1
La impresión primera o el pescador
Orillas del mar tendido
un pescador a sus solas,
como la roca a las olas y
así burlaba a Cupido:
no pretendas, dios traidor,
que te doble la rodilla,
mi tesoro es mi barquilla,
mis redes sólo mi amor.
Cuando algún incauto pez
entra en mis redes, le digo:
tal quisiera hacer conmigo
el amor alguna vez:
pero no espere el traidor
un vasallo en esta orilla;
que mi bien es mi barquilla,
mis redes sólo mi amor.
Yo vi de Nerina ingrata
al amante, ¡pobrecillo!
Que no vi ningún barquillo
a quien más la mar combata:
¿y me ofrecerás, traidor,
una ley que tanto humilla?
No: mi bien es mi barquilla,
mis redes sólo mi amor.
La bella Silvia, que en tanto
por la ribera venía,
oyó cómo repetía
el marinero en su canto:
«nunca mandarás, traidor,
en mi voluntad sencilla:
que mi bien es mi barquilla,
mis redes sólo mi amor.»
Entonces Silvia le mira,
y el corazón le penetra:
él va a repetir su letra,
y en vez de cantar suspira.
Adiós pobre pescador,
adiós red, adiós barquilla;
que ya no hay en esta orilla
sino vasallos de amor.
2
La declaración
Dulce posesora
del corazón mío,
a quien nunca fío
mi tierna pasión,
Las ansias, que un frío
silencio devora,
oye, posesora
de mi corazón.
Hoy a declararte
mis penas me arrojo;
preveo tu enojo,
mas vano será;
Que irás a vengarte,
y el mísero labio,
que te hizo el agravio,
ya frío estará.
Muriendo, en mis ojos
de lágrimas llenos
los tuyos serenos
verán la ocasión.
Dirante muriendo
que el alma te adora,
¡Cruel posesora
de mi corazón!
Si me amas, al cielo
tu gloria es subida,
pues dasme la vida,
milagro de un dios:
al mundo modelo
de dichas seremos,
envidia daremos
si me amas los dos.
Si no, pues me mata
sentencia tan dura,
será en tu hermosura
mi sangre un borrón:
¿y quieres, ingrata,
mas ser destructora
que dulce señora
de un fiel corazón?
¿Qué logra una rosa
cerrando el capullo,
cuando con orgullo
se abren otras mil?
Ceder a rigores
de insectos inmundos
los besos fecundos
del aura gentil.
No imites, hermosa,
su ejemplo y desgracias;
cede tantas gracias
a tanta pasión.
¡Ay! cédelas luego,
y sé desde ahora
feliz posesora
de mi corazón.
Juan Bautista Arraiza