fría noche oscura,
Asilo busca en la musgosa peña
Que inunda el mar azul de olas plateadas.

Julian del Casal

4 de noviembre de 2011

SONETOS

Continuidad




I

No has muerto. Has vuelto a mí. Lo que en la tierra
-donde una parte de tu ser reposa-
sepultaron los hombres, no te encierra;
porque yo soy tu verdadera fosa.

Dentro de esta inquietud del alma ansiosa
que me diste al nacer, sigues en guerra
contra la insaciedad que nos acosa
y que, desde la cuna, nos destierra.

Vives en lo que pienso, en lo que digo,
y con vida tan honda que no hay centro,
hora y lugar en que no estés conmigo;

pues te clavó la muerte tan adentro
del corazón filial con que te abrigo
que, mientras más me busco, más te encuentro.


II

Me toco... y eres tú. Palpo en mi frente
la forma de tu cráneo. Y, en mi boca,
es tu palabra aún la que consiente
y es tu voz, en mi voz, la que te invoca.

Me toco... y eres tú, tú quien me toca.
Es tu memoria en mí la que te siente;
ella quien, con lágrimas, te evoca;
tú la que sobrevive; yo, el ausente.

Me toco... y eres tú. Es tu esqueleto
que yergue todavía el tiempo vano
de una presencia que parece mía.

Y nada queda en mí sino el secreto
de este inmóvil crepúsculo inhumano
que al par augura y desintegra el día.


III

Todo, así, te prolonga y te señala:
el pensamiento, el llanto, la delicia
y hasta esa mano fiel con que resbala,
ingrávida, sin dedos, tu caricia.

Oculta en mi dolor eres un ala
que para un cielo póstumo se inicia;
norte de estrella, aspiración de escala
y tribunal supremo que me enjuicia.

Como lo eliges, quiero lo que ordenas:
actos, silencios, sitios y personas.
Tu voluntad escoge entre mis penas.

Y, sin leyes, sin frases, sin cadenas,
Eres tú quien, si caigo, me perdonas,
Si me traiciono, tú quien te condenas...
Y quien, si te olvido, me abandonas.


IV

Aunque si nada en mi interior te altera,
todo, fuera de mí te transfigura
y, en ese tiempo que a ninguno espera,
vas más de prisa que mi desventura.

Del árbol que cubrió tu sepultura
quisiera ser raíz, para que fuera
abrazándote a cada primavera
con una vuelta más, lenta y segura.

Pero en la soledad que nos circunda
ella te enlaza, te defiende, te ama,
mientras que yo tan sólo te recuerdo.

Y al comparar su terquedad fecunda
con la impaciencia en que mi amor te llama,
siento por primera vez que te pierdo.


V

Porque no es la muerte orilla clara,
margen visible de invisible río;
lo que en estos momentos nos separa
es otro litoral, aun más sombrío.

Litoral de vida. Tierra avara
en cuyo negro polvo, ávido y frío,
del naufragio que en ti me desampara
inútilmente busco un resto mío.

Es tu presencia en mí la que me impide
recuperar la realidad que tuve
sólo en tu corazón, cuando latía.

Por eso la existencia nos divide
tanto más cuanto más tiempo en mi alma sube
la vida en que tu muerte se confía.


VI

Sí, cuanto más te imito, más advierto
que soy la tenue sombra proyectada
por un cuerpo en que está mi ser más muerto
que el tuyo en la ficción que lo anonada.

Sombra de tu cadáver inexperto,
Sombra de tu alma aún poco habituada
A esa luz ulterior a la que he abierto
Otra ventana en mí, sobre otra nada...

Con gestos, con palabras, con acciones,
creía perpetuarte y lo que hago
es lentamente, en todo, deshacerte.

Pues para la verdad que me propones
el único lenguaje sin estrago
es el silencio intacto de la muerte.


VII

Y sin embargo, entre la noche inmensa
con que me ciñe el luto en que te imploro,
aflora ya una luz en cuyo azoro
una ilusión de aurora se condensa.

No es el olvido. Es una paz más tensa,
una fe de acertar en lo que ignoro;
algo -tal vez- como una voz que piensa
y que se aísla en la unidad de un coro.

Y esa voz es mi voz. No la que oíste,
viva, cuando te hablé, ni la que al fino
metal del eco ajustará en su engaste,

sino la voz de un ser que aún no existe
y al que habré de llegar por el camino
que con morir tan sólo me enseñaste.


VIII

Voz interior, palabra presentida
que, con promesas tácticas, resume
-como en la gota última, el perfume-
en su paciente formación, la vida.

Voz en ajenos labios no aprendida
-¡ni siquiera en los tuyos! -; voz que asume
la realidad del alba estremecida
que alcanzaré cuando de ti me exhume.

Voz de perdón, en la que al fin despunta
esa bondad que me entregaste entera
y que yo, a trechos, voy reconquistando;

voz que afirma tan bien lo que pregunta
y que será la mía verdadera
aunque no sé decir cómo ni cuándo...


IX

¿Ni cuándo?... Sí, lo sé. Cuando recoja
de la ceniza que en tu hogar remuevo
esa indulgencia inmune a la congoja
que, al fuego del dolor, pongo y atrevo.

Cuando, de la materia que me aloja
y cuyo fardo en las tinieblas llevo,
como del fruto que la edad despoja,
anuncie la semilla el fruto nuevo;

cuando de ver y de sentir cansado
vuelva hacia mí los ojos y el sentido
y en mí me encuentre gracias a tu ausencia,

entonces naceré de tu pasado
y, por segunda vez, te habré debido
-en una muerte pura- la existencia.

Jaime Torres Bodet

2 de noviembre de 2011

CONVENTO EN RUINAS


El viejo monasterio abandonado
se pudre de vejez en la colina,
muda la torre, el coro derrumbado,
y todo el claustro amenazando ruina.

Seca la fuente, el huerto se ha secado;
en sus silencios ni un jilguero trina...
Tan sólo por las piedras del cercado
rastrera hiedra en verdecer se obstina.

Susurra el viento fúnebres querellas
por los patios ruinosos y desiertos...
Y, ajena a mundanales intereses,

parece que a la luz de las estrellas
está rezando, por los monjes muertos,
la gris Comunidad de los Cipreses.

Francisco Villaespesa