CafePoetas es un Blog sin animo de lucro donde se rinde homenaje a poetas de ayer, hoy y siempre.

30 de junio de 2011

Y SEGUIRIA SIN MI


Me moriré y él seguirá cantando
bueno
digo
Carlitos
y Jorge seguirá haciendo el amor
como si se muriera
y seguirá sin mí este mundo mago
¿este mundo podrido?

Tanto árbol que planté
cosa que dije
y versos que escribí en la madrugada
y andarán por ahí como basura
como restos de un alma
de alguien que estuvo aquí
y ya no más
no más.

Lo triste lo peor fue haber vivido
como si eso importara
vivido como un pobre adolescente
que tropezó y cayó y no supo
y lloró y se quejó
y todo lo demás
y creyó que importaba.

Idea Vilariño

29 de junio de 2011

PAISAJES EN NUESTRO CIELO


1

Palmas con movimiento que son hitos
en sus ágiles pencas brilladoras
y como en sed de milenarios mitos;
y, junto a tales palmas, trepadoras.

El punto cenital abierto al bloque
de la emoción negada a lo pequeño;
movibles masas en perenne choque;
y, sobre todo, ml porción de sueño.


2

El denso azul en denso gris se torna.
¿Qué se ha hecho la cálida alegría
de hace un minuto? ¿Qué dolor retorna
para la luz en el cambiante día?

Cede a las subitáneas reflexiones
de nuestra tropical naturaleza
mi espíritu. Las vastas frondazones
se aúpan en flor visible en su tristeza.


3

Hay una misteriosa semejanza
entre la tierra nuestra y nuestro cielo.
Ambos tienen idéntica pujanza.
Ambos son fuerzas en nervioso celo.

La tierra en vegetales se desborda.
El cielo se desborda en nubarrones.
Tal me parece que la tierra aborda
al cielo en sus tremendas expansiones.

Evaristo Ribera Chevremont

28 de junio de 2011

RIMA I - COMO SE ARRANCA EL HIERRO DE UNA HERIDA



Como se arranca el hierro de una herida
su amor de las entrañas me arranqué,
aunque sentí al hacerlo que la vida
me arrancaba con él!

Del altar que le alcé en el alma mía
la Voluntad su imagen arrojó,
y la luz de la fe que en ella ardía
ante el ara desierta se apagó.

Aún turbando en la noche el firme empeño
vive en la idea la visión tenaz...
¡Cuándo podré dormir con ese sueño
en que acaba el soñar!

Gustavo Adolfo Bécquer

27 de junio de 2011

RUPTURA


Nos hemos bruscamente desprendido
y nos hemos quedado
con las manos vacías, como si una guirnalda
se nos hubiera ido de las manos;
con los ojos al suelo,
como viendo un cristal hecho pedazos:
el cristal de la copa en que bebimos
un vino tierno y pálido...

Como si nos hubiéramos perdido,
nuestros brazos
se buscan en la sombra... Si embargo,
ya no nos encontramos.

En la alcoba profunda
podríamos andar meses y años, en pos uno del otro,
sin hallarnos.

Jaime Torres Bodet

25 de junio de 2011

PARTO


Mujer, toda mi sangre está presente
contigo en esa lucha que sostienes.
Contigo está mi amor incandescente
y en tu llanto y en tu duelo me contienes.

Nunca en la vida estuve tan de prisa,
tan lleno de relámpagos y ruegos,
como ahora que ha muerto tu sonrisa
y están con tu dolor todos tus llantos y fuegos.

Nunca estuvo mi amor tan a tu lado,
nunca como esta noche de tortura,
cuando sufre mi amor crucificado
en el mismo tablón de tu amargura!

Jorge de Bravo

23 de junio de 2011

NO AQUEL QUE GOZA, FRAGIL Y LIGERO


No aquel que goza, frágil y ligero,
ni el que contengo es acto que perdura,
y es en vano el amor rosa futura
que fascina a cultivo pasajero.

La vida cambia lo que fue primero
y lo que más tarde es no lo asegura,
y la memoria, que el rigor madura,
no defiende su fruto duradero.

Más consiente el sabor áspero y grueso,
el color que a la luz se desvanece,
la materia que al tacto se destroza.

Y en vano guarda su variable peso
el árbol y su forma se endurece,
y el mismo instante se revive y goza.

Jorge Cuesta

22 de junio de 2011

EL PUEBLO

A Regina Igel




Lo sueño, lo entresueño, lo persigo.
Para su acceso no hay más que el recuerdo.

Faltan los ojos puros, la inocencia.
Faltan los pies pequeños.

La calle larga, de calzada roja,
de la casa dormida en el silencio,

está en aquel lugar, acaso idéntica,
bajo idéntico cielo.

La que entreveo no es la misma calle
y se esfumina y se me pierde, lejos.

La casa del zaguán siempre cerrado
y oscuro de misterio;

la casa de la parra prodigiosa
de racimos que asedian los insectos

no existe ya. Lo sé. Ya es otra casa.
Ha cambiado de dueños:

La habitan hoy ancianas como brujas
horribles de vejez y de ojos ciegos.

Acaso el pueblo es pura fantasía.
O un pueblo en que conozco a los espectros,

pero en el que los vivos son extraños
que nunca conocieron a mis muertos.

Pero lo sueño siempre, lo persigo,
y si jamás lo encuentro y recupero

para mirarlo, allí, palpable y vivo
como se ven, palpables, otros pueblos,

es porque es invisible, por llevarlo
adentro, adentro, demasiado adentro.

Hugo Rodriguez Alcala

21 de junio de 2011

TU NOMBRE SOBRE EL MURO

Para el nombre y el hombre Paul Eluard.
Para el hombre infinito que vivió en él.
Para la vida sin término que vive en su nombre.




I

¿Cómo hacer para verte
acostado en la tierra, desde hoy y para siempre?
¿Desde qué primavera de flores infinitas
nos estarás mirando con tus ojos de luz
y tu pecho
de capital altura?
Ayer nomás estaba moviéndose entre vértigos
de lutos y vejámenes, todo el aire de Francia;
estaba todo lleno de ángeles transparentes,
todo lleno de Pablos luchadores.
Estaba allí el de España, vestido de rocío,
con su pólvora amarga, con sus limones verdes;
con sus rostros divididos
y sus metales hondamente fundidos en la arcilla.
Estaba allí el de América, nuestro Pablo más alto,
todo crucificado de mineral y Chile;
y estabas tú, Paul Eluard,
el hombre total, francés del universo,
el más Pablo de todos.
Y hablabas y cada uno de tus pequeños pájaros
cruzaba el horizonte y encendía una estrella
y la noche del hombre se arrodillaba y moría,
frente al fuego magnético de tu luz boreal.

II

Estaban floreciendo los naranjos de España,
flores de antigua sangre;
y tú, desde la dulce medida de tu pecho,
te arrancaste un duro fusil de miliciano;
un fusil infinito de balas infinitas,
que mataba a la muerte.
Y otro día, cuando los verdes prados
granaban en furiosas cosechas de ensangrentados
cereales;
cuando el gas y las bombas y el humo y el uranio
quemaban todo el polen y las hojas y el tallo
de la definitiva madera de los hijos de Dios,
tú, Paul Eluard,
con tu mirada-Eluard y con tu voz-Eluard,
te asomaste al estrago.
Y cuando los ángeles de la venganza
te pidieron tu cuota;
cuando te reclamaron los ojos y las frentes
y las gargantas mudas,
y las pobres garras calcinadas,
y las ametralladoras y los gritos
de los ajusticiados por tu mano,
tú señalaste el muro; mil muros;
todos los muros de París y de Francia
y del mundo.
Y allí estaba tu firma: ese día te llamabas:
«Eluard-la liberté».

III

Ayer, una criatura, hija clara del alba,
te buscaba, Paul Eluard:
te buscaba, para hablarte de amor.
Era un día de flor perenne, de perfumes ciegos,
en que nadie debería morir.
Te golpeaba la puerta, sacudiendo los arcos de tu
jardinería;
probaba con ingenuas ganzúas tus firmes cerraduras
y escudriñaba las rendijas de tus paredes,
buscándote, preguntando por ti.
Alguien le había pasado
una pequeña esquela con un mensaje tuyo,
escrito con minúsculas azules y con pulso de fiebre:
«si buscas al Amor, buscas a Paul Eluar...»
Recuerdo, hace unos años, cuando desde mi patria,
mi Paraguay de sueños, azúcar y agonía,
veíamos volverse tinieblas la mañana...
Recuerdo cuando el aire oreaba la sangre
recién desparramada sobre la tierra ardida,
de Oradour y de Lídice...
Recuerdo lo que estabas haciendo,
porque cuando llevábamos la cabeza a la almohada,
llegaba a nosotros los confundidos ecos
de las crepitaciones de leños y esqueletos
estallando entre el fuego...
Pero en la noche ciega,
alguien que no dormía levantaba su lámpara,
y la luz cariñosa del aceite prohibido
alumbraba las palabras inmensas:
«Allons, enfants de la Patrie,
le jour de gloire est arrivé...»
Ese pastor nocturno de la libertad,
era la dignidad del hombre y se llamaba:
Paul Eluard.

Herib Campos Cervera

20 de junio de 2011

BAJO LOS FUEGOS DE FUGACES COLORES


Bajo los fuegos de fugaces colores
que iluminan el aire de la noche,
dame tu mano.

Mira abrirse las palmeras doradas, rojas, verdes;
caen los frutos azules de la altura;
rasgan el negro terciopelo
las estelas de plata...

En tus ojos yo veo el frío ardor,
artificial y efímero
de los castillos que veloces surgen
y veloces se extinguen.

Dame tu mano: es todo cuanto tengo
en medio de esta falsa
riqueza, de esta dádiva
que fugazmente se otorga y se consume.

Así es todo: organizado y yerto
brota el amor, crece, se desparrama, se hunde,
vuelve la oscuridad
en la que, previsto y bien envuelto, yacía.

Nada, nada...

Dame tu mano. Entre los irisados estampidos
alegres sólo para los alegres,
se esfuma el corazón, igual que una girándula
demasiado mojada para arder o dar luz.

En este tornasolado e intrincado bosque
dame tu mano para que no me pierda.

Antonio Gala

19 de junio de 2011

ALQUIMIA DEL DOLOR


El Uno te ilumina con su ardor,
El otro en ti te pone su duelo, ¡Natura!
El que dice a uno: ¡Sepultura!
Dice al otro: ¡Vida y esplendor!

Hermes desconocido que me asistes
Y que siempre me intimidas,
Tú me haces al igual de Midas,
El más triste de los alquimistas;

Por ti yo cambio el oro en hierro
Y el paraíso en infierno;
En el sudario de las nubes

Descubro un cadáver querido,
Y sobre las celestes riberas
Levanto grandes sarcófagos.

Charles Baudelaire

18 de junio de 2011

NOCTURNO


Cada mañana, al despertar, resucitamos;
porque al dormir morimos unas horas
en que, libres del cuerpo, recobramos
la vida espiritual que antes tuvimos
cuando aún no habitábamos la carne
que ahora nos define y nos limita,
y éramos, sin ser, misterio puro
en el ritmo total del Universo.
Porque al dormir morimos sin saberlo;
nos vamos al espacio en ágil vuelo
sin perder la unidad que nos integra,
y somos como somos: idénticos, sin cambio,
extensos y desnudos
como el azul en el temblor del aire.
No extrañamos el cuerpo; no sufrimos
la ausencia de la piel que nos cobija;
somos como antes de nacer: etéreos,
vivos en plenitud de firmamento
y penetrantes como luz en sombras.

Y nadie, cuando duerme, acaso piense
que yace en los dominios de la muerte:
porque el cansancio, apenas agonía,
nos borra la razón,
desciende con ternura nuestros párpados,
apaga nuestros ojos,
anestesia la carne y nos separa de ella
para dejarnos vivos en el sueño.

Y esta costumbre de morir a diario,
sin dolor, sin sorpresa,
natural como el agua
que se deja atraer por el declive,
no nos deja pensar que es una muerte
cada vez que dormimos,
y que, de cada muerte transitoria,
aprende nuestro ser
la verdad de morir su muerte eterna.

Elias Nandino

17 de junio de 2011

MADRIGAL DEL LAS ONCE


Desnudas han caído
las once campanadas.

Picotean la sombra de los árboles
las gallinas pintadas
y un enjambre de abejas
va rezongando encima.

La mañana
ha roto su collar desde la torre.

En los troncos, se rascan las cigarras.

Por detrás de la verja del jardín,
resbala,
quieta,
tu sombrilla blanca.

Damaso Alonso

16 de junio de 2011

MUESTRA EL ERROR DE LO QUE SE DESEA Y EL ACIERTO EN NO ALCANZAR FELICIDADES


Si me hubieran los miedos sucedido
como me sucedieron los deseos,
los que son llantos hoy fueran trofeos:
mirad el ciego error en que he vivido!

Con mis aumentos propios me he perdido;
las ganancias me fueron devaneos;
consulté a la Fortuna mis empleos,
y en ellos adquirí pena y gemido.

Perdí, con el desprecio y la pobreza,
la paz y el ocio; el sueño, amedrentado,
se fue en esclavitud de la riqueza.

Quedé en poder del oro y del cuidado,
sin ver cuán liberal Naturaleza
da lo que basta al seso no turbado.

Francisco de Quevedo

15 de junio de 2011

TIERRA CANSADA

(Romance pequeño)




La tierra se va cansando,
la rosa no huele a rosa.
La tierra se va cansando
de entibiar semillas rotas,
y el cansando de la tierra
sube en la flor que deshoja
el viento... Y allí, en el viento
se queda...

La mariposa
volará toda una tarde
para reunir una gota
de miel...

Ya no son las frutas
tan dulces como eran otras...
Las canas enjutas hacen
azúcar flojo... Y la poca
uva, vino que no alegra...
La rosa no huele a rosa.
La tierra se va cansando
de la raíz a las hojas,
la tierra se va cansando.
(Rosa, rosita de aromas...,
la de la Virgen de Mayo,
la de mi blanca corona...
¿Que viento la deshojo?)
¡Me duele el alma de sola!...

(La Virgen se qued6 arriba
toda cubierta de rosas...)

¡No me esperes si me esperas,
Rosa mas linda que todas!...

La tierra se va cansando...
El corazón quiere sombra...

Dulce María Loynaz

14 de junio de 2011

VERA VIOLETA


En pos de su nivel se lanza el río por el gran desnivel de los breñales;
el aire es vendaval, y hay vendavales por la ley del no fin,
del no vacío; la más hermosa espiga del estío ni sueña con el pan en los trigales;
el más dulce panal de los panales no declaró jamás: yo no soy mío; el sol,
el padre sol, es raudo foco que fomenta la vida en la Natura,
por calentar los polos no se apura, ni se desvía un ápice tampoco:
Todo lo alcanzarás, solemne loco . . .
siempre que lo permita tu estatura!


Almafuerte

12 de junio de 2011

LIBRO SEGUNDO CANTO PRIMERO



I

¿Quién ata las pasadas sensaciones
En haces de quimeras
Que, al roce de un recuerdo no buscado
Juntas en el cerebro se despiertan,
Y nadando en un medio indefinible
Con nuestras almas piensan?
Las notas ignoradas que en la noche
Hasta nosotros llegan
¿Por quién son recogidas, ajustadas
A un ritmo misterioso, a una cadencia,
Para formar ese himno prolongado
Con que las sombras ruega:
Esa flotante ebullición sonora
Que en el aire semeja
De mil voces distintas y lejanas
Los ayes, las palabras o las quejas
Que a extinguirse temblando a nuestro lado
Como heridas se acercan?
¿Quién llora con la luna en los sepulcros,
Y ríe en las estrellas.
Y respira en las auras otoñales,
Y anima la hoja seca,
Y es Perfume en la flor. iota en la lluvia
Y en la Pupila idea?
Acaso en los espacios infinitos
Que el hombre no penetra,
La vida y la armonía se difunden
En cuyas formas entran,
Corno elemento indispensable y justo,
Los ignorados llantos de la tierra.
Los ayes de las razas extinguidas,
Su soledad eterna,
Los destinos obscuros, lo, suspiros,
Las lágrimas secretas.
Los latidos que el mundo no comprende
Y en la eterna armonía se condensan.
vosotros, los que améis losimposibles,
Los que vivís la vida de la idea,
Los que sabéis de ignotas muchedumbres
Que los espacios infinitos pueblan;
Los que escucháis quejidos y palabras
Donde el silencio reina
Y algo más que la idea del invierno
Os sugiere el rodar de la hoja seca.
Escuchad el acorde arrebatado
Al rumor misterioso de la selva,
La voz de aquella noche sin aurora
Que difunde, su sombra en mi leyenda.

II

La corriente del tiempo,
En brazos del pasado,
Como el cadáver de otros tantos hijos,
Ha dejado los años tras los años.
Al tramontar las lomas Del Uruguay, el astro
Deja envuelto en la sombra de las islas
A un villorrio español, que fue fundado
En la desierta margen donde el río
San Salvador, hermoso tributario
Del Uruguay, derrama en éste
Su caudal, entre sauces y guayabos.
El pueblo aquel, sentado en el desierto
Como un aventurero temerario,
¿Es algo más que una visión de gloria?
¿Brotó del suelo o descendió de lo alto?
Sus cimientos han sido varias veces
Con sangre de dos razas amasados;
Sus techos convertidos en hogueras,
Varias veces al campo iluminaron;
Y ya, más de una vez en la colina
Quedaron sus escombros solitarios,
Como los negros miembros de un gigante
Por la zarpa del tigre hecho pedazos.
Desde el fondo del bosque, los charrúas
Observan los bastiones castellanos,
Las rudas estancadas
De troncos de algarrobos y quebrachos
Antemura sin fosos ni poternas,
Remedo de baluarte que, hacia el campo
Defiende el caserío
Cuyos techos se asoman al barranco.
Techos pajizos de bambú, con hebras
de la raíz del ñapindá amarrados;
Muros de tierra negros
Entre despojos de bateles náufragos,
Que rodean la casa construida
Por Juan de Ortiz, el viejo adelantado,
Con sillares de piedra
Que el tiempo y los incendios respetaron;
Tal es la población conquistadora
En que aun tremola el pabellón hispano,
Sereno corno siempre
El desierto sin nombre desafiando,
En una tierra, madriguera hermosa
Del indio más bizarro
De los que aullaron y aguzaron flechas
En el salvaje mundo americano:
Como el cachorro oculto bajo el cuerpo
Del tigre provocado,
Así se esconde la uruguaya tierra
De su indómito rey bajo los arcos.
El indio ruge, al escuchar la planta
Del extranjero blanco,
Con rugidos de rabia y de deseo,
Siempre en acecho, cauteloso, huraño.
Brilla el ojo del indio en la espesura;
Suena por todos lados
Su alarido feroz; brotan rabiosos
De entre las flores sus agudos dardos.
¿Dónde se esconden? Donde esconde el viento
Sus gritos ignorados.
Donde esconde la muerte las lumbreras
Que enciende sobre el haz de los pantanos.
Allí donde tan sólo se ve un grupo
De chircas o de cardos,
Hay rostros, escondidos en la sombra,
Siempre despiertos, sangre olfateando.
Allá en el matorral algo se mueve...
¿Quién trepa en el barranco?
¿Sentís un grito en la lejana orilla?
Es la muerte... si vais, veréis su rastro.
¿Qué hay más allá? Lo ignoto, lo imprevisto,
Quizá lo sobrehumano;
Algo más que la muerte, más oscuro...
¿Quién se llega hasta él? ¿Quién va a retarlo?
España va, la cruz de su bandera,
Su incomparable hidalgo;
La noble raza madre en cuyo pecho
Si un mundo se estrelló, se hizo pedazos,
El pueblo altivo que, en la edad sin nombre,
Era el cerebro acaso
Del continente muerto,
Ya sumergido en el abismo Atlántico.
Que, no teniendo en sí, para el cadáver
De aquel coloso espacio.
Dejó asomar, sobre la vasta tumba
Miembro insepulto, el mundo americano,
Sólo España ¿quién más? sólo ella pudo,
Con pasmo temerario.
Luchar con lo fatal desconocido;
Despertar el abismo y provocarlo;
Llegarse a herir el lomo del desierto
Dormido en el regazo
De la infinita soledad su madre,
Y en él cavar el pabellón cristiano,
Y resistir la convulsión suprema
Del monstruo aquél al revolverse airado,
Sin que el pavor le acongojara el alma,
Ni el resistir le desarmara el brazo.

III

En las torcidas calles del villorio
La guarnición se ve diseminada:
Quién aguza en la piedra
El hierro de su lanza,
Quién enluce un mohoso
Capacete, o remalla
Alguna vieja cota, o busca en vano
Sobre la gola encaje a la celada;
Quién las piezas ajusta
De sus gastadas armas,
Espaldares o antiguas escarcelas
De coseletes varios arrancadas;
Mientras allá, a la sombra
Tendido en una acacia,
Algún soldado arrulla sus recuerdos
Con un cantar querido de la patria.
El brazo desfallece,
Sin que por ello desfallezca el alma
De los rudos guerreros españoles
Que para dar la postrimer lanzada,
Persiguen y no encuentran
El corazón de la invencible raza
Que prolonga el honor de su agonía
Más allá de su vista legendaria
En el cobrizo Pecho de algún indio
Postrado en la batalla,
Las escamas grabadas y arabescos
Se hallaron de las cotas Y corazas.
De los blancos guerreros que el charrúa,
Con fuerza extraordinaria,
Estrujaba en el nudo de sus brazos
Que la Muerte tan sólo desataba;
Y en los dientes de muchos,
O en sus manos crispadas
Trozos sangrientos de enemiga carne
Con vestigios de vida palpitaban
Pero jamás un ruego,
Nunca una Sola lágrima
Plegó los labios ni anublo los ojos
Del sueño de las selvas uruguayas.

IV

Sapicán, el cacique mas anciano,
Ya cayó en la batalla
Después que Por Garay en la llanura
Vio deshechas sus tribus más bizarras.
Sopló la Muerte y apagó en sus ojos,
Sedientos de venganza
El último fulgor. Pero aun la muerta
Bel indio en las pupilas amenaza,
Cuando las tribus, con clamor inmenso,
Del combate separan
Su cadáver, envuelto en los vapores
De la caliente sangre que derrama.
Murió; pero en la noche, cuando el astro
No alumbra las barrancas
Y se duermen las víboras, y agita
Sólo el ñacurutú sus lentas alas;
Cuando las sombras salen de los árboles
Y con los vientos andan.
Y la nutria nadando cruza el río,
Y canta el grillo oculto entre las matas,
El cacique aparece.
Ya lo han visto las tribus espantadas
Buscar en vano su arco entre los juncos
0 su maza de pórfido en las aguas.
Cuando como jauría
De lebreles con alas,
Vientos de tempestad cruzan rabiosos
Aullando de la selva entre las ramas;
Cuando las nubes negras
Se ven amontonadas
Un momento no más sobre el relámpago
Que por el fondo de los cielos pasa,
Y las gotas de lluvia
En las hojas restallan,
Y golpean el lomo de los tigres
Que encandilados y encogidos braman.
La sombra silenciosa
Cruza en los aires pálida,
En medio la tormenta que acaudilla
Con su antigua actitud siempre gallarda.
Esa es su frente estrecha,
Su cabellera lacia,
Y su saliente pómulo, y sus ojos
Pequeños, de pupila prolongada.
Al acecho dispuesta
Y a devorar distancias;
A encenderse, a apagarse entre la sombra,
Y a comprimir relámpagos de rabia.
El viento que en su torno
Los centenarios ñandubáis descuaja,
No mueve ni un cabello del cacique
Que a través de los árboles resbala,
y si acaso dispersa
Los miembros de la sombra alguna ráfaga
De los vientos del Sur vuelven al punto
A reunirse y cobrar la forma humana,
El rayo no lo ofende
Aunque a liarse a su cabeza vaya,
O silbando en su cuerpo se retuerza
Y lo ilumine con su lumbre cárdena.
El indio sigue mudo,
Buscando siempre su guerrera maza,
Y a su paso los tigres se espeluznan
Y las tribus se esconden espantadas.
Las plumas erizando,
Dando graznidos, el fulgor apagan
De sus redondos ojos las lechuzas
Que huyen a guarecerse en las barrancas.
Hasta que, al oír el indio
La primera canción que anuncia el alba,
En el aire sutil pierde sus formas,
Se diluye en la luz, se va o se apaga.

V

También Abayubá cayó en la lucha!
Abayubá a quien llaman
En vano con sus grandes alaridos
Las tribus que el cacique acaudillaba.
Era el joven amado
Del viejo Sapicán; con sus palabras
Encendía el valor de los charrúas
Y con su paso y su actitud gallarda.
Aun contaba sus fríos
Por sus manos que, hiriendo con la maza,
Eran rudas y fuertes como el viento
Que sopla al Uruguay desde las pampas.
¡Cómo cayó! Al sentirse
Pasado por el hierro de una lanza,
Trepó por ésta hasta morir, cortando
Con el diente afilado por la rabia.
La rienda del caballo en cuya grupa
El español acaba
Con el puñal, la destructora brega
Que la ocupada lanza comenzara.

VI

¿Y Añagualpo, el gigante? ¿Y Yandicona?
También sus sombras vagan
En la noche sin lunas, y se envuelven
En el triste vapor de las montañas.
¿Qué fue de Tabobá? También ha muerto
Buscaba en el combate la venganza
De Abayubá, cuando del sueño frío
Sintió en los huesos la corriente helada.
El fiero Magaluna.
Ligero como el tigre, se abalanza
Al cuello del corcel del enemigo
Al que sus dientes y sus uñas clava:
Se agita, grita, ruge.
Mientras el jinete el pecho le traspasa:
Sólo la muerte lo desprende, y yerto
El cuerpo sólo se desploma y calla.
No volverá a tenderse
El arco de algarrobo que ajustaba
La mano de Yaci, del joven indio
Que daba muerte al yacaré en las aguas:
No encenderá sus fuegos
En el bosque del Hum ni en sus barrancas
El valiente Terú; las sombras negras
Gimen cuando se posan en sus armas.
Maracopá y Abaroré no existen¡
¡Gualconda ya es esclava!
Ya no reirá la dulce Liropeya,
La virgen más hermosa de la playa.
Hija del tiempo de los soles largos,
Que brillan en las ramas
Cuando el botón del ceibo se revienta
Como urna de sangre. Por llevaría
A sus toldos de pieles, muchos indios
Se hendieron con sus hachas;,
Venció Yandubayú,
Pero la virgen En vano llora y al cacique aguarda.
Murió Yandubayú, ¡también ha muerto?
Jamás en su piragua
Vendrá a buscar a Liropeya, nunca
Se oirá su voz en medio la batalla.
Los hijos valerosos
De muchas indias, cuando no contaban
Haber visto diez veces hojas nuevas.
Abrir en el penacho de las palmas,
Han caído en la lucha
Dando débiles gritos de venganza;
Sus brazos no eran fuertes y sus flechas
Eran temidas sólo de las gamas.
Los viejos que habían visto
Nacer la primer luna, y en los talas
En que hoy las uñas el leopardo afila
Habían visto correr la primer savia,
También hicieron arcos,
Y aguzaron las puntas de las lanzas,
Y fueron al combate lentamente
Apoyados en ellas o arrastrándolas.
Y todos han caído
Unos tras otros en la diestra pampa;
Y nadie abrió sus párpados; la noche
Bajo de ellos quedó, la noche larga,
Triste, sin lunas, la del viento negro,
En la que nunca aclara.
Ya no se mueven los caciques indios,
No encienden fuegos; para siempre callan.

VII

Héroes sin redención y sin historia,
Sin tumbas y sin lágrimas!
¡Estirpe lentamente sumergida
En la infinita soledad arcana!
¡Lumbre espirante que apagó la aurora,
Sombra desnuda muerta entre las zarzas
Ni las manchas siquiera
De vuestra sangre nuestra tierra guarda,
Y aun viven los jaguares amarillos!
¡Y aun sus cachorros maman!
¡Y aun brotan las espinas que mordieron
La piel cobriza de la extinta raza!
Héroes sin redención y sin historia,
Sin tumbas y sin lágrimas;
Indómitos luchasteis... ¿Qué habéis sido?
¿Héroes o tigres? ¿Pensamiento o rabia?
Como el pájaro canta en una ruina,
El trovador levanta
La trémula elegía indescifrable
Que a través de los árboles resbala,
Cuando os siente pasar en las tinieblas
Y tocar con las alas
Su cabeza, que entrega a los embates
Del viento secular de las montañas.
Sombras desnudas que pasáis de noche
En pálidas bandadas
Goteando sangre que, al tocar el suelo,
Como salvaje imprecación estalla:
Yo os saludo al pasar. ¿Fuisteis acaso
Mártires de una patria,
Monstruoso engendro a quien feroz la gloria
Para besarlo, el corazón arranca?
Sois del abismo en que la mente se hunde
Confusa resonancia;
Un grito articulado en el vacío
Que muere sin nacer, que a nadie llama;
Pero algo sois. El trovador cristiano
Arroja, húmedo en lágrimas
Un ramo de laurel a vuestro abismo...
Por si mártires fuisteis de una patria!

Juan Zorrilla de San Martin

10 de junio de 2011

LAS REPUBLICAS


I

He admirado el hormiguero
cuando henchían su granero
las innúmeras hormigas.
He observado su tarea
bajo el fuego que caldea
la estación de las espigas.

Esquivando cien alturas
y salvando cien honduras,
las conduce hasta las eras
un sendero largo y hondo
que labraron desde el fondo
de las lóbregas paneras.

Y en hileras numerosas
paralelas, tortuosas,
van y vienen las hormigas...
La vereda es dura y larga,
pesadísima la carga
y axfisiantes las fatigas;

mas la activa muchedumbre
sobre el hálito de lumbre
que la tierra reverbera,
senda arriba y senda abajo,
se embriaga en el trabajo
que le colma la panera.

Son comunes los quehaceres,
son iguales los deberes,
los derechos son iguales,
armoniosa la energía,
generosa la porfía,
los amores fraternales.

Si rendida alguna obrera
por avara no subiera
con la carga la alta loma,
la hermanita más cercana,
con amor de buena hermana,
la mitad del peso toma.

Nadie huelga ni vocea,
nadie injuria ni guerrea,
nadie manda ni obedece,
nadie asalta el gran tesoro,
nadie encienta el grano de oro
que al tesoro pertenece...

He observado el hervidero
del innúmero hormiguero
en sus horas de fatigas...
Si en los ocios invernales
sus costumbres son iguales
¡son muy sabias las hormigas!

II

He observado la colmena
al mediar una serena
tarde plácida de mayo.
La volante, la sonora
muchedumbre zumbadora
laboraba sin desmayo.

¡Qué magnífica opulencia
la de aquella florescencia
de los campos amarillos!
Madreselvas y rosales,
abavanzos y zarzales,
mejoranas y tomillos...

Todo vivo, todo hermoso,
todo ardiente y oloroso,
todo abierto y fecundado:
los perales del plantío,
los cantuesos del baldío,
las campánulas del prado...

Y en corolas hechiceras,
y en pletóricas anteras,
y en estilos diminutos,
y en finísimos estambres
van buscando los enjambres
las esencias de los frutos.

Y los finos aguijones
en robadas libaciones
van llevando a los talleres
lo mejor de la riqueza
que vertió Naturaleza
por los términos de Ceres.

Zumba el himno rumoroso
del trabajo fructuoso
con monótona dulzura:
las obreras impacientes
salen y entran diligentes
por la estrecha puerta oscura.

Las que dentro descargaron
las esencias que libaron,
palpitantes aparecen,
vuelo toman oscilante
y en la atmósfera radiante
volando desaparecen.

Las que tornan presurosas
con sus cargas deliciosas
de ambrosías y colores,
no parecen volanderas
juiciosísimas obreras,
sino aladas lindas flores.

No se estorban ni detienen
las que ricas de oro vienen,
las que en busca van de oro...
Unas liban y acarrean,
otras labran y moldean,
¡todas hinchen el tesoro!

Y hacinados en los cienos,
expulsados de los senos
del alcázar del trabajo,
los cadáveres viscosos
de los zánganos ociosos
se corrompen allá abajo...

III

Cosas buenas he aprendido
contemplando embebecido
resbalar por la hondanada
la sonora algarabía
de la alegre pastoría
que despunta la otoñada.

¡Qué bien suenan sobre fondo
de quietides dulce y hondo
el latir de roncos perros,
el vibrar de los silbidos,
el clamor de los balidos
y el rum rum de los cencerros!

Y cayendo sobre el coro
como lágrimas de oro
de la vida natural,
¡qué amorosas complacencias
desparraman las cadencias
de la gaita del zagal!

Blandamente resbalando
las ovejas van pasando;
paz y hierba van paciendo;
los bocados que una deja
son bocados de otra oveja
que a la hermana va siguiendo.

Los corderos baladores
van en grupos triscadores
asaltando los repechos,
coronando los cerrillos
y brincando los helechos.

Y el que topa con la ubre
o la lo lejos la descubre,
bala y corre hacia la oveja,
se arrodilla tembloroso,
llena el cuajo, trisca airoso
y espojándose se aleja.

En la honrada pastoría
cada amante madre cría
su corderuelo querido...
¡No hay cordero destetado
porque lo haya abandonado
la madre que lo ha parido!

Venerable pastor viejo
con zamarra de pellejo
de los muertos recentales
siempre atento vigilando
el rebaño va guiando
por los buenos pastizales.

Como abuelo que a su niño
lleva en brazos con cariño,
rebosante de placer,
el silvestre viejo austero
lleva al trémulo cordero
que ha acabado de nacer.

Los zagales silbadores,
los ingenuos tañedores
de la gaita cadenciosa,
viendo van las avanzadas
y alegrando con tonadas
la piära rumorosa.

Y librándola de robos
de raposas y de lobos,
van retándolos a muerte
dos mastines corpulentos
con ojos sanguinolentos,
paso grave y pecho fuerte.

El pastor es cuidadoso,
el otoño es amoroso,
son alegres los rapaces,
las ovejas obedientes,
los mastines muy valientes
y los campos muy feraces...

Han gozado mis pupilas
la visión de las tranquilas
ovejitas resbalando...
Paz y hierba van paciendo,
dulce vida van viviendo,
grata huella van dejando...

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Esta vida que vivimos
los que reyes nos decimos
de este mundo engañador,
no es la vida sabia y sana...
¡Ay! La república humana
me parece la peor!...

Jose Maria Gabriel y Galan

9 de junio de 2011

EN EL TEOCALLO DE CHOLULA


¡Cuánto es bella la tierra que habitaban,
Los aztecas valientes! En su seno
En una estrecha zona concentrados,
Con asombro se ven todos los climas
Que hay desde el Polo al Ecuador. Sus llanos
Cubren a par de las doradas mieses
Las cañas deliciosas. El naranjo
Y la piña y el plátano sonante,
Hijos del suelo equinoccial, se mezclan
A la frondosa vid, al pino agreste,
Y de Minerva el árbol majestoso.

Nieve eternal corona las cabezas
De Iztaccihual purísimo, Orizaba
Y Popocatepetl, sin que el invierno,
Toque jamás con destructora mano
Los campos fertilísimos, do ledo
Los mira el indio en púrpura ligera
Y oro teñirse, reflejando el brillo
Del sol en occidente, que sereno
En yelo eterno y perennal verdura
A torrentes vertió su luz dorada,
Y vio a Naturaleza conmovida
Con su dulce calor hervir en vida.

Era la tarde; su ligera brisa
Las alas en silencio ya plegaba,
Y entre la hierba y árboles dormía,
Mientras el ancho sol su disco hundía
Detrás de Iztaccihual. La nieve eterna,
Cual disuelta en mar de oro, semejaba
Temblar en torno de él; un arco inmenso
Que del empíreo en el cenit finaba,
Como espléndido pórtico del cielo,
De luz vestido y centellante gloria,
De sus últimos rayos recibía
Los colores riquísimos. Su brillo
Desfalleciendo fue; la blanca luna
Y de Venus la estrella solitaria
En el cielo desierto se veían.
¡Crepúsculo feliz! Hora más bella
Que la alma noche o el brillante día,
¡Cuánto es dulce tu paz al alma mía!

Hallábame sentado en la famosa
Cholulteca pirámide. Tendido
El llano inmenso que ante mí yacía,
Los ojos a espaciarse convidaba.
¡Qué silencio! ¡Qué paz! ¡Oh! ¿Quién diría
Que en estos bellos campos reina alzada
La bárbara opresión, y que esta tierra
Brota mieses tan ricas, abonada
Con sangre de hombres, en que fue inundada
Por la superstición y por la guerra...?

Bajó la noche en tanto. De la esfera
El leve azul, oscuro y más oscuro
Se fue tornando; la movible sombra
De las nubes serenas, que volaban
Por el espacio en alas de la brisa,
Era visible en el tendido llano.

Iztaccihual purísimo volvía
Del argentado rayo de la luna
El plácido fulgor, y en el oriente,
Bien como puntos de oro centellaban
Mil estrellas y mil... ¡Oh! ¡Yo os saludo,
Fuentes de luz, que de la noche umbría
Ilumináis el velo,
Y sois del firmamento poesía!

Al paso que la luna declinaba,
Y al ocaso fulgente descendía,
Con lentitud la sombra se extendía
Del Popocatepetl, y semejaba
Fantasma colosal. El arco oscuro
A mí llegó, cubrióme, y su grandeza
Fue mayor y mayor, hasta que al cabo
En sombra universal veló la tierra.

Volví los ojos al volcán sublime,
Que velado en vapores transparentes,
Sus inmensos contornos dibujaba
De occidente en el cielo.
¡Gigante del Anáhuac! ¿Cómo el vuelo
De las edades rápidas no imprime
Alguna huella en tu nevada frente?

Corre el tiempo veloz, arrebatando
Años y siglos, como el norte fiero
Precipita ante sí la muchedumbre
De las olas del mar. Pueblos y reyes
Viste hervir a tus pies, que combatían
Cual hora combatimos, y llamaban
Eternas sus ciudades, y creían
Fatigar a la tierra con su gloria.

Fueron: de ellos no resta ni memoria.
¿Y tú eterno serás? Tal vez un día
De tus profundas bases desquiciado
Caerás; abrumará tu gran ruina
Al yermo Anáhuac; alzaránse en ella
Nuevas generaciones, y orgullosas,
Que fuiste negarán...

Todo parece
Por ley universal. Aun este mundo
Tan bello y tan brillante que habitamos,
Es el cadáver pálido y deforme
De otro mundo que fue...

En tal contemplación embebecido
Sorprendióme el sopor. Un largo sueño
De glorias engolfadas y perdidas
En la profunda noche de los tiempos,
Descendió sobre mí. La agreste pompa
De los reyes aztecas desplegóse
A mis ojos atónitos. Veía
Entre la muchedumbre silenciosa
De emplumados caudillos levantarse
El déspota salvaje en rico trono,
De oro, perlas y plumas recamado;
Y al son de caracoles belicosos
Ir lentamente caminando al templo
La vasta procesión, do la aguardaban
Sacerdotes horribles, salpicados
Con sangre humana rostros y vestidos.

Con profundo estupor el pueblo esclavo
Las bajas frentes en el polvo hundía,
Y ni mirar a su señor osaba,
De cuyos ojos férvidos brotaba
La saña del poder.

Tales ya fueron
Tus monarcas, Anáhuac, y su orgullo,
Su vil superstición y tiranía
En el abismo del no ser se hundieron.

Sí, que la muerte, universal señora,
Hiriendo a par al déspota y esclavo,
Escribe la igualdad sobre la tumba.
Con su manto benéfico el olvido
Tu insensatez oculta y tus furores
A la raza presente y la futura.

Esta inmensa estructura
Vio a la superstición más inhumana
En ella entronizarse. Oyó los gritos
De agonizantes víctimas, en tanto
Que el sacerdote, sin piedad ni espanto,
Les arrancaba el corazón sangriento;
Miró el vapor espeso de la sangre
Subir caliente al ofendido cielo,
Y tender en el sol fúnebre velo,
Y escuchó los horrendos alaridos
Con que los sacerdotes sofocaban
El grito del dolor.

Muda y desierta
Ahora te ves, pirámide. ¡Más vale
Que semanas de siglos yazcas yerma,
Y la superstición a quien serviste
En el abismo del infierno duerma!
A nuestros nietos últimos, empero,
Sé lección saludable; y hoy al hombre
Que ciego en su saber fútil y vano
Al cielo, cual Titán, truena orgulloso,
Sé ejemplo ignominioso
De la demencia y del furor humano.

Jose Maria Heredia

8 de junio de 2011

CANCION A LA DISOLUCION DE COLOMBIA




Deja, discordia bárbara, el terreno
que el pueblo de Colón a servidumbre
redimió vencedor; y allá vomita,
aborrecida furia, tu veneno,
y esa tu tea, a cuya triste lumbre
el tierno pecho maternal palpita,
allá tan sólo agita,
donde jamás fue oído
de libertad el nombre,
y donde el cuello dobla, encallecido
bajo indigna cadena, el hombre al hombre.

¿El que la ley ató sagrado nudo
que se dignaron bendecir los cielos
en tanta heroica lid desde los llanos
que baña el Orinoco hasta el desnudo
remoto Potosí, romperán celos
indignos de patriotas y de hermanos?
¿De labios colombianos
saldrá la voz impía:
Colombia fue? ¿Y el santo
título abjuraremos que alegría
al nuevo mundo dio y a Iberia espanto?

¡Ah! no será, ni en corazones cabe
que enamoró la gloria, tanta mengua;
o si pudo el valor desatentado
culpa, un momento, consentir tan grave;
honor lo contradijo, y de la lengua
volvió la voz al pecho horrorizado;
que no en vano regado
con la sangre habrá sido
de víctimas sin cuento
el altar, do en mil votos repetido
se oyó de unión eterna el juramento.

¿Qué acento pudo a la postrada España
más alegre sonar? Miradla el luto
mudar gozosa en púrpura fulgente.
Ya en su delirio, la visión apaña
del cetro antiguo, y el servil tributo
demanda con usura al Occidente.
Brilla en la cana frente
el orgullo altanero,
cual súbito revive,
cuando iba el rayo a despedir postrero,
la tibia luz que pábulo recibe.

"¿Es éste el pueblo desdeñoso, esquivo,
¡con irrisión dirá ¿qué oprobio estima
mis leyes, y mi nombre vituperio?
No de tener el corazón altivo
de sus padres blasone; no le anima
alma capaz de libertad e imperio.
En largo cautiverio
degeneraron; falta
para llevar a cabo
una empresa tan alta
generosa virtud al que fue esclavo.

"¿Veislos violar el pacto, fementidos,
jurado apenas? ¿Veislos ya la espada
contra sí revolver? El ebrio sueño
desvanecióse; en breve, en breve uncidos
pedirán ser a la coyunda usada,
y de la voz se acordarán del dueño".
-¡Ciego error! ¡Vano empeño!
Si dejada el torrente
su natural costumbre,
arrastrare sus ondas a la fuente,
querrá volver el libre a servidumbre.

Mas, ¡oh vosotros!, ¿dejaréis que infame
la causa que os unió maldad tamaña?
¿Falta al acero empleo? ¿No hay tirano
que herencia suya vuestro suelo llame?
¿Vengóse ya la sangre que lo baña?
¿Los rumbos olvidó del oceano
el pabellón hispano?...
¿Qué digo? A vuestra vista
las barras y leones
en arreo desplega de conquista,
y guía a nueva lid nuevas legiones.

Sí, que de Cuba en la vecina playa
¡merced a los furores parricidas
que en común daño alimentáis, y afrenta¿
os amenaza Iberia, os atalaya,
y de combates mil las esparcidas
reliquias apellida, y junta, y cuenta.
De allí la seña ostenta
a la traición aleve,
que callada vigila
entre vosotros, y las tramas mueve
de oculto fraude, y ya el puñal afila.

¿Y en míseras contiendas distraídos
la pública salud tenéis en nada?
¿Queréis que, de humo y polvo en nube densa,
el bronce tronador dé a los oídos
súbito aviso de enemiga entrada,
para acudir a la común defensa?
¡Cuán otro el que así piensa
de los que libertaron
de los incas la cuna,
y al carro de Colombia encadenaron
en distantes batallas la fortuna!

Mirad, mirad en cuál congoja y duelo
a la Patria sumís, que la unión santa
con voz llorosa invoca y suplicante.
La dulce Patria, en que la luz del cielo
visteis primera, y do la débil planta
estampó el primer paso vacilante;
la que os sustenta, amante
y liberal nodriza;
la que en su seno encierra
de tanto ilustre mártir la ceniza,
¿teatro haréis de abominable guerra?

¡Guerra entre hermanos, fiera guerra, impía,
do el valor frenesí, do la lid crimen,
y aun el vencer ignominioso fuera!
¡Ah, no! volved en vos; y aquel que un día
amor de patria, aquéllas os animen
con que humillasteis la arrogancia ibera,
virtud sublime, austera,
y ardiente sed de fama,
y fe de limpio brillo;
una es la senda a que la Patria os llama,
uno el intento sea, uno el caudillo.

Andrés Bello

7 de junio de 2011

COPLAS







1

Siento mi congoxa tal
que mi mal,
aunques malo de sentirse,
es tan bueno de sufrirse
que no puede ser mortal.

Es tan fuerte
que bien puede dar la muerte;
mas la vida
va muy lexos de perdida,
pues gana la mejor suerte.

Dizen que mi fantasía
no se guía
sino toda contra mí;
yo respondo que's así,
porque no sufro porfía.

Mi derecho
me tiene tan satisfecho,
que doblado
estoy sobre mi cuidado
si piensa que mal m'á hecho.

Mi alma se favorece
si padece,
y toma por mejoría
que crezca la pena mía,
mas a ratos mucho crece.

Yo la siento,
mas della no m'arrepiento,
que'l amor,
a medida del dolor,
suele dar el sufrimiento.

Mi dolor así m'aquexa,
que nos dexa
tan diferentes los dos,
que, aunque's la culpa de vos,
contra mí es toda la quexa.

Si ay cosa
do el alma sté querellosa,
no la vengo;
mas cuando más quexa tengo,
pregunto si stáis quexosa.

Luego luego, cuando os vi,
conocí
que uviera de tener guerra;
mas, hasta saber la tierra,
quisiera mirar por mí.

Y ora cayo
que luego fue mi desmayo
tan entero,
que, aunquel trueno fue primero,
primero me vino el rayo,

Antes vino el padecer
que, a mi ver,
pudiese ver vuestro gesto;
víos presto, pero más presto
parece que vi al querer.

No fue así,
mas antojósem'a mí;
porque luego,
en veros, quedé tan ciego,
que dixera que no os vi.

Mas el seso con que entiendo,
no pudiendo
entenderos, no sé ver
cómo puedo yo querer
aquello que no comprendo.

No me falta
buen remedio en esta falta,
porque'n veros,
por esto de no entenderos,
entiendo que sois muy alta.

Lo que sois se me declara,
cuando para
mi seso y a vos no llega;
porque la luz que me ciega
luego digo que's muy clara.

Por do siento
que's ya de mi pensamiento
mi verdad,
sobrarme la voluntad
do falta el entendimiento.


2


Señora doña Isabel,
tan cruel
es la vida que consiento,
que me mata mi tormento
cuando menos tengo dél.

Pero vivo
con la gloria que recibo,
tan ufano en los amores,
que procuro destar vivo
porque vivan mis dolores.

Bivo de mi pensamiento
tan contento,
que's mi congoxa mayor
si no hallo el sufrimiento
conforme con el dolor.

Yo querella
no puedo de vos tenella;
sólo de mí'stoy quexoso
si mi pena en padecella
me conoce temeroso.

La pena queda vencida,
ya perdida,
pues vuestra merced, señora,
á sido la vencedora
de las fuerças de mi vida.

De tal suerte,
que no puede ya la muerte
ser comigo sino muerta,
pues tengo por buena suerte
ser en mí la pena cierta.

Mis congojas de bien llenas
son tan buenas,
por la causa que's tan buena,
que no podéis darme pena
sino con no darme penas.

Mas parece
que un contrario se m'ofrece,
tan grave, que ved cuál quedo:
quel alma dice: padece,
y el cuerpo dice: no puedo.

Juan Boscán

6 de junio de 2011

A UNA LAGRIMA


Si la magia del arte
cristalizar pudiera,
esa gota ligera
de origen celestial;
en la más noble parte
del pecho la pondría:
ningún tesoro habría
en todo el orbe igual.

Por ella amor se inflama,
por ella amor suspira,
ella a la par inspira
ternura y compasión:
su luz es como llama
del cielo desprendida,
que infunde al mármol vida,
penetra el corazón.

¡Quién mira indiferente
la lágrima preciosa
que vierte generosa
la sensibilidad!
Su brillo, transparente
del alma el fondo deja,
y hasta el matiz refleja
de la felicidad.

Permite que recoja
esa preciosa perla;
los ángeles al verla
mi dicha envidiarán:
amor en su congoja,
para calmar enojos,
en tus divinos ojos
puso ese talismán.

Esteban Echeverria

5 de junio de 2011

NOCTURNO A LA LUNA


La luna, que brincó por la ventana,
en el piso del cuarto se restira
rebotando en el muro que la mira
y, del rebote, la penumbra emana.

Su luz, entre las sombras deshilvana
un metálico brillo que delira,
y el espejo sediento le suspira
desde el rincón, como presencia humana.

Perforada la sombra, se estremece,
y el rayo de la luna me parece
escalera pendiente de los cielos.

Y asido a la visión que me rodea,
el afán de mi alma se recrea
al subir por el rayo sus anhelos.

Elias Nandino

4 de junio de 2011

A UNA MUJER ESCUALIDA



Yace en esta losa dura
una mujer tan delgada
que en la vaina de una espada
se trajo a la sepultura.

Aquí el huésped notifique
dura punta o polvo leve,
que al pasar no se la lleve,
o al pisarla, no se pique.

Baltazar de Alcazar

3 de junio de 2011

NOTA I


Te nombraré veces y veces.
me acostaré con vos noche y día.
noches y días con vos.
me ensuciaré cogiendo con tu sombra.
te mostraré mi rabioso corazón.
te pisaré loco de furia.
te mataré los pedacitos.
te mataré una con Paco.
otro lo mato con Rodolfo.
con Haroldo te mato un pedacito más.
te mataré con mi hijo en la mano.
y con el hijo de mi hijo/ muertito.
voy a venir con diana y te mataré.
voy a venir con jote y te mataré.
te voy a matar/derrota.
nunca me faltará un rostro amado para matarte otra vez.
vivo o muerto/un rostro amado.
hasta que mueras/
dolida como estás/ya lo sé.
te voy a matar/yo
te voy a matar.

Juan Gelman

2 de junio de 2011

EL ALMA DEL VINO


Una noche, el alma del vino cantó en las botellas:
"¡Hombre, hacia ti elevo, ¡oh! querido desheredado,
Bajo mi prisión de vidrio y mis lacres bermejos,
Una canción colmada de luz y de fraternidad!

Sobre la colina en llamas, yo sé cuánto se requiere
De pena, de sudor y de sol abrasador
Para engendrar mi vida y para infundirme el alma;
Mas, no seré ni ingrato ni dañino,

Pues que experimento un regocijo inmenso cuando caigo
En el gaznate de un hombre consumido por su labor,
Y su cálido pecho es una dulce tumba
En la cual me siento mucho mejor que en mis frías bodegas.

¿Oyes resonar las canciones dominicales
Y la esperanza que gorjea en mi pecho palpitante?
Los codos sobre la mesa y arremangado,
Tú me glorificarás y te sentirás contento;

Yo iluminaré los ojos de tu mujer arrebatada;
A tu hijo le volveré su fuerza y sus colores
Y seré para ese frágil atleta de la vida
El ungüento que fortalece los músculos de los luchadores.

En ti yo caeré, vegetal ambrosía,
Grano precioso arrojado por el eterno Sembrador,
Para que de nuestro amor nazca la poesía
Que brotará hacia Dios cual una rara flor!"

Charles Baudelaire

1 de junio de 2011

MEXICO CANTA EN LA RONDA DE MIS CANCIONES


México está en mis canciones,
México dulce y cruel,
que acendra los corazones
en finas gotas de miel.

Lo tuve siempre presente
cuando hacía esta canción;
¡su cielo estaba en mi frente,
su tierra en mi corazón!

México canta en la ronda
de mis canciones de amor,
y en la guirnalda con la ronda
la tarde trenza su flor.

Lo conoceréis un día,
amigos de otro país:
¡tiene un color de alegría
y un acre sabor de anís!

Es tan fecundo que huele
como vainilla en sazón
¡y es sutil! Para que vuele
basta un soplo de oración...

En la duda arcana y terca,
México quiere inquirir:
un disco de horror lo cerca...
cómo será el porvenir?

¡El porvenir! ¡No lo espera!
Prefiere, mientras, cantar,
que toda la vida entera
es una gota en el mar;

una gota pequeñita
que cabe en el corazón:
Dios la pone, Dios la quita...
(¡Cantemos nuestra canción!)

Jaime Torres Bodet