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18 de octubre de 2019

LA FUGITIVA



Árbol de fiesta, brazos anchos, 
cascada suelta, frescor vivo 
a mi espalda despeñados:
¿quién os dijo de pararme 
y silabear mi nombre?


Bajo un árbol yo tan solo 
lavaba mis pies de marchas 
con mi sombra como ruta 
y con el polvo por saya.


¡Qué hermoso que echas tus ramas 
y que abajas tu cabeza, 
sin entender que no tengo 
diez años para aprenderme 
tu verde cruz que es sin sangre 
y el disco de tu peana!


Atísbame, pino-cedro, 
con tus ojos verticales,
y no muevas ni descuajes 
los pies de tu terrón vivo: 
que no pueden tus pies: nuevos 
con rasgones de los cactus 
y encías de las risqueras.


Y hay como un desasosiego, 
como un siseo que corre 
desde el hervor del Zodiaco 
a las hierbas erizadas. 
Viva está toda la noche 
de negaciones y afirmaciones, 
las del Ángel que te manda 
y el mío que con él, lucha;


y un azoro de mujer 
llora a su cedro de Líbano 
caído y cubierto de noche, 
que va a marchar desde el alba 
sin saber ruta ni polvo 
y sin volver a ver más 
su ronda de dos mil pinos.


¡Ay, árbol mío, insensato 
entregado a la ventisca 
a canícula y a bestia 
al azar de la borrasca. 
Pino errante sobre la Tierra!


Gabriela Mistral