1
Sale el sol por el cielo luminoso
las nubes pardas de oro perfilando,
y con su luz los montes matizando
ilustra el campo su zafir hermoso.
Veloz pasa su curso muy furioso
y cuando la quietud solicitando
halla otro mundo que voceando
al sol le pide su esplendor hermoso,
a la campaña salgo defendido
de fuertes rayos de mi estoque ardiente
a quien se rinde el bárbaro vencido.
Y cuando del descanso solamente
busco un instante, torpe mi sentido
me acomete el amor eternamente.
2
Del castizo caballo descuidado
el hambre y apetito satisface
la verde hierba que en el campo nace,
el freno duro del arzón colgado;
mas luego que el jaez de oro esmaltado
le pone el dueño, cuando fiestas hace,
argenta espuma, céspedes deshace,
con el pretal sonoro alborozado.
Del mismo modo entre la encina y roble,
criado con el rústico lenguaje,
y vistiendo sayal tosco he vivido;
mas despertó mi pensamiento noble,
como al caballo, el cortesano traje:
que aumenta la soberbia el buen vestido.
3
El tardo buey atado a la coyunda
la noche espera y la cerviz levanta,
y el que tiene el cuchillo a la garganta
en alguna esperanza el vivir funda.
Espera la bonanza, aunque se hunda,
la nave a quien el mar bate y quebranta.
Sólo el infierno causa pena tanta
porque de él la esperanza no redunda.
Es común este bien a los mortales,
pues quien más ha alcanzado, más espera,
y a veces el que espera, el fin alcanza.
Mas a mí la esperanza de mis males
de tal modo me aflige y desespera,
que no puedo esperar ni aun esperanza.
4
Un año, cielos, ha que amor me obliga
a la dicha mayor que darme pudo;
que, en fin, de puro dar, anda desnudo,
y por tener que dar, pide y mendiga.
A Sirena me dio, porque le siga,
en amoroso e indisoluble nudo;
mas con tal condición, que siendo mudo,
goce callando: ¡viose tal fatiga!
Callar y poseer sin competencia,
aunque el bien es mayor comunicado,
posible cosa es, pero terrible;
mas que tanto aquilaten la paciencia
que obliguen, si el honor anda acosado,
a que calle un celoso, es imposible.
5
Yo os prometí mi libertad querida,
no cautivaros más, ni daros pena;
pero promesa en potestad ajena,
¿cómo puede obligar a ser cumplida?
Quien promete no amar toda la vida,
y en la ocasión la voluntad enfrena,
seque el agua del mar, sume su arena,
los vientos pare, lo infinito mida.
Hasta ahora con noble resistencia
las plumas corto a leves pensamientos,
por más que la ocasión su vuelo ampare.
Pupila soy de amor; sin su licencia
no pueden obligarme juramentos.
Perdonad, voluntad, si los quebrare.
6
Amor, hoy como astuto me aconsejas
que a pesar de tus celos y favores,
cogiendo de tus gustos verdes flores,
labre la miel que en mi esperanza dejas.
Yo sé que los amantes son abejas,
que en el jardín que aumentan sus amores
labran panales dulces, sin temores
no mezclan el acíbar de sus quejas.
Abeja, soy, amor; dame palabra
de darme miel sabrosa de consuelos,
que la esperanza entre sus flores labra.
No sequen mi ventura tus desvelos;
que si es abeja amor, y el panal labra,
los zánganos la comen, que son celos.
7
No en balde, niño amor, te pintan ciego.
Pues tus efectos son de ciego vano:
un guante diste a un bárbaro villano,
y a mí me dejas abrasado en fuego.
A tener ojos, conocieras luego
que soy digno de un bien tan soberano,
dejándome besar aquella mano,
que un labrador ganó, ¡costoso juego!
La falta de tu vista me lastima.
Amor, pues eres ciego, ponte antojos;
verás mi mal, mi desdichado clima.
Diérasme tú aquel guante por despojos,
que el labrador le tiene en poca estima;
guardaréle en las niñas de mis ojos.
8
Movido de mis ruegos, Febo el paso
alargó de su carro rubicundo.
Espantado de velle todo el mundo
tan presto madrugando de su ocaso.
Vino la noche, y con el negro raso
de sus ropas, causó sueño profundo,
muerte que da a la vida ser segundo,
sino es a mí, que velo y que me abraso.
Amor me manda que velando aguarde
a quien sin haber visto, me enamora.
¡Extraña fuerza! ¡Grave desatino!
Temor me hiela porque me acobarde;
mas llega tarde ya, que en mi alma mora
por quien pienso seguir este camino.
9
Quiere hacer un tapiz la industria humana
en donde el arte a la materia exceda,
y con su adorno componer se pueda
la pared de la cuadra más profana.
Matiza en el telar la mano ufana
y mezcla hilos con que hermoso queda;
pero entre el oro ilustre y noble seda
entreteje también la humilde lana.
Lo propio hace el amor, que mezcla y teje
con la lana la seda, aunque más valga,
igualando al villano con el noble.
Noble yerno me da, no es bien que deje,
que con mi lana y con su seda hidalga
saldrá el tapiz de amor curioso al doble.
10
Todo es temor, amor, todo es recelos,
pues ¿cómo puede ser el amor gloria,
si está siempre luchando la memoria
con tantos sobresaltos y desvelos?
Estas penas del alma son sus cielos;
estas guerras y asaltos, su victoria,
y es bien todo este mal, cuando a su historia
no encuaderna capítulo de celos.
Amor, en popa voy con mi esperanza,
haciendo espejo tus azules mares;
no trueques en tormenta la bonanza.
No se me niegue puerto en que me ampares,
que si el que el alma ha deseado alcanza,
daré perpetuo asiento a tus altares.
11
La cerviz indomable del toro ata
con las coyundas de su yugo grave
el labrador, y brama, porque sabe
que su preciosa libertad maltrata.
Al pájaro, que en plumas se dilata,
el cazador cautiva, del suave
acento enamorado, y llora el ave,
aunque honren su prisión rejas de plata.
No en los jardines la florida hierba
medra del modo que en el monte y prado,
patria y solar de su morada verde.
Dichoso, libertad, el que os conserva,
pues es prisión el solio sublimado
de quien por reinos, vuestro reino pierde.
12
Dulce Señor, enamorado mío,
¿adónde vais con esa cruz pesada?
Volved el rostro a una alma lastimada
de que os pusiese tal su desvarío.
De sangre y llanto entre los dos un río
formemos hoy; y si a la vuestra agrada,
partamos el dolor, y la jornada,
que de morir por Vos, en Vos confío.
¡Ay, divino Señor del alma mía!
No permitáis que otro nuevo esposo
me reconozca suya en este día;
bajad de vuestros cielos amoroso,
y si merece quien con Vos porfía,
dadme estos brazos, soberano Esposo.
13
Virgen, paloma cándida que al suelo
trajo la verde paz, arco divino,
pues en los tres colores a dar vino
fe del concierto entre la tierra y cielo,
dadme remedio, pues sabéis mi celo;
no case con Fortunio, que imagino
que más dichosa soy, si más me inclino
a conservarme pura en blanco velo.
No me dejéis, cristífera María;
favoreced mi intento puro y santo
hasta que llegue de mi muerte el día.
Mi pureza guardad, pues podéis tanto,
si mereciere la esperanza mía
que del sol que pisáis pase mi llanto.
14
Estaba melancólico yo, cielos,
por ver que un imposible apetecía,
¿qué haréis agora, pues, desdicha mía,
si sobre un imposible os cargan celos?
Corales dan al corazón consuelos,
y en mí corales son melancolía:
vuélvase a un desdichado en noche el día;
lo que a otros da quietud, a mí desvelos.
Sabio dicen que soy, mas si lo fuera,
tuviera en mis pasiones sufrimiento;
pero, ¿quién le tendrá con tanto agravio?
Siempre el entendimiento fue su esfera,
y contra injurias del entendimiento
jamás supo tener prudencia el sabio.
15
Si Cleantes de noche agua sacaba
para vender, por estudiar de día,
y en la atahona donde el pan molía
nombre a sus letras y virtudes daba;
si Plauto, por ser sabio mendigaba,
y a un pastelero mísero servía;
si Euménides en huesos escribía
a falta de papel, que no alcanzaba;
si ha habido quien en el imperio altivo
por el cetro trocando el aguijada
a célebres historias dio motivo;
si a Pedro pescador Roma agradaba,
no será mucho, aunque pobre vivo,
por letras venga a ser... o Papa o nada.
16
Acuérdome una vez haber oído
una fábula en que ejemplos toco,
notables de un ciprés, que en tiempo poco
hasta el cielo creció desvanecido.
Burlábase de un junco, que vencido,
su segura humildad juzgaba en poco;
mas con un viento recio al ciprés loco,
quedando el junco en pie, se vio abatido.
Su humilde estado y pobres ejercicios
estime mi Sabina, aunque haya hecho
burla el ciprés de su honra y hermosura;
que cuando en los soberbios edificios
abrase el rayo el más dorado techo,
la más humilde choza está segura.
17
Pintadas aves que al pulir la aurora
con peines de oro sus compuestas hebras,
al son de arroyos, arpas de estas quiebras,
lisonjeáis cada mañana a Flora.
Aura suave que con voz sonora,
murmurando las aves, te requiebras,
y las obsequias fúnebres celebras
de Pocris muerta, que tras celos llora.
Los pastores imitan la armonía
con que resucitando la memoria
de mi Sabina vivo entretenido.
Cantad, amigos, la firmeza mía;
que es la música imagen de la gloria,
y mientras dura, mi tormento olvido.
18
Sansón, ¿qué vale cuando al campo sale
con las puertas a cuestas que de Gaza
arranca fiero, si una mujer traza
que en la tahona, ciego, a un bruto iguale?
¿Qué vale Alcides con amor; qué vale
cuando leones vence y despedaza,
si vuelta rueca su invencible maza
a hilar le obligan el amor y Onfale?
Sardanapalo no tuvo vergüenza
cuando sentado cual mujer le vieron
desceñirse la rueca por regalo.
¿Qué mucho, pues, que una mujer me venza,
no siendo yo más fuerte que lo fueron
Sansón, Alcides y Sardanápalo?
19
¿Contó jamás la mentirosa fama
igual suceso y caso de esta suerte
en cuantas partes de sus plumas vierte
las nubes portentosas que derrama?
¿Contó jamás de un hombre que en la llama
se abrasa de amor, dios cobarde y fuerte,
que pretenda gozar y dar la muerte
a un mismo tiempo a quien adora y ama?
Rigor es inaudito y sin segundo;
mas, por vivir, a hacerle me provoco,
pues en su ejecución mi vida fundo.
Cuente la fama, pues, mi intento loco,
que yo sé que dirá después el mundo
que en un reino al revés todo esto es poco.
20
Tres años ha, mi Dios, que las impías
persecuciones ocasionan llantos,
y en sus profetas y ministros santos
la crueldad ejecuta tiranías.
Tres años ha que de mi pecho fías
(a pesar de amenazas y de espantos)
tus fieles siervos, puesto que ha otros tantos
que el cielo cierra la oración de Elías.
En dos cuevas amparo y doy sustento
a cien profetas tuyos escondidos
del poder de la envidia y los engaños.
¡Ampara Tú, Señor, mi justo intento;
clemente abre a mis ruegos tus oídos;
baste, mi Dios, castigo de tres años!
21
¡Oh, palacio cruel, casa encantada,
laberinto de engaños y de antojos,
adonde todo es lengua, todo es ojos;
cualquier cosa es mucho, y todo es nada!
Galera donde rema gente honrada
y anda la envidia en vela haciendo enojos;
hospital de incurables, que a hombres cojos
dan siempre una esperanza por posada.
Calma del tiempo, sueño de los días;
pues son viento las pagas de tus gajes;
vano manjar de camaleones buches.
Sean tus escuderos chirimías;
órganos tus lacayos y tus pajes;
tus dueñas y doncellas sacabuches.
22
No fueras tú mujer, y no eligieras
interesables gustos. Si tú amaras,
mis dotes naturales abrazaras,
sus miserables bienes pospusieras.
Adora a un monstruo de oro; lisonjeras
mentiras apetece, estima avaras
felicidades torpes, pues reparas
en lo que esconden montes, pisan fieras.
Riquezas, de tu amor apetecidas,
herede yo, si así te satisfaces,
que premiaran tu amor; pero más justo
es que, imitando en la elección a Midas,
tengas, cuando en tu esposo el oro abraces,
con sed al interés, con hambre al gusto.
23
¡Ah pelota del mundo, que no encierra
sino aire vil que se deshace luego!
¡De favor me das cartas, cuando llego
ofendida de un rey que me destierra!
Quien fe a las palabras da, ¡qué de ello yerra!
Prueba tu amor el mar cuando me anego,
tu cobardía saca a plaza el fuego,
y hasta el favor me niegas de la tierra.
Tres elementos, bárbaro, han mostrado
que eres cobarde, ingrato y avariento;
en el cuarto tu amor sólo has cifrado.
¡Qué a mi costa, villano, experimento
que en palabras y plumas me has pagado!
Mas quien de ellas fió, que cobre en viento.
24
Reino famoso, adiós, que alegre hago
ausencia de tu célebre montaña,
pues que siendo mi patria, como extraña
diste a mi juventud siempre mal pago.
Adiós ciudad, sepulcro de Santiago,
que das pastor y das nobleza a España;
adiós, fin de la tierra, que el mar baña,
reino famoso, del inglés estrago.
Adiós, hermana, que en tus brazos dejo
tu nobleza, tu fama, tu hermosura;
porque eres de mujeres claro espejo.
Adiós juegos, amores, travesura;
que aunque mozo, desde hoy he de ser viejo,
si me ayudan el tiempo y la ventura.
25
Adiós, ciudad gallega, noble y sabia,
asombro del alarbe y estorlinga,
estación del flamenco y del mandinga,
del escita y del que vive en el Arabia.
Adiós, fregona, cuyo amor me agravia,
gallega molletuda; adiós, Dominga,
que aunque lo graso de tu amor me pringa,
siento más el dejar a Ribadavia.
Adiós, fondón, traspuesto en tantos cabos,
y conocido de los mismos niños,
que aquí te dejo el alma con mil clavos.
Adiós, catujas, de mi amor brinquiños,
adiós, redondos y tajados nabos,
adiós, pescados, berzas, bacoriños.
Tirso de Molina