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12 de junio de 2024

TEXTOS





De "En las alturas"



[...]los infelices: los miserables: no es un cuento de hadas, estoy en la sala del tribunal y sigo el proceso que he elegido, decido irme del palacio de justicia, me abro paso entre la gente, bajo la escalera, quiero hacer una pausa, estoy junto al río, sobre la montaña, otra vez abajo en el río, camino así dos, tres horas, sin tener un solo pensamiento, sólo veo imágenes, nada más que imágenes: mirar al río: durante semanas el único placer, el único cambio, la única posibilidad de no hundirse, los provincianos del föhn, estupideces, por lo menos tres veces al año tiene que someterse el catedrático a una pequeña operación de ojos complicada: con una enfermedad tan avanzada y en la mala situación económica en que se encuentra, con esos especialistas tan caros: ahora no ve más que sombras, sombras y nada más que sombras, su mujer le pone la mano delante de la cara, pero él ve nada, ella le taladra el cerebro con su taladro, lanza algunas invectivas a sus hijos que corretean por el el prado, les dice que vengan: paseo del domingo por la tarde: abofetea a sus hijos, reparte sin motivo alguno bofetadas en vez de manzanas, hasta que se agota: os criáis como cerdos, dice: oyen el tañido del martillo de una campaña: luego la desolación se extiende sobre sus cabezas de pleno verano, el catedrático dice: el mundo es aburrido, el mundo es aburrido entre dos y es aburrido solo, prolonga la palabra cínico hasta que se rompe,
Dios es un gran cínico, dice, Dios es una mentira, y a su mujer: ¿por qué no me guías?, no veo, ¿no ves que no veo? [...]


* * *


[...]cuando uno corre un trecho, sin cuidarse del corazón ni los pulmones:
cuando uno corre unas horas por la tierra húmeda sin querer llegar a ninguna parte, jamás, empieza enseguida a sudar, ahora tiene calor, un calor insoportable,
una ráfaga de viento frío desde el desfiladero, tengo la salud tan afectada, que basta un pequeño empujón para hacerme caer, basta un ridículo empujón,
¿ah sí?, nada más que días de adiós, nada más que días de adiós a mi alrededor,
el calor y el frío se mezclan y me derriban sencillamente, me empujan a la fosa,
si uno no se defiende, de año en año el ser humano es más vulnerable, si no consigo terminar el manuscrito, una deformación ridícula en mi deformado cerebro, al final todo acaba, el año es tirado a la basura, la vida entera es tirada a la basura, todo es tirado a la basura y empieza a apestar, envenena el aire de todos, oh sí, esa fantasía traspapelada, absurdo, parloteo, todos esos años largos y fatigosos, me han engañado, me han declarado culpable, se ríen de mí, me escupen, me arrojan a la basura como un trapo apestoso, la serie de crímenes del solitario, con absoluta intención homicida, con absoluta falta de responsabilidad, el reconstruir y el sustraer y el injertar y el no preocuparse, el amontonar y el acumular y el reducir a un objeto ridículo, por sexta o séptima vez doy la vuelta al edificio del tribunal, me he puesto mi grueso abrigo de invierno y un verso en la cabeza, una línea de un verso que podría transformarse en un poema, utilizaré todos los medios: conseguiré hacerme impopular, sopla un viento frío, pasan trenes por el puente, el río es negro, los árboles son negros, mi cerebro es negro, me he subido el cuello del abrigo, pero puedo ver muy bien lo que tengo delante: ¿el qué?, mi fusta golpea con fuerza los rostros y los lacera, mi fusta de aire, mi fusta de aire de cuero, en su mueca hinchada, que horroriza al cielo: golpeo con mi mano deforme sobre la carne, ¡y revienta!, otra vez cuento los palos de la valla: uno dos tres, uno dos tres uno dos tres, el contar los palos me vuelve loco,
me hace perder la razón, tiendas de telas, tiendas de libros, tiendas de carne,
tiendas de beber, ahí entro y bebo, tiemblo como un perro, me siento, estudio a la gente, estudio las bolsas de viaje, estudio los flecos, las orlas, estudio la basura y la escoria, las cosas repugnantes, las formalidades bajo la mesa y las formalidades sobre la mesa, Dios mío, me siento, mi perro gordo, mi perro delgado, ¡siéntate!, mi perro de todos, solo en el mundo, [...]


Thomas Bernhard