Del canto de un ave
tomé yo el silencio
y con su tibio acorde salvaje
puse al paisaje
un cálido abrigo.
Del aroma exquisito
de una flor misteriosa
tomé yo sus albores
y puse en el aire
los nuevos colores.
Del agua de un río
tomé yo la humedad
y con su frágil edad
puse el cauce en camino.
De una verde pradera
tomé yo su espesura
y con calma bravura
derroté al olvido.
Y de la magia divina
de tu piel y tu altura
tomé fuerza y coraje
y me hice yo mismo el paisaje
donde brilla tu luna.
Miguel Angel Turco