En una cueva de la memoria,
en su larga llanura oxidada,
en su estéril cardenillo verdoso,
en su desolado atardecer,
lento y un poco oscurecido
como si fuese ya tarde,
como si nacer no hubiera sido posible
aquel remoto día, perdido en el confín;
e imposible fuese asimismo
el otro amargo día,
no puedo decirte su nombre,
algo ladeado
y ya en las afueras de súbito,
en el suburbio
y el terrible descampado de súbito,
lívidamente azul de pronto;
con tazas desportilladas,
abanicos devorados por la ansiedad,
relicarios de madera envejecida,
espejos,
miserables espejos de azogue saltado,
horrendos maniquíes sin cabeza,
emisarios inmóviles de más allá del río
solitario, emisarios sin brazos y sin cabeza,
inmóviles,
y por eso no pueden sonreír;
y todo subía como una marea feroz
por la memoria cárdena,
y todo subía amargamente cárdeno
por el recuerdo de una noche,
trepaba por la penosa rememoración,
por el jadeante ascender y acordarse
de una noche, saliendo de la sombra,
un momento tan solo;
reconstruir aquella adoración
hecha de pétalos, de palabras
y polen de palabras, de cansancios
o incrustaciones lamentables, quejidos,
de quemaduras y desolaciones
junto a un andén que no llegaba nunca
como si fuese un tren,
un tren de súbito
como si fuese aquella adoración.
Y todo en la memoria se retorcía
agitado por el vendaval,
como un gran bosque movido por la ira
de un huracanado renacer.
El parto terrible de la memoria
era el viento,
la noche terrible de la memoria
se llamaba aquilón.
Todo vibraba y era movido
por una propagación llameante
que fulguraba en medio de la tempestad
y se extendía y encrespaba en la música,
vibraba entre los acordes
de una multitud de guitarras,
sonando en el estruendo
de un día terso y limpio, destrozado
tan secamente
como un espejo en una habitación.
Ay, en la oscuridad,
atenazados por el deseo
dos cuerpos se buscaban a tientas
como si fuese posible vivir,
como si la verdad existiese
en la tiniebla oscura
y hubiese que buscarla
apretando una carne duramente,
y hubiese que buscarla
atravesando duramente
la interminable oscuridad
de una carne, toda una noche larga,
y más allá quebrase ya una luz:
el alba hermosa y pura donde todos
existen otra vez,
salvados y otra vez, vivos, salvados...
...Y he aquí que nosotros,
aún no salvados, vivos,
golpeamos la sombra,
en medio de la noche...
Carlos Bousoño