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1 de noviembre de 2020

LA MUERTE


Miradle: sobre púrpura sentado,
La copa del placer bebiendo está.
Oid: en su cantar regocijado
Ay de dolor discorde sonará.

* * *

El hombre, del mundo rey,
Siervo de la muerte vive,
Dicta a la tierra la ley,
De la nada la recibe.

Gloria y oprobio eslabona,
pero en desigual razón:
Seguros sus hierros son,
Disputada su corona.

No halla el hombre criatura
Que a su cetro no resista:
Dios le da la investidura,
Y él el poder se conquista.

Osado en su frente a herir
Insecto mísero viene,
Que armas para herirle tiene,
Y alas también para huir;

Y ante las aras se ve
De la muerte sin defensa
El ínclito ser que piensa
Con una cadena al pie.

Y la segur del destino
Le postra al golpe fatal,
Cual troncha cañas de lino
Granizada o vendaval.

Es resistir a la parca
Es huirla insensatez:
Con sola una mano abarca
Del Orbe la redondez.

El hombre en tal situación,
Para encubrir su flaqueza,
Con risible sutileza
Forjó la resignación.

Y quiso hacerse creer,
Sofista consigo mismo,
Que era virtud y heroísmo
Lo que es falta de poder.

¿Por qué ese título falso
De rey, hombre, se te da,
Si eres un reo que va
De la cárcel al cadalso,

Cuya muerte a proporción
Se retarda o se acelera
Según dura la carrera,
Según aguija el sayón?

¡Ay! para haber de arrastrar
Tan efímera existencia,
Esclavo de una sentencia
Que no se puede evitar,

Yo, en el caso de elegir,
Hubiera dicho: Primero
Quedarme en la nada quiero,
Que nacer para morir.

* * *

Así el hombre delira y se atormenta
Luchando con idea tan cruel:
Insecto que de flores se alimenta,
Y labra acíbar en lugar de miel.

Tímido caminante en noche obscura,
Se asusta del benéfico pilar
Que próximo descanso le asegura
Tras largo y afanoso caminar.

Cáliz la vida con el fondo abierto
Que al licor deja sin cesar huir,
Y único punto al hombre descubierto
La muerte en el nublado porvenir,

¿Por qué dar a esa copa y a esa meta
Furtivas ojeadas de terror?
Mirarlas sí; mas con la vista quieta,
Y naciera del hábito el valor.

Despavorido huyó la vez primera
Que vio el salvaje el bélico corcel,
Y osado luego a la temida fiera
Clavó el arpón, y se vistió su piel.

Si al término de todos los caminos
Hay un despeñadero que rodar,
¿Por qué en la hondura amontonar espinos?
Plumas donde caer conviene echar.

¿Y qué es morir? ¿Qué es eso que desvela
Tanto al hombre que eterno quiere ser?
Hallar al fin la eternidad que anhela,
y un vestido prestado devolver.

No es el hombre la caja quebradiza,
Forma perecedera si gentil,
Que la mano del tiempo pulveriza
Y restituye a su principio vil;

Allí dentro un espíritu se encierra
Noble, puro, de origen celestial:
Aquello es hombre, lo demás es tierra,
Y aquello no perece, es inmortal.

Sediento el hombre de ventura vive,
Y apenas en la vida la entrevé:
¿Será posible que la mano esquive
Que de los cielos posesión le dé?

Breve es la vida. -¡Brevedad dichosa,
Que los días acorta de ilusión,
Y nos lleva en carrera presurosa
De la verdad a la feliz región!

¿Qué pide la virtud en la bonanza?
¿Qué anhela en la desgracia la virtud?
El piélago cruzar de la esperanza,
Sirviéndole de barca el ataúd.

El malvado que gima y se amedrente
De rendir a la muerte la cerviz,
Huélguese en la miseria de viviente,
Temeroso de ser más infeliz;

Pero es al cabo por decreto eterno
Desastroso el vivir del criminal;
Y si en la muerte asústale el infierno,
Su vida es otro infierno temporal.

Mezcla el hombre de espíritu y de lodo,
Ya excepcionado de la ley común,
¿Por qué, si el alma sobrevive a todo,
Más privilegios pretender aún?

Esos orbes vivíficos de lumbre
Que al mundo animan y le dan color,
Florones de la diáfana techumbre
O joyas del vestido del Señor,

Esta del hombre equívoca morada,
Cementerio con galas de jardín,
Todo al voraz abismo de la nada
Corre, y en él encontrará su fin.

Y en medio del magnífico vacío
Que llenará la eterna majestad,
El hombre girará con señorío,
Satélite de un sol divinidad.

Plazo es la vida que emplear debemos
En adquirir felicidad mayor,
Felicidad que adivinar podemos
En los goces que dan virtud y amor;

Y consumir en quejas vanamente
Los días de este plazo de merced,
Es, en vez de limpiar escasa fuente,
Cegar su vena y perecer de sed.

Muerte, centro de todo, ley temida
Mucho rigiendo, al abolirse más,
Porque el día fatal de tu caída
Contigo al universo arrastrarás;

Ángel eres que al alma aprisionada
Libertas de prolija esclavitud,
Y ya del roce con el cuerpo ajada
La vuelves a su hermosa juventud.

¡Muerte! si tú me guías a los brazos
De los seres que amé, de aquellos dos,
que de mí se llevaron dos pedazos
En el amargo postrimer adiós;

Si al padre caro, si a la esposa amante,
Ya para siempre me uniré por ti;
Si a la madre he de ver que tierno infante
Primero la lloré que conocí;

Ven, que tú eres la dicha, errado el nombre,
Tú haces la vida dulce de dejar,
Y tú puerto seguro das al hombre
Que errante boga por inquieto mar.


Juan Eugenio Hartzenbusch