La vida soy de la anchurosa esfera;
soy el genio feliz de la armonía.
Yo enciendo de los vates
en la elevada frente,
la llama creadora
del alma inspiración.
Por mí, por mí tan solo,
sonaron dulcemente
las melodiosas liras
de Dante y Calderón.
Por mí los campos bellos
de Grecia se animaron
con los cantares nobles
del épico inmortal.
Por mí la acción del tiempo
gloriosos dominaron,
y se oyen todavía
do quiera resonar.
Yo di robusto acento
al inspirado Herrera
para cantar los triunfos
de su inmortal nación;
y templé y de Rioja
el arpa lastimera,
que alzaba en las ruinas
tristísima canción.
Mi alcázar es la gloria,
mi reino el ancho mundo,
y nada hay que resista
mi influjo y mi poder;
mas sólo algunos seres
el celestial, profundo
misterio de mi ciencia
consiguen comprender.
Tú anhelas un renombre;
los lauros de la gloria
son el dorado sueño
de tu alma juvenil;
y tu exaltada mente
en pos de la victoria
se lanza, arrebatada
por su ambición febril.
Mas tu impotente esfuerzo
a conseguir no alcanza
el lauro generoso
tras que perdido vas;
y cae hoja tras hoja
la flor de tu esperanza,
y temes que no vuelva
a renacer jamás.
¡No temas! yo te presto
mi ayuda omnipotente
en la elevada empresa
que vas a acometer.
Canta, y tu voz sonora
se eleve en vuelo ardiente,
y el mundo conmovido
la escuche con placer.
Yo le daré la grata,
suavísima armonía
de las pintadas aves
al despuntar el sol;
o el temeroso estruendo
con que la mar bravía
se agita, al rudo impulso
del rápido aquilón.
Y ceñiré tus sienes
del lauro deseado,
tras el que osado corres
en tu ambición febril;
y tu famoso nombre,
de gloria circundado,
esculpiré en mi alcázar
de pórfido y marfil.
Aristides Pongilioni
Aristides Pongilioni
