Se sueña, se presiente, se adivina,
estremécese el labio y no la nombra;
el alba la ve huir de la colina
velada entre los pliegues de la sombra.
Espira el melancólico perfume
de la rosa en un féretro olvidada;
se deshace en incienso, se consume
a la rápida luz de una mirada.
Hermana de la tarde, pensativa
en el fondo del valle resplandece;
un instante deslumbra, y fugitiva
en el pálido azul se desvanece.
Rafael Obligado