1
Días cansados, duras noches tristes,
crudos momentos en mi mal gastados,
el tiempo que pensé veros mudados
en años de pesar os me volvistes.
En mí faltó la orden de los hados;
en vos también faltó, pues tales fuistes,
que podréis en el tiempo que vivistes
contar largas edades de cuidados.
Largas son de sufrir cuanto a su dueño
y cortas si me hubiese de quejar,
mas en mí este remedio no ha lugar,
que la razón me huye como sueño
y no hay punto, señora, tan pequeño,
que no se os haga un año al escuchar.
2
Como el triste que a muerte es condenado
gran tiempo ha y lo sabe y se consuela,
que el uso de vivir siempre en penado
le trae a que no sienta ni se duela,
si le hacen creer que es perdonado
y morir cuando menos se recela,
a congoja y dolor siente doblado,
y más el sobresalto lo desvela;
ansí yo, que en miserias hice callo,
si alguna breve gloria me fue dada,
presto me vi sin ella y olvidado.
Amor lo dio y Amor pudo quitallo,
la vida congojosa toda es nada,
y ríese la muerte del cuidado.
3
Vuelve el cielo, y el tiempo huye y calla,
y callando despierta tu tardanza;
crece el deseo y mengua la esperanza
tanto más cuanto más lejos te halla.
Mi alma es hecha campo de batalla,
combaten el recelo y confianza;
asegura la fe toda mudanza,
aunque sospechas andan por trocalla.
Yo sufro y callo y dígote: Señora,
¿cuándo será aquel día que estaré
libre de esta contienda en tu presencia?"
Respóndeme tu saña matadora:
"Juzga lo que ha de ser por lo que fue,
que menos son tus males en ausencia."
4
En la fuente más clara y apartada
del monte al casto coro consagrado,
vi entre las nueve hermanas asentada
una hermosa ninfa al diestro lado.
Estaba sin cabello, coronada
de verde yedra y arrayán mezclado,
en traje extraño y lengua desusada
dando y quitando leyes a su grado.
Vi cómo sobre todas parecía,
que no fue poco ver hombre mortal inmortal
hermosura y voz divina, y conocíla ser doña Marina,
la que el cielo dio al mundo por señal
de la parte mejor que en sí tenía.
5
Gasto en males la vida y amor crece,
en males crece amor y allí se cría;
esfuerza el alma y a hacer se ofrece
de sus penas costumbre y compañía.
No me espanto de vida que padece
tan brava servidumbre y que porfía,
mas espántome cómo no enloquece
con el bien que ve en otros cada día.
En dura ley, en conocido engaño,
huelga el triste, señora, de vivir,
¡y tú que le persigas la paciencia!
¡Oh cruda tema!
¡Oh áspera sentencia,
que por fuerza me muestren a sufrir l
os placeres ajenos y mi daño!
Diego Hurtado de Mendoza