Sé perfectamente que todo está aquí.
Como una suerte de pálpitos
que se le entrega a mi mano antes de las horas.
Una condena que mece mis insomnios.
Nada ocurrió antes de las horas.
Yo no llevaba barcos.
Escribíamos hacia delante
cuando se nos cayeron las túnicas
y permanecimos así,
maquillados de rosa,
con la boca mojada y los pies abiertos,
con el magnífico libro de las venturas
agazapado en la vulva.
Mucho dejarse la piel
pero yo no quise aprender a llegar.
Jardín exiguo, viento cerrado de manos,
infinita cuadrícula.
Renuncio al lugar del aliento.
Quiero aprender a salir.
Yolanda Castaño